«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.
De Tudmir a Oriola IV.
El tercer Abderramán envió un potente ejército al mando de su visir contra los rebeldes de Tudmir y Valansiá, haciendo sentir su paso por ambas coras con firmeza, humillando a los enemigos que en ellas había y recaudando muchos tributos de sus regiones.
Conquistó la robusta fortificación de Uryula, la más antigua de sus ciudades y la más inexpugnable de sus fortalezas, que había servido de refugio a los cristianos de los primeros tiempos, por lo que habían puesto todo su esfuerzo en fortificarla y en cuidar sus tierras, generosas en plantaciones de peregrinos árboles y de los más sabrosos frutales.
En el año 912 Abderramán III sucedió a su abuelo alcanzando el trono con tan solo veintiún años. El Emirato era de nuevo un caos incontrolable, dividido en decenas de poderes locales, independizados del poder central. Su influencia se limitaba a la ciudad de Córdoba y sus arrabales.
Más allá, caudillos beréberes, árabes y muladíes actuaban por su cuenta y beneficio. Esta crisis de autoridad y su incapacidad para recaudar impuestos pusieron en peligro la supervivencia del propio Estado. Por otro lado, los reinos del norte estaban en plena expansión ocupando ya un tercio de la península, alcanzando la ribera del Duero.
Para completar el sombrío panorama, tres años antes de su llegada al trono, se había proclamado el califato fatimí que intentaba controlar toda Mauritania; y desde allí, Al-Ándalus. Fatimí, derivaba de Fátima, la hija del profeta Mahoma; por lo tanto, eran Chiíes, enemigos de los Omeyas, de la facción sunní. Vamos, que nadie hubiese dado un dirhan por el futuro de este joven emir.
Abderramán era inteligente, astuto, culto y diplomático; pero también impetuoso, irascible y cruel. Su infancia estuvo marcada por la violencia y las conspiraciones. Hijo de Muhammad, el primogénito del anterior emir Abdala, su madre fue una esclava cristiana concubina de palacio.
También su padre nació de una cristiana; vascona por más señas y princesa de Pamplona; cuyo padre y ella misma fueron prisioneros en Córdoba durante muchos años. Dicen las crónicas que el emir tenía ojos azules, piel blanca y el cabello y la barba rojiza, por lo que se tintaba de oscuro para infundir respeto.
Liberada la vascona, el pequeño Muhamad quedó en Córdoba y se convirtió en favorito del emir. Pero tenía más hijos que ambicionaban el trono y uno de ellos lo asesinó. Addalá lo hizo ejecutar y nombró sucesor a su nieto.
Su primer objetivo fue pacificar al-Ándalus; invirtiendo en ello buena parte del medio siglo que duró su reinado. Y como ya hiciese el primer Abderramán, armó un potente ejército con numerosos efectivos de origen eslavo, como contrapeso entre árabes y bereberes.
Ya explicamos que llamaban eslavos a los cautivos cristianos del norte, fuese cual fuese su nacionalidad. Su estrategia fue muy eficaz; sitiaban las fortalezas, destruían cosechas, talaban árboles y cortaban el suministro de agua. Pasado un tiempo prudencial, ofrecían la paz a cambio de los cabecillas rebeldes.
Decapitados estos, indultaba a los asediados, mejorando incluso su situación. De esta forma obtenía sumisión y fidelidad. También era generoso con los dirigentes que le juraban lealtad, ofreciéndoles cargos y una cómoda vida en Córdoba.
Así, en muy poco tiempo consolidó la estructura administrativa y política del emirato, impulsando un irreversible proceso de islamización que redujo a los cristianos mozárabes a una minoría.
En Tudmir, muerto el rebelde muladí del que hablamos en el capítulo anterior, un árabe advenedizo se deshizo de sus hijos y le sucedió como señor de la fortaleza de Lorca. Pero pronto pacto con el emir y marchó a vivir a la capital.
Uryula se independizó de este oportunista acogiendo a cuantos ignoraban la autoridad de Córdoba. Como ya hemos contado al principio, entre el 916 y el 17, Abderramán envió sus tropas a Tudmir y Valansía, conquistando Uryula.
