«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.
De Tudmir a Oriola VII.
Fallecido Jairán en el verano de 1028, Zuhayr el castrado reinó durante diez años. Hasta que él y lo mejor de su ejército cayeron aplastados por los bereberes mercenarios de Granada. Muerto su señor, los de Almería juraron fidelidad a Abd al Azid, soberano de Valencia.
Pero Uryula fue conquistada por el señor de Denia. Y fue voluntad de Alá que violentos terremotos sacudiesen Uryula y Mursya. Las casas se desplomaron, los alminares cayeron con todos los edificios altos. La mezquita mayor de Uryula se derrumbó junto con su minarete. Y la tierra se abrió en toda la vega, secándose los manantiales y surgiendo nuevas fuentes que manaron agua podrida.
En el último programa dejamos Uryula en el verano de 1028, ya bajo el reinado del eunuco Zuhayr, el segundo emir de la taifa de Almería.
Muerto Almanzor y sus hijos, muchos eslavos de su corte y ejército huyeron de Córdoba para instalarse en el sureste peninsular. Allí fundaron varios reinos taifas: el de Almería, al que pertenecía Uryula, el de Denia y el de Valencia, en el que acabó reinando un nieto de Almanzor, hijo de Abderramán Sanchuelo.
Durante los diez años de reinado de Zuhayr, la taifa de Almería alcanzó su máxima extensión territorial. Sus dominios abarcaron la cora de Tudmir, desde Alicante hasta Lorca, y las provincias de Albacete, Almería y Jaén.
Al poco de acceder al poder recibió también el vasallaje de la ciudad de Játiva, cuya fortaleza constituía una estratégica posición entre Tudmir y el reino de Valencia; pero se la cedió al valenciano en un gesto de amistad con el poderoso vecino.
Zuhayr llegó a tomar Córdoba durante un breve plazo; otra cosa era controlar tantos territorios. Además de la rebelión que contamos en el programa anterior (aquella que sofocó tras seis meses de asedio a Uryula), tuvo problemas en Medina Mursya.
Cuando se fue a Almería dejó como gobernador de Tudmir a Abu Bark, de los Banu Tahir, uno de los clanes árabes más poderosos. Pero este nombramiento enfureció a otra poderosa familia de la que ya hablamos en programas anteriores, los Banu Jattab, aquellos descendientes de Teodomiro, tan ricos que llegaron a alojar a Almazor con todas sus tropas.
El primer rey de Almería se había apoyado en ellos durante su mandato y no se resignaron a perder el poder, ofreciéndose al señor de la vecina taifa de Denia. La nueva situación política se mantenía en un equilibrio de poderes. La nobleza árabe ponía el prestigio y la influencia para gobernar; los eslavos la fuerza militar.
Muyahid de Denia, que aspiraba a absorber Tudmir, decidió intervenir en la disputa apoyando la revuelta de los Banu Jattab. Apresó al gobernador y se lo llevó a Denia.
Zuhair pagó un generoso rescate y lo repuso en el poder. Y para evitar nuevas intentonas, se llevó a Almería al sublevado Abu Amir, cabeza de los Banu Jattab. Pero esto no bastó para controlar la zona. Muyahid había conseguido crear muchos intereses a su favor y pronto los utilizó.
Los Banu Tahir fueron fieles a Zuhayr; aunque en la práctica gobernaron con independencia y sentaron los pilares de lo que sería una nueva taifa independiente, la de Mursya.
Hasta el último momento, Zuhayr intentó ensanchar sus dominios. Fallecido el emir de Granada decidió atacar su territorio. En agosto del 1038 acampó a pocas millas de la capital. Pero el hijo y sucesor del difunto, le estaba esperando con un ejército de mercenarios bereberes que prepararon una emboscada.
El ataque de las tropas granadinas fue demoledor. Algunas fuentes indican que el señor de Almería murió durante la batalla; otras que se despeñó por un barranco durante la huida; lo cierto es que no se volvió a saber de Zuhayr ni vivo ni muerto.
Enterados de la derrota y muerte de su rey, los almerienses, temiendo al granadino, pusieron la ciudad en estado de defensa y se acogieron a la soberanía del emir de Valencia. Abd al Azid entró sin lucha en la alcazaba de Almería ejerciendo su señorío en todos los territorios de la taifa y trasportando sus abundantes tesoros a Valencia.
Muhayid de Denia, siempre alerta, no dejó escapar la ocasión de meter mano en la herencia y ocupó los territorios costeros hasta Elche y Uryula.
