Nacido en Burriana, el 5 de noviembre de 1898. Hijo de María Francisca Mesado Monzonís y de Juan Bautista Granell Sabater, comerciante dedicado a la importación de madera de Guinea.
Amado mostró muy pronto su naturaleza guerrera alistándose a la Legión, de la que fue expulsado a petición de su padre por supuesta minoría de edad.
La experiencia le marcó y siempre habló de ella orgulloso.
Electricista de profesión, trabajó en una tienda de lámparas en la calle Ribera, de Valencia.
Llegó a Orihuela a comienzos de los años treinta para prestar servicio en la empresa «Eléctrica Balaguer».
Cerrada ésta, se estableció en la calle San Pascual, dedicado a la venta de material eléctrico, radios y bicicletas.
Afiliado al Partido Socialista, en marzo de 1936 fue elegido segundo teniente de alcalde.
Al iniciarse el alzamiento encabezó el Comité de Enlace Antifascista que intentó controlar la caótica situación provocada por los militares rebeldes.
Pero Granell no estaba hecho para la política. Desaparecido el comité, Ramón Pérez lo llevó a Alicante, donde se alistó en el Ejército Voluntario iniciando una brillante carrera militar.
Su primer destino fue el batallón «Levante», en Valencia.
Ascendió a capitán, destinado al Batallón de Hierro, unidad de choque que más tarde se conocería como Regimiento Motorizado de Ametralladoras.
En agosto de 1938 escribió al Consejo oriolano, ya como comandante jefe de la 49 Brigada Mixta del Ejercito Popular, formada por cuatro batallones.
Poco antes de finalizar la guerra en España, concretamente el 28 de marzo de 1939, embarcó en el Stanbrook, último barco que zarpó del puerto de Alicante rumbo a Orán.
Consiguió subir a bordo con su fusil ametrallador. En la lista de pasajeros figura dos veces su nombre con los números 1928 y 2073.
Pinchando en la fotografía del barco se accede a un artículo monográfico sobre el Stanbrook .
Acabada la Guerra Civil, el Juzgado Militar de Orihuela ordenó su busca y captura en febrero de 1940 y en abril de 1941, acusado de rebelión militar.
Mientras le buscaban en Orihuela, Amado Granell acompañaba a los americanos en la ocupación de Orán.
Pronto se enroló en los «Cuerpos Francos de África» y, en 1943, formaba parte de la División Leclerc, Tercer Batallón de Marcha, conocido como «el Batallón hispano», que estaba integrado por numerosos españoles exiliados, curtidos en las batallas españolas.
Amado sintonizaba bien con las tropas y poseía la experiencia de mando acumulada durante la Guerra Civil.
Como teniente de «La Nueve», combatió contra nazis y fascistas en el norte de África.
Tras recibir entrenamiento en Gran Bretaña, los vehículos de su compañía, bautizados con los nombres de Brunete, Ebro, Guernica, Teruel, Guadalajara, etc., desembarcaron en Normandía y fueron los primeros en llegar a París.
Para escarnio del nuevo régimen español, en agosto de 1944, Granell pasó a la historia, inmortalizado por el diario Liberation, como el libertador de París.
Su blindado abrió la marcha en el «Desfile de la Victoria» en los Campos Elíseos ondeando la bandera republicana.
El propio De Gaulle le entregó la Legión de Honor, ofreciéndole el empleo de comandante si adoptaba la nacionalidad francesa.
Dicen que su respuesta fue: «a España la quiero como una madre, a Francia como una novia».
«La Nueve» siguió avanzando hasta Alemania, llegando al «Nido del Aguila», el bunker de Hitler. Había cumplido su promesa de lavarse las manos en el Rhin.
Permaneció en esta mítica compañía hasta finales de noviembre de 1944, fecha en la que agotado y enfermo fue sustituido, siendo uno de los pocos supervivientes de la compañía.
Siempre pensó que, derrotados Hitler y Mussolini, el siguiente sería Franco; pero los aliados tenían otros planes: la guerra acabó sin llegar a liberar su patria.
Tras un periodo de intrigas políticas por Europa, en el que llegó a entrevistarse con don Juan de Borbón, frustrado, volvió a Francia y en 1950 abrió el restaurante «Los Amigos» en la calle Bouloi de París.
Mucho después, regresó a España y junto a un socio regentó un comercio llamado «Radio Colón», en Valencia.
Falleció en mayo de 1972 en accidente de tráfico en Sueca (Valencia).
Cruz de Guerra con palma y cinco citaciones, oficial de la Legion de Honor en Francia, Amado Granell fue enterrado en el cementerio de Sueca.
La lápida, donde figura «Legion de Honor» y una hoja de palma, fue costeada por el gobierno de la República Francesa.
El breve levantamiento oriolano de 1706. (Que a la postre fue hundimiento)
En noviembre del año 1700 llegaba a Orihuela la noticia de la muerte del «Hechizado». Sin pérdida de tiempo, el Consell oriolano decretó el luto acostumbrado y las correspondientes misas. Y Felipe V fue jurado como nuevo rey con el ceremonial propio de tan magno acontecimiento.
Seis años después, España ardía en plena Guerra de Sucesión. En febrero, Felipe V abandonó Madrid con la firme intención de someter Barcelona con un ejército de 30.000 hombres.
El sitio por tierra y mar se frustró por la aparición de una escuadra anglo-holandesa. Esta circunstancia, unida al avance del ejército aliado hacia la capital, le obligó a regresar; pero no permanecería en ella mucho tiempo.
El archiduque partió de Barcelona y tras ser proclamado en Zaragoza, entró en Madrid, poniendo en fuga al Borbón que se refugió en Burgos.
