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De Tudmir a Oriola XVI-XVIII.

«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.

De Tudmir a Oriola XVI.

Por fin había llegado el momento de asestar el golpe decisivo. Alfonso envió mensajeros a la tierra de los francos convocando a todas las naciones cristianas para ayudarle en su empresa.

Y las gentes de estos países, contestando a su llamada, se congregaron bajo su estandarte como enjambres de langostas y hormigas.

Pronto se encontró a la cabeza de innumerables fuerzas con las que acampó ante Zaragoza, que fue sometida tras largos meses de asedio en diciembre de 1118.  

Y en el decimoquinto día de las calendas de julio de 1120, el conde Guillermo de Potiers, el duque de los aquitanos y el rey de Aragón, lucharon con Ibrahim y otros cuatro reyes de las Españas en el campo de Cutanda.

Vencieron completamente, matando a 15.000 mahometanos y haciendo numerosos prisioneros. Se apoderaron de dos mil camellos, de otras bestias sin número y sometieron muchos castillos.

Alfonso el Batallador alcanzó el trono en plena ofensiva almorávide. El destino le había entregado la corona para continuar la tarea de sus predecesores. El siguiente objetivo era muy ambicioso: nada menos que Zaragoza, la Cesar Augusta con su muralla romana, la cabeza del valle del Ebro.

Después de Córdoba, sólo Toledo podía rivalizar con la capital de la marca superior. Sin dudarlo un segundo comenzó a conquistar importantes plazas y consolidó fortalezas para preparar la campaña. Pero un contratiempo cambió radicalmente sus planes.

Muerto Yusuf, el emir de los Almorávides, su hijo Alí propinó un duro golpe a los castellanos en 1108; derrotándolos en Uclés. En aquella batalla, Alfonso VI de León y Castilla perdió a su hijo Sancho, aún adolescente, su único heredero varón.

Había nacido de su relación con la mora Zaida. Ahora, su hija Urraca, viuda y con un hijo de tres años, era la heredera de su extenso reino. Proclamada en Toledo poco antes de morir su padre, la obligó a casarse con el Batallador.

Sólo él tenía suficiente autoridad para evitar las disputas entre leoneses y castellanos; y capacidad militar para protegerlos de la amenaza almorávide.

El matrimonio tuvo lugar en 1109. Y aquella maldita y descomulgada boda que, como ya dijimos podría haber anticipado la unidad peninsular en varios siglos, tuvo el efecto contrario: provocó un conflicto en los territorios castellano leoneses que duró casi dos décadas.

De fuerte carácter, Alfonso quiso controlar los reinos de su esposa a su manera: en lo militar, en lo religioso y en lo diplomático; proclamándose emperador de Hispania.

Pero la nobleza, sobre todo la gallega, no estaba dispuesta a perder sus privilegios y se aferraron a los derechos del hijo de Urraca, Alfonso Raimúndez, todavía muy niño. La rebelión estalló en Galicia y el Batallador derrotó fácilmente a los sublevados.

Poco a poco se fue extendiendo hasta convertirse en una auténtica guerra civil a la que  respondió con extrema dureza. Alfonso no dudó en someter las ciudades levantiscas a hierro y fuego. El avance de Aragón se detuvo, el Batallador, olvidando a los musulmanes, se dedicó a pelear encarnizadamente contra sus nuevos súbditos.

Alfonso I El Batallador. Francisco Pradilla Ortiz. / Urraca I de León. Carlos Múgica Pérez.

El matrimonio fue tortuoso; educado para la guerra, misógino y violento, mantuvo una relación muy difícil con Urraca, apodada «la temeraria». La Historia Compostelana, puso en boca de la primera reina de Castilla:

«Cuáles y cuántas deshonras, dolores y tormentos padecí mientras estuve con él. El cruel, fantástico y tirano rey de Aragón, no solo me deshonraba continuamente con torpes palabras; muchas veces mi rostro fue manchado con sus sucias manos y fui golpeada con su pie».