Muy cerca vivía el señor de Qalyusa, la actual Callosa, que dominó también la vila murada de Elche y la fortaleza de Lacant, actual Alicante. Este personaje al que apodaban el jeque, alternó periodos de sumisión y rebeldía contra el emir. Primero fue confinado en Lacant, donde actuó como gobernador de la zona, luego desterrado a Albacete; y terminó sus días viviendo confortablemente en Córdoba.
Abderramán pasó por Tudmir liderando aceifas contra los reinos cristianos, y en cada ocasión aprovechó para someter a los disidentes. La campaña de Pamplona, cuya reina viuda era nada menos que su tía, comenzó con refriegas bélicas en esta cora y en la de Valansía, mostrando su poder e incorporando tropas comandadas por señores y gobernadores que así, atestiguaban la sumisión al poder de Córdoba.
Sabemos que Uryula colaboró en aquellas aceifas con hombres y avituallamientos. Con Al-Ándalus sometido, las victorias contra reinos cristianos y los éxitos cosechados en el Norte de África, donde tomó Ceuta, le llevaron a dar un paso más: para consolidar su posición, en el 929 se proclamó Califa.
Una aclaración: el título de Emir se corresponde con el de rey; pero Califa es comendador de los creyentes, la máxima autoridad religiosa y civil en el Islam. Algo así como un papa emperador.
Durante su mandato Córdoba alcanzó un gran prestigio en todo el mundo conocido. La pacificación interna provoco un fabuloso desarrollo económico y demográfico cuya máxima expresión fue la construcción en las afueras de la capital, de la palaciega Medina al-Zahra.
Como príncipe de los creyentes emprendió la guerra santa contra los cristianos, utilizando la religión como elemento de unión y argumento para la lucha. Pero en el 939 sufrió un enorme contratiempo: La coalición entre los reinos de León, Pamplona y el condado de Castilla propició una terrible derrota en Simancas que casi le cuesta la vida.
Este acontecimiento supuso un duro golpe a su confianza, y ya nunca más dirigió personalmente el ejército. Hábil político, tenía claro que los líderes andalusíes le seguían por las victorias y el botín, y que cualquier muestra de debilidad podía minar su autoridad.
Así pues, decidió culpar a sus oficiales de la derrota y crucificó a decenas de ellos, aprovechando la ocasión para hacer una brutal purga entre los posibles disidentes.
Durante el siglo X, en Tudmir se reorganizó el poblamiento. El estado reguló el control fiscal y militar estructurando el territorio en distritos, a cuyo frente situaba una fortificación en lugar estratégico: así comenzaron a desarrollarse los castillos de Uryula, Qalyusa y Lacant, cuya construcción se data en esas fechas.
Esto favoreció el aumento demográfico de la región, con numerosa inmigración procedente de otros territorios islamizados. Más allá de algún levantamiento ocasional, apenas tenemos noticias de Tudmir en el período califal.
Las periódicas sustituciones de gobernadores se pueden interpretar como un síntoma de estabilidad y prosperidad en la región, de la misma forma que el resto de Al-Andalus. Abderamán III murió en el 961.
De Tudmir a Oriola V.
El glorioso Al-Masur fue enterrado bajo el polvo recogido en sus numerosas aceifas contra los infieles. Pues cada vez que volvía de ellas, los sirvientes sacudían sus ropas sobre un tapete de cuero para reunir todo el polvo que acumulaban. Al fin, la divina piedad se compadeció de tanta ruina y permitió alzar la cabeza a los cristianos. Robados todos los tesoros de las iglesias y después de muchas y horribles matanzas, fue llevado en Medinaceli por el demonio que le había poseído en vida; y sepultado en el infierno.
En esta serie voy a tratar de contextualizar permanentemente el panorama en Orihuela, en la Cora y en el resto de Al-Ándalus; pero una vez sometida por Abderramán, apenas hay noticias locales durante el periodo califal. A pesar de todo, no podemos comprender lo que pasó en nuestra ciudad entrado el siglo XI, sin hablar del final del X y de la descomposición del Califato. Así pues, voy a dedicar esta entrega a dicho periodo.