Mursya, protegida por Abdelazid al que juró obediencia, fue ganando autonomía bajo el linaje árabe de los Banu Tahir. La antigua cora de Tudmir quedó fraccionada y Jaén pasó a la taifa de Granada.
Los Banu Tahir fundaron la taifa de de Mursya, con capital en Medina Mursya. Y Uryula, tras un breve periodo en la Taifa de Valencia, quedó sometida a la de Denia.
Muyahid de Denia, el nuevo señor de Uryula, era otro eslavo vendido en el mercado de Córdoba y antiguo servidor de la familia de Almanzor. Un tipo culto y ambicioso que había logrado formar su propia taifa protegida por un rosario de plazas fuertes.
Pequeña y cercada por las poderosas Almería y Valencia, puso sus ojos en el mar. Conquistó las islas Baleares y llegó hasta Cerdeña, donde acabo derrotado, quedando su esposa e hijo como prisioneros.
A partir de ahí, las crónicas lo presentan como un soberano pacífico e ilustrado, arabizado totalmente. Fue el primero en acuñar moneda. Como mecenas de la cultura, en Uryula favoreció las escuelas de estudios islámicos. A su muerte, en el 1044, fue sucedido por su hijo Alí.
Pero la verdadera desgracia para la vega del Segura llegó pocos años después en forma de terremotos que sacudieron la comarca varias veces a al día durante cerca de un año.
La fecha es imprecisa, probablemente entre el verano de 1048 y el 1049. Según cuenta la crónica, las casas se derrumbaron, los alminares y edificios altos cayeron. Se derrumbó la mezquita mayor de Uryula y su minarete. La tierra se abrió en todo el término agrícola de la vega, secándose muchos manantiales, y surgiendo nuevas fuentes que manaban agua podrida y pestilente.
La devastación debió ser enorme en Mursya, en Uryula y en las diversas alquerías que las rodeaban. También provocó la destrucción de parte de la rabita de Guardamar, aquella que los morabitos o almorávides habían abandonado treinta años antes, durante la fitna de los beréberes.
En cuanto al fenómeno de los campos abiertos y el cambio en las aguas que mencionan las crónicas, se explica con una subida del nivel freático.
El terremoto debió destrozar el sistema de riegos iniciado dos siglos antes, con el que habían ganado mucha tierra para la agricultura. La inundación de las zonas bajas recuperó parte de los marjales propiciando el estancamiento de las aguas y su putrefacción.
En la segunda mitad del siglo XI, las volátiles taifas siguieron cambiando; pero de eso hablaremos en la próxima entrega.
De Tudmir a Oriola VIII.
A pesar del imparable empuje de los reinos cristianos, los musulmanes seguían controlando las zonas más fértiles y prósperas de la península. Pero militarmente quedaron indefensos. Los pequeños reinos taifas no podían ya importar los contingentes africanos que antaño nutrían los ejércitos del califato. En esta precaria situación pidieron ayuda a los reyes cristianos. Pero esa ayuda había que pagarla. Y así nacieron las parias.
Esta protección cristiana, al principio les dio independencia, pero fue pan para hoy y hambre para mañana. Las costosas parias obligaron a multiplicar los impuestos; y cuando no fueron suficientes, acosaron a las taifas vecinas. Así, las más poderosas se fueron comiendo a las débiles.
Con el paso del tiempo, las parias se convirtieron en una extorsión, en un chantaje que pagaban para defenderse de sus vecinos musulmanes; pero también de los propios cristianos, que a su vez luchaban entre si, para hacerse con más y más parias.
Esto provocó una guerra de moros contra moros, moros contra cristianos, y cristianos contra cristianos; una complicada red de alianzas en busca de dinero y territorio.
El confuso siglo XI fue la transición entre dos períodos: la época dorada del Califato Omeya, y la africana, dominada por Almorávides y Almohades.
En la segunda mitad Uryula pasó a la taifa de Mursya tras pertenecer a las de Almería y Denia. No tenemos tiempo para contar lo que ocurrió en toda la península; pero sí para mostrar un poco de lo acontecido en las taifas levantinas.
En la de Denia, muerto Muyahid en el 1045, el trono pasó a su primogénito llamado Alí, aquél que quedó preso con su madre en la derrota de Cerdeña. Este cautiverio entre cristianos ocupó buena parte de su juventud y condicionó su educación, alejada del mundo árabe.
Heredó de su padre el gusto por la cultura; pero durante su reinado las crónicas apenas mencionan algún hecho notable; excepto un importante convenio firmado con el Condado de Barcelona por el que sus súbditos cristianos quedaron sometidos a la diócesis catalana, donando todas sus iglesias al obispado de Barcelona.