Mientras tanto, Almustain, rey de Zaragoza, aprovechó los problemas internos del batallador para marcarse un tanto ante los almorávides, que le acusaban de traidor por sus alianzas con los cristianos.

En el 1110 encabezó personalmente una campaña para invadir el reino de Pamplona. Consiguió rendir la plaza de Olite; pero a su regreso fue interceptado por tropas aragonesas y cayó muerto en Valtierra.

En la confusión que produjo la muerte del rey, Alfonso ocupó varias plazas. Este hecho determinó la intervención almorávide. Zaragoza, ante la amenaza aragonesa, abrió las puertas a los africanos que entraron jaleados por buena parte de la población y tomaron el control de la taifa.

Abd el Malik, el hijo y heredero, huyó con sus fieles. La marea almorávide amenazaba toda la línea del Ebro mientras los cristianos seguían perdiendo el tiempo en disputas internas.

Aquella guerra civil, repleta de traiciones y cambios de bando, se fue enquistando. Los opositores a Alfonso se sacaron de la manga el argumento de la consanguinidad, a pesar de que el parentesco era muy remoto: ambos eran biznietos de Sancho el Mayor. Pero triunfó.

Sin descendientes, el matrimonio fue declarado nulo. En 1114 se produjo la separación canónica y el rey aragonés volvió a las tareas de conquista y repoblación sin ceder el control de extensas zonas de Castilla que le eran favorables.

Su objetivo volvía a ser Zaragoza, pero ahora estaba en manos de los almorávides y no iba a ser empresa fácil. El empuje necesario llegó gracias a un concilio celebrado en Toulouse que concedió beneficios de cruzada a cuantos acudiesen a conquistar la capital musulmana.

Como hemos contado al principio, un numeroso ejército se concentró para la campaña cerca de Zaragoza.

Aragón contaba en sus filas con gran número de caballeros cristianos del otro lado de los Pirineos, entre ellos Gastón de Bearne, viejo amigo de Alfonso que había destacado en la primera cruzada de Jerusalén por su experiencia en máquinas de asedio.

Gastón, afincado en Aragón, lideró a los caballeros francos aportando catapultas y torres móviles. A finales de mayo los cruzados estaban a las puertas de la ciudad y comenzó el largo y prolongado asedio que duró hasta diciembre.

Una vez rendida, el batallador permitió a los moros instalarse en los arrabales y seguir cultivando sus tierras.

Luego desmanteló la región tomando las ciudades y fortalezas que estaban en poder de los almorávides. La toma de Zaragoza supuso la sumisión de prácticamente todo su reino taifa.

Los almorávides habían subestimado a Alfonso. Cuando llegaron las noticias a Marruecos, el emir Ali Ben Yusuf proclamó la Guerra Santa y encargó a su hermano Ibrahim que organizase un ejército capaz de detener a los cruzados. Junto él se reunieron las tropas de Murcia, Granada, Valencia, Lérida; y miles de voluntarios al reclamo de la Yihad.

Enterado el Batallador, lejos de rehuir el combate, levantó el asedio que mantenía sobre Calatayud y salió a su encuentro acompañado por el conde de Poitiers, el duque de Aquitania y multitud de caballeros francos y normandos.

En los alrededores de Cutanda aguardaron la llegada del grueso de las fuerzas almorávides y cayeron sobre ellos, aniquilando el contingente musulmán.

No llegarían a quince mil, como escribió la crónica franca que he leído al principio, pero fue una carnicería con miles de muertos que dejó para la historia una expresión popular en Aragón: peor fue la de Cutanda.

Aprovechando la debacle musulmana, Alfonso entró en Calatayud y se apoderó de un sinfín de plazas. Su siguiente objetivo era Lérida; pero una curiosa carta recibida, dio lugar a una increíble aventura que le hizo llegar hasta los muros de Uryula y amenazar nada menos que Granada.

Pero eso, lo contaremos en el próximo episodio.

Programa 16.
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De Tudmir a Oriola XVII.