El 29 de junio de 1706, Carlos III era proclamado rey ante los ciudadanos de la capital. Su triunfo parecía casi cantado.
Pocas semanas después, concretamente el 24 de Julio de aquel mismo año, Jaime Rosell y Rocamora, señor de Benejúzar, marqués de Rafal consorte y gobernador militar de Orihuela, proclamaba por tres veces desde el balcón de su palacio: ¡Hijos míos, viva Carlos III¡
Esta frase vitoreada por el pueblo allí congregado, culminaba el levantamiento oriolano contra Felipe V.
¿Qué impulsó a Orihuela, tantas veces distinguida como noble y muy leal, a romper el juramento con su rey abrazando la causa austracista?
Podemos hablar de la hábil utilización del descontento generalizado de la población ante el abuso de las clases dominantes mediante la propaganda de los agentes austracistas, propaganda personalizada en Juan Bautista Basset, personaje clave para que calase en los valencianos.
A modo de político en campaña, prometió la abolición del pago de tributos abusivos a los nobles, ganando para la causa del archiduque a los campesinos, a las clases populares urbanas y a gran parte del clero.
Y hablando del clero; podemos mencionar la fuerte suma reclamada por las tropas borbónicas al Cabildo de la Catedral para urgencias bélicas, suma que los poderosos canónigos amparados en sus privilegios se negaron a pagar, utilizando su influencia para sembrar en las calles la causa del archiduque.
Podemos citar el temor que produjo la caída de Cartagena, incluso la hostilidad que catalanes, aragoneses y valencianos tenían hacia los franceses. Pero yo quiero detenerme particularmente en dos motivos, en mi opinión decisivos.
El primero la clara indiferencia que Felipe V demostró con la celosa Orihuela, una ciudad acostumbrada a ser reconocida y premiada por sus monarcas.
El Borbón mancilló varias veces unos privilegios adquiridos con sangre y fuego a través de siglos de lucha en los que nuestra ciudad fue un baluarte para el reino de Aragón.
En el segundo, comparto la opinión del obispo José de la Torre y Orumbella, huido durante estos acontecimientos: los oriolanos no se sublevaron por falta de amor a Felipe V.
El obispo de Cartagena Luís Belluga había sido investido con el cargo de Capitán General de Alicante y Murcia, así que las tropas oriolanas debían ponerse bajo su mando.
Para aquellos oriolanos, era impensable que la defensa y gobierno de nuestra ciudad quedasen manos de un murciano, a la postre obispo de Cartagena, autoridad contra la que tantas veces había luchado la ciudad en su pleito por conseguir la mitra oriolana.
La antigua enemistad con la que siempre habíamos mirado a los de Murcia y su reino, junto a las continuas amenazas que estos proferían contra Orihuela (saquear sus bienes, talar sus árboles y abrasar sus haciendas) dificultó enormemente el cumplimiento de la voluntad real.
Las tropas del archiduque se acercaban; no se sentían queridos por su Rey; volvía a plantearse el dilema suscitado en la Reconquista:
¿Qué sería de una Orihuela diluida en Castilla?Y Orihuela tomó partido.
Pero las cosas acabaron mal para nosotros; acosado por nuevos ejércitos de voluntarios castellanos y por las tropas enviadas por Luís XIV, el archiduque Carlos abandonaba la capital junto a su ejército, replegándose hacia Valencia.
Felipe V regresó a Madrid el 4 de octubre aclamado por el pueblo.El 7 de octubre, ante el avance de las tropas borbónicas, el marqués de Rafal abandonó Orihuela, poniendo a salvo sus alhajas.
Enterado Belluga se presentó tres días después con artillería, 1.000 jinetes, 1.000 infantes y 4.000 campesinos enfurecidos.
La heroica resistencia de sus ciudadanos desorganizados fue un sacrificio inútil. Ante semejante fuerza ofensiva Orihuela cayó en dos horas. Fue saqueada e incendiada y a pesar de ser acaudillados por un obispo, la soldadesca no respetó ni los templos.
Reacción lógica si tenemos en cuenta que el día 21 de agosto, las tropas austracistas acuarteladas en Orihuela entre las que se encontraban el marqués de Rafal y sus milicias, hicieron algunas incursiones sobre la frontera con Castilla, y al llegar a Beniel, huido el vecindario, se llevaron a la Virgen, a San Bartolomé, a San Gil y hasta el copón del Santísimo Sacramento, sacrílego botín depositado en San Agustín por orden del cabildo.
La decisiva victoria militar de Felipe V sobre las tropas del archiduque en la batalla de Almansa, dio paso a la capitulación de Valencia.Es significativo el letrero que, en latín, puso en la ciudadela que hizo construir, con cañones apuntando hacia ella:
Habiendo vencido a los valencianos junto a Almansa la majestad del rey Felipe V, y habiéndoles perdonado la vida por su magnanimidad, hizo construir esta fortaleza para seguridad de la ciudad y del reino.
Y así llegó la imposición de nuevas leyes en los reinos de Aragón y Valencia, el llamado decreto de nueva planta. Usando el derecho de conquista se derogaron los fueros y privilegios, se suprimieron los organismos políticos forales (excepto los del País Vasco y Navarra, que se mantuvieron leales a Felipe V) y hasta nuestra lengua materna fue prohibida en un intento de diluir definitivamente a la vieja Corona de Aragón en las leyes, costumbres e idioma de Castilla.
Orihuela ya nunca fue la misma. Cuando en 1715 denunció los excesos de las tropas borbónicas, la orgullosa ciudad antaño segunda del reino, tuvo que escuchar públicamente las siguientes palabras:
Todos los dichos señores que componían el Ayuntamiento heran unos picarones, futres, bugres, traydores, canallas y que estaba la Ciudad traidora y que no quería pagar, ni sus vecinos al Rey…
Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba).
