Archivo de la etiqueta: Tudmir

De Tudmir a Oriola XVI-XVIII.

«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.

De Tudmir a Oriola XVI.

Por fin había llegado el momento de asestar el golpe decisivo. Alfonso envió mensajeros a la tierra de los francos convocando a todas las naciones cristianas para ayudarle en su empresa.

Y las gentes de estos países, contestando a su llamada, se congregaron bajo su estandarte como enjambres de langostas y hormigas.

Pronto se encontró a la cabeza de innumerables fuerzas con las que acampó ante Zaragoza, que fue sometida tras largos meses de asedio en diciembre de 1118.  

Y en el decimoquinto día de las calendas de julio de 1120, el conde Guillermo de Potiers, el duque de los aquitanos y el rey de Aragón, lucharon con Ibrahim y otros cuatro reyes de las Españas en el campo de Cutanda.

Vencieron completamente, matando a 15.000 mahometanos y haciendo numerosos prisioneros. Se apoderaron de dos mil camellos, de otras bestias sin número y sometieron muchos castillos.

Alfonso el Batallador alcanzó el trono en plena ofensiva almorávide. El destino le había entregado la corona para continuar la tarea de sus predecesores. El siguiente objetivo era muy ambicioso: nada menos que Zaragoza, la Cesar Augusta con su muralla romana, la cabeza del valle del Ebro.

Después de Córdoba, sólo Toledo podía rivalizar con la capital de la marca superior. Sin dudarlo un segundo comenzó a conquistar importantes plazas y consolidó fortalezas para preparar la campaña. Pero un contratiempo cambió radicalmente sus planes.

Muerto Yusuf, el emir de los Almorávides, su hijo Alí propinó un duro golpe a los castellanos en 1108; derrotándolos en Uclés. En aquella batalla, Alfonso VI de León y Castilla perdió a su hijo Sancho, aún adolescente, su único heredero varón.

Había nacido de su relación con la mora Zaida. Ahora, su hija Urraca, viuda y con un hijo de tres años, era la heredera de su extenso reino. Proclamada en Toledo poco antes de morir su padre, la obligó a casarse con el Batallador.

Sólo él tenía suficiente autoridad para evitar las disputas entre leoneses y castellanos; y capacidad militar para protegerlos de la amenaza almorávide.

El matrimonio tuvo lugar en 1109. Y aquella maldita y descomulgada boda que, como ya dijimos podría haber anticipado la unidad peninsular en varios siglos, tuvo el efecto contrario: provocó un conflicto en los territorios castellano leoneses que duró casi dos décadas.

De fuerte carácter, Alfonso quiso controlar los reinos de su esposa a su manera: en lo militar, en lo religioso y en lo diplomático; proclamándose emperador de Hispania.

Pero la nobleza, sobre todo la gallega, no estaba dispuesta a perder sus privilegios y se aferraron a los derechos del hijo de Urraca, Alfonso Raimúndez, todavía muy niño. La rebelión estalló en Galicia y el Batallador derrotó fácilmente a los sublevados.

Poco a poco se fue extendiendo hasta convertirse en una auténtica guerra civil a la que  respondió con extrema dureza. Alfonso no dudó en someter las ciudades levantiscas a hierro y fuego. El avance de Aragón se detuvo, el Batallador, olvidando a los musulmanes, se dedicó a pelear encarnizadamente contra sus nuevos súbditos.

Alfonso I El Batallador. Francisco Pradilla Ortiz. / Urraca I de León. Carlos Múgica Pérez.

El matrimonio fue tortuoso; educado para la guerra, misógino y violento, mantuvo una relación muy difícil con Urraca, apodada «la temeraria». La Historia Compostelana, puso en boca de la primera reina de Castilla:

«Cuáles y cuántas deshonras, dolores y tormentos padecí mientras estuve con él. El cruel, fantástico y tirano rey de Aragón, no solo me deshonraba continuamente con torpes palabras; muchas veces mi rostro fue manchado con sus sucias manos y fui golpeada con su pie».

Mientras tanto, Almustain, rey de Zaragoza, aprovechó los problemas internos del batallador para marcarse un tanto ante los almorávides, que le acusaban de traidor por sus alianzas con los cristianos.

En el 1110 encabezó personalmente una campaña para invadir el reino de Pamplona. Consiguió rendir la plaza de Olite; pero a su regreso fue interceptado por tropas aragonesas y cayó muerto en Valtierra.

En la confusión que produjo la muerte del rey, Alfonso ocupó varias plazas. Este hecho determinó la intervención almorávide. Zaragoza, ante la amenaza aragonesa, abrió las puertas a los africanos que entraron jaleados por buena parte de la población y tomaron el control de la taifa.

Abd el Malik, el hijo y heredero, huyó con sus fieles. La marea almorávide amenazaba toda la línea del Ebro mientras los cristianos seguían perdiendo el tiempo en disputas internas.

Aquella guerra civil, repleta de traiciones y cambios de bando, se fue enquistando. Los opositores a Alfonso se sacaron de la manga el argumento de la consanguinidad, a pesar de que el parentesco era muy remoto: ambos eran biznietos de Sancho el Mayor. Pero triunfó.

Sin descendientes, el matrimonio fue declarado nulo. En 1114 se produjo la separación canónica y el rey aragonés volvió a las tareas de conquista y repoblación sin ceder el control de extensas zonas de Castilla que le eran favorables.

Su objetivo volvía a ser Zaragoza, pero ahora estaba en manos de los almorávides y no iba a ser empresa fácil. El empuje necesario llegó gracias a un concilio celebrado en Toulouse que concedió beneficios de cruzada a cuantos acudiesen a conquistar la capital musulmana.

Como hemos contado al principio, un numeroso ejército se concentró para la campaña cerca de Zaragoza.

Aragón contaba en sus filas con gran número de caballeros cristianos del otro lado de los Pirineos, entre ellos Gastón de Bearne, viejo amigo de Alfonso que había destacado en la primera cruzada de Jerusalén por su experiencia en máquinas de asedio.

