De Tudmir a Oriola X-XII.

«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.

De Tudmir a Oriola X.

En el 1086, los almorávides desembarcaron en Algeciras y avanzaron hacia el norte. A su ejército se fueron incorporando las huestes de todas las taifas andalusíes. Alfonso VI, apoyado por el rey de Aragón, salió a su encuentro y Yusuf le ofreció tres opciones: convertirse al Islam, pagar tributos o luchar. Alfonso escogió el combate.

La legendaria batalla tuvo lugar en un paraje cercano a Badajoz, llamado Sagrajas por los cristianos y Zalaca por los musulmanes. Alfonso atacó al amanecer. Yusuf había dividido su ejército en tres grupos: el primero, formado por tropas andalusíes, recibió la impresionante carga cristiana sufriendo muchas bajas; el segundo, dirigido por el propio emir almorávide, envolvió a los castellanos; y cuando ya estaba agotados un último contingente de cuatro mil guerreros subsaharianos los destrozó.

Sagrajas fue una jornada gloriosa para el Islam, una victoria como no se recordaba en Al-Ándalus desde los tiempos de Almanzor. La derrota de Alfonso fue total; él mismo escapó de milagro con una lanzada en la pierna.

Los almorávides no hicieron prisioneros; Yusuf mandó decapitar a muertos y a heridos; y sobre los montículos formados con sus cabezas, los almuédanos llamaron a la oración. Luego, los macabros trofeos, fueron repartidos por todas las ciudades como prueba de su victoria. En su primera visita, los almorávides pasaron como un huracán y de la misma forma se retiraron, desaprovechando la ocasión de llegar a Toledo.

Parece ser que la muerte de su primogénito y los daños sufridos en su ejército, aconsejaron regresar a África. Pero Yusuf era ya el nuevo líder de Al-Ándalus, el príncipe de los creyentes, la esperanza para el pueblo andalusí.

Alfonso aprovechó el respiro para asegurar sus posiciones, buscar la ayuda de otros reyes cristianos y la de Rodrigo Díaz de Vivar, que andaba haciendo su propia guerra en tierras valencianas.

Casi dos años tardaron los almorávides en regresar de nuevo a la península, y esta vez, su objetivo estaba en la Cora de Mursya. Como ya contamos, muerto el amigo y mentor del emir sevillano, el oportunista gobernador Ben Rasiq, se autoproclamó señor independiente de Mursya. 

El rey poeta Almutamid, recuperó Lorca y la comarca de la Vera, pero no pudo hacerse con la fértil Vega del Segura. Aprovechando las disputas, una hueste castellana se había apropiado del castillo de Aledo, una inexpugnable fortaleza construida en un cerro escarpado, entre Lorca y Mursya, en mismo corazón de la Cora. Desde allí se dedicaron a hostigar y saquear Uryula, Mursya, Lorca, Cartagena, Almería….

Esta plaza fuerte les daba el control de la ruta que comunicaba el Levante con Andalucía a través del valle del Guadalentín. Las crónicas, como siempre exageradas, calculan una mesnada de mil caballeros y doce mil infantes, acuartelados en el castillo de Aledo, campando a sus anchas por todos los territorios cercanos.

Amenazado por el sevillano, que ansiaba colocar a su hijo en Mursya y acosado por las mesnadas cristianas, el astuto Ben Rasiq encontró una solución. Pagando parias a los castellanos y abasteciéndolos de víveres, consiguió que dejasen de hostigar sus dominios, centrando sus tropelías en Lorca y Almería, tierras de Almutamid, que entretenido con los ataques cristianos, dejaría de amenazar su cora.

Pero Almutamid no quedó de brazos cruzados, atravesó personalmente el estrecho para entrevistarse con Yusuf.  Allí le hizo ver la importancia de Aledo, una fortaleza en pleno corazón del territorio musulmán. Y consiguió convencerle para que volviese a la península con su ejército.  

A su regreso, escribió a todas las ciudades de Al Ándalus para que preparasen tropas y fabricasen, flechas, jabalinas y todos los pertrechos necesarios para la campaña.