Publicado en la revista deorihuela. 2006.
Una corrección importante: En el siguiente vídeo se cita el actual palacio de la Granja como escenario del levantamiento y la proclamación. Gracias a la compra del archivo de la casa de Rafal, Javier Sánchez Portas ha demostrado que el marqués vivía, a comienzos del XVIII, en la calle del Hospital, entre la plaza de la Salud y la de Santiago.Lo he corregido en el audio. Pero no puedo en el vídeo.
Toda ciudad importante tiene su leyenda fundacional; un glorioso detonante que engrandece su creación.
Pero nadie en su sano juicio puede creer como historia, que dos niños amamantados por una loba fundasen Roma.
Nuestra leyenda más famosa no se refiere al nacimiento de la urbe; más bien intenta borrar un pasado inmediatamente anterior.
Cinco siglos en los que los musulmanes fueron los verdaderos artífices de la huerta, las acequias, el castillo y lo que fue el casco amurallado.
Un patrimonio que los cristianos heredaron intacto.
Según la Real Academia de la Lengua, una leyenda es la narración de sucesos fantásticos que se trasmite por tradición o relato basado en un hecho real, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración.
Para comenzar vamos a sintetizar el hecho real.
Lo que se llamó Reconquista de Orihuela consta de cuatro fases:
1. Primavera de 1243.
En 1242 el reino de Murcia se entregó al futuro Alfonso X en Alcaraz, estableciendo un protectorado.
Pero no todas sus ciudades abrieron las puertas a los invasores.
Las crónicas solo mencionan a Cartagena, Lorca y Mula como plazas sometidas por las armas.
Orihuela, en manos de la Wizara Isamiyya, funcionaba también de forma independiente.
Su gobierno estaba formado por un grupo de personajes de gran talla intelectual que se resistieron a la ocupación.
Cuando el infante Alfonso entró en la capital, muchos disidentes se refugiaron tras las murallas de Orihuela, que tuvo que ser sometida mediante asedio.
Aguantó, al menos, hasta el último tercio de 1243, cayendo en fecha imprecisa.
2. 1243-1244.
Asediada por tropas castellanas, Orihuela se rindió a las huestes del infante Alfonso sin llegar al asalto.
Los cristianos ocuparon el castillo instalando una fuerte guarnición.
Los musulmanes, inmensa mayoría de la población, se mantuvieron en la ciudad manteniendo sus costumbres, religión e instituciones de gobierno, bajo vigilancia castellana.
Dan fe del asedio dos donaciones posteriores de Alfonso X: «por el servicio que me hizo sobré Orihuela cuando la gané» y «por el servicio que hizo al rey en la cerca de Orihuela».
3. Primavera de 1264.
Revuelta musulmana en el reino de Murcia apoyada por el Emir de Granada.
En Orihuela los rebeldes intentaron hacerse con el castillo; los defensores se encerraron en él y la rebelión fracasó.
Los héroes de la resistencia quedaron inmortalizados gracias a las mejoras que recibieron en el «Llibre del Repartiment».
4. Noviembre de 1265.
Jaime I tomaba posesión de una ciudad que no llegó a perder el control castellano. Meses antes, su hijo Pedro, apoyado por huestes castellanas, asoló la huerta y socorrió a los encerrados en el castillo.
En su crónica, el Conquistador solo dejó este escueto párrafo:
Hecho esto marchamos aquel mismo día a Orihuela, dejando en Elche a En Astrurgo de Bonsenyor, para que nos trajera las escrituras que hicimos con los sarracenos de dicha población; y mientras estábamos en Orihuela, vino a vernos el hijo de Ben Hud Alá, arrayaz de Crivillente.
Algunos apuntes más:
La leyenda fija la toma del castillo el 17 de julio, fiesta de las Santas Justa y Rufina.Puede parecer que la fecha se conmemora desde la conquista; pero no.
Aunque están vinculadas a Orihuela desde que las mezquitas mudaron a iglesias, dando nombre a uno de los templos parroquiales, las mártires sevillanas fueron escogidas como patronas de Oriola siglo y medio después, cuando comenzaron a celebrarse los festejos de moros y cristianos.
En 1400, con licencia del obispo de Cartagena don Fernando de Pedrosa, el Consell acordó marcar la fecha como fiesta de guardar.
Desde entonces el 17 de julio se celebra la fiesta solemne de acción de gracias y la procesión de la señera, una de las fiestas más antiguas de España.
Sabiendo de la vinculación oriolana con Cataluña, conviene añadir que la tradición catalana se apropió de las santas haciéndolas barcelonesas.
En Prats de Molló, localidad del Pirineo, las tienen como patronas con una iglesia parroquial donde guardan dos bustos con sus reliquias.
En cuanto a la supuesta comunidad mozárabe descendiente de los godos, en el siglo XIII había desaparecido totalmente.
Se convirtieron, huyeron a los reinos del norte o fueron exterminados por almorávides y almohades.
Así pues, si había cristianos en el arrabal, se instalaron allí tras el pacto de Alcaraz formando parte de la ocupación castellana.
Por último quiero añadir que, en numerosas fortificaciones, aparece la expresión «Puerta de la Traición» para designar un postigo que permitía acceder al recinto fortificado de forma discreta. Sin ir más lejos, tenemos otra del mismo nombre en Murcia.
Estos accesos se abrían en alguna parte de la muralla donde el enemigo no pudiese situar tropas de vigilancia, facilitando la comunicación con el exterior sin tener que utilizar las puertas principales.
Eran muy útiles en caso de asedio, como vía de escape; o para recibir abastecimiento y refuerzos.
Su peculiar nombre hizo que tarde o temprano cargasen con una leyenda basada en una traición.