Gastón, afincado en Aragón, lideró a los caballeros francos aportando catapultas y torres móviles. A finales de mayo los cruzados estaban a las puertas de la ciudad y comenzó el largo y prolongado asedio que duró hasta diciembre.

Una vez rendida, el batallador permitió a los moros instalarse en los arrabales y seguir cultivando sus tierras.

Luego desmanteló la región tomando las ciudades y fortalezas que estaban en poder de los almorávides. La toma de Zaragoza supuso la sumisión de prácticamente todo su reino taifa.

Los almorávides habían subestimado a Alfonso. Cuando llegaron las noticias a Marruecos, el emir Ali Ben Yusuf proclamó la Guerra Santa y encargó a su hermano Ibrahim que organizase un ejército capaz de detener a los cruzados. Junto él se reunieron las tropas de Murcia, Granada, Valencia, Lérida; y miles de voluntarios al reclamo de la Yihad.

Enterado el Batallador, lejos de rehuir el combate, levantó el asedio que mantenía sobre Calatayud y salió a su encuentro acompañado por el conde de Poitiers, el duque de Aquitania y multitud de caballeros francos y normandos.

En los alrededores de Cutanda aguardaron la llegada del grueso de las fuerzas almorávides y cayeron sobre ellos, aniquilando el contingente musulmán.

No llegarían a quince mil, como escribió la crónica franca que he leído al principio, pero fue una carnicería con miles de muertos que dejó para la historia una expresión popular en Aragón: peor fue la de Cutanda.

Aprovechando la debacle musulmana, Alfonso entró en Calatayud y se apoderó de un sinfín de plazas. Su siguiente objetivo era Lérida; pero una curiosa carta recibida, dio lugar a una increíble aventura que le hizo llegar hasta los muros de Uryula y amenazar nada menos que Granada.

Pero eso, lo contaremos en el próximo episodio.

Programa 16.
Enlace a vídeo en You Tube.

De Tudmir a Oriola XVII.

Granada, en el año del Señor de 1125. Mi Señor: Esta generosa vega produce copiosas cosechas de trigo, de cebada, de lino. Abunda la seda, las viñas, los olivares y toda clase de frutos.

Goza de muchas fuentes y arroyos, y de una fortísima alcazaba que os servirá de plaza fuerte para las siguientes conquistas. En Granada os esperamos doce mil combatientes, sin contar ancianos ni adolescentes. Este número es bastante y los puntos flacos del país son visibles.

Entre nosotros hay orden y disposición; y cuando asomen los estandartes de Aragón con el rey a la cabeza, se descubrirán y se unirán a vos en su totalidad.

No era la primera carta que Alfonso recibía de las comunidades mozárabes andalusíes. Desde la llegada de los almorávides su situación era desesperada por el acoso de los fanáticos alfaquíes, empeñados en exterminarlos.

Liberar a aquellas gentes podía ser la última gesta del rey de Aragón: atravesar la península de norte a sur para crear un principado cristiano en Granada; en el mismo corazón de Al-Ándalus.

Sólo dos locos podían acometer tal empresa: el Batallador y su viejo amigo Gastón de Bearn, el héroe de Jerusalén que tanto le había ayudado en la toma de Zaragoza. Los preparativos se mantuvieron en secreto; y en el otoño de aquel mismo año, estos dos aventureros, ya cincuentones, salieron de Zaragoza junto a tres obispos, cuatro mil caballeros escogidos y quince mil infantes, no sin antes juramentarse entre ellos.

Lo natural para llegar a Granada era bajar en línea recta, pasando por Toledo. Pero no podían pisar Castilla, con la que seguían enemistados desde aquella maldita boda. Así pues, harían el trayecto más difícil: íntegramente por territorio almorávide.

Al llegar a Valencia sostuvieron la primera escaramuza. En sus planes no entraba el asedio. Mientras la guarnición se entretenía con los atacantes, saqueaban huertos, talaban bosques y miles de mozárabes salieron de todas partes para unirse a la hueste aragonesa.

Repitieron el procedimiento en Alcira, en Denia, en Játiva. Por el camino iban asolando territorios musulmanes y liberando a más y más cristianos que les servían de guía en aquellos parajes desconocidos. Pasaron por Uryula, por Mursya y Almería; y por Baza llegaron a Guadix. 

Allí se detuvieron para enviar mensajeros a los emboscados. Mientras, celebraron la Navidad con gran gozo y abastecimiento de viandas que los mozárabes traían de todas partes.

Por fin, en enero del 1126, acamparon cerca de Granada. Desde las atalayas avistaron aquella inmensa muchedumbre y en la ciudad cundió el pánico. Durante varios días esperó a los doce mil combatientes que facilitarían su entrada en la ciudad.

Pero nunca llegaron. El lento avance de aquella hueste dio tiempo a preparar la movilización general almorávide. Bajo el mando del gobernador de Granada, hermano del emir, formaron un ejército con tropas de Marruecos, de Sevilla, de Granada y de Mursya y, por supuesto, con contingentes de Uryula.

En cuanto a los refuerzos mozárabes, estos contestaron al rey reprochándole su tardanza. Advertidos los almorávides de su llegada se había anulado el factor sorpresa; y, una vez descubiertos, lo habían perdido todo. Los que no habían huido de la ciudad a tiempo estaban ya neutralizados.

Alfonso no venía preparado para el asedio; y el invierno no era buen aliado para el combate. Así pues, decidió practicar incursiones por el rico valle del Guadalquivir, buscando víveres y leña para aquella inmensa multitud a la que seguían uniéndose más y más cristianos con sus familias. Algunas crónicas hablan de cincuenta mil; pero como siempre, son cifras exageradas. 

El ejército almorávide se dedicó a hostigar a los aragoneses hasta que consiguió rodearlos cerca de Puente Genil; habían caído en una ratonera. Alfonso respondió a su manera: se colocó la armadura, dividió sus tropas en cuatro cuerpos con cuatro banderas y cargaron contra los sarracenos en todas las direcciones, rompiendo el cerco y poniendo en fuga a los almorávides.

