Apuntes para la historia del barrio de San Antón.
«San Sebastián fue francés
y San Roque peregrino,
y lo que tiene a los pies
San Antón es un cochino.»
En 1925, Julio López Maymon, deán de Cartagena en Murcia, publicó en prensa tres artículos dedicados al popular barrio de San Antón. La serie, subtitulada «rebusco tripartito», comenzaba así:
«Hace ya unos doscientos cincuenta años que Orihuela viene dedicando solemnidades religiosas y profanas a San Antonio Abad, austero cenobita que, con inspiración vigorosa, llevó a un memorable lienzo, el pincel ungido del maestro J. de Patinir.»
Empezando por la citada obra de Patinir, a lo largo del artículo encontraréis otras de la colección del Museo del Prado inspiradas en San Antonio Abad. Pinchando sobre cualquiera de ellas se accede a los cuadros con todo lujo de información y detalles.
¡Cuadro lleno de luz y de pintoresco interés, que en las almas oriolanas despierta aquella alborada risueña de la infancia! «El 17 de enero es el día consagrado por la tradición para que la Ciudad, jubilosa y piadosa a un tiempo mismo, afirme sus festivales en el agreste paraje solitario en el resto del año, de San Antón».
Si os parece, vamos a dar un repaso al proceso histórico que dio lugar a su formación.
La Partida de las Fuentes
En la segunda mitad del siglo XVI, más allá de la flamante puerta de Callosa, se estaba gestando lentamente una especie de nuevo arrabal “fora del Portal, damunt lo cami que va a la Font Cuberta de ves la penya del castell”.
En «la lladera de la serra de Oriolet» creció tímidamente a base de nuevas viviendas emplazadas a lo largo del camino real que daba acceso a Orihuela a través de la “Font Cuberta”, un paraje singular dotado de varias fuentes particulares y un conjunto de «fons de la ciutat al peu de la serra del castell».
La proximidad de los predicadores y la posibilidad de utilizar el agua de la sierra para regar y llenar las «balsas de cocer linos y cáñamo», atrajo a determinados pobladores con ciertas necesidades profesionales. Esta circunstancia comenzó a forjar una identidad propia marcada principalmente por el espacio físico.
El denominado azarbe de las Fuentes conducía las aguas residuales de dichas fuentes al Segura desde tiempo inmemorial. Hasta que los regantes consiguieron que se mudase el desagüe por un nuevo cauce que las llevaba al azarbe de Abanilla.
La obra, mal ejecutada, acabó en un fiasco de agua empantanada, un peligroso almarjal que obligó a prohibir temporalmente el uso de las balsas de cocer linos y cáñamos.
La reapertura del azarbe con las balsas clausuradas provocó el abandono de las tareas de limpieza y conservación; las famosas mondas. El almarjal tardó poco en extenderse de nuevo por la toda zona hasta convertirse en un «entorno pernicioso para la salud humana».
La cosa se puso todavía más fea en 1642, cuando fallecieron media docena de dominicos del vecino Colegio de Predicadores. Estudiado el problema, los expertos lo achacaron a las avenidas de la rambla de Benferri, agravadas por el abandono de las mondas del mencionado azarbe de las Fuentes durante varios años.
Sin actividad laboral, los propietarios preferían perder sus tierras, antes que hacerse cargo de una limpieza que resultaba más cara que hacer un cauce nuevo. Sin otra alternativa, el Consell se hizo cargo de la obra amparado en el beneficio público. Pero aquello solo fue un parche temporal. Durante la mortífera peste de 1648 la ciudad volvió a intervenir en la zona como medida profiláctica, desecando todos los almarjales.
Dos años después, un nuevo cauce de una media legua, abocaba las aguas de nuevo en el río. Las balsas volvieron a funcionar y, en 1651, se dictaron los estatutos ordenando que las mondas del nuevo azarbe se iniciasen todos los años a primeros de agosto.
Era sólo era una victoria temporal. La salubridad de la zona llevó a la ciudad de cabeza durante siglos. Si os interesa el tema, tratado puntualmente por Ojeda Nieto, David Bernabé Gil tiene un excelente trabajo monográfico sobre los almarjales que os dejo en la bibliografía.
La segunda mitad del siglo XVII fue crucial para la consolidación y desarrollo del nuevo barrio. Se cumplía un siglo desde que los dominicos se apropiaron de parte del camino real, sellando el Ravalete.
Con las aguas encauzadas mejoró notablemente la salubridad del paraje; y los nuevos aires del palmeral animaron al Cabildo de la Catedral para comprar una finca de recreo al pie de la sierra.
El Cabildo y la ermita de San Antonio Abad.
Montesinos afirma que en el siglo XVI ya había en esos terrenos una ermita dedicada a San Antonio Abad; cuando Orihuela pertenecía a la diócesis de Cartagena. Y que desapareció dos años antes de conseguir el Obispado. López Maymón, que tuvo la posibilidad de «rebuscar» en el archivo diocesano, no menciona esa primitiva fundación; pero dice lo siguiente:
«Desde remota antigüedad poseía el Cabildo Catedral por haberse desamortizado, el perímetro del terreno comprendido entre el Monte Oriolet y el Castillo. Aunque la fecha se ignora, se sabe fijamente, que en el término apuntado camino en arriba, partido de las Fuentes se edificó una casa; que andando el tiempo, y como veremos vino en ruinas, que han desaparecido sin que quede de ellas más vestigios que las notas escritas…»
Siguiendo con las notas del deán, en agosto de 1657, los canónigos compraron a Luis García Espejo, dos balsas con una casa y fuentes de agua viva; con sus tendedores y tierras incultas. La parcela estaba situada entre el monte Oriolet y el Castillo, en el camino en arriba, partido de las Fuentes. El notario fue Francisco Muñoz (1643-1674); y el precio fue de 300 libras.
En junio de 1660 decidieron aliñar la casa adquirida y buscar un inquilino dispuesto a habitarla, aunque fuese de balde. Pero era muy mal momento. La crisis demográfica producida por la peste había dejado demasiados solares libres en el casco urbano para fijarse en aquel paraje solitario. Alejado de la ciudad y rodeado de balsas para cocer el cáñamo, el barrio seguía sin ser especialmente atractivo.
En tiempos difíciles, de epidemias y plagas, la protección de un santo era fundamental para la mentalidad de la época. Si las enfermedades eran consideradas como castigos divinos; resultaba razonable buscar un intercesor cualificado; un santo taumaturgo de reconocido prestigio profiláctico. Por otro lado y como ya hemos dicho muchas veces, la erección de un edificio religioso aportaba prestigio y seguridad a la zona.
El 15 de enero del año de 1665, siendo obispo de Orihuela (1660-1665), el dominico Fray Acacio March de Velasco, el Cabildo de la Catedral dio licencia y permiso a Ginés Sánchez, alpargatero y a otros devotos, para edificar una Ermita en honor a Antonio Abad, santo eremita, taumaturgo y sanador; la advocación oportuna para el barrio.
En este caso Montesinos coincide con el deán. Además da los nombres de los primeros mayordomos, encargados de levantar el edificio:
«Ginés Sanches, Espardañer; Jayme Basques, ¿Algecer?; Juan Montesinos, Labrador; Juan Pérez, ¿Calero?; y Marcos Pérez, Labrador; todos vecinos de la presente Ciudad de Orihuela.»
A los canónigos les pareció bien la propuesta; y para tal menester les cedieron la casa y solar que tenían hacia el camino de arriba.
“Sin que sea visto con esto hacer daño en los extendedores de los “brinos” (fibras) de las balsas, ni en la casa y picaderos, aunque sea con los árboles que allí planten, y reservándose el Cabildo, la superintendencia, patronato y demás derechos que le compiten por ser dentro del término de la Parroquia”.
Ginés y compañía hicieron acto de obligación y reconocimiento, quedando la ermita superditada a la parroquia del Salvador. El 24 de mayo les concedieron permiso para postular limosnas. Las cantidades recogidas, destinadas a edificar la ermita, estaban controladas por el Racionero Sr. Roca.
Tenemos una nota de 1667, localizada por Ojeda Nieto, en la que Alonso Cebrían carretero de bueyes y Miguel Palomares, ambos de Oriola se comprometían a entregar a Ginés Sánchez, alpargatero, 150 carretadas de piedra para edificar la ermita de San Antonio Abad, que tiene a su cargo en la partida de las fuentes.