Una vez resumidos los hechos, paso a la leyenda y sus autores.
Gaspar García «El Oriolano».
El XVII fue el siglo de los cronistas locales, escritores inflados de amor patrio que llenaron sus obras de hazañas y milagros para dar lustre y antigüedad a sus ciudades.
En este florecimiento de la historiografía, la mayoría de los autores eran religiosos.
Lo realmente sorprendente es que el primero que plasmó en papel la leyenda de La Armengola se dedicase a coser y cantar.
Natural de Orihuela y morador en Oliva, Gaspar García Ortiz era sastre de profesión y aficionado a la poesía.
La primera referencia a este personaje que he encontrado son unos versos que presentó en la celebración poética de la fiesta de canonización de Raimundo de Peñafort en Valencia, en 1601.
Historiada por el P. Gómez, sacerdote valenciano, le dedicó está crítica:
Desde Oliva un sastre honrado por su desdicha y desastre remitió cierto guisado que aunque no fuera de sastre él es por si desastrado Gaspar, y Ortiz, y García de Origüela natural se firmó, gentil porfía habiendo cantado mal cantarse una Letanía.
Gaspar García Ortiz, que firmaba como Gaspar García Oriolano ostenta el honor de ser la primera fuente escrita de la Armengola, gracias a un poema épico incluido en «La Murgetana del Oriolano, guerras, y conquista del reino de Murcia por el Rey D. Jaime primero de Aragón, parte I», publicada en Valencia en 1608 por Juan Vicente Franco.
A este oriolano ausente, sin mucho conocimiento histórico, debemos la leyenda en estado puro. Nunca sabremos si se inspiró en algún relato oral.
Lo cierto es que tejió una historia en verso que nos ofrece el primer guión y el reparto inicial:
Benzaddón, el perverso alcaide moro; el Almengol (sin nombre de pila y con l); la Almengola, su mujer; sus dos hijos; y sus dos hijas, sustituidas por dos valientes varones vestidos con ropas femeninas.
De ellos, solo da nombre a Juan Darún, con apellido similar al Íñigo Darún que se encierra en el castillo según el libro del Repartimento.
La primera parte del canto octavo se titula: «Arde la rebelión, redímese el castillo de Origüela y baja el Rey don Jaime a la Conquista».
Comienza con dos docenas de insultos dedicados al alcaide del castillo que no voy a reproducir; he escogido y transcrito los versos más interesantes.
Muera la gente bárbara enemiga, alarma que divino auxilio siento pero do corres, o firmeza extraña que vuela una mujer por la montaña.
Espantome que sola tú te atrevas a lo que no pudiera un varón fuerte mas cuando la mujer se determina el mar vadea y los montes mina.
Como mejor ser pudo les rebela aquella traición que el moro emprende y como aquella noche cumple el plazo el triste funerable mortal caso.
Dice, bien conocéis a na Almengola ama de Benzaddon Alcaide Moro, que es esta que aquí veis y vengo sola acompañada de mancilla y lloro.
Solo por mi familia y gente vengo que quien me reveló el secreto imbia como dos hijas, y dos hijos tengo de mi velado, dulce compañía.
Atónitos quedaron, espantados aquellos descendientes de los Godos y a la calamidad de sus estados vecina y cerca se revuelven todos.
Resueltos entre todos, señalaron para la prueba arriscada y sola dos mancebos gallardos, que bastaron al número de seis con na Almengola:
De femeniles trajes se adornaron zelando con aquellos peto, y gola, y salen como hijas del buen viejo corderas pareciendo en el pellejo.
En este tiempo el Almengol valiente el primer portalero tiene muerto por cuya causa a la puerta nombre quedo, de la trycion, mas no del nombre.
Ya conseguido el fin para su intento del femenil vestido se desnudan sacan el varonil robusto aliento que con el traje de doncellas mudan.
Y vanse de aposento en aposento con que victoria conseguir no dudan echando los serrojos, y al estrago dieron a los demás el Santiago.
Y la muerte va revuelta en cuchilladas reveses, y mandobles, de manera que hizieron mayor riça cinco espadas que un escuadron de sinco mil hiziera.
Las postas y las guardas a estocadas por entre las almenas salen fuera y así dejando fortaleza y vida quedó la gente bárbara vencida.
Anda la vieja empuñando un asta ofreciendo la vida al caso honroso que el ir determinada solo basta para emprender lo más dificultoso.
Hasta el señor a su rigor las manos y a los cuitados que llorando estaban a Rufina y a Justa les envía en la vigilia santa de su día.
Bajan las santas de la impirea cumbre trepan los cielos y elementos hienden hinchen los valles de gloriosa lumbre el monte abrasa y el castillo encienden.
De un golpe a Juan Darún vida comisa y el suelto mozo ya pesado y grave vuelve sobre el alcaide, y ambos juntos ocupan tierra con quedar difuntos.
Al fin los oriolanos consiguieron próspera salvación, fin admirable guardaron su castillo, y defendieron sus torres, con fortuna favorable.
Y es conclusión averiguada y cierta que cuando al Rabal Roche dio el asalto el moro a la celada descubierta viendo al cristiano con victoria en alto.
Que callando volvió la rienda suelta y así confuso de consejo falto, quedó cuan antes sin mover la tierra pues dentro el Rey do Jaime entró sin guerra.
Hasta aquí la parte referida a Orihuela en el poema original. En los versos de Gaspar todo queda confuso, como si la revuelta y la llegada de Jaime I hubiesen transcurrido en dos jornadas.
Lo curioso es que el oriolano menciona a seis personajes; la Armengola y cinco varones: su marido, sus dos hijos y dos valientes mancebos, vestidos de doncella que sustituyen a sus dos hijas.