En él se citan las ínsulas Baleares y las diócesis de Denia y Oriola a pesar de que, en esas fechas, Uryula/Oriola ya pertenecía a Mursya. Gracias a este acuerdo, los mozárabes del sur de Valencia y las Baleares quedaron en la órbita eclesiástica de Barcelona. Este pacto tuvo importantes consecuencias siglos después, legitimando las conquistas de Jaime I y condicionando la frontera sur entre Castilla y Aragón.
En la taifa de Valencia siguió el linaje de Almanzor en la persona de su biznieto Abdelmalik; que sustituyó a su padre en el 1061. Pero solo pudo mantenerse en el poder cuatro años.
Las crónicas lo describen como un tipo negligente, aficionado al vino, poco religioso y sin carácter. Atacado por el rey de León recibió ayuda de su suegro, el emir de Toledo, el mismo que lo depuso en el 1065 para anexionarse la taifa valenciana.
En cuanto a Mursya, Abu Bark, de los Banu Tahir, continuó gobernando la franja central de la antigua Cora de Tudmir bajo la soberanía nominal de Valencia. Fue sucedido por su hijo Abu Abderramán, un famoso literato que convirtió su corte en importante centro cultural, consiguiendo la independencia completa; pero sin Lorca y su demarcación.
La conquista de la Cora de Mursya por la taifa de Sevilla nos dejó la conocida y trágica historia entre el famoso rey poeta sevillano Almutamid y su visir; una relación propia de dos enamorados.
Con solo doce años, el emir de Sevilla encargó la educación de su hijo a Abu Bark Ben Ammar, un joven poeta de origen humilde que causó gran impresión en el adolescente Almutamid. Benamar, sólo nueve años mayor, lo introdujo en la poesía, en el vino y los placeres de la carne; hasta que, informado su padre, encomendó al príncipe tareas militares para alejarlo de esa mala influencia.
Ben Ammar, temiendo la cólera real, se exilió en Zaragoza donde pasó más de una década. Pero Almutamid nunca olvidó a su amigo y confidente. Cuando alcanzó el trono, se acordó de su mentor y lo nombró, primero gobernador y luego visir de Sevilla.
Ambicioso, astuto y con gran habilidad diplomática, en el 1078 viajó a Barcelona para entrevistarse con el Conde Ramón Berenguer II. Al pasar por Mursya, fue acogido como huésped de honor, aprovechando para informarse de las defensas y debilidades de la ciudad.
Benammar salió de allí decidido a conquistarla. Aprovechando el viaje, convenció al Conde de Barcelona y a su propio soberano. Poco después un ejército catalán y otro sevillano asediaron Mursya. Pero las desavenencias entre los sitiadores, dieron al traste con la empresa.
Benammar no desistió en su empeño y logró convencer a su buen amigo para formar un nuevo ejército con el que partió de Sevilla con destino a Mursya. Por el camino encontró a un oportunista llamado Ben Rasiq, que se unió a la empresa.
Montado de nuevo el asedio, Ben Rasiq quedó al mando de las tropas y el visir regresó a la corte sevillana. Medina Mursya resistió hasta que, rendidos por hambre, abrieron las puertas y se entregaron.
Así, entre el 1079 y el 1080, Ben Rasiq se hizo con el control de la ciudad y de la Cora. Su soberano fue encerrado en el castillo de Monteagudo; luego se exilió en Valencia donde vivió muchos años interviniendo activamente en la vida cultural y política de la ciudad.
Al recibir noticias de la victoria, el visir partió inmediatamente haciendo una espectacular entrada triunfal como gobernador del señor de Sevilla. Pero sus planes eran otros.
Una vez en Mursya se comportó como un auténtico soberano firmando edictos sin mencionara a su rey. Para bajarle los humos, Almutamid envió un poema satírico a su amigo, recordándole sus orígenes humildes.
Pero Benamar encajó mal la crítica y en un ataque de ira redactó una réplica en verso burlándose de toda la familia real. Las cartas que se cruzaron, propias de ex amantes, fueron la comidilla del reino. Almutamid se sintió traicionado por el vasallo, pero sobre todo por el amigo.
Benammar cortó los lazos con Sevilla y se declaró señor independiente de la cora de Mursyia; por lo tanto, también de Uryula. Pero según cuenta la crónica, su conducta como soberano fue desastrosa.