“Alonso Sebrian, carreter de bous y Miquel Palomares, de Oriola. Prometen y se obliguen donar y entregar a Gines Sanches espardener … e al que tendrá a carrech el fer y edificar la hermita del Sr. Sant Antoni Abat, que esta al pnt fabricant prop les fonts de la pnt Çiutat -150- carretades de pedra pera la dita fabrica de dita hermita.”
López Maymón sólo afirma que la primera misa del día de San Antonio Abad se cantó en enero de 1671. Montesinos acota la construcción entre los años 1666 y 1668; y la bendición el 15 de enero de ese mismo año. Según este cronista, la cosa fue más o menos así:
«Concluyeron la aseada, hermosa aunque mediana Hermita en 12 de Enero del año 1668, la cual bien adornada fue bendecida en 15 de los mismos por el Sr. Dr. D. Bartholome Fernandez, Cura de la Santa Iglesia Catedral con asistencia de muchos fieles devotos; a la noche siguiente, Víspera del Glorioso San Antonio, se iluminó toda la Hermita exterior e interior, hasta los vecinos árboles se colgaron de bombas (…) a la tarde hubo fiesta, Carrera de caballos, y a la noche iluminación y salidas de Fuegos artificiales. Fue nombrado Capellán por el Muy Ilustre Cabildo, para la custodia de esta Hermita D. Miguel Ruiz…»
Bendecida año arriba, año abajo, la obra no estaba ni mucho menos acabada. Además, al tiempo que la ermita, fabricaron junto a ella una vivienda para el ermitaño (o reformaron la vieja casa que venía en las escrituras). Llamado también santero, su tarea consistía en recoger las limosnas y dirigir las cuadrillas de mozos que, por Navidad, postulaban con el estandarte del santo por la ciudad, el campo y la huerta.
Otro dato que aporta Montesinos y omite López Maymón, es la solicitud del gremio de alpargateros, guiteros (cordeleros) y paleros, que tenían sede en el convento de la Trinidad, para hacerse cargo del cuidado del culto de la ermita y de la celebración de la fiesta. La nota la reprodujo «El Social», en enero de 1909:
«En 1671, el gremio de alpargateros, guiteros y paleros se estableció en la capilla de San Antonio Abad, con la obligación de celebrar la fiesta anual el 17 de Enero. De esta fecha data la celebración de la tradicional romería que tiene lugar todos los años el día del Santo, o el domingo inmediato, en las cercanías de la ermita de San Antón».
Siguiendo con las notas del deán, la construcción de casa y ermita se mantuvo muchos años. En 1682 se autorizó al Sacriste López Escobar para vender un cáliz a un platero; invirtiendo el producto en las obras de la ermita. El 4 de enero de 1683 destinaron a la obra otras 15 libras procedentes de las ventas de unas crismeras y un cáliz con pie de bronce (las crismeras las compró el obispo).
La ermita del «glorioso senct Antoni Abad», culminada a finales del XVII, creó la conciencia de barrio y le procuró el nombre que hoy conocemos: Barrio de San Antonio Abad; o sencillamente, San Antón.
Al ser considerada como capilla de la Iglesia Catedral, sin perjuicio de la jurisdicción ordinaria, el Cabildo quedó al cuidado de que no faltase el culto al Santo; nombrando los ministros necesarios para controlar la actuación de los mayordomos y del santero, encargado del mantenimiento y administración del edificio.
A principios del siglo XVIII ya se predicaba en la ermita con la solemnidad adecuada; y los obispos de Orihuela, antes de hacer su entrada oficial en la ciudad, descansaban en la casa anexa a la ermita. Montesinos documenta esta costumbre ya en el siglo XVII:
«Cabildo, 4 de noviembre de 1666. Decreverunt: Que los gastos que estarán así en los coches, lo que se dona a los cocheros, como lo que será menester para adornar la casa de las Fonts y fer el altar en la Portanova pera el día de la Entrada del Señor Bisbe, lo pague la Mayordomía.»
La fecha se corresponde con la llegada del obispo José Berges (1666-1678), el sucesor del que había autorizado la fundación de la ermita. López Maymón, contando cómo el Cabildo designaba a los suyos para recibir al nuevo obispo en la casa de San Antón, ofrece un listado de los canónigos receptores con su correspondiente prelado. Su lista empieza en el año 1714:
«En 9 de Agosto de 1714, los canónigos Ruiz y Villafranca para el obispo don José de Espejo y Cisneros; en 28 de Febrero de 1718, al mencionado Ruiz para el Obispo Rodríguez de Castelblanco; en 7 de Julio de 1738, al sacrista Ordoñez Villaquirant (futuro marqués de Arneva) para el Obispo Gómez de Terán; en 19 Abril de 1761, a Monecal para el Obispo don Pedro Albornoz y Tapia; en 14 de Septiembre de 1767, a Santa Cruz y Vélez para el Obispo don José Tormo; en 22 de Marzo 1792, al canónigo Balaguer para el Obispo Despuig Dameto; y así sucesivamente hasta nuestros días».
Crónica del nuevo obispo en San Antón.
En este apartado me limitaré a transcribir la crónica de la llegada de Ramón Plaza Blanco, publicada en «El obrero» el 18 de noviembre de 1913. Ilustrándola con fotografías de prelados posteriores.
«Por la tarde, por el camino que conduce a la ermita de San Antón se hace difícil el paso; pues la aglomeración de gente es enorme y el número de almas incalculable».
«A las tres y media llegó el Ilustrísimo Sr. obispo a la citada ermita en automóvil, acompañado por varios canónigos de la Catedral. Le recibieron el Ayuntamiento y otros canónigos, encargándose de darle la bienvenida el magistral de la Catedral, quien con párrafos elocuentes, elogió la conducta del nuevo prelado. En la ermita recibió a algunas personas.»
«A las tres y cincuenta minutos se dispuso que partiera la comitiva para Orihuela y al salir el Sr. obispo por la puerta de la casa del cura de la ermita, el fotógrafo rogó a S.I. que se detuviera un poco, para hacer funcionar su aparato».
«Acto seguido se organizó el cortejo en esta forma: Rompía la marcha la banda municipal de esta Ciudad, detrás los cuatros maceros del Ayuntamiento, de gala y montados a caballos; seguidamente, el Iltmo. Señor Obispo montado en una mula, dándole escolta montados a caballo los concejales de este Ayuntamiento.»
«Detrás en carruaje, el diputado por este distrito, Sr Ruiz Valarino, el Alcalde accidental y varios Concejales en carruaje; y una multitud enorme de gente que aclamaba al nuevo prelado; a lo cual contestaba el obispo con bendiciones.»
San Antonio Abad y los antonianos.
Dice el deán que, en enero de 1728, surgieron las primeras pendencias y discusiones entre los mayordomos de San Antón; y que el Cabildo designó al canónigo Juan Timor (el que tiene la calle frente a la plaza de la Anunciación) para que pusiera orden; siendo este el primer nombramiento oficial de un canónigo con carácter de comisario.
En 8 de marzo del año del Señor de 1734, el canónigo Maestre leyó al Cabildo un memorial del Abad del convento de San Antonio Abad de Valencia, solicitando permiso para fundar una cocina de su orden en la ermita de San Antón de Orihuela.
La orden de San Antonio Abad, instalada extramuros de la ciudad desde el siglo XIV, era muy popular entre los valencianos. Su condición de hospitalarios los hacía óptimos para regentar un establecimiento en el camino de Orihuela; cuidando al mismo tiempo de la ermita. Pero si hacemos caso a Montesinos, el Cabildo se resistió cuanto pudo a la ocupación.
«8 de Enero de 1735; Decreverunt: Que cometan a los Señores Chambre y Arcediano, y que vean cómo componer el que los Religiosos de San Antonio Abad, no se entrometan ni ocupen la Hermita de esta Ciudad.»
Añade el famoso cronista, que los padres de Valencia tuvieron que entrar en litigio y que el obispo, amante de la paz y opuesto a pleitos, les amparó en la posesión de la ermita. López Maymón zanja el tema de la forma más sencilla, afirmando que el Cabildo consultó con el obispo José Flores Osorio (1728-1738), y la respuesta fue favorable.