Yusuf desembarco de nuevo en Algeciras, dirigiéndose hacía Aledo. A las huestes almorávides se unieron las mesnadas de Sevilla, Granada, Almería, Málaga y de manera forzosa las de Mursya, entre las que figuraba mucha gente de Uryula. Ben Rasiq no tuvo más remedio que ponerse bajo la autoridad de Yusuf, cortando los suministros a los castellanos.

La primera intención fue tomar el castillo al asalto utilizando máquinas de guerra construidas por los carpinteros, herreros y albañiles de la propia Cora de Mursya. Pero fue imposible. Por más que lo intentaron no lograron traspasar las murallas.

Fracasado el ataque, optaron por el asedio, rodeando Aledo con fosos, torres, empalizadas y un campamento estable. Pero la convivencia entre las diferentes huestes duró muy poco.  

Todas las taifas andaban enfrentadas por problemas fronterizos. Sevilla con Almería y Mursya; Málaga con Granada. Aquellos reyezuelos reclamaban sus derechos ante el Emir de los Creyentes, que en el fondo los despreciaba. 

Almutamid de Sevilla convenció a Yusuf de que el señor de Mursya era un traidor que pagaba a los cristianos y los abastecía. Ben Rasiq fue detenido y cargado de cadenas, imponiendo a sus súbditos la autoridad del sevillano.

Inmediatamente, las mesnadas de Uryula, Mursya, Elche, Alicante, Hellín…  todas las que aportaba el detenido, abandonaron el sitio, destruyendo las máquinas de asedio que había construido y llevándose a los obreros, panaderos y comerciantes locales que mantenían a los sitiadores.

Pronto empezaron a sufrir la falta de víveres; al mismo tiempo llegaron noticias del rey Alfonso, que se dirigía a la zona con tropas de socorro. La codicia de los emires taifas había hecho de la campaña un fracaso estrepitoso y Yusuf no se fiaba de enfrentarse a Alfonso con aquellas tropas que peleaban entre sí.

Furioso y decepcionado, optó por volver a África decidido a aniquilar a aquel grupo de corruptos codiciosos. La próxima vez que cruzase el estrecho sería para exterminarlos, agregando al-Andalus a su vasto imperio. Alfonso llegó, recogió a los supervivientes, y sin posibilidad de mantener aquella lejana fortaleza, la incendió y se marchó rápidamente.

El fracaso del sitio de Aledo fue una inyección de moral para los cristianos; y provocó algo más, el segundo destierro del Cid. Alfonso VI lo necesitaba para controlar el este y perdonó su primer destierro. En la campaña de Aledo quiso contar con su experiencia y, por supuesto con sus tropas. 

El campeador andaba por Requena cuando recibió la orden de unirse a su rey en Villena. Pero llegó muy tarde a la cita; y aunque cabalgó hasta Uryula y Mursya, no se encontró con las tropas castellanas. Plantó su campamento en Elche, y allí pasó la Navidad del año 1089.

Nunca se sabrá que pasó, quizás fue verdad que no llegó a tiempo, quizás no estaba dispuesto a perder sus efectivos, tropas que tanto necesitaba en su campaña valenciana. Lo cierto es que alentado por los muchos enemigos que tenía en la corte, el rey desterró a Rodrigo por segunda vez.

Entre el suceso de Aledo y la conquista almorávide, Mursya permaneció en manos de Almutamid.  Pero los de Uryula, detenido su señor Ben Rasiq, se negaron a someterse al sevillano y se incorporaron de nuevo a Denia, cuyo soberano era entonces el emir de Lérida, el mayor enemigo del Campeador.

Desterrado de nuevo y falto de dinero para pagar a su mesnada, Rodrigo asoló las tierras comprendidas entre Uryula y Játiva; sin dejar «piedra inhiesta, ni señal de puebla ninguna».

Cargado de botín, regresó a tierras valencianas dejando un reguero de muerte, miseria y desolación. Este viaje dio lugar a lo que hoy conocemos como el camino del Cid en nuestra provincia.

Programa 10.
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De Tudmir a Oriola XI.