Granada, en el año del Señor de 1125. Mi Señor: Esta generosa vega produce copiosas cosechas de trigo, de cebada, de lino. Abunda la seda, las viñas, los olivares y toda clase de frutos.

Goza de muchas fuentes y arroyos, y de una fortísima alcazaba que os servirá de plaza fuerte para las siguientes conquistas. En Granada os esperamos doce mil combatientes, sin contar ancianos ni adolescentes. Este número es bastante y los puntos flacos del país son visibles.

Entre nosotros hay orden y disposición; y cuando asomen los estandartes de Aragón con el rey a la cabeza, se descubrirán y se unirán a vos en su totalidad.

No era la primera carta que Alfonso recibía de las comunidades mozárabes andalusíes. Desde la llegada de los almorávides su situación era desesperada por el acoso de los fanáticos alfaquíes, empeñados en exterminarlos.

Liberar a aquellas gentes podía ser la última gesta del rey de Aragón: atravesar la península de norte a sur para crear un principado cristiano en Granada; en el mismo corazón de Al-Ándalus.

Sólo dos locos podían acometer tal empresa: el Batallador y su viejo amigo Gastón de Bearn, el héroe de Jerusalén que tanto le había ayudado en la toma de Zaragoza. Los preparativos se mantuvieron en secreto; y en el otoño de aquel mismo año, estos dos aventureros, ya cincuentones, salieron de Zaragoza junto a tres obispos, cuatro mil caballeros escogidos y quince mil infantes, no sin antes juramentarse entre ellos.

Lo natural para llegar a Granada era bajar en línea recta, pasando por Toledo. Pero no podían pisar Castilla, con la que seguían enemistados desde aquella maldita boda. Así pues, harían el trayecto más difícil: íntegramente por territorio almorávide.

Al llegar a Valencia sostuvieron la primera escaramuza. En sus planes no entraba el asedio. Mientras la guarnición se entretenía con los atacantes, saqueaban huertos, talaban bosques y miles de mozárabes salieron de todas partes para unirse a la hueste aragonesa.

Repitieron el procedimiento en Alcira, en Denia, en Játiva. Por el camino iban asolando territorios musulmanes y liberando a más y más cristianos que les servían de guía en aquellos parajes desconocidos. Pasaron por Uryula, por Mursya y Almería; y por Baza llegaron a Guadix. 

Allí se detuvieron para enviar mensajeros a los emboscados. Mientras, celebraron la Navidad con gran gozo y abastecimiento de viandas que los mozárabes traían de todas partes.

Por fin, en enero del 1126, acamparon cerca de Granada. Desde las atalayas avistaron aquella inmensa muchedumbre y en la ciudad cundió el pánico. Durante varios días esperó a los doce mil combatientes que facilitarían su entrada en la ciudad.

Pero nunca llegaron. El lento avance de aquella hueste dio tiempo a preparar la movilización general almorávide. Bajo el mando del gobernador de Granada, hermano del emir, formaron un ejército con tropas de Marruecos, de Sevilla, de Granada y de Mursya y, por supuesto, con contingentes de Uryula.

En cuanto a los refuerzos mozárabes, estos contestaron al rey reprochándole su tardanza. Advertidos los almorávides de su llegada se había anulado el factor sorpresa; y, una vez descubiertos, lo habían perdido todo. Los que no habían huido de la ciudad a tiempo estaban ya neutralizados.

Alfonso no venía preparado para el asedio; y el invierno no era buen aliado para el combate. Así pues, decidió practicar incursiones por el rico valle del Guadalquivir, buscando víveres y leña para aquella inmensa multitud a la que seguían uniéndose más y más cristianos con sus familias. Algunas crónicas hablan de cincuenta mil; pero como siempre, son cifras exageradas. 

El ejército almorávide se dedicó a hostigar a los aragoneses hasta que consiguió rodearlos cerca de Puente Genil; habían caído en una ratonera. Alfonso respondió a su manera: se colocó la armadura, dividió sus tropas en cuatro cuerpos con cuatro banderas y cargaron contra los sarracenos en todas las direcciones, rompiendo el cerco y poniendo en fuga a los almorávides.