El segundo califa fue elegido sucesor cuando solo contaba ocho años; pero la longevidad de Abderramán III le obligó a esperar hasta los cuarenta y siete para ser proclamado. Mientras, tuvo tiempo de recibir una refinada educación, participar en las tareas de gobierno y acompañar a su padre en algunas campañas militares.
Ya en el trono, Al-Hakam II supo mantener la paz y la prosperidad; amplió de nuevo la mezquita aljama de Córdoba; y para ello, convocó a astrónomos, alfaquíes, artistas y alarifes. Su belleza y elegancia desafiaron toda descripción; ni griegos, ni musulmanes labraron jamás obra tan exquisita; siendo entre todos los Omeyas hispanos el que más amó la ciencia y el arte.
Organizó también una fabulosa biblioteca con más de 400.000 volúmenes y una moderna red de escuelas públicas. Tan entretenido andaba con poetas y filósofos que dejó el poder en manos de ambiciosos funcionarios.
Fallecido su primogénito y mal aconsejado, dejó como sucesor a un niño, nacido de una concubina vascona cuando Al-Hakam rondaba ya los cincuenta años. Tras su muerte, acaecida en el 976, el tercer califa, Hisam II, sólo fue un juguete en manos de un dictador.
Abi Amir Muhammad, pasó a la historia de España como Almanzor, castellanización del sobrenombre Al Mansur, el victorioso. Era descendiente de aquella minoría árabe que participó en la conquista de la Península Ibérica en el 711.
De clase media, su padre era un terrateniente venido a menos. Fue destacado estudiante en la madrasa de Córdoba, donde se convirtió en algo parecido a un jurista. Sin recursos ni influencias, comenzó su carrera como escribano en un pequeño tenderete, llamando la atención del Cadí de Cordoba, que le ofreció trabajo como auxiliar de su tribunal.
Allí conoció al que fue su mentor, el visir o primer ministro Al-Musafi. Inteligente y culto, el propio califa se fijó en él, quedando como tesorero de los bienes de su heredero. Así conoció a la favorita de palacio, una vascona convertida al Islam. Y dicen las malas lenguas que fue su amante.
Muerto el primogénito, siguió tutelando al pequeño Hixam, el hijo de la vascona. Hombre de confianza del visir Al-Musafi, a los treinta años ya era gobernador de la Ceca, donde acumuló una gran fortuna manejando el dinero del Califato.
Luego fue Cadí de Córdoba, jefe de la policía y responsable de las tropas mercenarias. Muerto Al-Hakan se desató una disputa sucesoria entre el heredero de tan solo diez años y un hermano del Califa. Lacayo fiel del visir, en apariencia, utilizó a la policía para asaltar el palacio del pretendiente y por orden de su mentor lo asesinó con sus propias manos.
Así, el visir se convirtió en regente y Al Mansur en visir. El último fleco lo cosió casándose con la hija del general Galib, eslavo y héroe militar del emirato en mil batallas. Como visir desarrolló la típica política populista: lucha contra la delincuencia, bajada de impuestos, propaganda….
Hasta se ganó el favor de los imanes endureciendo el trato a los mozárabes y quemando buena parte de la biblioteca reunida por Al-Hakan, que fue expurgada de todos los escritos clásicos, cristianos o judíos. Rico, poderoso, popular, con el ejército y el clero bajo control, era el momento de dar el golpe definitivo deshaciéndose de su mentor y luego de su suegro.
Al-Mansur nunca se proclamó califa, pero eliminados todos los obstáculos, se convirtió en el amo incuestionable del califato. Coronó a Hixam II y lo encerró en la Medina Al Zahara, rodeado de lujos y placeres, una jaula de oro para aislarlo del poder.
El pueblo le adoraba, pero la aristocracia árabe lo consideraba un advenedizo. Para librarse de su influencia suprimió las mesnadas de los señores en el ejército y lo llenó de mercenarios bereberes, reclutados personalmente en el norte de África.