Sea como fuere, en 1736, los Padres Antonianos de Valencia montaron uno de sus establecimientos en la casa contigua a la ermita, a cosa de medio cuarto de legua de Oriola, en las faldas del monte Oriolet. Joseph Montesinos les dedica un capítulo que «refiere en él la ilustre fundación del Heremitorio Hospicio de San Antonio Abad, de Religiosos Hospitalarios del Fuego-Sacro, que magestuoso resplandecía extramuros de Orihuela.»
El citado capítulo es muy extenso; pero como es habitual en Montesinos, hay que escarbar mucha paja para obtener algún dato sustancioso. Por desgracia, y a decir de López Maymón, hay poca información documental de su estancia en Orihuela.
La Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, también conocidos como Antonianos, se fundó en la Edad Media para cuidar a los que sufrían el llamado “fuego sacro”.
El también llamado “fuego de San Antonio” producía fiebres muy altas, alucinaciones, epilepsia y necrosis de las extremidades. Esta enfermedad solía atacar a los pobres que comían pan elaborado con harina de centeno almacenado en malas condiciones y contaminado con un hongo llamado cornezuelo. Los síntomas se asociaron a las alucinaciones que sufrió el santo cuando era tentado por el demonio en el desierto.
San Antonio Abad se representa habitualmente como un anciano barbudo con un cerdo a los pies. El significado del animal que le acompaña se ha tergiversado con el paso del tiempo. Considerado animal impuro por las tres religiones monoteístas, un cerdo a los pies del santo representaba su triunfo sobre la impureza y sobre la carne.
Indultado por los cristianos, el cerdo terminó siendo el animal que se mataba públicamente en una sangrienta fiesta a la que se invitaba a todos los vecinos para demostrarles (a ellos y al inquisidor de turno) que en la familia no habían moros ni judíos.
Pero no cambiemos de tema. Fundada la orden de los Antonianos, la Tau, el cerdo, los Evangelios, el fuego y las campanillas quedaron fijados como símbolos de Antonio Abad, el santo sanador y protector del ganado.
Instalados en el camino de Santiago, la hermandad hospitalaria ganó fama entre los enfermos del «fuego sacro o de San Antón», que acudían en peregrinación obteniendo gran porcentaje de curas.
Exceptuando los casos graves, en los que los antonianos amputaban los miembros necrosados, la explicación del prodigio es bastante sencilla: después de la larga caminata depuradora sin probar harina contaminada, el enfermo peregrino recibía una alimentación sana, buen pan, vino y alguna carne de cerdo. Caminata de vuelta y a casa como una rosa.
Según López Maymón, no hay constancia de la fecha exacta de su llegada a Orihuela; pero a principios de 1737 el cabildo certificó tener ocupada la ermita y su territorio por la comunidad religiosa de frailes legos o ermitaños de San Antonio Abad. Y en octubre de ese mismo año se concretó la escritura con el abad de Valencia.
Montesinos es más preciso, situando la llegada el 7 de diciembre de 1736. En dicho día, llegaron de Valencia tres frailes ejemplares de conocido celo y virtud religiosa, tomando posesión del eremitorio y hospicio con las advocaciones de San Antonio Abad y Santa Bárbara, Virgen y Mártir (no sé si tendrá relación con la vecina fábrica de tratamiento de salitre para la obtención de pólvora).
A esta reducida plantilla se unieron tres religiosos legos y un cura encargado de confesar y predicar. Instalados los antonianos en su nuevo hospicio, ampliaron la obra. He hecho un resumen con la larga descripción de Montesinos, excluyendo la iglesia con todas sus alhajas y ornamentos.
El eremitorio y hospicio de San Antonio Abad, estaba en el Paseo de las Alamedas de San Antón; o de la fuentes blandas, «llamadas así por la benignidad de sus pocas aguas frías en verano, y calientes en el invierno, en tanto grado, que arrojan de sí humo espeso”. Alrededor de la ermita sólo habían plantaciones, el salitre antes mencionado y las pocas casas que llamaban el Nuevo Barrio de San Antón.
Para acceder a la ermita se subía a una plazuela de sesenta y ocho palmos, a través de doce escalones de piedra negra jabalina. En dicha plazuela, adornada con palmeras, se encontraba el Hospicio a la izquierda y la Iglesia a la derecha, en su mismo piso. Y se subía a la portería por seis escalones de piedra negra.
Todo el frontis exterior era muy blanco y hermoso, con un primoroso «relax de Sol». La portería era aseada, con sus poyos y dos magníficos aljibes que, una vez llenos, podían abastecer la casa por dos años. Contaban con sala de profundis, refectorio, cocina, despensa, balcón de hierro, alcobas, salas de estudio, granero y bodega. Más un parador con cuadras, caballerizas, gallinero, palomar, cochineras y conejeras.
El deán solo añade que las relaciones entre frailes y canónigos fueron cordiales y que en abril de 1752, el superior se llamaba Fray José Berenguer, personaje dibujado por Montesinos en su obra.
Entre las limosnas en especie que buscaban la protección del santo, una de las más rentables para los antonianos eran los cerditos. Donados por los fieles, les cortaban el rabo, las orejas, y les colgaban una campanilla al cuello para ser fácilmente identificados. Convertidos de esta guisa en «cerdos de San Antón», los soltaban para que la Providencia (léase los sufridos vecinos) se encargase de su alimentación.
Una vez engordados podían venderlos, sacrificarlos para obtener la carne, o la opción más rentable: sortearlos el día de la fiesta.
Para el comedido Montesinos, muy respetuoso en el tratamiento a los religiosos, los frailes valencianos abusaban de la buena fe de los vecinos de San Antón, recaudando muchas limosnas en el barrio oriolano que acababan en las arcas de «la casa grande de San Antonio», en Valencia.
«Se sorteaba a las seis de la tarde un “serdo gordo y grande”, del valor de unos 25 o 30 pesos; del que sacarían sobre 200 (…) Los cerdos que ellos llamaban de San Antón, llevaban cortadas las orejas y el rabo por divisa; en esto tenían una ganancia soberbia, pues los criaban sin costarles un maravedí, a costa de los innumerables daños que causaban en las haciendas de los vecinos; y porque eran de los frailes, habían de callar. Lo cierto es que era una de las mayores estafas que se han visto en estos tiempos.»
Siendo obispo Joseph Tormo, tras casi medio siglo en Orihuela, los antonianos dejaron la ermita y la casa de San Antón. Su orden quedó extinguida por bula papal de Pío VI, el 24 de agosto de 1787, a instancias del rey Carlos III.
«Deberán reunirse en pocas casas los Sacerdotes en forma de Comunidad bajo la autoridad del Ordinario con la facultad de hacer tránsito a otra Orden el que quisiere, quedando los Legos en plena libertad de tomar el estado conveniente; acudiendo a dichos religiosos en estas comunidades reunidas con el vestido, sustento y demás necesario, cumpliendo los Sacerdotes las cargas de las fundaciones mientras permanecen en las casas como sacerdotes seculares, sin otra insignias externa de su Orden…»
El establecimiento volvió a manos del Cabildo; y el santero o ermitaño, a la casa contigua. Como recuerdo, quedó el curioso sistema de financiación de los antonianos, antecedente de la famosa rifa que, según López Maymón, se viene celebrando en beneficio de la ermita desde 1840 hasta hoy.
A principios de 1792, ya de vuelta a su función de simple ermita, el Cabildo detectó algunas deficiencias en la administración de las limosnas por parte del santero; y creó el nuevo oficio de superintendente; un canónigo elegido para inspeccionar, administrar y cuidar todo lo referente a la ermita de San Antonio Abad.
El propio Cabildo se preocupó de mantenerla con decencia, costeando algunas reparaciones; como la que tuvo lugar en 1793 por importe de 46 libras y 4 sueldos. También se encargaron de que a los vecinos no les faltase la misa todos los domingos y días festivos.
La última noticia aportada por el deán referente al siglo XVIII es el nombramiento del capellán de la ermita en 1797: el religioso Fray Vicente Sancho.
El fuerte de San Fernando y la Q.B.
En los diferentes planos confeccionados durante la Guerra de la Independencia a principios del siglo XIX, se nombra de diferentes formas un mismo baluarte: “Batería de Fernando VII”, “Batería de San Fernando y finca de parapeto que apoya en la montaña”, “Batería avanzada en la punta de la saeta para defender las avenidas del Camino de Valencia y el de Callosa”.