Y así la dama, armada con un asta y acompañada por cinco valientes espadas, se dirige al castillo.
Su marido mata al primer centinela en la puerta de la traición; y una vez dentro, los travestidos se despojan de sus disfraces y todos comienzan a repartir cuchilladas y mandobles, enardecidos por la aparición de las santas Justa y Rufina que iluminan el castillo.
Juan Arún y el alcaide fallecen en el combate. La celada de los moros queda descubierta, los cristianos se salvan y Jaime I entra en Orihuela sin guerra.
Publicada su obra, el sastre poeta siguió cantando al Reino de Murcia sin mucha fortuna, pues el Concejo de la capital, que había sufragado la primera publicación, le retiró la financiación para dársela al famoso licenciado Francisco Cascales, autor de los «Discursos históricos».
La obra de Gaspar, titulada Anales de Murcia quedó inédita. Despedido como historiador, poco más he encontrado del sastre trovador.
Un soneto titulado «El angélico padre dominico», como parte de la obra: «Defensa Dominicana por la limpia Concepción de María sin pecado original», publicada en Orihuela en 1628 por Vicente Franco, donde firma como Gaspar García el oriolano.
Entonces: ¿por qué ha llegado hasta nosotros la trova de este sastre, hasta ocupar el protagonismo en la historia de nuestra Reconquista?
Quiso el destino que dos años después, aquella intrascendente obra poética cayese en manos de otro Gaspar.
El otro Gaspar.
Gaspar Juan Escolano había nacido en Valencia en 1560. Miembro de una destacada familia, su padre fue conseller de la capital del Reino.
En 1597 fue nombrado rector de la valenciana parroquia de San Esteban.
En 1600 participó en un certamen poético durante la Fiestas celebradas en Valencia por la recepción de una costilla de San Vicente Ferrer.
Dos años después lo nombraron predicador de la ciudad de Valencia, y en 1604 cronista mayor del reino. Eclesiástico, poeta, escritor e historiador, su obra «Décadas de la historia de Valencia» es un clásico de la historiografía valenciana.
Este ambicioso proyecto de historia general de Valencia y su reino es una relación de los hechos históricos acontecidos hasta el reinado de Pedro el Grande de Aragón, además de los sucesos de las Germanías, la rebelión de los moriscos y su expulsión.
Inicialmente fue editado en dos partes.
La primera, titulada «Década primera de la historia de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia», vio la luz en 1610, y se compone de los cinco primeros libros.
La «Segunda parte de la Década primera de la historia de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia», salió un año después, en 1611.
A pesar de su falta de método histórico, de sus errores cronológicos e inexactitudes históricas, es fundamental para el estudio de la historia valenciana.
A diferencia de Gaspar el oriolano, que había escrito sus versos sin haber accedido a los archivos, el cronista valenciano había consultado muchos, entre ellos la crónica de Jaime I.
De Orihuela encontró bien poco. Así pues, para completar su relato, el bueno de Gaspar quiso cubrir el vacío y le vino muy bien la bonita historia aunque no encajase del todo con los datos que tenía.
Dejó la responsabilidad en el oriolano, suponiendo que el autor de la Murgetana, como natural de la tierra, había consultado los archivos locales y estaba bien informado de los asuntos de su patria chica. Así lo manifestó:
El autor de la Historia Murgitana, hace un breve Compendio de los Caballeros y Soldados de cuenta que sirvieron en ella. Y porque como hombre natural de Origuela, y criado en Murcia, se debe creer que tuvo noticia entera y verdadera de todos.
Esta desafortunada suposición, que no pudo ni analizar por las prisas para incluirla en el tomo de la Historia de Valencia que tenía listo para imprenta, dio lugar a que la leyenda de la Armengola pasase a formar parte de la Historia oficial de Reino de Valencia, en la segunda entrega publicada en 1611.
En ella, el Gaspar valenciano traduce a prosa y modifica un poco el trabajo del Gaspar oriolano.
Elimina a dos de los cinco varones, nombra a Armengol como posible marido, le quita una z a Benzaddon y da nombre al otro mozo: Ruidoms, un apellido que coincide con un municipio de la provincia de Tarragona.
Así quedó la historia en prosa:
Fomentaba el levantamiento de los moros el rey moro de Granada, que no contento con quitarle la obediencia y atrevérsele en guerra abierta, tuvo trazas como incitar a lo mismo a los de Murcia, que en su nombre y protección se alzaron y recibieron de su mano alcaide y guarnición en el Alcázar.
Hízose el levantamiento con grande secreto para cierta hora y día, en que tenían concertado de pasar a cuchillo todos los cristianos que moraban entre ellos.
Llegose la hora fatal de la degüella; y acertó que a una varonil mujer llamada Armengola, que había criado a sus pechos un hijo del moro Benaddon, alcaide del castillo de Orihuela, por misericordia del moro (después de muy juramentada de tener secreto) le fuese revelada la conjuración hecha para la ruina de los cristianos.
Venció luego a la flaqueza mujeril el ingenio y sin muestra de turbación, regració al alcaide la confianza del secreto; y en fe de él, le suplicó que pues no ignoraba que tenía abajo en el arrabal marido y dos hijas, le hiciese colmada merced de que bajase por ellos, para escaparlos del peligro de muerte.
Obligado el moro de las vivas obligaciones que a la dama cristiana tenía en razón de la crianza (o porque no hay contraste contra el decreto de Dios), dispensó con ellos; y al punto la cautelosa y magnánima mujer se salió en anocheciendo del castillo, y bajando al arrabal que los de Orihuela llaman Roche, hizo junta de los cristianos y dado el aviso de su cercana calamidad, los persuadió a que tres de ellos, los más animosos y fuertes se vistiesen de mujeres, y bien armados debajo de las ropas se subiesen con ella al castillo, y se alzasen con él.