Altanero, libertino, bebedor…. en pocos meses perdió el afecto y el respeto de sus súbditos, creciendo la autoridad de Ben Rasiq, al que había dejado el gobierno.
Un día en que Benammar salió de la ciudad, el gobernador la sublevó y le cerró las puertas. Así comenzó una larga y penosa peregrinación por toda la península mora y cristiana pidiendo ayuda para recuperar su taifa perdida.
Lo acogieron de nuevo en Zaragoza, donde curiosamente compartió destierro con el mismísimo Cid Campeador. Pero al final, fue capturado y entregado al sevillano, que pagó por él una buena recompensa.
Llegó a Sevilla de la manera más humillante posible; en un mulo cargado de cadenas para mortificar su orgullo. Allí fue encerrado en las mazmorras de palacio, donde escribió enternecedoras poesías pidiendo clemencia.
Almutamid, que seguía sintiendo por él gran afecto, estuvo a punto de perdonarle, pero sus enemigos en la corte hicieron públicas unas cartas que dejaban al emir en evidencia. Almutamid, ciego de ira, bajó a los calabozos y lo mató a hachazos con sus propias manos.
El emir de Sevilla se hizo con Lorca; pero Uryula y la cora de Mursya quedaron en manos del astuto Ben Rasiq. La enemistad entre Sevilla y Mursya fue decisiva, pocos años después, en el fracaso del asedio de Aledo por parte de los Almorávides.
Pero no adelantemos acontecimientos; de los almorávides hablaremos en la próxima entrega.
De Tudmir a Oriola IX.
En esta entrega he ampliado el foco para intentar explicar lo que significó la revolución Almorávide.
Salió el rey Alfonso con su ejército matando y cautivando, devastando todo cuanto encontró a su paso. Acampó cerca de Sevilla, asoló su región y la deshizo. Dirigiose después a la playa de Tarifa; y allí, las olas del mar batieron las patas de su caballo en el final de Al-Ándalus. Era sólo un aviso.
Tres años después conquistó Toledo. Las demás taifas, aterrorizadas, buscaron el auxilio de Yusuf, el emir de los creyentes. Y sus tropas cruzaron el mar.
El velo fue el adorno con que Alá distinguió a los Almorávides. Su armadura: una túnica de lana. Sus armas: escudos de piel, arcos, lanzas y espadas ligeras. Tras ellos atronadores tambores de guerra golpeados por negros senegaleses.
Los cristianos no habían visto nunca ejército tan temible en el campo de batalla.
Cuando Al Mamún, emir de Toledo, acogió al desterrado príncipe Alfonso en 1072 su taifa era muy poderosa. Había arrebatado a su yerno la de Valencia y seguía protegido pagando las parias al reino de León.
Alfonso había perdido el trono a manos de su hermano, y trabó gran amistad con su anfitrión toledano. Muerto Sancho II en circunstancias dudosas, Alfonso alcanzó la corona de Castilla y la de León.
El Cantar del Mio Cid cuenta que tuvo que jurar su inocencia antes de ceñírsela; pero no hay evidencia documental que verifique este hecho. Alfonso VI ayudó al toledano a tomar la taifa cordobesa y fue su aliado hasta que murió envenenado precisamente allí, en Córdoba, en el año 1075.
El nieto y heredero del toledano, llamado Al Qádir, se consideró lo suficientemente fuerte para prescindir de la protección de Alfonso y dejó de pagar las parias. Pero sin el apoyo de las tropas castellanas perdió Córdoba; Valencia se declaró independiente y las tropas de Badajoz entraron en Toledo en el 1080.
Refugiado en Cuenca, Al Qádir se vio forzado a pedir nuevamente la ayuda del castellano; y éste aprovechó la ocasión. Puso cercó a Toledo mientras hostigaba a las taifas de Sevilla, Zaragoza y Valencia.
Por fin, en mayo de 1085, tras cuatro años de asedio, Toledo se rindió y Alfonso VI hizo su entrada triunfal. Al títere de Al Qádir le dejó la taifa de Valencia.
Aquello fue un salto importante en la cruzada del sur. Una hazaña que resonó en toda Europa y también en África. Toledo era un símbolo, la antigua capital de los godos. Su conquista fue la demostración de que pagando o sin pagar, Alfonso iba a por todas.
Sólo el imperio Almorávide estaba en condiciones de plantarle cara; pero los reyezuelos taifas sabían que sus corruptas coronas, caerían bajo el dominio de los hombres del velo.