También se menciona otra muy cercana, en el “Palomaret”, dominándola en altura. Es la que está en la peña, sobre el patio de Santo Domingo, con un Sagrado Corazón en la actualidad.
En el «Plan de Fortificación de la Ciudad de Orihuela y su Castillo», de 1811, obra de Antonio Benavides, brigadier del III Ejército acuartelado en Orihuela, se detalla la cortina defensiva entre San Fernando y la Sierra; protegiendo la posible retirada de San Antón y ofendiendo más de cerca al enemigo si intentaba pasar por los puestos del Oriolet. Tanto preparativo no sirvió de nada. Los franceses se marcharon sin que la guerra llegase a Orihuela.
En el verano de 1848, casi cuatro décadas después de su construcción, el Ayuntamiento estudiaba la forma de conservar la Batería o Fuerte de San Fernando; próxima al paraje de San Antón, en la barrera del Colegio. Pretendían evitar la lenta demolición que estaba sufriendo utilizada como estercolero.
Los munícipes tuvieron en cuenta los muchos gastos que podría ocasionar su reparación, dado el estado en que se encontraba. Pero deseaban conservarlo como “memoria del entusiasmo de este Pueblo en la Guerra de la Independencia, cuando se construyó”. Picados en el amor patrio, acordaron poner todos los medios necesarios para su reparación; ya fuese por cuenta del común, o cediéndola a cualquier propietario que se comprometiese a rehabilitar el histórico edificio. Un brindis al sol.
En la primera mitad del siglo XIX, el palmeral seguía ocupado por varias fincas dedicadas a la explotación agrícola y a la industria del cáñamo. Dos siglos después, las balsas de cocer seguían molestando a la población.
Para obtener la fibra, el cáñamo necesitaba “fermentar” sumergido en agua. Las balsas se llenaban por la mitad; y para evitar que flotase la planta, colocaban encima pesadas piedras. El agua estancada seguía siendo foco de mosquitos y enfermedades.
El Ayuntamiento prohibió primero la cocción en balsas durante los meses de verano. También exigió que los vertidos de su vaciado no acabasen en los acueductos de los que se tomaba agua para beber.
En agosto de 1848, se estudió la posibilidad de comprar las balsas por:
“Los perjuicios que ocasionan a la salud pública y los grandes beneficios que resultarían al vecindario (inutilizadas), aprovechando las aguas en baños a que por su virtudes pueden ser aplicables, formar un lavadero bastante capaz y cómodo para todas las estaciones y por ultimo distribuyendolas en el riego de las tierras del partido del Escorratel que tan escasa se halla por la altura, pudiendo enajenarse su dotación entre los dueños de aquellas y lo cual rendiría necesariamente recursos suficientes para reintegrar los desembolsos que ocasione su adquisición y aumentando anualmente los fondos comunes.
En febrero de 1854, el Fuerte de San Fernando estaba completamente arruinado y las aguas de su foso estaban estancadas con riesgo de corromperse. Como suele pasar en este pueblo, seis años después de prometer su restauración a toda costa, el edificio estaba en estado terminal.
En el verano de 1859, el flamante obispo Pedro María Cubero, decidió construir a sus propias expensas unos lavaderos públicos situados en terreno de aprovechamiento común, en el Barrio de San Antón.
«Al haberse ausentado muchas personas acomodadas por temor del cólera morbo que nos aflige… Que para remediar este mal y deseoso de la mejora material de esta Ciudad había creído conveniente construir a sus propias expensas una fábrica que cubra los lavaderos públicos situados en terreno de aprovechamiento común en el Barrio de S. Antón».
Al año siguiente, apoyado por los regantes del Escorratel, compró tierras y seis balsas de maceración para ser destruidas; utilizando las aguas para riegos, lavaderos y baños. La finca, una de las que componían el palmeral pasó a llamarse La QB (de Cubero). Nombre rotulado en la fachada de su famosa casa de labor construida en la década de 1860.
En 1868, el prelado ofreció mejorar y ensanchar la zona de acceso cediendo terreno junto al lavadero. El maestro municipal, Manuel García, acompañado de la comisión de Ornato, marcó la línea de casas existentes en la parte opuesta, dejando una calle de nueve metros con ochenta centímetros para facilitar el tránsito, aún en días de gran concurrencia.
En cuanto al fuerte, el Ayuntamiento adoptó la solución de siempre: sin fondos para la reconstrucción, aprobaron demolerlo y utilizar sus escombros para rellenar el foso; dejando la explanada que antiguamente había. Los escombros restantes, pagarían los gastos de demolición.
Por motivos que desconozco el acuerdo no se llevó a cabo; pues a comienzos de 1873, Atanasio García Cubero, sobrino del obispo, se quejaba del espolón que formaba el baluarte, obstruyendo el paso en el camino a la ermita de San Antón. Solicitaba demolerlo, visto su mal estado, y utilizar la piedra obtenida (seguramente para mejorar el edificio de la Q.B.).
En 1880 el Fuerte de San Fernando, contiguo a la pared del huerto de los dominicos, fue demolido. El obispo Cubero falleció un año después, quedando la propiedad de la Q.B. en manos de su sobrino, Atanasio García Cubero, quien ya la administraba anteriormente.
En cuanto a los terrenos resultantes del derribo del fuerte, pasaron a una nueva sociedad, formalizada en 1893 con el nombre de “La Luz”. Era el emplazamiento que buscaban para instalar sus generadores, alimentados por combustible. Atanasio, alcalde por esas fechas, apalabró el solar por 7000 pesetas con el presidente de la mercantil, Diego Roca de Togores.
En abril de 1894, las notas municipales dejan constancia de que la fábrica de la luz estaba ya instalada en el sitio de la Batería de San Fernando, en San Antón. Cumplida esta función, fue donado gratuitamente al Ayuntamiento en noviembre de 1927, por la sociedad Eléctrica Wandosell. Para saber más de la fábrica de la luz, pinchad la siguiente imagen.
La primera intención municipal, fue convertirlo en Cuartel de la Guardia Civil; pero no hubo fondos. Acabada la Guerra Civil, pasó por las manos de las monjas dominicas en una permuta municipal. Luego se convirtió en la fábrica de insecticidas QUISA (Química Insecticida Sociedad Anónima).
Su última función, mucho más lúdica, fue albergar la discoteca “Momentos” tras una profunda reforma. Demolida en los años noventa, el terreno fue absorbido por el vecino colegio en una polémica cesión municipal.
En cuanto a la finca de Cubero, con su impresionante edificio historicista, en el verano de 1898 se anunciaba como baños públicos en la prensa local:
«Nuestro respetable amigo y suscriptor D. Atanasio García Cubero, ha instalado en su finca, la Q B, situada frente a la fábrica de la luz eléctrica, un establecimiento balneario que reúne inmejorables condiciones, según verán nuestros lectores en el anuncio.»
«BAÑOS DE LA Q B. Quedarán abiertos al público desde el día 1° de julio del presente año 1898 en la finca «La Q. B.» con las aguas alumbradas por el renombrado médico D. Carlos Bianchi, en el rincón de San Antón, a los precios siguientes:
Un baño en balsa de familia y pequeña, 0,75 cénts; por abono de nueve, 6 pesetas. Un baño y ducha 1’25; por abono de nueve 10 pesetas. Los baños medicinales pagarán además lo que cuesten los ingredientes que se empleen. No se darán ninguna clase de ducha ni prepararán baños medicinales sin previa autorización de un facultativo. Los baños estarán abiertos desde la salida del sol hasta las diez de la noche. No se dará ningún baño sin la entrega del billete, que se expenderán Hostales 30 y en la finca «La Q. B.». El establecimiento pondrá carruaje a domicilio a 0’25 cénts., por asiento, ida y vuelta.»
También albergó una fábrica de cáñamo como podemos comprobar en el siguiente anuncio. Después de la Guerra Civil, la Q.B. pertenecía a Carolina García Murphy, hija de Atanasio.
Gracias a la escritura sabemos que la Q. B. estaba compuesta por treinta y seis tahúllas de tierra en blanco «aguirnaldadas» con palmeras. Con casa, cuadra, balsa de cocer cáñamo, noria, casilla, salón dedicado al baño y un lavadero, que por aquellas fechas ya estaba semirruinoso.