El Emir de los Creyentes concentró sus tropas en Ceuta; y desde allí las fue embarcando hacia Algeciras, la base naval de los almorávides en Al-Andalus. Se cumplió la profecía del rey poeta sevillano; sus días terminaron sirviendo a los almorávides en una remota aldea del desierto.  

Peor fue el destino de su hijo; con su cabeza ensartada en una pica para escarnio del pueblo.  Este tercer desembarco, marcó la hora final de las taifas andalusíes. Granada, Málaga, Sevilla, Jaén… Una por una fueron cayendo bajo el huracán almorávide.

Conquistada Mursya las ciudades de la Taifa de Denia, comenzando por Uryula, fueron casi un paseo triunfal. Solo un hombre pudo contener temporalmente la avalancha que ascendía por Levante; y este fue Rodrigo Díaz de Vivar, el príncipe de Valencia.

Entre el fracaso de Aledo y la llegada definitiva de los almorávides, las taifas volvieron a someterse a las parias de Alfonso VI, quien traicionado en Sagrajas, las exprimió a fondo con su ejército, amenazando las fronteras.

La de Sevilla sufrió un castigo especial; las tropas castellanas asolaron y saquearon sus tierras como venganza y advertencia.

Ya dijimos en la última entrega que, tras la destitución del sublevado Ben Rasiq, Mursya quedó sometida a Sevilla; pero Uryula pasó a Denia.

Denia y Tortosa estaban en poder de Lérida, tributaria del Conde de Barcelona. Así pues, cuando el Cid saqueó sus territorios, el emir de Lérida llamó a todos los reinos vecinos contra el Campeador, pero solo acudió el Conde de Barcelona Berenguer Ramón II.  

Los desencuentros entre el Cid y Berenguer, «el fratricida», venían de lejos. En su primer destierro Rodrigo se ofreció al catalán y este rechazó sus servicios; craso error.

Contratado por Al Mutadir de Zaragoza, el Campeador ya había derrotado al catalán, aliado de Lérida en la lucha entre hermanos por la herencia paterna. Cumpliendo su compromiso, obligado por las parias, el conde de Barcelona se enfrentó de nuevo al Cid en la batalla de Tevar; y Rodrigo lo volvió a derrotar; pero esta vez, cobró un fabuloso rescate por el fratricida y sus caballeros, a los que había tomado prisioneros. Las condiciones de la liberación incluyeron el traspaso de las parias de Denia, por lo que Uryula pasó a ser tributaria del Cid.

Poco a poco Rodrigo fue montando un extenso protectorado. El flujo constante de oro lo empleó en mantener un poderoso ejército que ya no servía al rey Alfonso. Sus mesnadas cobraban del Cid, y solo obedecían al Cid.

En su segundo destierro el Campeador no solo rompió con Castilla; a partir de entonces utilizaría su poderío militar en beneficio propio, consolidando su domino desde Tortosa a Uryula.

En el año 1090 los almorávides regresaron. Y como prueba de fuerza, Yusuf dirigió su primer ataque a Toledo. Los emires taifas, sabedores sus intenciones, no solo no le apoyaron esta vez, sino que corrieron a los brazos de Alfonso.

El rey castellano, reforzado por Aragón y Pamplona, rechazó el asedio demostrando de nuevo la poca destreza almorávide en la técnica de sitiar ciudades.

Yusuf no tenía intención de enfrentarse a los reinos cristianos; abandonó Toledo y organizó su ejército para someter a todas las taifas. Las primeras en caer fueron Granada y Málaga, cuyos emires eran dos hermanos enfrentados, que acabaron presos, humillados y deportados a África.

Los señores andalusíes se arrepintieron de haber llamado a aquellos hombres del desierto. El anciano Yusuf, hombre austero y muy religioso, cayó sobre los corruptos emires con el peso de la ley coránica.

Los almorávides encarnaban la pureza de la fe y contaban con una fatua dictada por los alfaquíes, doctores del Islam y sus mejores aliados haciendo propaganda desde las mezquitas. Los andalusíes quedaron divididos entre los partidarios de sus emires y los de los almorávides, facilitando así la toma de las ciudades.