De allí se fue a Motril, donde se adentró en el mar y comió pescado. Los cronistas musulmanes se preguntaban si aquello era una promesa o simplemente una provocación para que hablasen de él. No voy a extenderme más en esta aventura: cargados de botín, de mujeres y niños; asolados por el cansancio y la peste; y hostigados por los almorávides, volvieron por el mismo camino.  

Al llegar a su reino, Alfonso concedió tierras y privilegios en el nuevo sur de Aragón a los miles de cristianos rescatados. Esta gesta quedó para la historia plasmada en varias crónicas árabes, peninsulares y francas.

Los mozárabes que no consiguieron huir sufrieron las represalias; muchos acabaron asesinados o deportados a África, donde su destino fue la esclavitud o engrosar los ejércitos que luchaban contra los almohades.

Alfonso había puesto de manifiesto la fragilidad almorávide; un imperio en decadencia que no podía mantener tantos frentes. Les obligó a reforzar las defensas de las ciudades, empezando por Granada, con la consiguiente subida de impuestos.

Entre los emigrados al norte y los deportados al sur, Al Ándalus se fue quedando sin aquellos contribuyentes forzosos, traspasando sus cargas fiscales a los musulmanes andalusíes que no tardaron en rebelarse aprovechando la debilidad de sus opresores.

Al llegar los almorávides, Uryula, Mursya y todo el reino de Denia fueron conquistados por el prestigioso general Aysa, un hijo del emir Yusuf. «Justo en sus juicios, honrado y continente», durante su gobierno la provincia siguió prosperando en base a su riqueza agraria; especialmente Mursya, capital de distrito donde construyeron una nueva Mezquita Aljama.

Vencedor en Aledo y en Uclés, Aysa quedó ciego y perdió el juicio tras una derrota cerca de Martorell. Fue sucedido por su hermano o cuñado Abu Bark, oscuro personaje cuya carrera militar terminó con la derrota de Cutanda, donde pereció mucha gente de Mursya y Uryula, entre ellos un famoso maestro en el Corán.

En ambas ciudades había florecido la cultura entre la burguesía, surgiendo una generación de poetas y eruditos islámicos. Ricos propietarios agrícolas que debieron sufrir un buen golpe cuando el Batallador asoló la comarca llevándose a gran número de mozárabes, la mano de obra de los campos.

Pero si en algo destacaron realmente los almorávides fue en la construcción de defensas. Sus alarifes reforzaron las fortalezas de la región con la sólida técnica del tapial. Ya contamos que Orihuela les debe los emblemáticos tres torreones que se mantienen en el castillo.

Durante el levantamiento general contra los opresores africanos, las murallas de Uryula se convirtieron en bastión almorávide, acogiendo a contingentes dispersos que se agruparon formando un pequeño ejército que ponía en riesgo la seguridad de la vecina Mursya.

El dominio almorávide no pudo aguantar el acoso simultáneo de los almohades en África, de los reyes cristianos en la península, y de una población sometida y descontenta que acabó por exterminarlos. Tras una larga agonía se hundieron definitivamente en 1147 con la pérdida de Marrakés.

Sus despojos en la península quedaron repartidos entre los antiguos poderes locales que emergieron rápidamente, comenzando las segundas taifas; un confuso periodo que se mantuvo hasta que los almohades tomaron el control.

De todo esto hablaremos en la próxima entrega.

Programa 17.
Enlace a vídeo en You Tube.

De Tudmir a Oriola XVIII.

Al amanecer del martes 17 de julio de 1134 los centinelas avistaron un ejército musulmán que se acercaba a Fraga.

Inmediatamente alertaron al Batallador y sin tiempo para reaccionar, cayó sobre los sitiadores una lluvia de lanzas, saetas, dardos y piedras, matando a buen número de hombres y bestias.

Y viendo que no podían sostener la batalla en el campamento salieron a pelear a campo abierto. Mientras derrotaban a los que tenían de frente, una tropa más numerosa atacó por la espalda provocando el pánico y la derrota.

El día de las Santas Justa y Rufina, hubo una gran y terrible matanza de cristianos en Fraga. Casi todos perecieron por la espada; salvo unos pocos que, desarmados, huyeron con el rey.

El largo conflicto con Castilla provocado por aquella fallida boda terminó en el Pacto de Tamara. Alfonso el Batallador renunció al título de emperador en favor del hijo de Urraca.

Con casi sesenta años, el monarca aragonés seguía peleando incansable a ambos lados de los Pirineos. Sus dos grandes amigos, Esteban, obispo de Huesca y Gastón de Bearn, señor de Zaragoza cayeron en una escaramuza cerca de Valencia.

La cabeza de Gastón, clavada en una pica, viajó a Granada, donde fue paseada por zocos y calles acompañada de redobles de tambor. La muerte de sus compañeros de armas fue un duro golpe.

Aquel mismo año, mientras asediaba Bayona, Alfonso redacto su testamento, que fue jurado por todos sus oficiales. Antes de morir quería culminar su tarea tomando las plazas de Tortosa y Lérida, deseadas también por el Condado de Barcelona.

Para dominar la ribera del Ebro hasta Tortosa, utilizó una táctica novedosa. Sus hombres talaron bosques hasta formar una pequeña flota fluvial que partiendo de Zaragoza descendió por el caudaloso río.

Con gran astucia, Alí Ben Yusuf, el emir de los almorávides, negoció un pago de 12.000 dinares anuales con el conde de Barcelona. De esta forma, aseguraba la frontera y se quitaba de en medio a un enemigo.

Este pacto enfureció a Alfonso, que juró solemnemente añadir los territorios a su reino arrebatando el provecho al habilidoso barcelonés. En el verano de 1133 inició el asedio a Fraga.   

Su carácter se había endurecido con los años.  Cuando los defensores le ofrecieron una rendición pactada, la rechazó. Hizo traer las reliquias más preciadas de su capilla; y ante lo más granado de sus jefes militares juró e hizo jurar que no se apartarían hasta ocupar la plaza; que ninguno de sus defensores saldría con vida; y que reduciría al cautiverio a sus mujeres e hijos.

Desesperados, los de Fraga pidieron ayuda a todas las ciudades almorávides; y se formó un ejército de socorro con tropas de Córdoba, Lérida, Valencia y Murcia.