Llamábanse los tres escogidos para tan gloriosa transfiguración, Armengol, Juan de Arún y un tal Ruidoms; los cuales siguiendo los pasos de la mujer, llegaron a la puerta del castillo, y apenas fueron reconocidos por la guarda, que engañada con los vestidos, juzgando por la pinta que sería la familia de la Armengola, la franqueó con liberalidad.
No bien se vieron dentro, cuando dejando caer el rastrillo, porque no acudiese socorro, se descartaron los dos de las figuras de mujeres y jugando las espadas juntamente con el Armengol (que sería marido de ella), les ganaron por momentos las puertas a los guardas.
Tomadas las llaves, volaron a lo alto del castillo y echaron los cerrojos por defuera a algunos de los aposentos, porque no saliesen los del alcaide a dar con ellos; y en otros entraron acuchillando y matando; no haciendo menos risa la valerosa amazona, que como caudillo iba delante con un asta en la mano.
Era víspera o el mismo día de las dos hermanas vírgenes y mártires, Santa Justa y Rufina, naturales de Sevilla; y andando los leones cristianos por las coviles del castillo haciendo la carnicería que al trocado pensaban hacer los moros en ellos, fueron vistas descender del cielo dos grandes luces, que la una se asentó sobre el castillo, y la otra bajó hasta el arrabal; donde quedaban los demás cristianos medrosos como corderos en el corral que sienten alrededor el aullido del lobo, y no bulle pajuela que no se les antoje él.
Píamente se cree que venían allí las dos santas españolas a darles su favor en aquel trance, y alentados unos y otros con aquel celestial pronóstico, se les doblo el valor a los que andaban peleando por arriba.
Apuntáronse Juan de Arún y el alcaide moro, y fue tan reñida la pelea, que cayeron a la par muertos. Violo el marido de la Armengola, y juzgando que si faltaba el alcaide estaba lo más hecho, fiando de la brevedad de la ventura, dijo a su mujer que bajase en un vuelo al arrabal, y avisando a los cristianos del estado en que estaban las cosas los hiciese subir con sus armas, porque fortificados todos en el castillo, pudiesen esperar más a su salvo cualquier acontecimiento del enemigo.
Bajó, y oída por ellos la feliz embajada, se encaminaron al castillo con las armas y bastimentos que les dio licencia la prisa y la brevedad del tiempo, y se encastillaron en él.
Los moros, ignorantes de la contramina, acudieron al plazo para ejecutar su diabólico pensamiento; mas como echaron de ver que había sido descubierto, y que los cristianos estaban apoderados del castillo, acordaron envainar las espadas con sosiego, y hacer del traidor fiel.
Hasta enviarles comida para justificarse con el rey don Alonso, que era cierto que teniéndose por él el castillo había de venir luego algún ejército de cristianos a tomar enmienda de aquel insulto, como en efecto, vino nuestro rey don Jaime con el suyo en favor del yerno, más abrieron las puertas de la villa los moros y se entregaron sin contradicción.
Gaspar Escolano falleció el 20 de febrero de 1619. Su obra quedó en esos diez libros publicados en dos volúmenes.
En 1878-1880, Juan Bautista Perales Boluda publicó las Décadas en tres volúmenes, aumentada con gran caudal de notas aclaratorias bajo el título de «Historia general de Valencia».
Inmediatamente, otro cronista valenciano dio cuenta de la leyenda. Fue el fraile dominico Francisco Diago, en 1613.
Este autor con mucha bibliografía a sus espaldas, incluyó la leyenda en sus Anales del Reyno de Valencia, en libro séptimo, capítulo treinta y siete, una obra que recopilaba muchos trabajos locales.
En ella solo menciona que Orihuela fue ganada a los Moros por un medio maravilloso, tramado por una animosa y valiente mujer.
Los detalles salen de la obra de Gaspar Escolano omitiendo el nombre de la heroína.
Y así, ya consignada en dos prestigiosas crónicas, nació la Armengola como verdad histórica.
La leyenda llega a Oriola.
Un año después de la publicación de Gaspar Escolano y basándose en ella, en Orihuela, otro religioso llamado Francisco Martínez Paterna, incluyó a la Armengola en «El breve tratado de la fundación y antigüedad de Orihuela», obra de 1612 estudiada por el actual cronista de la Ciudad, Antonio Luis Galiano Pérez, quien publicó una edición facsímil en 1984.
Para componerla, don Francisco, beneficiado de la Catedral y doctor en Teología por la Universidad de Orihuela, utilizó otras historias ya publicadas y consultó privilegios y documentos del inhóspito archivo de la Sala del Consell.
Su narración contiene más datos y demuestra que, al menos, se había leído el Libro de Repartimentos.
Aquí, las hijas son tres; y también los mozos, anónimos. Eso sí, cita a algunos de los que aparecen en los repartos.
Imagino que para el cálculo de años de dominación, a la fecha del tratado, 1243, le resta 711, el año que llegaron los primeros musulmanes a la península.
Sin embargo, luego cae en el error cronológico que cometió el famoso historiador murciano Francisco Cascales, situando la entrada en Orihuela en 1242.
He aquí un resumen de su versión:
De cómo Origüela fue ganada por los cristianos a los moros: Después de haber estado la ciudad de Origüela en poder de los moros 532 años, apiadose Dios Nuestro Señor de ella por las muchas oraciones que los cristianos fieles y católicos que en ella vivían, cada día hacían a la Virgen Santísima María, a quien habían tomado por patrona y abogada.