Carismático entre sus tropas y con gran talento militar, llevó a cabo más de medio centenar de campañas contra los cristianos sin conocer la derrota, haciendo honor al título que él mismo se había impuesto Al-Mansur bi Allah: el Victorioso de Dios.
Para mantener el descomunal ejército que había creado emprendió devastadoras incursiones que sembraron el terror en los reinos del norte. Asoló Burgos, León, Barcelona, Santiago, Pamplona…
Cuerdas de miles de esclavos y toneladas de botín llegaban a la capital en medio de desfiles victoriosos dignos de los emperadores romanos, con el califa rodeado por el dictador y sus hijos, destinados a sucederle. En Santiago utilizó a los cautivos para trasladar a hombros las campanas de la catedral y las puertas de la ciudad hasta Córdoba.
Otro medio de legitimación y propaganda fue la construcción de la Medina al-Zahira, su propia ciudad, el símbolo de su familia: la nueva dinastía Amirí. En su última correría, con más de setenta años, se puso a la cabeza de su ejército a pesar de sentirse enfermo. Corría el año de 1002.
Su estado se agravó y decidieron trasladarlo a la base de Medinaceli, donde murió probablemente a causa de una artritis gotosa. Por fin, los reinos cristianos suspiraron aliviados con la desaparición del que llamaron el azote de Dios.
Más de un siglo después, los cristianos se inventaron la batalla de Catalañazor, donde Almanzor perdió el tambor; tan falsa como el uso de tambores antes de la llegada de los Almorávides.
Le sucedió Abd al-Malik, su hijo predilecto; Almanzor el chico, le llamaron los cristianos; un gobernante eficiente y un buen jefe militar. Pero los inmensos ejércitos organizados por su padre necesitaban algo más; un líder indiscutible y continuas campañas para mantenerlo a base de botín.
La cohesión era difícil: los Bereberes fieles al hijo de Almanzor, los eslavos al califa; árabes y muladíes agrupados de nuevo por afinidades tribales. En una de sus campañas, Abdel Malik cayó misteriosamente enfermo y llegó cadáver a Córdoba.
Su hermano Abderramán heredó todo el poder; y el pueblo le acusó de haberlo envenenado. Era el hijo segundón que Almanzor tuvo con una princesa vascona, la que trajo como rehén de Pamplona. Por lo tanto, era nieto del Rey Sancho, y por su parecido físico, le apodaron despectivamente Sanchuelo.
Había convivido junto al califa en su palacio; y tenía con él mucho en común: Hijos de Vascona, viciosos y amigos de la juerga. Para colmo, Abderramán Sanchuelo tuvo la osadía de proclamarse sucesor del califa, algo a lo que no se había atrevido ni su padre.
El califa, sin hijos, así lo declaró. Aquello cayó como una bomba entre la aristocracia de Córdoba. Se sentían humillados por un advenedizo sin sangre real, hijo de cristiana, impío y bebedor.
Para conseguir algo del prestigio alcanzado por su padre y su medio hermano, su última estupidez fue ponerse al frente de una campaña militar, en febrero. La palabra aceifa que hemos utilizado varias veces, deriva del árabe y quiere decir cosecha o expedición estival, de verano, cuando se hacía la guerra.
En su camino hacia el norte acompañado por las 70 mujeres de su harem, quedó atrapado en Toledo por las condiciones meteorológicas. Su salida de Córdoba con el ejército fue aprovechada para consumar un golpe de estado. Árabes y eslavos tomaron la Medina al Zahara, haciendo abdicar al pelele de Hixam II en la persona de otro Omeya llamado Muhamad, biznieto de Abderramán.
Asaltaron la ciudad palacio construida por Almanzor y, durante una semana, fue saqueada y demolida hasta los cimientos.Controlada la capital, se proclamó califa con el nombre de Muhammad II, declarando la fitna o guerra civil a Sanchuelo.
Este intentó regresar para hacerle frete, pero las tropas le abandonaron, se refugió en un monasterio y allí mismo fue degollado.