Contra la voluntad de sus señores, miles de voluntarios se unieron a Yusuf, que declaró la guerra sin cuartel contra Sevilla, la taifa más poderosa del Sur. La llegada de los almorávides representó una inyección de fuerza militar y ortodoxia religiosa. Su doctrina limitaba el número de mujeres, prohibía el vino, la música… pero también reducía notablemente los impuestos.

En el régimen de parias, el pueblo cargaba con los costosos pagos a los cristianos. Los almorávides prometieron implantar solo el impuesto islámico, una limosna obligatoria, parecida al diezmo que pagaban los cristianos a sus iglesias.

A principios de 1091 Al-Mutamid tuvo conciencia de lo que le esperaba y pidió socorro urgente a Alfonso. A su hijo, emir de Córdoba, le encomendó la difícil tarea de aguantar como fuese hasta la llegada de los castellanos. 

Al Mamún, que así se llamaba, envió a su familia con buena parte del tesoro al castillo de Almodóvar, lejos del peligro. Él quedó al mando de sus tropas, y cuando la ciudad fue tomada al asalto, murió decapitado. 

Alfonso había enviado un ejército en socorro de Sevilla, pero la columna fue interceptada y derrotada en Almodóvar. Recogieron a la princesa cordobesa y se la llevaron a Castilla, donde Alfonso quedó prendado de su belleza. La mora Zaida (como paso a la historia) le dio al Rey lo que más deseaba: un hijo varón, el infante Sancho Ramírez. 

Tras Córdoba cayó Sevilla; y Al-Mutamid, el poderoso y refinado rey poeta, fue depuesto, humillado, y desterrado muy cerca de Marrakech, donde se encontró con Abdalá de Granada. Ambos murieron en la miseria.

Después cayeron Jaén y Almería; y, en el verano de 1091, las huestes almorávides al mando del hijo de Yusuf tomaron medina Mursya tras dos meses de asedio.

La Taifa de Denia, indefendible ante la ola africana fue abandonada a su suerte y desde Mursya, el príncipe almorávide se apoderó de Uryula y sus restantes plazas hasta llegar a la capital.

Uryula y su demarcación, tras el paso del Cid y de los almorávides, quedó arrasada y su conquista fue seguida de una ola de intolerancia religiosa que provocó la huida masiva de mozárabes hacia Castilla y Aragón.

Perdida Denia, el Cid fortifico la zona montañosa que separa las actuales provincias de Alicante y Valencia. Y consiguió el apoyo del rey de Aragón.

El enfrentamiento entre Rodrigo y Alfonso era inevitable; y llegó en el 1092. El rey de Castilla había movilizado una poderosa alianza para hacerse con Valencia: contaba con el rey de Aragón, con el conde de Barcelona y con las flotas de Pisa y de Génova; pero rota su relación, no avisó al Campeador, que seguía cobrando de la taifa valenciana por su protección.

Sus aliados, temiendo el enfrentamiento con el Cid, no se presentaron; fracasando la campaña organizada por Alfonso que, a pesar de todo, intentó sin éxito cobrar las parias de Valencia.

Rodrigo, que se encontraba en Zaragoza, respondió a Alfonso atacándole en La Rioja.  El rey claudicó en su empeño de someterlo y le ofreció la posibilidad de volver a Castilla; un nuevo perdón que Rodrigo rechazó; pero entre ellos quedó un pacto no escrito por el que el rey aceptaba a su antiguo servidor como aliado independiente.

Mientras tanto, los partidarios de los almorávides dirigidos por el Cadí, habían detenido y ejecutado al títere emir de Valencia, poniendo la ciudad a disposición de los invasores. Y el Cid la sitió por primera vez.  

Ya no se conformaba con someter Levante a su régimen de parias. Por su cabeza empezaba a dar vueltas la idea de crear su propio reino, un principado que pudiese heredar su hijo Diego. Pero de eso, hablaremos en la próxima entrega.

Programa 11.
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De Tudmir a Oriola XI.