Contaba con riego del Azarbe de las Fuentes, por medio de acenia y aprovechamiento del agua que nacía de un manantial situado en media tahúlla que lindaba con la sierra, en el camino de San Antón, cerca de la tapia del colegio que fue convento de dominicos.
Demolido el edificio y convertido el solar en plaza de la QB, en marzo de 1987 se colocó un busto fundido en bronce conmemorando el 45 aniversario de la muerte de Miguel Hernández.
Dos apuntes más del siglo XIX: En 1878, el Ayuntamiento estudiaba plantar una alameda en San Antón, buscando el sitio más adecuado para llevarla a cabo y poder hacer en ella el mercado de ganado.
En septiembre de 1890, una sociedad murciana adquirió el molino de vapor sito en el paseo de San Antón. Comenzaron moliendo pimentón; pero la sociedad, dotada de gran capital como sucursal de una fábrica establecida en Murcia, se proponía surtir de harinas a toda Orihuela y a los pueblos de la Vega. José Luciano Botá, en representación de León Marín Baldó (vecino de Murcia) solicitó construir en terreno de su propiedad, junto al citado molino, un pabellón adosado de planta baja y un piso; con fachada lateral en dirección al muro de cerramiento del huerto de Santo Domingo.
El Balneario de San Antón.
El Diario de Murcia. 25 de julio 1901: Los baños de San Antón, / merced a sus propietarios, / ¡qué saludables que son! / Baños más extraordinarios, / no los hay, ni en el Cantón. / Su agua de color verdoso / semejante a la del mar, / cura el estado morboso / y la secreción biliar, /de un modo maravilloso. / También cura el herpetismo, / dispepsia, catarro crónico, / la diarrea, el reumatismo / y hasta el baile de San Mónico / o San Vito, que es lo mismo.
Para poder formarse una idea concreta de la virtud que poseen estas aguas, con aplicación a la acción terapéutica, basta leer el resultado del análisis practicado por los famosos químicos Sres. D. Manuel Ríos de la Pedraja y D. José María Sarget, los cuales clasifican dichas aguas, de acidulo-salinas, conteniendo en alto grado, sulfatos de cal, sosa y magnesia, carbonato de cal y ácido carbónico, cuyas sales, van disueltas en las aguas, sin alterar su limpidez y diafanidad, a beneficio del exceso de dicho ácido carbónico; pudiendo comprobarse su existencia por medio de la evaporación en vasijas en las que quedan por precipitación, grandes depósitos de dichas sales.
Los propietarios del establecimiento balneario a que nos referimos, no han omitido por su parte gasto ni sacrificio alguno para llegar a conseguir, como hoy lo han hecho, que aquel, resulte uno de los mejores en su clase digno de ser visitado por cuantas personas apetezcan comodidad, aseo y limpieza, sí que también por aquellas que padezcan cualquiera afección de la piel aun de las más rebeldes a todo tratamiento médico.
La tarita de precios vigente en el balneario, no puede ser más accesible y económica para todas las clases de la sociedad. Se facilita a los bañistas, carruajes propiedad de los dueños de los baños, para ir a todas las horas del día.
«Al salir de Orihuela por la antigua puerta de Santo Domingo, dejando a la izquierda el monumental edificio que fue Universidad, se entra, doblando a la izquierda, en la carretera, de Alicante, que bordea en unos doscientos metros el antiguo fuerte de San Fernando, a cuyo final, girando otra vez a la izquierda, por delante de la fábrica de electricidad «La Luz», se llega a la calle única de la barriada de San Antón, doblada en ángulo recto, cuyo vértice mira al Suroeste, y cuyos lados, el más corto es de 70 metros y el más largo de unos doscientos metros hasta la ermita de San Antón, se extienden por delante y a unos 6 u 8 metros de la sierra del Castillo, levantándose entre ésta y este lado del ángulo que forma la calle, principal y como al medio de la misma, el edificio de los Baños de San Antón, con una distancia total de Orihuela de 350 metros».
«Esta situación tan ventajosa del rico venero de las aguas minero-medicinales proporciona al establecimiento fresca y amplia sombra que le da la sierra del castillo, situada a su espalda, desde las primeras horas de la tarde en el estío, estación en la que casi siempre reina la suave brisa del Levante. Por estas razones el camino de los baños conviértese en paseo todas las tardes, por resultar un agradable sitio de recreo el «Balneario» separado de la carretera de Alicante por extensos bosques de palmeras».
El texto anterior es obra del médico y escritor Justo Lafuente Esquer. Forma parte de un lujoso panfleto publicitario del balneario de San Antón, un establecimiento que revolucionó el barrio durante varios años.
Al mismo tiempo que Atanasio García abría los baños de la Q. B., los hermanos Antonio y Alberto Iborra Martínez proyectaban algo más ambicioso: un auténtico y moderno balneario de aguas medicinales.
La primera noticia de carácter municipal data del verano de 1899, cuando solicitaron al Ayuntamiento utilizar unos terrenos del común en San Antón, junto a los Baños de Hombres. Pretendían plantar unos eucaliptos a dos metros de la fachada.
«Lindando con el edificio que han construido en la Barriada de S. Antón para balneario, existe un trozo de terreno de unos setenta metros de largo por doce de ancho, al parecer, perteneciente al común de los vecinos (…) en cuyos terrenos se depositan inmundicias y materias orgánicas en descomposición que producen malos olores de que se resienta la salud pública, ofreciendo además a la vista del espectador un aspecto repugnante; y con el objeto de hacer desaparecer aquel foco de infección y hermosear en lo posible tan ameno sitio y a fin de evitar que en lo sucesivo se depositen aquellas inmundicias solicitan de la Exma. Corporación se sirva concederles a perpetuidad el mencionado trozo de terreno para llevar a efecto la mejora que tratan de realizar en aquel sitio.»
La comisión de ornato recomendó la cesión. Consideraban la obra digna de elogio. En su informe explican que los hermanos Iborra quieren hacer un muro para cercar el terreno solicitado y convertirlo en un paseo dotado de eucaliptos y otros árboles,«para solaz y esparcimiento del público en general y de los bañistas en particular.» En la transformación de la parcela eliminaron también dos pequeñas balsas para curtir pieles.
Como ya he dicho, el proyecto era más ambicioso que unos simples baños. El concepto balneario era una notable innovación con fines curativos y profilácticos. El avance de los análisis químicos en el siglo XIX permitía conocer la composición de las aguas y, según sus características, recomendarlas para los problemas respiratorios, reumatismos, molestias gastrointestinales, enfermedades venéreas, afecciones de la piel…
«El Oriol», mayo de 1900: «Adelantan los trabajos que los hermanos Sres. Iborra están haciendo en el balneario de San Antón. Consisten estos en una amplia galería que de acceso a un baño-piscina para señoras. Es de aplaudir el empeño en que por servir a su numerosa clientela, muestran dichos señores. Mucha suerte.»
Para ayudar en el proyecto de mejora del barrio, el Ayuntamiento enviaba las ruinas de los derribos que se producían en la ciudad al camino de San Antón; pasando posteriormente «el rulo municipal». A los vecinos les pareció muy bien esta disposición; pero pidieron que la ruina no cayese dentro de sus propiedades, linderas con el camino, pues les causaba graves daños.
«El Oriol, agosto de 1900: «El balneario de San Antón se ve cada vez más concurrido y los triunfos de sus aguas en las afecciones de la piel y reumatismos son cada día más patentes. Enhorabuena a los propietarios, Sres. Iborra Hermanos.»
«La Comarca», agosto de 1903: «Cada día aumenta el número de bañistas que acuden a probar los beneficios de las salutíferas aguas del balneario de San Antón. Dada la proximidad de dicho establecimiento, y de lo agradable que por aquellos sitios se hace un paseo, éste sigue concurridísimo por las tardes. De los pueblos cercanos acuden sin número de carruajes conduciendo bañistas.»
El balneario como tratamiento médico dio paso al baño como práctica de ocio en verano por puro placer. Los Iborra jugaban con los dos palos; aunque el asunto medicinal siempre fue el principal aliciente. Estas noticias publicitarias son todas de de 1904:
«Los Sres. Iborra han instalado tinas especiales destinadas únicamente para los señores que quieran bañarse por recreo, estando aparte las que utilizan los enfermos. Esta medida ha de resultarles muy beneficiosa.»