El nuevo califa puso precio a las cabezas de los bereberes, fieles a la familia de Almanzor; y estos coronaron a otro biznieto del primer califa llamado Suleymán. Derrotado por Muhamad, los bereberes huyeron a Tudmir, donde tomaron Uryula. Pero Muhamad fue asesinado por los generales eslavos, que repusieron al legítimo Hixam.
Suleyman regresó, y depuso de nuevo a Hixam, del que nunca más se supo. En medio de este caos, la poderosa estructura estatal se vino abajo perdiendo el control de todo el territorio. Almanzor había llevado el Califato a la cima del poder político y militar; pero sentando las bases para su destrucción definitiva.
Tras su muerte y la de sus hijos, el estado cayó en un continuo proceso de violencia y descomposición, estallando en múltiples taifas que quedaron en manos de pequeños reyezuelos que ya no podían hacer frente a los reinos del norte, notablemente reforzados por la emigración de los mozárabes provocada por Almanzor.
Tudmir dejó de ser una provincia y sus territorios se repartieron en varias taifas. Así Uryula fue pasando por la de Almería, la de Denia, la de Murcia….
De Tudmir a Oriola VI.
Jairán el eslavo derrochó bravura en las puertas de Córdoba. Pero el aluvión africano pudo más que el valor, y los defensores fueron arrollados por las hordas berberiscas. Los cadáveres eran tan numerosos, que ni siquiera trataron de contarlos. Acribillado su cuerpo en el combate, fue dado por muerto.
Los otros de su natura, que llamaban castrados, escaparon de aquella matanza y marcharon a tierras de Mursya, tomando a los bereberes la fortaleza de Uryula. Y luego que Jairán se sintió sano y guarido, fue con ellos y los eslavos lo acogieron como señor, poniendo en sus manos la ciudad.
En los umbrales del siglo XI, seguimos teniendo pocos datos de la Uryula islámica. Sus niveles arqueológicos se encuentran por debajo de la cota máxima de excavación o fueron arrasados para emplear los materiales en obras posteriores.
Perdida la capitalidad, Uryula era cabeza de una comarca con gran actividad agrícola. Hace ya tiempo que la población descendió del llano de San Miguel; pero el urbanismo sigue disperso, permitiendo la construcción de amplias viviendas con patio central documentadas por Silvia Yus en las calles de Santa Lucía o Barrio Nuevo.
Contaba con una incipiente red sanitaria doméstica comunicada con desagües situados en las calles; albellones que vertían en el río. Esta ocupación no saturada, toleraba las molestas actividades artesanales intramuros, como el horno cerámico localizado por Emilio Diz en las excavaciones del edificio de los Juzgados; y permitía mantener un cementerio cercano a la mezquita aljama, del que se conserva una estela funeraria del siglo X.
Tenía al menos tres puertas; una a cada extremo de la calle que sustituyó al antiguo camino de Murcia a Crevillente, y otra en el de Cartagena, al que se accedía a través de un puente de madera o de barcas. Es de suponer que contaba con un proto-castillo y una barbacana autosuficiente, con buenos aljibes para soportar asedios, y con puerta de la traición.
De hecho, en la alcazaba y en los muros que descienden hasta abrazar la población, se han encontrado restos de etapas constructivas entre los siglos IX y XI, salpicando la obra militar que los Almorávides hicieron un siglo después.
En cuanto a la población, a pesar de haber contado con una de las comunidades mozárabes más sólida gracias al ventajoso tratado de Tudmir, después de tres siglos de presión islámica, la mayoría había optado por la conversión o por la emigración a los reinos del norte.
Cristianos y judíos eran ya solo minorías. La comunidad bilingüe y multicultural quedaba muy lejos; mozárabes y muladíes hablaban, vestían y comían a la usanza musulmana.
La lengua oficial era el árabe clásico, el del Corán. Pero había otro árabe de uso cotidiano, mezclado con giros y términos latinos, incluso con aportaciones bereberes, un dialecto propio de la zona.
Una vez situados en la Orihuela de comienzos del siglo XI, vamos a hablar de un personaje muy conocido en Almería, al que la Crónica General de Alfonso X, ligó para siempre a la historia de nuestra ciudad.