Tras más de un año de asedio, las tropas aragonesas se habían relajado y muchos nobles estaban ausentes temporalmente, dispensados por el rey para arreglar los asuntos de sus dominios.

El ataque les pilló desprevenidos; y el resultado lo hemos narrado al principio: un desastre sin paliativos del que Alfonso  escapó de milagro. Hundido moral y físicamente, no aguantó ni un mes. Realizó sus últimas disposiciones, ratificó su testamento y nombró obispo de Roda a Ramiro, su único hermano.

El 7 de septiembre moría Alfonso I el Batallador tras treinta años de lucha que habían puesto Aragón en el mapa. Desautorizado su hermano y sin hijos que defendieran lo conseguido, su singular testamento dejó el reino a tres órdenes militares: Los Templarios, Los Hospitalarios y los caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Este legado abría una profunda crisis en Aragón. Los nobles no aceptaron esa locura idealista y sin perder tiempo elevaron al trono a Ramiro, el hermano de Alfonso; tan rápido que durante un tiempo fue a la vez obispo y rey.  

Aprovechando la confusión, los de Navarra abandonaron Aragón eligiendo rey a García Ramírez, superviviente de la Batalla de Fraga que pasó a la historia como el Restaurador.

Los castellanos se lanzaron a rebañar las fronteras y los almorávides, contraatacaron recuperando algunas zonas conquistadas por Alfonso.

Menudo legado le había caído encima a Ramiro II, el monje. En el norte de África, los almohades seguían reclutado a miles de bereberes y cada día estaban más cerca de la capital.   

Los almorávides no tenían más remedio que seguir traspasando efectivos a Marruecos. Esta retirada de la península dejó las guarniciones en precario. 

A pesar de la debilidad almorávide, Alfonso de León y Castilla, el hijo de Urraca, sabía que no podía someter Al-Ándalus por la fuerza; necesitaba un líder musulmán autóctono, un enemigo de los almorávides que pudiese controlar fácilmente.

¿Os acordáis del rey de Zaragoza? ¿Aquel que pactó con el batallador y abandonó la capital al llegar los almorávides?

Su hijo, el último de los Banu Hud, vivía en su señorío de Rueda de Jalón, protegido por el emperador. Se llamaba Saif al Dawla, Zafadola para los cristianos.

Sus agentes hicieron campaña por toda la península incitando a la rebelión contra los almorávides. Simultáneamente, en Córdoba y en el Algarbe se postularon otros dos candidatos. Las sublevaciones se extendieron surgiendo multitud de poderes territoriales; familias locales que ansiaban librarse de los malditos africanos.

Los del Algarve pidieron ayuda a los almohades, que de momento estaban entretenidos en Marruecos. En poco tiempo Al-ándalus se había convertido de nuevo en un avispero.

El gobierno de Valencia y el de Mursya estuvieron en las mismas manos durante la etapa almorávide; y su suerte siguió pareja durante los tres años de anarquía que siguieron a la sublevación contra los africanos, un periodo caótico en el que se sucedían proclamaciones y derrocamientos.

Cuando el gobernador almorávide se trasladó a Córdoba, los de Valencia entregaron el mando a su cadí Ben Abdelazid, apoyado por el jefe militar Abdalá Ben Mardanix un personaje importante para nuestra futura historia.

Los de Murcia encumbraron a Ben Chafar un lorquino, cuyo gobierno asociado a Córdoba duró menos de un mes. Zafadola envió a Abdalá el Zegrí, caudillo militar que se hizo dueño de Murcia en su nombre, dejando a Ben Chafar como Cadí.

Solo en Uryula resistían los almorávides; y el de Lorca reunió un ejército para desalojarlos. Se habían fortificado bien. Encerrados en la alcazaba con sus mujeres y niños, estaban dispuestos a vender caras sus vidas.

No fue necesario. Tras un corto asedio pactaron una rendición ventajosa que no se cumplió. Los almorávides fueron traicionados y murieron acuchillados arrebatándoles sus bienes y sus mujeres.

Dueño de Uryula, Ben Chafar regresó a Murcia, depuso al Zegrí y se hizo reconocer como emir bajo la autoridad de Zafadola.

Luego intentó continuar su campaña anti almorávide en Játiva, pero se topó con el valenciano, quien rápidamente consiguió extender sus dominios hasta Alicante.

Fracasado el intento, acudió a Granada en socorro de Zafadola con un nutrido ejército; y perdió la vida en una emboscada que propició una humillante derrota.

Cuando llegó la noticia de su muerte, los de Mursya entregaron el mando a Muhamad Banu Tahir, miembro de la vieja y prestigiosa familia que ya había reinado en Murcia durante las primeras taifas, un hombre culto, erudito y aficionado a la poesía.

Pero su poder se limitó a la capital y duró poco más de un mes.  El Gobernador de Uryula, lugarteniente del fallecido Ben Chafar pidió ayuda a Ben Abdelazid, el líder valenciano.

Este se instaló en Medina Uryula y fue acogiendo a todos los opositores hasta organizar un ejército que se presentó en Mursya y la tomó sin lucha en nombre de Zafadola.

Ben Tahir recogió sus cosas, dejó la alcazaba y volvió a casa, donde lo dejaron vivir en paz. Zafadola era rey de Valencia y Mursya haciendo su entrada triunfal en la capital y visitando Madina Uryula, donde fue agasajado durante varios días.

De lo que aconteció con Ramiro II el Monje y con el rey moro Zafadola, hablaremos en la próxima entrega.

Programa 18.
Enlace a vídeo en You Tube.
Enlace al siguiente capítulo.

De Tudmir a Oriola XIII-XV.

«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.

De Tudmir a Oriola XIII

Dice una crónica del siglo XIII: «No pienso que galera, bajel o barco alguno intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón. Tampoco que pez alguno pueda surcar agua marina sin llevar en su cola el escudo con sus barras».

Esas legendarias barras son las que pueblan nuestras iglesias y monumentos como recuerdo de una época en la que fuimos el último baluarte de Aragón, un humilde condado habitado por pastores que consiguió liderar un reino.