De allí se fue a Motril, donde se adentró en el mar y comió pescado. Los cronistas musulmanes se preguntaban si aquello era una promesa o simplemente una provocación para que hablasen de él. No voy a extenderme más en esta aventura: cargados de botín, de mujeres y niños; asolados por el cansancio y la peste; y hostigados por los almorávides, volvieron por el mismo camino.  

Al llegar a su reino, Alfonso concedió tierras y privilegios en el nuevo sur de Aragón a los miles de cristianos rescatados. Esta gesta quedó para la historia plasmada en varias crónicas árabes, peninsulares y francas.

Los mozárabes que no consiguieron huir sufrieron las represalias; muchos acabaron asesinados o deportados a África, donde su destino fue la esclavitud o engrosar los ejércitos que luchaban contra los almohades.

Alfonso había puesto de manifiesto la fragilidad almorávide; un imperio en decadencia que no podía mantener tantos frentes. Les obligó a reforzar las defensas de las ciudades, empezando por Granada, con la consiguiente subida de impuestos.

Entre los emigrados al norte y los deportados al sur, Al Ándalus se fue quedando sin aquellos contribuyentes forzosos, traspasando sus cargas fiscales a los musulmanes andalusíes que no tardaron en rebelarse aprovechando la debilidad de sus opresores.

Al llegar los almorávides, Uryula, Mursya y todo el reino de Denia fueron conquistados por el prestigioso general Aysa, un hijo del emir Yusuf. «Justo en sus juicios, honrado y continente», durante su gobierno la provincia siguió prosperando en base a su riqueza agraria; especialmente Mursya, capital de distrito donde construyeron una nueva Mezquita Aljama.

Vencedor en Aledo y en Uclés, Aysa quedó ciego y perdió el juicio tras una derrota cerca de Martorell. Fue sucedido por su hermano o cuñado Abu Bark, oscuro personaje cuya carrera militar terminó con la derrota de Cutanda, donde pereció mucha gente de Mursya y Uryula, entre ellos un famoso maestro en el Corán.

En ambas ciudades había florecido la cultura entre la burguesía, surgiendo una generación de poetas y eruditos islámicos. Ricos propietarios agrícolas que debieron sufrir un buen golpe cuando el Batallador asoló la comarca llevándose a gran número de mozárabes, la mano de obra de los campos.

Pero si en algo destacaron realmente los almorávides fue en la construcción de defensas. Sus alarifes reforzaron las fortalezas de la región con la sólida técnica del tapial. Ya contamos que Orihuela les debe los emblemáticos tres torreones que se mantienen en el castillo.

Durante el levantamiento general contra los opresores africanos, las murallas de Uryula se convirtieron en bastión almorávide, acogiendo a contingentes dispersos que se agruparon formando un pequeño ejército que ponía en riesgo la seguridad de la vecina Mursya.

El dominio almorávide no pudo aguantar el acoso simultáneo de los almohades en África, de los reyes cristianos en la península, y de una población sometida y descontenta que acabó por exterminarlos. Tras una larga agonía se hundieron definitivamente en 1147 con la pérdida de Marrakés.

Sus despojos en la península quedaron repartidos entre los antiguos poderes locales que emergieron rápidamente, comenzando las segundas taifas; un confuso periodo que se mantuvo hasta que los almohades tomaron el control.

De todo esto hablaremos en la próxima entrega.

Programa 17.
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De Tudmir a Oriola XVIII.

Al amanecer del martes 17 de julio de 1134 los centinelas avistaron un ejército musulmán que se acercaba a Fraga.

Inmediatamente alertaron al Batallador y sin tiempo para reaccionar, cayó sobre los sitiadores una lluvia de lanzas, saetas, dardos y piedras, matando a buen número de hombres y bestias.

Y viendo que no podían sostener la batalla en el campamento salieron a pelear a campo abierto. Mientras derrotaban a los que tenían de frente, una tropa más numerosa atacó por la espalda provocando el pánico y la derrota.

