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De Tudmir a Oriola XIX-XXI.

«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.

De Tudmir a Oriola XIX.

La Campana de Huesca. José Casado del Alisal. 1880. Óleo sobre lienzo. Ayuntamiento de Huesca.

Dice la leyenda que, llegado al trono, Ramiro no conseguía domesticar a los nobles aragoneses. Lo menospreciaban por no ser sabedor en armas; solo un manso clérigo haciendo de rey.

Y mandó un mensajero al otro lado de los Pirineos; al monasterio donde había hecho el noviciado, buscando el consejo del que fue su maestro.

Cuando aquel sabio abad escuchó el problema, no respondió con palabras. Llevó al mensajero a un huerto de coles, sacó una hoz y cortó las más altas. Y añadió —Dile a tu señor lo que has visto.

Informado Ramiro de su respuesta convocó cortes en Huesca, diciendo a sus nobles que pensaba fabricar una campana cuyo tañido resonaría en todo el reino.

Tomándolo como una locura del monje, acudieron curiosos a la llamada. Los hizo pasar uno a uno y los fue decapitando.

Colgó sus cabezas en círculo/ formando una gran campana/ y en el centro, por badajo/ colocó la del Obispo. Y se las mostró a sus hijos, que a los padres aguardaban, diciendo que haría lo mismo/con cuantos no le acataran/ y así fue temido el Monje/con el son de su campana.

Ramiro Sánchez II El Monje. Felipe Ariosto. 1634. Óleo sobre lienzo. Pinchando la imagen se accede al cuadro completo en la Galería del Museo del Prado.

Ramiro era el tercer hijo del segundo matrimonio de Sancho Ramírez. Hermano menor del Batallador. Nació predestinado para la Iglesia, quedando excluido de la sucesión.

Ingresó de niño en un monasterio benedictino del sur de Francia, donde fue educado como hijo de rey. Su hermano lo nombró abad de Sahagún y luego Obispo de Roda.

Con este bagaje llegó a Zaragoza para intentar salvar Aragón, cuya situación era desesperada. Había heredado el reino en plena crisis económica, con el ejército diezmado por la derrota de Fraga; los nobles descontrolados luchando unos contra otros; la población aterrorizada a merced de castellanos y almorávides; los de Navarra en secesión y el Papa reclamando sus derechos por el testamento del Batallador.

Contra todo pronóstico, Ramiro demostró ser el hombre adecuado. Vamos por partes: Con Navarra cedió, no tenía otro remedio. Lo último que podía soportar Aragón era una guerra civil. Aceptó la secesión de Pamplona tras medio siglo de unión.

Navarra quedó en manos de García Ramírez, llamado el restaurador, un nieto del Cid Campeador que en principio le juró obediencia.

El emperador Alfonso atacó las plazas fronterizas entre sus reinos y se plantó en Zaragoza alegando que el Batallador las había conquistado como consorte de su madre, la reina de Castilla.

El flamante rey de Pamplona le juró obediencia traicionando a Ramiro y muchos nobles acataron al castellano. Era lógico que la gente de la frontera optase por el monarca más fuerte.

Ramiro huyó de Zaragoza buscando refugio en los condados catalanes, bajo la protección del Conde de Barcelona. Una amistad que, a la larga, resultó muy interesante.

Con gran astucia escribió al Papa informándole de que el castellano estaba robando la herencia que Roma reclamaba. El pontífice mandó a Alfonso VII devolver Zaragoza si quería ser coronado como emperador de la cristiandad y así lo hizo.

Con los almorávides pactó una tregua. En cuanto a los nobles díscolos, hay constancia de que tuvo que emplearse a fondo con ellos y con algún obispo; dando origen a una de las leyendas más famosas de Aragón, la jornada de la Campana de Huesca que he resumido al principio.

En cuanto al tema de la sucesión, condición indispensable para estabilizar el reino, abandonó el sacerdocio después de cuarenta años y casó en Jaca con Inés de Poitiers, viuda y madre de varios hijos, una garantía de fecundidad.