Y con el natural empecinamiento de sus gentes, ese reino fue bajando hacia el sur como una flecha; cuya punta, tras desgajarse del reino de Murcia, fue nuestra ciudad: Oriola.

En los últimos episodios han ido apareciendo nuevos personajes: Pedro I, Alfonso el Batallador, los condes de Barcelona…. 

Quiero recordar que esta serie de programas son un homenaje al 750 aniversario de la llegada de Jaume I al reino de Murcia; y no podríamos entender al personaje y sus circunstancias sin conocer la historia de Aragón.

Hasta ahora habíamos centrado nuestro relato en el sureste peninsular; la vieja Cora de Tudmir y los territorios cercanos, Murcia, Denia, Jaén, Valencia. Pero mientras Uryula pasaba de taifa en taifa, en el Pirineo nacía un reino emancipado del dominio pamplonés.  

Antes de terminar con los almorávides y pasar a los almohades, vamos a interrumpir la narración cronológica, para hacer una especie de flash-back, comentando muy de pasada como se formó la Corona de Aragón, de la que fuimos frontera y baluarte.

Volvemos pues a la decisiva batalla de Poitiers, donde comenzamos este relato hace ya doce programas.

Carlos Martel. Batalla de Poitiers. Año 732. Charles de Steuben.

En el año 732 la fulminante invasión musulmana fue detenida cerca de París por Carlos Martel, el caudillo militar abuelo de Carlomagno. Tras aquella trascendental victoria, los francos emplearon casi medio siglo en expulsar a los invasores al otro lado de los Pirineos.

Pero eso no impedía las frecuentes incursiones de saqueo.  Para asegurar la frontera sur, los francos debían penetrar en la Hispania musulmana. Y dicen que la ocasión la pintan calva.

En el año 777 el gobernador musulmán de Zaragoza encabezó una embajada que se presentó ante Carlomagno con una tentadora oferta: la marca superior de Al-Andalus, en plena revuelta contra el primer Abderramán, se ponía bajo su obediencia a cambio de protección.

El rey de los francos no se lo pensó dos veces. La dimensión del ejército que movilizó demuestra que su objetivo era algo más que un simple apoyo a los sublevados, una conquista en toda regla.

Al llegar la primavera, acompañado de sus mejores caballeros y de miles de soldados atravesó los Pirineos y a su paso por Pamplona recibió la sumisión de los vascones. Desde allí, solo tenían que seguir la antigua vía romana que unía Pamplona con Zaragoza.  

Las mesnadas francas pensaban realizar una fácil campaña con ayuda de sus nuevos aliados; pero en Zaragoza les cerraron las puertas y optaron por sitiar la ciudad.

Cuando el cerco se fue alargando, Carlomagno, resignado y con asuntos pendientes en su reino, ordenó la retirada. Ya de vuelta, los francos asolaron cuanto encontraron a su paso y destruyeron las murallas de Pamplona.

Pero en un desfiladero de Roncesvalles, la retaguardia de su ejército fue atacada de forma sorpresiva por vascones emboscados en las montañas.  

Fue seguramente en represalia por los estragos que un ejército de esas dimensiones dejó a su paso.  Algunos historiadores dicen que fue cosa de los moros; otros que de moros y vascones; y que no fue en Roncesvalles…  

Lo cierto es que en aquel combate murieron destacados nobles francos, el más famoso: el duque Roldán, lugarteniente y sobrino del rey.  Esta derrota supuso un duro golpe para Carlomagno, quedando para siempre en el recuerdo gracias al cantar de Roldan, el poema más importante de la épica medieval francesa.

Tras aquella dolorosa experiencia los francos cambiaron de estrategia. Durante más de veinte años fueron avanzando palmo a palmo, siguiendo el litoral mediterráneo a través de las calzadas romanas; arrebatando pedazos de terreno a los musulmanes y organizándolos políticamente en condados, como el resto del imperio carolingio.

Estos núcleos quedaban a cargo de un conde o jefe militar nombrado y controlado por los francos. Así se fueron formando: Gerona, Osona, Urgel, Pallars…

La última gran conquista hacia el sur fue Barcelona en el 801.  Luego avanzaron hacia el oeste y así nacieron, Sobrarbe, Ribagorza y Aragón. Para completar la marca o cordón defensivo solo les faltaba Pamplona.  Pero los vascones eran duros de roer.

Los moros decían de ellos que eran masas desharrapadas e incivilizadas que atacaban en manadas, como bestias de carga.   Sublevados constantemente, los vascones nunca llegaron a estar completamente sometidos.

El primer Abderramán logró conquistar Pamplona; pero en el 799 los vascones mataron al gobernador musulmán y se colocaron bajo la protección de Carlomagno.

Así, a comienzos del siglo IX, los francos controlaban toda la frontera al otro lado de los pirineos. Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y todos los futuros condados catalanes eran gobernados por condes francos o impuestos por los francos.

El primer conde de Aragón se cita indistintamente como Oriol o Aureolo, nombres, curiosamente muy parecidos a los de nuestra ciudad. Aurariola para los godos; Oriola para los aragoneses.

En el 812 los francos sometieron a la levantisca Pamplona; y doce años después enviaron una nueva expedición con el mismo propósito; pero esta vez fueron derrotados por un conde llamado Iñigo Arista, que fue proclamado rey, naciendo así el reino de Pamplona.

Tras esta derrota, se desató una sublevación general contra los francos en los condados de la marca hispánica.  A diferencia del resultado en los territorios del oeste, los condados catalanes fueron duramente reprimidos, sustituyendo a todos los condes autóctonos por caballeros puramente francos.

Aragón sí consiguió una relativa independencia, pero carecía de infraestructura para sobrevivir por sí solo y pronto pasó a la órbita de Pamplona, reino al que quedó anexionado definitivamente en el 929, gracias al matrimonio de Sancho I con la condesa de Aragón.

Tras el periodo de terror protagonizado por Almanzor, llegó al trono Sancho III, apodado el mayor. Coincidiendo con la descomposición del califato el tercer Sancho se convirtió en el rey cristiano más poderoso de la toda la península, acuñando moneda con el título de Imperator.  