¿Quién era ese maldito Cid que por dos veces había expulsado a sus hombres de Valencia? No era un rey, ni siquiera un conde, tan solo un mercenario que ponía en juego el prestigio del emir de los almorávides.

Yusuf envió un poderoso ejército al mando de su sobrino que acampó a cuatro millas de Valencia, cerca de Quart. En clara inferioridad numérica, Rodrigo puso en marcha su genio militar. Propagó el rumor de que las tropas de Castilla y Aragón acudían en su ayuda.

Y una noche la mitad de sus tropas abandonaron furtivamente la ciudad; y dando un largo rodeo se situaron en la retaguardia de los sitiadores. Por la mañana se abrieron las puertas y las tropas restantes mandadas por Rodrigo, salieron en una carga suicida. Pero a medio camino dieron la vuelta simulando la huída; estrategia aprendida de los propios moros que llamaban «tornafluye».

Los almorávides corrieron tras ellos y los emboscados cayeron sobre el campamento desguarecido incendiándolo con gran estrépito. Los sitiadores pensaron que habían llegado los refuerzos castellanos y huyeron en desbandada perseguidos por las mesnadas del Cid, que en aquella memorable jornada consiguió un fabuloso botín con armas y caballos. En la batalla de Quart, el Cid entró definitivamente en la leyenda.  

Ya dijimos que mientras Rodrigo andaba por Zaragoza, el cadí de Valencia había liderado a los partidarios de los invasores africanos en una rebelión. Pidió ayuda a los almorávides y abrió las puertas a un destacamento con el que asaltaron el alcázar y asesinaron al emir Al Qadir, aliado de Castilla y tributario del Cid, poniendo la ciudad bajo la obediencia de Yusuf.

Pero el Campeador regresó; arrasó todas las aldeas y huertas cercanas y, en el verano de 1093, comenzó el primer asedio de Valencia. No tenía intención de ocuparla, así que les propuso asumir esa especie de república islámica liderada por el Cadí, y quedarse fuera; siempre que le pagasen sus parias y los almorávides abandonasen la ciudad.  

Tras dos meses de asedio y devastación, las condiciones fueron aceptadas; levantó el sitio y sus tropas escoltaron a los almorávides hasta zona segura.

Yusuf no podía tolerar esta humillación y rápidamente envió desde Mursya un ejército para recuperar la ciudad. Los valencianos, confiando en la pronta llegada de los almorávides, rompieron el pacto y se negaron a pagar.

El Cid preparó cuidadosamente el terreno a su favor y consiguió repeler el ataque; entonces comenzó el verdadero, cruel y largo asedio en el que los valencianos llegaron a comer cadáveres.

En junio de 1094, el Cid entró con sus tropas en Valencia; se instaló en el alcázar y puso allí su bandera. Ahora sí tenía unas murallas donde refugiarse y montar su propio reino.

Expulsó a los partidarios de los almorávides, detuvo al Cadí y lo ejecutó por el asesinato de Al Qadir. Se intituló como príncipe de Valencia y se puso bajo la autoridad de Roma, que nombró un obispo para el nuevo principado cristiano.

Pronto regresaron los almorávides con más efectivos; pero fueron derrotados en la batalla de Quart, la que he narrado al principio. Y aún los derrotó una vez más con ayuda de Pedro I de Aragón. Esta vez, los invasores habían llegado por mar. Esta fue su última hazaña.

La muerte de su hijo Diego, aun adolescente, en la batalla de Consuegra, apoyando a Alfonso VI, acabó con su única esperanza de formar una dinastía. Sin heredero, casó a sus hijas Cristina y María con el infante de Pamplona y con el Conde de Barcelona. Agotado cayó en cama y murió en el verano del 1099 con solo cincuenta años.

Poco pudo aguantar Valencia bajo el gobierno de su esposa Jimena. Tres años después, Alfonso VI acudió a socorrerla; y sin tropas suficientes para enfrentarse a los almorávides, optó por abandonar la plaza, no sin antes incendiarla. En el 1102 Valencia era ya solo otra provincia más del imperio africano.