Era hija del duque de Aquitania, un viejo aliado del Batallador. Ramiro dejó bien claro que rompía su celibato por razones de Estado. Y una vez que Inés quedó embarazada, se separó de ella. Prefería un hijo; pero la sucesión al trono estaba asegurada fuese varón o hembra. Y fue niña.

Rápidamente el emperador vio la oportunidad de casarla con su hijo Sancho, solo dos años mayor. Pero Ramiro tenía otros planes. Tenía claro que, con Castilla y León, su reino sería absorbido como un territorio más. Por lo que encontró otro marido más interesante para su hija, a la que llamó Petronila.

Acosado por todas partes, vio un potencial aliado en el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV. Con la independencia de Navarra había perdido el acceso a la costa atlántica, pero con este matrimonio, Aragón alcanzaría por fin el Mediterráneo.

Para cuadrar el círculo, el joven conde era templario. Entregándole su reino cumplía en parte la voluntad de su hermano. Eso sí, tuvo que compensar económicamente al Papa y hacer generosas donaciones a las ordenes militares que, por otra parte, tampoco sabían que hacer con el legado y cedieron sus derechos al catalán.

Con tan solo un año de vida, Petronila quedó comprometida con el Conde de Barcelona, quien se encargó de criarla y desposarla a los catorce años.

El pacto tenía ciertas condiciones. Ramón Berenguer nunca sería rey, sólo príncipe de Aragón; la reina sería su esposa. Y el fruto de ese matrimonio sería rey de Aragón y conde de Barcelona, unificando sus territorios.

Solo en caso de morir sin descendencia, el reino pasaría a su marido. Cumplido su deber, Inés volvió a Aquitania y Ramiro se retiró a un monasterio de Huesca conservando el título de rey hasta su muerte, veinte años después; pero dejó todo el poder en manos del conde; que por cierto lo hizo muy bien como príncipe. Esperó trece años; y en el verano del 1150 la desposó en Lérida, una ciudad recién conquistada. Tuvieron seis hijos.

Petronila tomó el título de reina de Aragón a la muerte de su padre y el de condesa de Barcelona a la de su marido, manteniéndolos hasta que su hijo alcanzó la edad para ser coronado.

Fallecido el primogénito Pedro, el segundo, llamado Ramón, reinó con el nombre de su tío: Alfonso II el trovador, dando inicio a una entidad política nueva: la Corona de Aragón, en la que prevaleció el nombre del reino por mayor categoría frente al condado; pero por sus venas corría sangre de los dos linajes: aragonés y catalán.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Esponsales de Doña Petronila con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Claudio Lorenzale. Museo Diocesano de Barbastro-Monzón.

Valencia, Mursya y parte de Jaén estaban bajo el dominio de Zafadola; quien soñaba con ser el emir de todos los musulmanes de la península. Su linaje, los Banu Hud, descendía de los primeros árabes que llegaron en el siglo VIII.

Desde que su padre abandonó Zaragoza, protegido por el Batallador había estado apartado del poder. Ahora, con ayuda de su amigo el emperador ¿Quién sabe? Quizás pudiese formar un califato independiente de los africanos.

Sublevada Córdoba contra los almorávides, corrió a conquistar la simbólica capital del califato. Pero los cordobeses no aprobaron sus tratos con el emperador cristiano y lo echaron de la ciudad, refugiándose en Jaén. Lo mismo le pasó en Granada.

Y es que la sombra de Alfonso VII pesaba mucho. Él también tenía un sueño: Unificar la península mediante una confederación de reinos bajo su corona imperial; y olvidando el tema religioso, uno de ellos podía ser el de su aliado musulmán como rey de Al-Ándalus.

Cuando Jaén y otras ciudades cercanas se negaron también a obedecer a Zafadola, el emperador envió tropas castellanas para ayudarle; y de paso se hizo con algunas plazas estratégicas. Sin almorávides a los que acudir, los de Jaén enviaron un mensaje de socorro al mismo que habían expulsado: —Ven, líbranos de los cristianos y te serviremos.  Era su oportunidad.  

Zafadola formó un ejército y acudió como libertador, exigiendo a los castellanos que devolviesen el botín y liberasen a los esclavos.  Ellos tenían orden de tomar las ciudades y entregárselas; pero el botín y los esclavos… eso no entraba en el trato.