La majestad divina que jamás olvida a los suyos dio victoria a los cristianos por medio de una maravillosa traza, enviada y bajada del cielo, y fue, que como los moros de Origüela habían determinado de pasar a cuchillo a todos los cristianos del arrabal roche que habían quedado en el por razón del pacto viviendo públicamente en la fe de nuestro señor Jesucristo, por defenderse mejor del infante don Alonso, hijo primogénito del Rey do Fernando 3º de este nombre llamado el santo….
Vinieron embajadores del Rey Moro de Murcia, llamado Abenhudiel para entregarle su Reino por parte de su Rey, por razón de haberse movido pleitos entre los vasallos de su reino contra él, habiendo venido a dicha ciudad a tomar posesión y saliendo a correr la tierra con sus soldados para conquistar los demás lugares, que le habían sido rebeldes, como fue Lorca, Mula, Cartagena u Origüela.
Sucedió en aquellos días, por permisión divina, que una cristiana de aquellas que estaban y habitaban en el arrabal roche le criaba al Alcaide del castillo de Origüela un hijo, y dándole aviso el alcaide a la ama cristiana de cómo los moros habían determinado de pasar a cuchillo todos los cristianos del arrabal, rogole él y su mujer, que se quedase en el castillo con ellos, que le acompañarían y defenderían de buen grado por la buena obra que hacia de criarles a su hijo.
La buena cristiana movida por el Espíritu Santo que la había tomado por instrumento como otra Judith para restaurar esta tierra, dijo que no podía servirles sin traer consigo tres hijas doncellas que tenía. Y concediolo el Alcaide por moción divina.
Aquellos valerosos cristianos godos, movidos de Dios, cambiaron las tres hijas por tres esforzados mancebos en hábito y traje de mujeres, con armas secretas debajo de los vestidos mujeriles se subieron al castillo en compañía de la ama, para con ánimo valeroso apoderarse de él y de sus enemigos, ayudándoles Dios, que es el Señor de las batallas.
La cristiana, con las armas de la oración, que son las más poderosas, subió al castillo a aquellos fuertes y valientes soldados vestidos de mujeres.
Los nombres no se han podido saber jamás, siendo dignos de que estuviesen escritos con letras de oro, aunque se sabe los nombres de los que después les siguieron y se apoderaron de la primera puerta del castillo, la que cae sobre el arrabal, que hoy llaman puerta de la traición por esta ocasión.
Están escritos en el libro de repartimiento de las Tahullas con mejoras del rey Alfonso dadas en abril de 1268. Fernando de Marfa Adalit, Íñigo Darun, Juan Jové, Ibañez de Oriol y Gil Lobet para que guardasen y defendiesen de los moros esta puerta.
Los fuertes mancebos subieron a lo alto de la fortaleza del castillo y sacaron sus armas que traían secretas y mataron a la guardia, alcaide, mujer e hijos alzando una bandera en señal de victoria a 17 día del mes de julio, día de las gloriosas vírgenes y mártires Justa y Rufina, patronas de esta ciudad en el año 1242.
Otros muchos cristianos dieron aviso al infante Alonso que debía estar muy cerca con su ejército y vino presto, se apoderó de la ciudad y tomó posesión del castillo, uno de los más fuertes que tiene España.
Y por ser tan poderosa fortaleza, los moros no pudieron entrar en ella y desde el año 1242 hasta hoy, nunca más se perdió la ciudad, en la cual entró el rey Don Jaime sin guerra alguna en diciembre de 1265 y pasó por el puente del río que era de madera a la ciudad de Murcia y después pasó en Origüela la navidad.
La Armengola había llegado a Orihuela para quedarse. Pero no todos aceptaron el fantástico relato.
De la misma época y con el mismo empeño en recoger la historia de Orihuela, tenemos a otro religioso, Mossen Pedro Bellot, nuestro mejor cronista, que califico esta historia de «ficción poética».
El rector de Catral no cayó en el embuste e intentó rebatirlo; pero sus alegaciones pronto fueron olvidadas, como las de otros analistas posteriores. No hay más ciego que quien no quiere ver.
La versión del siglo XVII que más me ha gustado es la que probablemente llegó por primera vez al pueblo de Orihuela, en su inmensa mayoría analfabeto.
La escuchó por boca de Fray Francisco Gregorio Arques, en su sermón para la fiesta del 17 de julio de 1617.
Sorprendentemente, este fraile hizo mucho más creíble la historia. Sitúa la revuelta el 16 de julio de 1242, como Martínez Paterna, pero casi parece una operación de comandos. Os la resumo:
El alcaide vive en el castillo; y para librarse del dominio del infante Alfonso, decide pasar a cuchillo a los cristianos del arrabal.
Se lo comunica a la cristiana que daba el pecho a su hijo, que según dicen se llamaba Armengola.
La mujer pide subir a sus tres hijas doncellas.
Entonces avisa a los cristianos y estos resuelven que la acompañen tres mancebos de los más valientes en hábito mujeril y con armas bajo el vestido.
A los tres esforzados mancebos y a la valiente amazona les siguen veintisiete hombres más que, entrando por la puerta de la traición, matan a todos los guardas y toman el puesto.
Los tres godos, llegan frente al castillo y disfrazados de mujeres burlan a la guardia.
Entran, se quitan los vestidos mujeriles y sacan las armas, matando en un santiamén al alcaide, a su mujer, a sus hijos, a soldados y criados; alzando una bandera en señal de victoria.
En cuanto a los nombres, dicen algunos que eran: el adalid Hernando de Marfa, Íñigo Darun y Juan Jover, los tres primeros que figuran en la lista de encerrados en el castillo del libro de repartición.
Añade que otros como Escolano, los llaman Armengol, Riudoms y Juan Arún; pero que en realidad nadie sabe sus nombres.
De una forma o de otra, con diferente número de protagonistas, esta historieta pasó a ser verdad histórica respaldada por cronistas de autoridad y prestigio.