Rodrigo Díaz de Vivar, embalsamado y escoltado por sus hombres viajó hasta Burgos, donde fue enterrado de nuevo, dando paso al héroe legendario del cantar de Mio Cid.  

«La despedida». Dibujo de Augusto Ferrer-Dalmau para la portada de la novela «Sidi».

Muerto Yusuf en el 1106, su hijo Alí heredó un inmenso imperio que abarcaba el norte de África y casi toda la Hispania musulmana. Sometida Valencia, el anciano emir de los creyentes había preferido respetar la taifa de Zaragoza, un territorio que servía de colchón entre los dominios almorávides y los reinos cristianos.  

Pero el implacable avance del rey de Aragón y la muerte del emir de Zaragoza en la batalla de Valtierra, provocó su rápida intervención. Con ayuda de los partidarios internos, tomaron fácilmente la última taifa hispana en mayo del 1110.  Así, el Imperio almorávide consiguió su máxima expansión territorial en la península.

Con el apogeo militar y político empezó la decadencia. Durante el reinado del anciano Yusuf, las obras emprendidas acusaron la austeridad y falta de ornamentación impuestas por su fervor religioso. Pero ese rigor fue decayendo con su hijo Alí, quién deslumbrado por el refinamiento andalusí, costeando algunas obras repletas de elementos decorativos.

En Orihuela han aparecido restos almorávides en la calle mayor, en Santa Lucía y en el Barrio nuevo. Viviendas excavadas que siguen el esquema andalusí en torno a un patio central, con cocina y letrinas en la planta baja. Muros en su mayoría de tapial de tierra, y algunos de adobe. Pavimentos de tierra compactada y decoración a base de estructuras de yeso conocidas como atauriques.

Los rudos almorávides, acostumbrados a la vida del desierto, se ablandaron pronto en Al Ándalus; tierras ricas y fértiles donde la poesía y los placeres habían sustituido a la guerra permanente. Esta relajada situación de los hispanos y su promesa de quitarles los impuestos habían facilitado su conquista; pero fue también la causa de su perdición.

La legendaria cabalgada de Alfonso I el Batallador, que pasando por Uryula llegó hasta las puertas de Granada, aconsejó reforzar sus murallas y las defensas de otras muchas localidades peninsulares.

En Orihuela les debemos los tres emblemáticos torreones orientados a mediodía; puramente almorávides, fabricados en el primer cuarto del siglo XII.  Estas obras se extendieron a lo largo de todo su imperio, por lo que Alí Ben Yusuf se vio obligado a implantar un impuesto específico. Otro más.

¿Dónde había quedado aquella promesa de suprimir los impuestos a los musulmanes? El sistema almorávide se había basado en exprimir a los cristianos mozárabes y mantener el ejército a base de botines de guerra.

Pero las conquistas acabaron en Zaragoza y los mozárabes, arruinados y perseguidos, huyeron al norte o fueron deportados a África, dejando los campos sin brazos con el consiguiente hundimiento de la economía.

Los gobernadores tuvieron que establecer nuevos tributos; los alfaquíes, que los habían eliminado por considerarlos ilícitos, necesitaban también financiarse… 

El descontentó creció día a día y los conquistadores africanos comenzaron a ser vistos por la población hispana como insufribles dominadores; parásitos que no solo limitaban su libertad, sino que les acosaban con más y más impuestos…

Y así llegaron las revueltas. En 1121, por primera vez en Al-Ándalus, Córdoba se sublevó contra la administración almorávide. Alí tuvo noticia de lo ocurrido y cruzó el estrecho para sofocar la rebelión.

Los cordobeses le explicaron su justa indignación y acabó por perdonarlos. Pero esta revuelta solo fue el primer chispazo de un fuego que estaba prendiendo en toda la península. Simultáneamente, una nueva corriente religiosa aún más radical, se extendía por el norte de África: se llamaban a sí mismos los «Almuwaidum», los que reconocen la unidad de Alá; en Hispania fueron conocidos como los Almohades, de los que hablaremos muy pronto……

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