Pero de acuerdo con el derecho pamplonés, a su muerte dividió sus posesiones. Dejó el reino de Pamplona a García, su hijo primogénito; el condado de Castilla a Fernando; Gonzalo recibió Sobrarbe y Ribagorza; y por último Ramiro, hijo natural, recibió el condado de Aragón.

Cada hermano comenzó a actuar como régulo, es decir como hijo de rey. Los dos reinos que se crearon a partir de esta herencia, Castilla y Aragón,  con el paso de los siglos se unieron para conquistar medio mundo.  

Es muy posible que, de no haberse producido esta división, la Historia de España habría cambiado completamente.

En el 1045, Gonzalo falleció asesinado y Ramiro se anexionó Sobrarbe y Ribagorza, fundiendo los tres territorios en el nuevo reino de Aragón.

Programa 10.
Enlace a vídeo en You Tube.

De Tudmir a Oriola XIV.

Aquel moro al que llamaban Sádaba, vecino de la frontera, vestía al modo de los cristianos y hablaba muy bien su lengua. Fue así como pudo infiltrase en sus ejércitos y acercarse a Ramiro, quien forrado de hierro de pies a cabeza y con la visera bajada, apenas dejaba ver sus ojos. 

Pero el traidor buscó la ocasión propicia y cuando estaba junto al rey, se arrojó contra él hincándole su lanza en un ojo. Ramiro, hijo de Sancho, cayó de bruces a tierra y el asesino gritó en lengua romance: ¡el Rey ha muerto, el Rey ha muerto!  Y las tropas de Aragón se dispersaron. 

Cuenta la tradición que así murió Ramiro, considerado el primer rey de Aragón. Primogénito de Sancho el Mayor, nació en fecha desconocida entre los años 1006 y 1013.

Hombre ambicioso, quedó apartado de la sucesión a la corona por su condición de hijo natural. En aquella polémica herencia que deshizo el reino de Pamplona tuvo que conformarse con el condado de Aragón, un conjunto de estrechos valles en el Pirineo, aislados y sin zonas de cultivo.

Desde el primer momento tuvo claro que solo tenía dos opciones: conquistar o ser conquistado. Necesitaba expandirse hacia el sur, llegar a la tierra llana y fértil que dominaba la poderosa taifa de Zaragoza, pero la empresa no era sencilla.

Primero buscó esposa, y está fue Ermesinda, hija del conde franco Bernardo Roger, iniciando así la costumbre de establecer alianzas familiares entre el reino aragonés y los condados del otro lado de los Pirineos. De este matrimonio nació su sucesor Sancho Ramírez en el 1043.

Ramiro nunca se tituló así mismo como rey, pero así fue considerado por sus vasallos, recibiendo la fidelidad de los nobles. Tras estructurar y repoblar su territorio, reafirmó la figura del obispo de Aragón otorgándole un monasterio y cuantiosas riquezas que le hicieron ganar el favor de una iglesia que comenzó a titularlo como «cristianísimo rey Ramiro».

Una vez organizados sus dominios, debía decidir a quien se enfrentaba para expandir su reino: a los moros o a su propio hermanastro. Y escogió la segunda opción.

En el año 1043, Ramiro atacó a García, rey de Pamplona. Para ello se alió con los musulmanes de Zaragoza y de Lérida.  Aunque acabó completamente derrotado, perdiendo hasta el caballo en la batalla de Tafalla.

En los pactos firmados con Pamplona obtuvo un conjunto de fortalezas fronterizas con Huesca. Dos años después, muerto su hermanastro Gonzalo, se anexionó los condados de Sobrarbe y Ribagorza, apropiación permitida por su hermanastro García, quien prefería tenerlo como aliado en las luchas que sostenía con su otro hermano, convertido ahora en rey de León.

Esto necesita una pequeña explicación: García rey de Pamplona, había ayudado a su hermano Fernando, heredero de Castilla, en su lucha contra Bermudo de León, su cuñado. Juntos derrotaron al monarca leones que murió en la batalla de Tamarón.

Años después, los hermanos se enfrentaron por el condado de Castilla; y el rey de Pamplona murió en la batalla de Atapuerca.  Así, con las muertes de su cuñado y de su hermano, Fernando I de León y de Castilla, pasó a ser el monarca más poderoso de la península, sometiendo Zaragoza a su protectorado a cambio de generosas parias.  

Por su parte Ramiro, que había multiplicado el territorio de Aragón, frenó el empuje del Conde Ramón Berenguer de Barcelona con un doble matrimonio con el Condado de Urgell: el de su hija Sancha con el conde Ermengol III; y el de su primogénito Sancho con Isabel, la hija del citado conde.  

De este modo el Condado de Urgell y el Reino de Aragón establecieron una sólida alianza que permitió a Ramiro la toma de varias fortalezas musulmanas. Envalentonado por sus éxitos, planifico el asedio de Graus, un bastión situado en la confluencia de dos ríos.  

Para la defensa de esta importante plaza acudió el propio rey moro de Zaragoza al frente de un ejército reforzado por contingentes de tropas castellanas a las que pagaba por su defensa. Formando parte de aquella mesnada, luchó un desconocido y adolescente caballero llamado Rodrigo Díaz de Vivar. 

Y en el año 1063 Ramiro murió en esta empresa, fruto de la traición que hemos narrado al comienzo. La muerte del Ramiro paralizó temporalmente el avance de los aragoneses.

Pero su hijo y sucesor Sancho Ramírez, apoyado por su suegro Ermengol III de Urgel, continuó con el proyecto emprendido por su padre. Sancho era consciente de que el apoyo castellano obstaculizaba su expansión hacia el valle del Ebro.

Sin fuerzas para doblegar militarmente a Castilla tuvo una gran idea: acudió al Papa para que condenase la ayuda cristiana a los musulmanes. En 1063, el pontífice Alejandro II llamó a los europeos a la que pasó a la Historia como primera cruzada; anterior a las de Oriente, la cruzada de Aragón.

Amparados en la bula y neutralizados los castellanos, el ejército aragonés, reforzado por caballeros aquitanos, normandos, borgoñones y los catalanes del conde Ermengol, tomaron la inexpugnable fortaleza de Barbastro; pero aquellos cruzados solo la aguantaron un año, volviendo a poder de Zaragoza de la misma forma.