«Nuestros estimados amigos los señores Iborra, dueños del balneario de San Antón, no omiten gasto ni sacrificio de ninguna clase para dar todo género de facilidades y beneficios al público que favorece diariamente su bien montado establecimiento. Dichas ventajas consisten en la rebaja que han hecho en la tarifa de precios de los baños de pila, ducha, balsa y demás servicios, lo cual hará que aumente el número de bañistas.»
«Desde el día 1º del presente mes de abril se halla abierto al público el establecimiento balneario de S. Antón de los señores Iborra hermanos. En el poco tiempo que se hallan funcionando en esta temporada estos baños, ya han realizado sus aguas tres curas maravillosas. Tres pacientes que sufrían enfermedades secretas y a los que prescribieron las antedichas aguas los facultativos D. Pedro Villalba, de Murcia, y D. Francisco Giménez, de Santomera, han marchado a sus respectivos pueblos completamente buenos.»
San Antón se había puesto de moda y la prensa no paraba de elogiar y publicitar el balneario como si se tratase de un fenómeno internacional.
«Indolentemente reclinado sobre la falda de la sierra en la que asoman sus negras bocas abandonadas minas, hállase el establecimiento balneario de aguas medicinales de S. Antón. La Naturaleza, parece que colocó expresamente en aquel sitió pintoresco, el manantial de agua curativa, para que los pacientes a la vez que con ellas encuentran la salud del cuerpo, recreen la vista con las delicias del paisaje y absortos en su contemplación, olviden por un momento sus dolores.»
«Enfrente del establecimiento y al otro lado de la carretera que hay junto a la puerta, se extiende un espeso palmeral cercado. Los vientos suaves imprimen movimientos ondulantes y voluptuosos a las verdes palmas. A la izquierda y sobre una eminencia breve y respaldada por la sierra, levántase la pequeña pero blanca ermita de S. Antón.»
«A la derecha, la prolongación de la carretera que a la ciudad conduce orillada de modestas casitas y al extremo de ellas, el edificio fábrica de luz eléctrica con su chimenea en cuya boca asoma negro penacho de humo, en la hora de encender las enormes calderas. A la espalda, la montaña que semeja ciclópea pantalla que mitiga los ardores del sol de julio. A la puerta del balneario, numerosos agüistas de ambos sexos, charlan de todo, en tanto esperan se desocupe la marmórea pila en donde han de bañarse, o la ducha, o el vaporario, que han de utilizar.»
«Y este grupo, a medida que la tarde va declinando, aumenta con nuevos bañistas que llegan en numerosos carruajes o a pie, polvorientos y sudorosos, con la piel lustrosa por la transpiración, pero que al breve rato salen de los espaciosos cuartos donde se dan la ablución cotidiana, remozados, confortados y refrescados.»
«Como la nombrada curativa de aquellas aguas ha corrido en alas de la fama en vertiginosa carrera, toda la península Ibérica, y el extranjero, no es extraño, escuchar pronunciación catalana, gallega, andaluza, vascongada, valenciana etc.»
«Entre los que frecuentan el establecimiento sí que también se oye alguno que otro extranjero que chapurrea nuestro idioma para expresar en él sus ideas, y es de notar, que cuantos visitan esos baños, y toman sus aguas, a los pocos días se deshacen en elogios de sus propiedades medicinales y de la rapidez con que sienten aliviarse sus dolencias los que las sufren. Dice el refrán, que cada uno habla de la feria, según le va en ella, pero a los que toman las aguas de los baños de San Antón, a todos les va bien, y bien hablan de ellos cuantos la prueban.»
«Como que además de la virtud de curar, la temperatura del agua de los baños de los señores Iborra hermanos, tal y como sale del abundante manantial, es agradabilísima en la actual estación, son numerosísimas las personas que concurren a tomar baños de placer y en este concepto, aún resulta más agradable el estar en aquel ameno lugar, porque los encantos de la naturaleza, son realzados y en no pocas ocasiones eclipsados por la belleza de nuestras paisanas.»
«Los baños de San Antón, serán con el tiempo a no dudarlo, (y ya empiezan a serlo) un elemento de riqueza para Orihuela; por eso los oriolanos debemos de mirarlos con atención y cariño y procurar en cuanto sea posible y esté de nuestra parte ayudar a sus propietarios, para que los constantes sacrificios que realizan no sean (que no lo serán) infructuosos y pueda esta ciudad llegar a ser una estación balnearia, como las más importantes de España, ya que para ello se cuenta con los necesarios elementos.»
En poco tiempo, el balneario de San Antón estaba consiguiendo en el barrio, un efecto parecido al que en su tiempo produjo la ermita. Así lo afirma el siguiente artículo, además de proporcionarnos una descripción de las instalaciones :
«Recordamos lo que era hace pocos años la barriada de San Antón: unas cuantas casas feas, de paredes derruidas, oscuras, estrechas, insalubres, donde se albergaban pobres gentes, desafiando toda clase de enfermedades. Después, en una de aquellas casas, junto a la falda de la montaña, se descubrió un manantial; se formó una balsa, cuyo primer poseedor la destinó a baños.»
«El agua brotaba de los peñascos en abundancia, clara, fresca, convidando en los calurosos días del estío a disfrutar de ellas, mitigando las molestias que nos causa la temperatura en la presente época, pero nada más. ¿Quién había de decir que dichas aguas llevaban en sus componentes la salud, además, para muchos que buscan el remedio a sus males? Y así pasó el tiempo: todos los años acudían allí las gentes, que no pueden permitirse otros lujos, y por una insignificante remuneración al dueño, entraban en la destartalada y viejísima casa, donde se refrescaban en la estrecha balsa.»
«El edificio lo formaban cinco piezas reducidísimas: una salita de descanso rodeada de puertecillas, que conducían a las tinas; a la izquierda de la entrada otra puertecilla donde se veía la herrumbrosa bomba, de que se valían para extraer el agua de la balsa general y llevarla a los aparatos de calefacción y de allí a las tinas; después la balsa o manantial resguardado por una baranda de hierro pintado de encarnado y como final, al fondo, un pasadizo con media docena de cuartos para desnudarse.»
«Esto era antes el hoy balneario de San Antón. Se notó al principio que muchos bañistas de los que tomaban por recreo aquellas aguas y que bien padecían del estómago y del bazo, úlceras varicosas y tórpidas etc. etc. notaban extraordinario y notable alivio en sus padecimientos a los pocos días de estar yendo allí. Mas luego se realizaron curas asombrosas en enfermedades de las vías urinarias, venéreas y sífilis.»
«La ciencia comprobó después por medio de detenido análisis, la virtud medicinal de aquellas aguas. Hoy aquella barriada se ha transformado. Los antiguos y modestísimos baños son un balneario con todas las exigencias, con todas las comodidades modernas que puedan encontrarse en los más renombrados de España. Hermosa y espaciosísima balsa para baños de recreo, pilas de mármol para enfermos y para los que no estándolo quieran bañarse en agua templada, vaporarios, sala de duchas, pulverizadores, etc.»
«El paisaje donde está situado el edificio, ofrece agradable perspectiva. Se levanta en la falda oriental del monte, en cuya cumbre se conservan las ruinas del antiguo castillo romano, guardián de la vieja Orihuela.»
«La puerta del balneario está sombreada por una fila de árboles, que se extienden gran trecho, y al frente, el palmeral, hermoso bosque de palmeras. Puede irse allí sólo por disfrutar del panorama sentado a la puerta, así, a la caída de la tarde, cuando corre la brisa deliciosa embalsamada por los tomillos y florecillas del monte.»
«El balneario de San Antón tiene ya conseguida su fama: pero aún necesita más, necesita que nadie ignore, que sus aguas son extraordinariamente medicinales. Yo por mi parte, pienso nadar allí, sin calabazas.»
La cima del éxito y la fama internacional llegó en 1906 :
«Una importante casa francesa, la de Mr. Benoit, ha tomado en arriendo, por tres años, a los Sres. Iborra Hermanos, el balneario situado extramuros de esta población. Las aguas medicinales de dichos baños, son ya muy conocidas por su virtud contra las enfermedades venéreas y de la piel. Mr. Benoit piensa introducir en el Balneario de San Antón, importantísimas reformas: y hacer al mismo tiempo una propaganda activísima de dichas aguas. Orihuela está de enhorabuena.»