El día de las Santas Justa y Rufina, hubo una gran y terrible matanza de cristianos en Fraga. Casi todos perecieron por la espada; salvo unos pocos que, desarmados, huyeron con el rey.

El largo conflicto con Castilla provocado por aquella fallida boda terminó en el Pacto de Tamara. Alfonso el Batallador renunció al título de emperador en favor del hijo de Urraca.

Con casi sesenta años, el monarca aragonés seguía peleando incansable a ambos lados de los Pirineos. Sus dos grandes amigos, Esteban, obispo de Huesca y Gastón de Bearn, señor de Zaragoza cayeron en una escaramuza cerca de Valencia.

La cabeza de Gastón, clavada en una pica, viajó a Granada, donde fue paseada por zocos y calles acompañada de redobles de tambor. La muerte de sus compañeros de armas fue un duro golpe.

Aquel mismo año, mientras asediaba Bayona, Alfonso redacto su testamento, que fue jurado por todos sus oficiales. Antes de morir quería culminar su tarea tomando las plazas de Tortosa y Lérida, deseadas también por el Condado de Barcelona.

Para dominar la ribera del Ebro hasta Tortosa, utilizó una táctica novedosa. Sus hombres talaron bosques hasta formar una pequeña flota fluvial que partiendo de Zaragoza descendió por el caudaloso río.

Con gran astucia, Alí Ben Yusuf, el emir de los almorávides, negoció un pago de 12.000 dinares anuales con el conde de Barcelona. De esta forma, aseguraba la frontera y se quitaba de en medio a un enemigo.

Este pacto enfureció a Alfonso, que juró solemnemente añadir los territorios a su reino arrebatando el provecho al habilidoso barcelonés. En el verano de 1133 inició el asedio a Fraga.   

Su carácter se había endurecido con los años.  Cuando los defensores le ofrecieron una rendición pactada, la rechazó. Hizo traer las reliquias más preciadas de su capilla; y ante lo más granado de sus jefes militares juró e hizo jurar que no se apartarían hasta ocupar la plaza; que ninguno de sus defensores saldría con vida; y que reduciría al cautiverio a sus mujeres e hijos.

Desesperados, los de Fraga pidieron ayuda a todas las ciudades almorávides; y se formó un ejército de socorro con tropas de Córdoba, Lérida, Valencia y Murcia.

Tras más de un año de asedio, las tropas aragonesas se habían relajado y muchos nobles estaban ausentes temporalmente, dispensados por el rey para arreglar los asuntos de sus dominios.

El ataque les pilló desprevenidos; y el resultado lo hemos narrado al principio: un desastre sin paliativos del que Alfonso  escapó de milagro. Hundido moral y físicamente, no aguantó ni un mes. Realizó sus últimas disposiciones, ratificó su testamento y nombró obispo de Roda a Ramiro, su único hermano.

El 7 de septiembre moría Alfonso I el Batallador tras treinta años de lucha que habían puesto Aragón en el mapa. Desautorizado su hermano y sin hijos que defendieran lo conseguido, su singular testamento dejó el reino a tres órdenes militares: Los Templarios, Los Hospitalarios y los caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Este legado abría una profunda crisis en Aragón. Los nobles no aceptaron esa locura idealista y sin perder tiempo elevaron al trono a Ramiro, el hermano de Alfonso; tan rápido que durante un tiempo fue a la vez obispo y rey.  

Aprovechando la confusión, los de Navarra abandonaron Aragón eligiendo rey a García Ramírez, superviviente de la Batalla de Fraga que pasó a la historia como el Restaurador.

Los castellanos se lanzaron a rebañar las fronteras y los almorávides, contraatacaron recuperando algunas zonas conquistadas por Alfonso.

Menudo legado le había caído encima a Ramiro II, el monje. En el norte de África, los almohades seguían reclutado a miles de bereberes y cada día estaban más cerca de la capital.   