El rey de Zaragoza invocó la yihad o guerra Santa. Mientras, el astuto Sancho abandonó Barbastro y en el revuelo se apropió de la fortaleza de Alquezar, plaza clave para posteriores conquistas. Muerto Fernando I dos años después, comenzó la guerra de los tres Sanchos: Sancho I de Aragón y Sancho IV de Navarra se enfrentaron a Sancho II de Castilla.

En esta breve campaña que terminó sin claro vencedor estallaron todas las tensiones acumuladas en la complicada herencia de Sancho el mayor, abuelo paterno de los tres contendientes.

El rey de Aragón siguió cimentando su autoridad moral y política declarándose vasallo del Papa y soldado de San Pedro. Viajó a Roma y a su regreso suprimió los ritos mozárabes, aplicando la reforma gregoriana y los usos romanos; asumiendo además un pago anual de 500 mancusos de oro al sumo pontífice.

Se casó dos veces y fue padre de tres reyes. La primera con Isabel de Urgel que murió al dar a luz al infante Pedro. La segunda con Felicia, biznieta del rey de Francia, de la que nacieron Fernando, Alfonso y Ramiro.

Esta dama fue la encargada de modernizar el reino con los usos y costumbres europeas. En el 1076 su primo Sancho Garcés, rey de Pamplona fue asesinado y Sancho Ramírez accedió al trono navarro reducido ahora al antiguo condado.

Como rey de Aragón y Pamplona, necesitaba una corte digna. Y escogió la ciudad más importante del condado de Aragón, Jaca. Esta sería su capital, bien comunicada con los Pirineos y en pleno camino de Santiago.

Para potenciarla estimuló la instalación de artesanos francos, aplicando exenciones fiscales para ellos y para los peregrinos que, pasando por Jaca y Pamplona, propiciaron el comercio en su reino.

Fortalecido política, económica y culturalmente, Sancho continuó sus conquistas, tomando las fortalezas de Graus y Monzón, que le abrieron el camino hacia Lérida y Tortosa.

En su avance hacia el Mediterráneo se topó de nuevo con el Cid. Enemigo hasta que la amenaza almorávide y su destierro de Castilla unió a estos antiguos adversarios.

Con su nuevo aliado Sancho llegó hasta la actual provincia de Tarragona. El objetivo siguiente fue Huesca con tres lienzos de muralla y más de ochenta torres; pero haciendo honor a su padre, murió durante el asedio, en junio del 1094, a la cabeza de sus tropas.

Sancho Ramírez revisaba la muralla de Huesca calculando por donde podía penetrarla cuando vio flaco un lugar en el muro; y subido en su caballo, señaló con el índice de la mano diestra diciendo: Por aquí se puede entrar.

La manga de su loriga se abrió lo justo para que un moro ballestero que estaba atento le hiriese en el costado con una saeta. Sancho no dijo nada; se fue a por la hueste e hizo jurar a su hijo Pedro por rey.

Y una vez jurado, le hizo prometer que no levantaría el sitio hasta que no tuviese Huesca en su mano. Animando a sus desoladas tropas, se hizo sacar la saeta y allí mismo murió. 

De su hijo Pedro I, hablaremos en la próxima entrega.

Programa 14.
Enlace a vídeo en You Tube.

De Tudmir a Oriola XV.

Cuenta la leyenda que en el llano de Alcoraz, San Jorge bajó del cielo a lomos de su caballo portando una cruz de color rojo para motivar a los de Aragón en su lucha contra los sarracenos.

Pocos días después de aquella tremenda batalla campal contra las huestes del rey de Zaragoza, los aragoneses entraron en Huesca tras meses de asedio.

Y mandó el rey don Pedro labrar una iglesia en honra del gran mártir y en memoria de aquella gloriosa victoria.

La devoción que tenían a Santiago en el Oeste fue creciendo hacia San Jorge en el Este; y con el paso del tiempo lo adoptaron como patrón, como abogado al que rezar en sus batallas.

Aquella legendaria cruz permanece hoy día en el escudo de Aragón, rodeada de cuatro cabezas de moro.

Pedro I de Aragón y Pamplona nació entre los años 1068 y 1069. Primogénito de Sancho Ramírez, fue el único hijo de su matrimonio con Isabel de Urgel.

Siendo aún quinceañero lo nombraron régulo; compartiendo con su padre las tareas de gobierno y sus campañas militares. Protegiendo la frontera con Lérida adquirió gran destreza militar y con poco más de veinte años, Sancho creó para él el reino de Monzón.

Casó en Jaca, con Inés de Aquitania, de la que nacieron los infantes Pedro e Isabel.  Ignorando la costumbre de Pamplona, al morir su padre en el sitio de Huesca, recibió la herencia completa: rey de Aragón y de Pamplona en el año 1094.

Con la obstinación de sus predecesores, sin prisa pero sin pausa, siguió conquistando plazas fuertes con sus ejércitos reforzados por caballeros francos y normandos. No hubo año que no aumentase sus territorios.

Dos tardó en cumplir la promesa hecha a su padre ante los muros de Huesca; pero antes tuvo que derrotar a los musulmanes en la batalla de Alcoraz, la que hemos mencionado al principio.

Y quedó escrito:  Así, vencido el rey moro de Zaragoza junto con sus numerosos sarracenos y una multitud de falsos cristianos, muertos unos cuarenta mil de ellos, conquistamos la ínclita y famosísima ciudad de Huesca en el año del Señor de 1096.  

El número de muertos es una exageración propia de la época; pero aquella fue una batalla decisiva que le permitió por fin tomar Huesca. La mención a falsos cristianos, se refiere a los castellanos, aliados de Zaragoza que pagaba parias por su defensa. La relación de Castilla con Aragón era complicada: enemigos frente a Zaragoza y aliados contra los almorávides.

Cumplido su primer objetivo, recibió una petición de ayuda del Campeador. Recordemos que Rodrigo era aliado de su padre desde que fue desterrado de Castilla. Los enemigos de mis enemigos, son mis amigos.