Nacido en torno al 970, Jairán el eslavo fue uno de esos adolescentes capturados en las incursiones militares en el norte. Esclavizado y castrado por los judíos de Lucena pasó a servir en palacio como eunuco. Durante el califato, muchos de estos esclavos castrados se convirtieron en leales servidores de la corte, relegando a la corrupta aristocracia árabe.
Como funcionaros solo tenían ventajas: fieles, discretos, sin familiares ni amigos a los que beneficiar y sin descendientes que pudieran heredar el cargo. Jairam entró al servicio de Almazor haciendo carrera militar en sus tropas mercenarias, donde destacó por su valentía y lealtad.
Hombre de confianza del dictador, fue nombrado general y gobernador de la cora de Almería, la capital naval del califato.
Muerto Sanchuelo, el último hijo de su amo, tomó partido por los bereberes en la fitna declarada por el golpista Muhamad. Como ya contamos en el capítulo anterior, los bereberes nombraron a Suleymán, un bisnieto del primer califa que se alió con el conde de Castilla para saquear la capital.
Expulsados de Córdoba, los bereberes se alzaron victoriosos en la Cora de Tudmir poniendo en fuga a los morabitos de la Ribat de Guardamar y tomando la ciudad de Uryula. Durante su larga estancia en la provincia vivieron de la extorsión y el saqueo.
Mientras, los oficiales eslavos asesinaron a Muhamad y restituyeron a Hixam, su legítimo califa. Reforzado por las tribus bereberes del otro lado del estrecho, Suleymán regresó para asediar la capital durante más de dos años hasta proclamarse califa en la primavera del 1013.
Jairán se empleó en la defensa de Córdoba hasta que, gravemente herido, fue abandonado en los arrabales y dado por muerto. La capital fue saqueada y Hixán desapareció para siempre, probablemente asesinado. Los eslavos supervivientes huyeron a Tudmir y tomaron Uryula.
Pero Jairán seguía vivo. Por la noche se arrastró al interior de la ciudad y se escondió hasta que pudo valerse para viajar. Aún convaleciente marchó a Tudmir, donde fue aclamado como señor por los eslavos, montando en Uryula su fortaleza y base de operaciones.
Gracias a su fama como señor de Almería y antiguo general del califato, muchos eslavos dispersos decidieron alistarse bajo su bandera. A Uryula acudieron proscritos de Almería, de Jaén, de Calatrava, de Baeza… de todas las comarcas donde había sido dueño y gobernador.
El experimentado militar preparó en nuestra ciudad una hueste de fugitivos, de soldados de fortuna sin nada que perder. En pocos meses limpió Tudmir de beréberes.
Se hizo con Murcia, con Lorca y con Jaén. Y una vez controlado el territorio, dejó el gobierno de la cora en manos de otro eslavo castrado, de nombre Zuhayr, su lugarteniente y fiel camarada.
Con aquellas mesnadas se dirigió hacia Almería. A su paso por los poblados, el improvisado ejército se nutría de voluntarios.
Veinte días con sus noches aguantó Almería las tremendas acometidas de Jairán. Con ingenios y máquinas descoyuntó los muros y torreones de su inexpugnable fortaleza. Y una vez tomada la alcazaba, se nombró a si mismo Emir de Almería.
Hace mil años, Uryula pasó a formar parte de su taifa, un vasto territorio que llegaba de Almería hasta Lacant.
Jairán fue un emir preocupado por su pueblo y con altas aspiraciones políticas. Se alió con otras taifas, para participar en casi todos los intentos de restauración del califato; ya fuese en la persona de un omeya, o en la de un descendiente de Almanzor.
En el verano de 1028, viendo próxima su muerte, mando llamar a su fiel Zuhayr, el que gobernaba Tudmir en su nombre y lo nombró sucesor.
Una vez fallecido, de muerte natural, su lugarteniente fue acatado en Almería. Pero en Tudmir otro eslavo se levantó contra él y le hizo la guerra desde Uryula.
Zuhayr puso cerco a nuestra ciudad y ésta aguantó seis meses de asedio; hasta que por fin la sometió a su obediencia. Así, Uryula siguió formando parte de la taifa de Almería algunos años más.