En un gesto estúpido, Zafadola intentó demostrar que no era una marioneta y se enfrentó militarmente a los cristianos que habían acudido en su ayuda.

Fue derrotado y hecho preso. Pensaban entregarlo a su aliado, el emperador; pero por motivos poco claros, acabó asesinado. Las tropas de la frontera no entendían de tratos con moros.

Alfonso VII se enojó proclamando a los cuatro vientos que no había tenido nada que ver con el asesinato; pero la suerte estaba echada.

El sueño de un reino musulmán hispano aliado de Castilla se diluyó con aquella absurda muerte. De lo que pasó en Valencia, en Mursya y en Uryula tras la muerte de Zafadola hablaremos en la próxima entrega.

Programa 19.
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De Tudmir a Oriola XX.

El Papa había otorgado el rango de Cruzada a la conquista de Almería y los príncipes cristianos juntaron sus armas contra los sarracenos.

La antigua base naval de los Almorávides se había convertido en un nido de piratas que asolaban el Mediterráneo.

Para la decisiva campaña se unieron todos los afectados en su comercio marítimo: naves catalanas, de Pisa, de Génova; mil embarcaciones entre grandes y pequeñas esperaban en el puerto de Barcelona.

El emperador movilizó a las mesnadas castellano leonesas. Y así, cercada y combatida por tierra y por mar, en el otoño del 1147 Almería se rindió a los caudillos cristianos que penetraron en ella entregándola al furor de sus soldados.

Un año después, la cruzada se repitió en Tortosa; liderada esta vez por el Conde de Barcelona en su papel de príncipe de Aragón.

Estas dos plazas conquistadas marcaron las fronteras norte y sur de Sark Al Ándalus, el Levante Andalusí. Un territorio musulmán hispano que resistió el acoso almohade durante más de dos décadas.

La elección de Ramiro el Monje había sido todo un acierto. El joven conde, sucesor de su padre con tan sólo 17 años, demostró estar a la altura de la empresa encomendada.

Aragón no era más que un conjunto de comarcas prácticamente independientes bajo una misma corona; y lo que hoy conocemos por Cataluña, otro conglomerado de comarcas agrupadas en condados sometidos al de Barcelona.

Solo el territorio de Urgel era independiente manteniéndose a caballo entre las dos influencias.

Respetado entre los suyos que lo apodaron «el Santo», el príncipe de Aragón fue acatado por todos sus súbditos, excepto los navarros.  

Ramón Berenguer IV fue un digno gobernante que supo consolidar la herencia de su esposa, pactando con Castilla para recuperar las plazas robadas y bregando con el Papa y las órdenes militares por la herencia del Batallador.  

La cuestión de Navarra fue la única que no pudo resolver por su acercamiento a Castilla y al rey de Francia. Precisamente pasó los últimos años de su vida absorbido por problemas más allá de los Pirineos, muriendo en Lombardía, donde había ido a entrevistarse con el emperador alemán Federico Barbarroja.

Quizá por ello nombró tutor de su hijo al rey de Inglaterra.

Pero fue Petronila la encargada de organizar su herencia reuniendo en Zaragoza a los nobles y obispos de Aragón y Cataluña para ratificar el testamento de su marido.

Ramón mostró además su carácter guerrero; virtud que había heredado de su padre, quien pasó a la historia como el primer caballero templario de Hispania, cediendo a la orden un castillo, su armadura y su caballo.

Participó en la conquista de Almería que he narrado al principio. Culminada esta empresa, él mismo organizó la toma de Tortosa.  

Luego, con ayuda del Conde de Urgel y de los caballeros templarios, terminó de conquistar el valle del Ebro, haciéndose con Fraga y Lérida en 1149.

Como ya dijimos en la anterior entrega, contrajo matrimonio en Lérida, apenas un año después. Culminaba así la tarea que había dejado a medias el Batallador.  

Esponsales de Doña Petronila con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Claudio Lorenzale. Museo Diocesano de Barbastro-Monzón.