Pedro marchó hacia Valencia acompañado de su hermanastro Alfonso y una numerosa hueste que unida a las tropas del Cid derrotaron a los almorávides.

En estas correrías junto al Campeador, con él que quedó ligado al casar al infante con su hija María, aprovechó para hacerse con el dominio de toda la actual provincia de Castellón, cumpliendo otro de sus empeños, llegar al mar.

Pero estas posesiones aragonesas se perdieron en 1103, cuando muerto el Cid, los almorávides se apoderaron de Valencia.

Muerto el infante Pedro Pérez sin alcanzar el trono, María Rodríguez se casó con el Conde de Barcelona.

En el 1099 Pedro inició el cerco de Barbastro, aquella fortaleza conquistada por los cruzados en tiempos de su padre y recuperada por Zaragoza, un bastión estratégico famoso por sus defensas y sus ricas huertas que tomó tras meses de asedio.  

Hay que recordar que, en ese año, Jerusalén caía en manos de los cruzados y todo caballero cristiano soñaba con participar en aquellas gestas.  

Pedro había heredado la religiosidad y el espíritu cruzado de sus antecesores. Como no podía viajar a Tierra Santa, montó su propia cruzada contra Zaragoza.

Para preparar el asedio a la plaza más importante de la marca norte, creó una posición militar a la que llamó «Deus lo vol», el grito de guerra de los cruzados que significaba «Dios lo quiere». Hoy en día es un municipio situado a cinco kilómetros de Zaragoza llamado Juslibol.

Pedro falleció en el 1104, durante un viaje por el valle de Arán, con poco más de treinta y cinco años. Sus hijos habían muerto poco antes.  Solo estuvo diez en el trono pero dejó Aragón situado a un paso de Zaragoza y de las ricas tierras del valle del Ebro.

Pocos reyes han hecho tanto honor al sobrenombre que le asignó la tradición como nuestro siguiente personaje. Con él enlazaremos en el punto donde dejamos nuestra narración cronológica hace ya varios programas, la época de los almorávides. Pero para narrar sus hazañas necesitaremos más de una entrega. 

El que pasó a la historia como Alfonso el Batallador nació en el año 1073 del segundo matrimonio del rey Sancho Ramírez con Felicia de Roucy, dama relacionada familiarmente con toda la nobleza franca desde los Pirineos a París.

Como segundón de la segunda rama, su acceso al trono era improbable; y su destino fue formarse en letras y en artes militares para convertirse en señor feudal. Educado en un monasterio bajo la tutela de los agustinos, creció influenciado por la religión, el espíritu cruzado de los caballeros francos y el propio ambiente de cruzada que se respiraba en Aragón.

Esta educación marcó su vida con un solo propósito: la guerra contra el infiel para ampliar su reino sirviendo a la cristiandad en la lucha sin cuartel contra los almorávides. 

Su sueño, al igual que el de su predecesor, era liberar las tierras de sarracenos hasta llegar a la costa, preparando el viaje a Jerusalén por mar, para participar en las Cruzadas. 

Alfonso Sánchez, varón dotado de gran valor y animosidad, no estaba destinado a ser rey; y por ironías del destino llegó a ser titular de tres reinos: Los de Navarra y Aragón por natura; y el de Castilla por matrimonio.

Es más, llegó a tomar el título de emperador que ostentaba su suegro. De haber tenido descendencia se habrían unido bajo la misma persona los reinos de Castilla, Aragón y Pamplona cuatro siglos antes de los Reyes católicos.

Alfonso fue quien sacó de una vez su reino de los Pirineos, configurando el Aragón histórico, culminando así la tarea de sus predecesores al conquistar la tierra llana regada por el Ebro que tanto necesitaban para desarrollar la agricultura.

En pocos años arrebató a los musulmanes más de veinticinco mil kilómetros cuadrados de terreno. Para llegar al trono, tuvo que morir su hermano mayor, su hermanastro y su sobrino.

Tan alejado estaba de la línea sucesoria que a los treinta años no se había casado. Se ha especulado mucho con su odio hacia las mujeres, incluso se le ha tildado de homosexual sin fundamento. Seguramente por estas palabras que le dedicó un cronista árabe:

Ningún rey cristiano tuvo más valor, ni más energía para combatir a los musulmanes. Dormía con su coraza puesta y sin colchón. Cuando una vez le preguntaron por qué no se acostaba con las hijas de los jefes musulmanes vencidos, respondió: un verdadero soldado debe vivir entre hombres, no con mujeres.

Monumento Alfonso I el Batallador. Cabezo de Buena Vista. Zaragoza.

Anécdotas aparte, experiencia para la corona no le faltaba. Su padre lo había involucrado en tareas militares y de gobierno desde la adolescencia, y su hermanastro contó con él en sus campañas bélicas, participando en la toma de Huesca y en la expedición de ayuda al Cid, donde aprendió a luchar contra los Almorávides.

Contactos internacionales tampoco le faltaban, al estar emparentado con la nobleza del otro lado de los Pirineos a través de la familia de su madre. Todo esto hizo de Alfonso un gobernante y un caudillo militar experimentado desde el principio de su reinado. 

Su ascenso al trono supuso la continuación de las políticas expansionistas de sus predecesores. En Aragón, cada monarca asumía lo hecho por el anterior y arrancaba desde allí marchando siempre a la cabeza; muriendo en el empeño si era necesario.

Y junto al rey marchaban la nobleza y el clero. Los obispos aragoneses participaban en las campañas; bien con apoyo económico o directamente con su presencia encabezando una mesnada.

Dando sentido de cruzada a sus empresas militares, Alfonso contó también con la ayuda de numerosos nobles del otro lado de los Pirineos, la mayoría parientes o vasallos suyos.

Si unimos a todo esto la debilidad militar de los almorávides en el Valle del Ebro, muy alejados de sus bases en Córdoba. Todo estaba a favor de Alfonso; y lo aprovechó, vaya si lo aprovecho, como veremos en la próxima entrega.

Programa 15.
Enlace a vídeo en You Tube.
Enlace al siguiente capítulo.