Los almorávides no tenían más remedio que seguir traspasando efectivos a Marruecos. Esta retirada de la península dejó las guarniciones en precario. 

A pesar de la debilidad almorávide, Alfonso de León y Castilla, el hijo de Urraca, sabía que no podía someter Al-Ándalus por la fuerza; necesitaba un líder musulmán autóctono, un enemigo de los almorávides que pudiese controlar fácilmente.

¿Os acordáis del rey de Zaragoza? ¿Aquel que pactó con el batallador y abandonó la capital al llegar los almorávides?

Su hijo, el último de los Banu Hud, vivía en su señorío de Rueda de Jalón, protegido por el emperador. Se llamaba Saif al Dawla, Zafadola para los cristianos.

Sus agentes hicieron campaña por toda la península incitando a la rebelión contra los almorávides. Simultáneamente, en Córdoba y en el Algarbe se postularon otros dos candidatos. Las sublevaciones se extendieron surgiendo multitud de poderes territoriales; familias locales que ansiaban librarse de los malditos africanos.

Los del Algarve pidieron ayuda a los almohades, que de momento estaban entretenidos en Marruecos. En poco tiempo Al-ándalus se había convertido de nuevo en un avispero.

El gobierno de Valencia y el de Mursya estuvieron en las mismas manos durante la etapa almorávide; y su suerte siguió pareja durante los tres años de anarquía que siguieron a la sublevación contra los africanos, un periodo caótico en el que se sucedían proclamaciones y derrocamientos.

Cuando el gobernador almorávide se trasladó a Córdoba, los de Valencia entregaron el mando a su cadí Ben Abdelazid, apoyado por el jefe militar Abdalá Ben Mardanix un personaje importante para nuestra futura historia.

Los de Murcia encumbraron a Ben Chafar un lorquino, cuyo gobierno asociado a Córdoba duró menos de un mes. Zafadola envió a Abdalá el Zegrí, caudillo militar que se hizo dueño de Murcia en su nombre, dejando a Ben Chafar como Cadí.

Solo en Uryula resistían los almorávides; y el de Lorca reunió un ejército para desalojarlos. Se habían fortificado bien. Encerrados en la alcazaba con sus mujeres y niños, estaban dispuestos a vender caras sus vidas.

No fue necesario. Tras un corto asedio pactaron una rendición ventajosa que no se cumplió. Los almorávides fueron traicionados y murieron acuchillados arrebatándoles sus bienes y sus mujeres.

Dueño de Uryula, Ben Chafar regresó a Murcia, depuso al Zegrí y se hizo reconocer como emir bajo la autoridad de Zafadola.

Luego intentó continuar su campaña anti almorávide en Játiva, pero se topó con el valenciano, quien rápidamente consiguió extender sus dominios hasta Alicante.

Fracasado el intento, acudió a Granada en socorro de Zafadola con un nutrido ejército; y perdió la vida en una emboscada que propició una humillante derrota.

Cuando llegó la noticia de su muerte, los de Mursya entregaron el mando a Muhamad Banu Tahir, miembro de la vieja y prestigiosa familia que ya había reinado en Murcia durante las primeras taifas, un hombre culto, erudito y aficionado a la poesía.

Pero su poder se limitó a la capital y duró poco más de un mes.  El Gobernador de Uryula, lugarteniente del fallecido Ben Chafar pidió ayuda a Ben Abdelazid, el líder valenciano.

Este se instaló en Medina Uryula y fue acogiendo a todos los opositores hasta organizar un ejército que se presentó en Mursya y la tomó sin lucha en nombre de Zafadola.

Ben Tahir recogió sus cosas, dejó la alcazaba y volvió a casa, donde lo dejaron vivir en paz. Zafadola era rey de Valencia y Mursya haciendo su entrada triunfal en la capital y visitando Madina Uryula, donde fue agasajado durante varios días.

De lo que aconteció con Ramiro II el Monje y con el rey moro Zafadola, hablaremos en la próxima entrega.

Programa 18.
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