Las tropas andalusíes, que pactaron la rendición, emigraron al sur haciéndose con los territorios de Levante para protagonizar el devenir de nuestra historia durante casi un cuarto de siglo.

La muerte de Zafadola propició la vuelta al poder de Abd el Ramán Ben Iyad. Aunque en realidad, lo había tenido siempre.

Vamos a repasar su trayectoria haciendo hincapié en un detalle que no dejé claro anteriormente. Aunque mencionase a Abdelazid como señor de Valencia, el brazo ejecutor de la toma de Uryula y Mursya fue Ben Iyad, general emparentado con una importante familia de militares autóctonos, los Banu Mardanis, emigrados de Fraga cuando fue conquistada por los cristianos.

Desde la sublevación contra los almorávides, el poder efectivo lo tenían los generales andalusíes. Ben Iyad era el dueño de Valencia y el cadí Abdelazid no era más que una figura simbólica.

El cargo de cadí o juez, solía recaer en los personajes más respetados de las comunidades musulmanas. Por su prestigio, recurrían a ellos como gobernantes en momentos de crisis; pero eran tan sólo un juguete en manos del ejército.

Con estos antecedentes paso a resumir lo acontecido en el territorio de Sark Al Ándalus.

Controlada Valencia, Ben Iyad expulsó a la guarnición almorávide de Játiva; y llegó hasta Alicante.  

En Mursya, Ben Chafar se lanzó a liquidar lo que quedaba de los almorávides. Exterminó cruelmente a la guarnición africana de Uryula y colaboró con el valenciano cuando hizo lo propio en Játiva.

Acudir a Granada en ayuda de Zafadola le costó la vida. Al conocer su muerte, los murcianos auparon a otro personaje influyente y respetado, un miembro de la linajuda familia Banu Tahir. Pero éste aguantó en el poder apenas unas semanas.

El caudillo de Valencia, Ben Iyad, se instaló en Uryula y desde allí tomó Mursya sin necesidad de recurrir a la violencia. Luego se deshizo del Cadí Abdelaziz y, con el apoyo de los Banu Mardanis, tomó el control de Valencia y Mursya.

Pasó voluntariamente a segundo plano al someterse a Zafadola y a su propósito de crear un reino musulmán andalusí fuerte, independiente de cristianos y africanos. De esta forma Zafadola fue proclamado emir en Murcia.

El flamante emir, Abd Allah Ben Mardanis y el propio Ben Iyad fueron derrotados por los castellanos de la frontera como contamos en la última entrega; y sólo Ben Iyad escapó de milagro.

Muerto Zafadola, el viejo general decidió gobernar directamente proclamándose Emir, con Muhamad Ben Mardanix como lugarteniente.

Pero el Zegrí, aquel general enviado por Zafadola y expulsado por Ben Iyad, lo intentó de nuevo tomando Mursya al mando de un ejército de mercenarios cristianos. Decía actuar en nombre del emperador como heredero de Zafadola en su alianza con Castilla.

Si fue cierto, de poco le sirvió. Las tropas de Ben Iyad asaltaron la ciudad y le dieron muerte cuando huía por una de sus puertas.

Consolidado en el trono, el reinado de Ben Iyad duró casi dos años. Hasta que herido por una flecha, murió en el verano de 1147 tras varios días de agonía. 

La región se descompuso de nuevo. En Valencia tomó el control su lugarteniente Muhamad, el sobrino del fallecido general Abdala Ben Mardanix.

En este desbarajuste Uryula quedó en manos de un grupo de familias locales formando una especie de república islámica en la que el poder ejecutivo lo ostentaba un consejo de notables presididos por el Cadí.

Se llamaba Abú Said Abd el Ramán, un personaje de origen alicantino, poco ambicioso, querido y respetado en la ciudad por haber dirigido la oración de la mezquita aljama. Temeroso de acabar asesinado en esta vorágine, a los dos meses renunció irrevocablemente al cargo.

En Murcia confiaron el mando al gobernador de la plaza, otro militar llamado Abdul Hasan, pero cuando Ben Mardanix se dirigió hacia ella, salió a recibirle y le rindió homenaje como heredero de Ben Iyad.