«Se ha presentado en el Gobierno civil de esta provincia una instancia suscrita por don Antonio y D. Alberto Iborra Martínez, solicitando obtener la declaración de utilidad pública de las aguas medicinales del balneario de San Antón, pidiendo también permiso para vender dicha agua embotellada.»
«El Gobierno acaba de reconocer por medio de una real orden la utilidad pública de estas aguas por sus asombrosas virtudes curativas. Orihuela pues cuenta con un balneario que no tardará mucho en proporcionar pingües ganancias a la industria y al comercio orcelitanos.»
“Se ha recibido en esta ciudad una expedición de 10.000 botellas, que serán llenadas inmediatamente de agua del balneario de S. Antón para remitirlas a las principales ciudades del extranjero. Figura en las etiquetas un grabado del delicioso paisaje donde se asienta el edificio del balneario, bajo el rótulo de «Orihuela, aguas mercuriales, únicas en el mundo». La concurrencia de bañistas forasteros es cada vez mayor y el crédito de tan portentosas aguas medicinales comienza a extenderse por toda Europa, con lo cual Orihuela gana mucho”.
«Los baños de San Antón situados extramuros de esta ciudad, acaban de ser declarados de utilidad pública por medio de una real orden. La noticia, como hijos de Orihuela que somos, nos complace mucho. Aquellos baños mal encerrados en un viejo y ruinoso casetón antes, se han convertido ahora en hermoso y bien servido balneario, adorno de aquel sitio amenísimo. La constancia y los desvelos de los hermanos Iborra han tenido su recompensa. Orihuela, dotada, de un clima delicioso y de una vega fecundísima, cuenta con una riqueza más para repartir entre los humildes laboriosos.»
En 1907 se reconocían unánimemente el trabajo de los hermanos Iborra, que habían convertido los antiguos baños de San Antón en un excelente balneario a la altura de los más renombrados de España. Como prueba de la categoría del barrio, en febrero de ese mismo año, el Ayuntamiento aprobó que en el llamado “Barrio de San Antón”, desde la fábrica de la luz eléctrica hasta a la ermita del santo, se titulase calle de San Antonio Abad.
Si antes he comparado la función regeneradora del balneario con la de la ermita en otro tiempo, las facultades curativas de sus aguas, a decir de los periódicos y los científicos de la época, tampoco tenían nada que envidiar al pan bendito del propio San Antonio Abad. Leed si no este increíble artículo publicado en mayo de 1911:
«EL BALNEARIO DE SAN ANTÓN. A pocos pasos de la hermosa ciudad que baña el Segura, y al pie de la sierra del castillo; existe desde tiempo inmemorial un manantial de agua de paladar ligeramente salino, al que los habitantes de la comarca atribuían propiedades extraordinarias para la curación de determinadas enfermedades.»
«Su fama, cada día más creciente, pregonada en todos los tonos por los que en dichas aguas no solo habían encontrado alivio a sus dolencias, sino completa curación, movieron a sus propietarios a aclarar las propiedades medicinales de aquellas; y prestando así un gran servicio a la humanidad doliente, y sin titubear en el éxito de la empresa, remitieron hace poco tiempo al eminente y químico y sabio profesor de la Facultad de Medicina de París doctor Pouchet, y previas las necesarias precauciones de lacrado, taponamiento y lavado, cantidad suficiente de aguas, para verificar análisis detallados y concienzudos.
«Practicados estos, el éxito ha sido maravilloso, pues entre los elementos reconocidos «cualitativamente», se ha encontrado el mercurio y también el ácido azótico, arsénico, litio, manganeso y boro, con exclusión absoluta de cobre.»
«Este resultado, y la presencia del «radium» en cantidad suficiente para ejercer su acción terapéutica, demuestra de modo elocuente, que las aguas minero-medicinales de San Antón, pertenecen a las cloruro sódicas, bicarbonatadas magnésicas y bicarbonatadas sódicas, de maravillosos resultados para la completa y radical curación de la sífilis, cuyo micro organismo productor, destruyen completamente, y de gran influencia por su notable poder antiséptico en las dermatopatías de origen infeccioso y en los efectos catarrales endometríticos por su acción sobre los gonococos y en todas las afecciones del aparato digestivo y catarros intestinales, por lo que sin incurrir en exageraciones debemos proclamar como “únicas aguas mercuriales en el mundo” a las mineromedicinales de San Antón de Orihuela.»
«Tan excelente resultado que supera todas las esperanzas concebidas, ha sacado de su inacción a los propietarios del manantial, quienes han construido un sólido y confortable edificio-balneario, con todas las dependencias propias de esta clase de establecimientos, y tratan por todos los medios de darlo a conocer al público, a cuyo efecto tino de estos días pondrán en circulación y profusamente, un elegante y bien escrito folleto, que contiene entre otros detalles verdaderamente útiles, referentes al balneario, la opinión de gran número de médicos notables que relatan infinidad de casos, en que enfermos desahuciados por la ciencia, han encontrado su completa curación, usando en baños, lavado y bebida, — según los casos — las prodigiosas aguas mercuriales de San Antón.»
«La eficacia de dichas aguas para la curación radical de las enfermedades de la piel, ha sido comprobada hace muy pocos días por uno de nuestros redactores, que encontrándose en Orihuela padeciendo hacía tres meses, de una granulación infecciosa espantosa en cuello, piernas y brazos, que le impedía todo movimiento, consiguió su restablecimiento total, con sólo aplicar a las partes doloridas, durante tres días, algodones empapados con aquellas aguas.»
«Este caso y muchísimos más notables y de gran resonancia, que continuamente se consiguen, y que en Orihuela y pueblos inmediatos, son del dominio público, nos mueven a recomendar a nuestros lectores con todo interés las aguas de San Antón, en la seguridad de que aquellos que padezcan enfermedades de las indicadas, y acudan al repetido Balneario, nos agradecerán haber leído estos mal hilvanados renglones, que son débil demostración de gratitud de un paciente, que a las aguas mercuriales de San Antón debe su actual y excelente estado de salud.»
La propaganda era brutal. Aquellos jóvenes emprendedores (Antonio Iborra no había cumplido diecisiete años cuando arrancó el balneario) habían montado seguro y lucrativo negocio para ellos y una fuente de riqueza para el barrio y la ciudad.
De los hermanos Iborra Martínez, Antonio se casó con Elisa Lidón Ballesta en febrero de 1912. Dos años después falleció Alberto, en octubre de 1914, víctima de rápida y traidora enfermedad. Tenía cuarenta y nueve años.
La publicidad de la década de 1920 seguía recomendando aquellas aguas para curarlo casi todo «las enfermedades del estómago, el herpetismo, los infartos del hígado y del bazo, las úlceras varicosas y tórpidas, los catarros crónicos, y otras enfermedades que exigían el empleo de mercurio.»
Como nota curiosa citar que, en enero de 1919, el propio Joaquín Sorolla comió en los Baños de San Antón por cuenta del Ayuntamiento cuando visitó Orihuela. Os dejo un enlace al artículo que narra dicha visita.
Los años pasaron; las modas y los gustos cambiaron. Mediados los años veinte, coincidiendo con la Dictadura de Primo de Rivera, la gente de posibles buscaba el ocio, el sol y los baños de placer en la costa. El balneario de San Antón volvió a su función de simples baños al alcance de la gente humilde. Antonio, concejal y teniente alcalde de Orihuela, falleció en mayo de 1930, con sólo cuarenta y ocho años.
Parece ser que las propiedades salutíferas del manantial, solo funcionaron con su viuda, Elisa Lidón, quien vivió muchos años más regentando las instalaciones como «baños de San Antón» hasta los años cincuenta.
La fiesta romería de San Antón.
Como en todas las ermitas, una vez popularizado el santo, la ciudad acabó acudiendo en romería a pedir sus favores una vez al año, durante su fiesta. Erradicado el “fuego de San Antón”, las virtudes del santo eremita pasaron de medicina a veterinaria; encargado de proteger y sanar a los animales.