Cuentan que Al Mutamid, el famoso rey poeta sevillano, dijo: Prefiero pastorear los camellos de los almorávides que guardar los cerdos de los cristianos; y su voluntad se cumplió. Los Almorávides pasaron el estrecho cambiando completamente el tablero de juego en Al-Ándalus.
Pero… ¿Quiénes eran estos Almorávides? Los almorávides nacieron como un movimiento integrista de regeneración islámica. Todo empezó en la zona sur del Sahara.
En el siglo XI el Magreb era un mosaico de pequeños reinos. El Islam se había extendido entre las tribus beréberes que luchaban por controlar el comercio a través del desierto. El jeque de una tribu situada entre las actuales Mauritania y Mali, en su obligada peregrinación a la Meca, descubrió que el Islam que practicaba su pueblo no era el verdadero.
Yaya, que así se llamaba, buscó un buen alfaquí que adoctrinase a su pueblo. Y encontró a Abdalá Ben Jasim, un fundamentalista Malikí. Pero aquellos hombres del desierto tomaron con recelo la rigurosa doctrina islámica y muy pocos abrazaron sus enseñanzas. Ben Jassim y un grupo de unos sesenta discípulos se encerraron en una ribat.
De ahí viene el término Almorávide, Al-Murábitun; el que vive en la ribat, una especie de monjes guerreros al estilo de las órdenes militares cristianas que se encerraban en conventos fortificados como el que mencionamos en Guardamar.
Sus contemporáneos los llamaron también al mulatimun, que quiere decir los velados, pues cubrían su rostro con un velo por debajo de los ojos, costumbre muy práctica para la arena del desierto que podemos ver aún en los famosos tuareg. Para los Almorávides, más que una protección, el velo se convirtió en una especie de uniforme que los distinguía en cualquier parte.
Aquel maestro religioso jugó un papel muy importante en la formación del imperio Almorávide creando una sociedad basada en un estilo de vida sencillo, con estrictas normas religiosas, al que se fueron uniendo numerosos adeptos hasta superar el millar de monjes soldados.
Desde allí sometieron o se fueron aliando con diferentes tribus beréberes con dos objetivos claros: difundir el verdadero Islam y hacerse con el control de las rutas comerciales a través del Sahara.
Las tribus no islamizadas fueron conquistadas en nombre de la Yihad o guerra santa. Así, a mediados del siglo XI dominaban el desierto y siguieron ampliando su territorio hacia el norte, hasta cruzar el Atlas.
Aunque la cabeza visible en lo político y militar era el Jeque, el propio Ben Jasimm encabezó aquel ejército de fanáticos hasta que, muerto en combate, el estado islámico que había creado se convirtió en un Emirato liderado por Abu Bakr, su general más destacado.
En torno al 1070 Abu Bark fundó una base militar en un llano con abundantes pastos llamado Marrakus. Allí recibió noticia de unas revueltas que amenazaban a su tribu. Inmediatamente partió hacia el desierto dejando el mando en manos de su primo y lugarteniente Yusuf Ben Tasfin.
Yusuf construyó allí una verdadera ciudad amurallada a la que llamó Marrakés, la futura capital del imperio almorávide. Consiguió caballos, esclavos y varios miles de negros senegaleses. Cuando regresó su primo dos años después, supo que nunca podría arrebatarle el poder.
Rendido ante la evidencia, cedió el trono a Yusuf y volvió al desierto, dejando buena parte de sus tropas que se unieron al nuevo emir. Yusuf agradecido lo colmó de dinero y regalos.
Aquel hombre, austero y profundamente religioso, nunca aceptó el título de Califa, por eso le llamaron Emir de los Creyentes, Amir al Muminín, apelativo que pasó al castellano como Miramamolín.
Yusuf era un ejemplo para sus hombres: maduro, flaco, vestido con pieles de oveja, se alimentaba de leche y dátiles, como los fundadores del Islam.
A sus tropas se fueron uniendo miles de voluntarios, formando un poderoso ejército que luchaba con tácticas revolucionarias: caballería ligera, arqueros a caballo, infantes con largas lanzas y jabalinas….
A todo ello añadió fuertes contingentes de negros subsaharianos, provistos de tambores de piel de hipopótamo cuyo sonido aterrorizaba al enemigo y marcaba las maniobras de las diferentes unidades en el campo de batalla.
En pocos años conquistó Fez, Orán, Argel y por fin Ceuta, controlando así el Estrecho de Gibraltar. Al otro lado, aquellos reyezuelos acosados por los cristianos reclamaba su ayuda.
Y Yusuf acudió en el 1086; haciendo sonar en Al-Ándalus sus temibles tambores de guerra …