El joven lugarteniente, que había permanecido en un discreto segundo plano, pasó de repente a ser el líder del Sharq Al-Ándalus: de Murcia, de Valencia y de algunos distritos orientales.

Muhamad ben Mardanix había llegado para quedarse. La leyenda del «rey lobo» había comenzado y de él hablaremos en la próxima entrega.

Programa 20.
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De Tudmir a Oriola XXI.

Separados temporalmente los reinos de Castilla y León y unidos los condados catalanes al de Aragón, el periodo almohade ha sido etiquetado como la Hispania de los Cinco reinos: Aragón, Castilla, León, Navarra y Portugal.

Pero durante un cuarto del siglo XII, es decir casi la mitad de la presencia almohade, hubo uno más; un paréntesis hispano entre almorávides y almohades.

Ninguneado por los cronistas cristianos y musulmanes, de las segundas taifas emergió un monarca singular, un personaje sin nada que envidiar al Cid Campeador: el rey lobo de Mursya y por supuesto, también de Uryula.

Muhammad Ben Mardanis nació en Peñíscola, en una familia hispana de añejo linaje afincada en la poderosa taifa de Zaragoza. Probablemente su origen tenga que ver con aquellos eslavos a los que el califato encargó las tareas militares; oficiales que se dispersaron por la península tras su descomposición.

La mayoría de los cronistas lo califican simplemente como un Muladí de origen mozárabe, cuyo apellido asocian a Martínez o Mardones.

Su padre era el gobernador de Medina Fraga cuando hincó la rodilla el invencible Batallador. Diez años después apareció en Valencia, junto a su tío Abd Allah, lugarteniente de Ben Iyad con el que estaban emparentados.

Ya contamos en la entre anterior que, desaparecidos ambos, Muhamad se hizo dueño de todo el Levante andalusí. Hombre corpulento de gran fuerza física, las crónicas resaltan su lujuria y el gusto por la buena vida, un producto de la refinada civilización andalusí.

Alternaba el árabe con las lenguas romances; gustaba vestir y aparejar su cabalgadura al uso de los cristianos.

Poco ortodoxo en la religión; pero defensor de la tradicional escuela Maliki, signo de identidad local frente a la intolerancia africana. Prudente, generoso, valiente, ambicioso, cruel…. Todos estos adjetivos caben en el personaje.

De su apodo Lope, surgió el Rey Lobo en las crónicas cristianas; el dictador que creó el reino de Mursya. Primero se ocupó de asegurar el territorio. Por el Norte pactó con Aragón y Castilla, pagando generosas parias.  

Para los reinos cristianos, Ben Mardanis era un colchón frente a la amenaza Almohade. Además nutrió sus ejércitos con mercenarios castellanos, aragoneses, navarros… hasta italianos y alemanes reclutó a base de oro.

Muy generoso con sus soldados, en sus ciudades creó barrios para sus mesnadas cristianas provistos de tabernas, en los que los oficiales vivían como príncipes y sus fiestas eran legendarias. Con estas tropas cristianas de élite controló el Sur, con Lorca como fortín. 

Para completar su ambicioso plan se anexionó un cordón de localidades estratégicas. Aseguradas sus fronteras y pacificado el territorio acogió grandes contingentes de población poniendo en marcha una moderna estructura económica.

Potenció la agricultura de regadío en el Segura creando acequias, acueductos, norias y toda clase de ingenios hídricos. En Uryula el sistema de riegos llegó a decenas de nuevas alquerías o núcleos rurales con acequias como la de Alquibla.

Una superficie de más de 40.000 tahúllas que gravitaba en torno la medina amurallada. Además de la triada mediterránea: cereal, vino y aceite, puso en marcha la industria de la seda, el papel y la cerámica.

Volcado en el comercio y la exportación autorizó el establecimiento de depósitos mercantiles europeos, especialmente genoveses. Sus agentes gozaban de salvoconductos por toda Europa; y para agilizar el tráfico mercantil, acuñó su propia moneda, los morabetinos lupinos de oro que circularon durante muchos años después de su muerte.

Dinar. Murcia. (1147-1172) o (541-566). Muhammad ibn Mardanís. «Rey Lobo».