Vamos a conocer la fiesta de San Antonio Abad dos épocas diferentes; con dos siglos de diferencia. Montesinos la describe así en el siglo XVIII, cuando estaban los antonianos:
«Todos los años se celebraba la Fiesta del Sto. Patriarca Antonio en su propio día 17 de enero por la ¿Reverenda? corta Comunidad, con asistencia del Clero de la Catedral; todo a sus expensas y de innumerables devotos que llevaban muchas ofertas de cera, aceite, harina, cerdos pequeños y dinero. Misa Mayor, que celebraba un Cura teniente, y Sermón Histórico Panegírico. A la tarde había fiesta con la música de la Cathedral…»
«En dicho día se sorteaba a las seis de la tarde un “serdo gordo y grande”, del valor de unos 25 o 30 pesos; del que sacarían sobre 200. En todo su recinto, por mañana y tarde, se celebraba “porrate” general (porrat: feria celebrada bajo la advocación de un santo en su ermita o santuario) en el que se vendían todas las cosas imaginables, al más delicado gusto, como eran turrones, confituras, blancos, perniles, longanizas, dátiles, uvas, cardos, naranjas, garbanzos, avellanas; había besamanos, paseo público, carreras de caballos muy bien enjaezados y compuestos; y sobre tres mil personas que concurrían a tan plausible función, a tomar el Pan bendito y a adorar la Sagrada Reliquia del Santo Glorioso, a cuyo eremitorio llevaban los molineros, arrieros y labradores sus bestias; y les daban tres vueltas por su derredor y comían el pan bendito…»
Esta otra es del «El Día» en 1888:
«La tradicional fiesta que todos los años se celebra en San Antón ha satisfecho por completo en el presente las aspiraciones de los concurrentes a tan popular romería. Un gentío inmenso invadía por completo desde las primeras horas de la mañana aquellos sitios; las crestas de elevadas rocas se veían también coronadas de gentes que en amigable consorcio habían concertado una gira en el monte, y esperaban con ansia fuese llegada la hora de devorar el suculento y bien condimentado arroz con costra, propio y exclusivo de este país».
«La pequeña ermita donde se venera y presta religioso culto a San Antonio Abad, no podía albergar más personas; aquél reducido santuario se hallaba por completo invadido de fieles que iban a escuchar de labios del eminente orador sagrado D. Andrés Die, la biografía del Santo».
«Excusamos decir que fueron infinitos los puestos que ocuparon los vendedores exponiendo al público el objeto de sus mercancías, y tenemos que consignar con satisfacción, que el laborioso e inteligente industrial D. Joaquín Reymundo, colocó un precioso kiosco, obra exclusiva de su reconocido ingenio, en donde se servían toda clase de exquisitos dulces y riquísimas pastas».
«Amenizó en la tarde tan bulliciosa fiesta la banda municipal, tocando con fruición bonitas y escogidas piezas de su repertorio. Los vendedores, según hemos oído decir a personas autorizadas, hicieron buen negocio, y la rifa del cerdo, como todos los años, alcanzó un gran contingente. Al sujeto que ha correspondido en suerte el cerdo rifado, se llama José García».
Y esta de prinncipios del siglo XX:
«Luciendo el sol a ratos se celebra la romería a la ermita de San Antón. Un gentío inmenso desfila por aquellos alrededores. Los confiteros y los dueños de carruajes de alquiler hacen su agosto en pleno enero. De los pueblos de la comarca viene bastante concurrencia».
«Por la mañana dan las caballerías las tres vueltas de costumbre al santuario, después de las cuales los jinetes adquieren rollos del Santo. En las laderas del monte, numerosas familias cantan, corren y se divierten aguardando la hora de comer la clásica paella, guisada al aire libre y condimentada con las más honestas y efusivas expansiones de la alegría».
«Abajo, entre una doble fila de confiteros bien provistos de las bolas de rigor, de vendedores de dátiles, torraos, turrón de panizo y otras golosinas, avanzan los labriegos, quienes después de visitar al Santo, ponen sus cédulas para la rifa del cerdo».
«A primera hora de la tarde suena el acelerado tintineo de los carruajes de alquiler que llegan rebosantes de gente de la ciudad. La banda municipal se sitúa en la puerta de la ermita, ejecutando bonitas composiciones de su repertorio. Pasa la tarde entre música y paseos. Romeros de toda edad y categoría entregan a sus Julietas, como simbólica muestra de adhesión y constancia, las pesadas de bolas».
«San Antón, las cinco y con sol, dice el refrán; y hasta las cinco no comienza el rápido desfile. Cuando el sol se pone, pliegan sus tenderetes todos los vendedores, recogen las mercancías sobrantes (que han de servir en la fiesta de San Sebastián)».
«Muchas familias pasan el día de gira en el monte y las casas de comidas que por allí cerca se establecen tienen buena venta. Al oscurecer, nadie queda en las cercanías de la Ermita, salvo un corto número de curiosos que asiste a la extracción de la cédula premiada en la rifa del cerdo. Esa es a grandes rasgos la Romería de San Antón».
Por último, vamos a terminar como empezamos, con Julio López Maymón, hablando de la romería y de la rifa, en 1925:
«Es en verdad un acontecimiento oriolano la romería del 17 de Enero, todos los años a San Antón. La Ciudad se traslada, vestida de fiesta al indicado paraje, tan triste y solitario de ordinario; allí se rinde culto a la piedad visitando la Ermita; a la tradición, apuntando la «séula», en las muchas mesas instaladas al efecto; a la costumbre comprando la pesá en los puestos, que en larga fila se extiende, dibujando el camino ligeramente encuestado, que conduce a la explanada llena de gente jubilosa.»
«Antiguamente, junto al vallado del huerto de palmeras, vecino de la Q. B, se congregaban los carruajes y troncos de lujo. La huerta, indumentada con el vestido típico, con la «ropica» sacada del arca de madera blanca que huele a peros, concurría a oír la Misa que canta la Parroquia del Salvador y el sermón donde se predican las gloriosas «hazañerías» del Santo Cenobita; y después a que las caballerías reciban la bendición y que coman los rollicos mezclados con los piensos.»
«Cuadro de tonos de luz y ráfagas de vida. Acervo de recuerdos de edades y de seres. Día de transformaciones se oye Misa como si fuese día dominical; no se trabaja… cual si estuviésemos en Domingo…; y hasta en la casa más pobre, el yantar es típico… ha de ser; así… el arroz y costra… y las bolas… y el palmito… y el turrón de «paniso» y el de alegría….»
«La rifa dio comienzo en el año 1840, o sea hace ochenta y cinco años; era superintendente don Tomás Veas, Racionero. Con los ingresos se blanqueó la fachada del edificio, se compusieron ornamentos sagrados y otras mejoras; sobraron 436 reales y 21 céntimos que se invirtieron en celebrar Misas al fuero de dos pesetas con cincuenta, céntimos…»
«Todos hemos puesto y seguimos poniendo nuestra «seula al cochino»; no puede concebirse esta fiesta sin esta rifa. La suerte adjudica al puerco, y con lo que rinde el ingreso de ella descontando gastos, se atiende al culto del santo y a la conservación de la casa célebre del santero, y hospedería de los frailes, y hoy habitación del Capellán, y departamento oficial para el señor de San Antón».
«Rogar a Orihuela, que siga como hasta aquí, prestando su concurso a esta fiesta tradicional; que el culto a las costumbres de nuestros padres, a las tradiciones de nuestros mayores, es el culto santo a la Patria chica.»
Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba)
Bibliografía: «De la Fiesta de San Antón», rebusco tripartito de Julio López Maymón (1925); «Orihuela imaginada, la ciudad en los siglos XVI y XVII» de José Ojeda Nieto; «Compendio Histórico Oriolano» de Joseph Montesinos. «Insalubridad y bonificaciones de almarjales en el Bajo Segura antes de las Pías Fundaciones de Belluga», de David Bernabé Gil.
Archivo Municipal de Orihuela, Libros de Actas; Archivo Histórico de Orihuela, Protocolos; Biblioteca Virtual de Prensa Histórica: El Pueblo, El Oriol, El Diario de Orihuela, El Oriolano, La Comarca, La Crónica, El Día, La Huerta, El Diario Orcelitano, El Social, El Obrero.
Mi agradecimiento a José María Penalva y a José Manuel Dayas.