También destacó como constructor de palacios, no así de mezquitas. Fortificó Mursya y sus alrededores. Para su recreo levanto su residencia en el Castillejo de Monteagudo, rodeado de grandes albercas y huertos, junto a su inexpugnable Castillo.

Nuestra Uryula, importante plaza en la ruta de Valencia a Cartagena, fue también reforzada. Cercana a la corte, en ella se instalaron muchos oligarcas dedicados a la agricultura.

La población se multiplicó y comenzó a poblar el otro lado del río, formando un arrabal en el camino de Cartagena, antecedente del de San Agustín.

En el asunto de edificaciones no está del todo claro cuales fueron del rey lobo y cuales debemos a los almohades; pero en ese periodo se reforzó el castillo, se construyó la torre Embergoñes, la muralla que sube por la calle torreta, las torres conservadas en el museo…

Todo este sistema era muy costoso y se mantenía exclusivamente de los impuestos recaudados a los ciudadanos andalusíes; fomentando el descontento y el crecimiento del partido almohade.

Los africanos entretenidos en el Magreb, en el centro y en el oeste de la península, habían sido solo una amenaza lejana y Ben Mardanis se permitió atacarles en sus plazas del sur.

Con ayuda de su suegro, el Señor de Segura, lanzó audaces incursiones contra los almohades, empleando como punta de lanza a las unidades militares cristianas. Conquistó Jaén, atacó Córdoba y Sevilla, asedió Granada….  

Controlado Marruecos, los almohades pusieron a trabajar sus astilleros navales, sus talleres de armamento. Compraron caballos, reclutaron tropas regulares y mercenarias.

Un impresionante ejército se trasladó a la península utilizando Gibraltar como cabeza de puente. Sus días estaban contados.

Incapaz de detener la marea almorávide, entre 1164 y 1165 perdió gran parte de su ejército y Lorca abrió sus puertas a los Almohades.

Desarticulado su dispositivo de defensa, todo se volvió contra él. Repudiada su esposa, su suegro se pasó a los almohades.  

Pedro Ruiz de Azagra se apropió de Albarracín y la convirtió en taifa cristiana.  

Aragón aprovechó que había dejado de pagar para darle el golpe de gracia invadiendo su reino por el norte.

Probó a someterse a Castilla, cediéndole plazas estratégicas, como Alcaraz. Pero no había remedio. Los africanos camparon a placer por la región asolando las indefensas aldeas y alquerías, talando la huerta y arrasando el Castillejo de Monteagudo.

Cuando entraron en Uryula, cortaron su comunicación con Valencia. Toda la región quedó bajo su control y su propio hermano entregó Valencia.

En 1171 seguía encerrado tras los muros de Medina Mursya con unos pocos mercenarios a los que apenas podía pagar y aún aguantó otro asalto. Hundido física y anímicamente, recomendó a su familia que pactasen con los almohades para conservar su posición y murió en su lecho, en la primavera de 1172. 

Los suyos entregaron el reino de Mursya a cambio de privilegios políticos y económicos y se integraron totalmente en el mundo almohade.

Sus hijas casaron con soberanos; su hijo consiguió también un buen matrimonio y mantuvo el poder en Mursya; su hermano continuó gobernando Valencia durante muchos años.

Tras aquellos pactos el Califa almohade entro a tambor batiente en Uryula y Mursya.

El reino del lobo estaba agotado y arrasado, recibiendo a los invasores con aclamaciones y júbilo. También hay constancia de que sus tropas acamparon cerca de Uryula y el califa hizo en su mezquita aljama la correspondiente plegaria por la victoria.

Os invitó a visitar los restos palaciegos en Monteagudo; y el conjunto monumental de San Juan de Dios de Murcia, donde está lo que queda del Alcázar mayor y parte de la muralla que lo custodiaba.

También un oratorio privado y el panteón real con nueve tumbas atribuidas a la familia del rey Lobo, aquel musulmán al que el papa citó como «El rey Lope, de gloriosa memoria».  

Dicen en los Alcázares que uno de sus edificios de recreo, un alcázar dio nombre a esa población costera.

Programa 21.
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