Y para colmo, apareció un supuesto manuscrito del siglo XIII, certificando la existencia de Armengol y de su valiente esposa.
Les Troves de Jaume Febrer.
El XVII fue también el siglo de la genealogía; maravilloso instrumento para proporcionar nobles antepasados a vanidosos adinerados.
Los falsificadores, con enorme trabajo, escribieron larguísimos cronicones en los que junto a datos verdaderos deslizaban otros falsos que satisfacían a los que financiaban sus obras.
Las Trovas de los linajes de Valencia decían ser obra de Jaume Febrer, un poeta del siglo XIII.
Muestran los escudos de armas de los nobles que acompañaron al monarca en la conquista de Valencia, mencionando al marido de la heroína con el nombre de Pedro Armengol; ennobleciéndolo hasta emparentarlo con el Condado de Barcelona.
Dice que lleva en su escudo un grifo de oro sobre campo encarnado, que desciende por línea natural de Gofré el Velloso, que estuvo en Valencia y en Orihuela, donde quedó avecindado con sus hijos y mujer.
Certificando que «doña Armengola», sabiendo que los sarracenos querían entregarse al Rey de Granada, acuchillando a los cristianos de la villa, se abalanzó con furia española, mató a los traidores y libertó Orihuela.
Está demostrado que «Les Trobes» fueron escritas en el último tercio del siglo XVII por Onofre Esquerdo Sapena, erudito, genealogista, heraldista y cronista de la ciudad de Valencia, atribuyéndoselas a un hipotético antepasado suyo del siglo XIII.
Onofre era un esmerado calígrafo y buen conocedor de la poesía y la historia medieval. Compuso esas estrofas y las hizo circular por el entorno cultural valenciano.
No se puede certificar exactamente si la superchería tenía como objeto el puro engaño o si por el contrario, como parece probable, se trató de un juego entre eruditos.
Lo cierto es que no las llegó a publicar.
Las dudas sobre la existencia del autor comenzaron mucho después, al ver la luz en el Diario de Valencia, en el año 1796.
En 1848 Joaquín María Bover publicó una nueva edición afirmando que el autor era hijo de Mossen Guillén Febrer, caballero que participó en las conquistas de Mallorca y Valencia acompañando a Jaime I, situando el principio de la obra en 1276, año de la muerte del Conquistador.
En el siglo XX quedó demostrado que era una falsificación con graves anacronías y errores históricos; con un lenguaje distinto al de los Fueros, la Crónica de Montaner, la de Jaime I y otras obras coetáneas.
Dicen que cuando una leyenda abandona la tradición oral y queda escrita pierde la capacidad de transformarse. Pero no es el caso de la Armengola.
Impresa por primera vez a principios del siglo XVII, quedaban siglos de transformación y enriquecimiento en los que autores oriolanos fueron copiándose unos a otros, fantaseando y añadiendo nuevos detalles.
Una bola de nieve que fue creciendo (excepto en el número de acompañantes de la Armengola, que se fue reduciendo hasta quedar en dos), inspirando a poetas, a dramaturgos e historiadores de poco fuste, hasta llegar a nuestros días tal y como la conocéis, como parte del rico patrimonio inmaterial oriolano.
Antonio José Mazón Albarracín.(Ajomalba).
Publicado en la revista de Moros y Cristianos 2018. En memoria de Justo García Soriano.
En el 2016 se cumplió el 750 aniversario de la toma de Murcia por Jaume I. El de la entrada en Orihuela debió celebrarse en 2015; pero, por desgracia, pasó sin pena ni gloria.
Por aquellas fechas, emprendí una enorme tarea, un largo viaje radiofónico entre los siglos VIII y XIV, más de quinientos años de historia en una serie que titulé «de Tudmir a Oriola».
Cuatro años y sesenta entregas después, la muerte de mi padre y el estallido de la pandemia acabaron con el proyecto; y los programas quedaron guardados en la web de Radio Orihuela, en mi cuenta de Ivoox, y algunos en You Tube.
He decidido recuperar los guiones y, poco a poco, alojarlos en mi web agrupados de tres, con algunos documentos e imágenes (por ejemplo: en este primero he añadido el pacto de Teodomiro).
Al final de cada entrega y, como novedad, tenéis también un archivo sonoro con la locución del programa.
«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.
Capítulo 1.
Situémonos en octubre del año 732. Hace veinte que los invasores musulmanes se apropiaron fácilmente de la península aprovechando la descomposición del reino visigodo. Su hasta entonces imparable avance ha sido detenido por los francos en Poitiers.
Estamos en Tudmir, una especie de protectorado cristiano resultante del famoso pacto firmado por el dux visigodo Teodomiro o Tudmir para los árabes, con Abdelaziz, el hijo de Musa, gobernador en Mauritania y promotor de la invasión.
Este vasto territorio con capital en Aurariola, abarcaba las actuales provincias de Alicante, Murcia, parte de Albacete y un trozo de Almería.
Una extensión tan grande y fértil, regada por dos caudalosos ríos, con campos y dehesas, despertó pronto la codicia de los inmigrantes que llegaban sin cesar del otro lado del estrecho de Yabal Tarik, la montaña en la que desembarcó el general bereber que encabezó la conquista en el 711.
El documento firmado por Teodomiro, dos años después, garantizaba la seguridad, las propiedades y costumbres religiosas a cambio de sumisión y tributos. Con estos acuerdos, las élites visigodas se aseguraron la continuidad en el poder y los invasores, sin interés ni efectivos para ocupar tantos territorios, un flujo constante de dinero.
En el Nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Edicto de ‘Abd al-‘Aziz ibn Musa ibn Nusair a Tudmir ibn Abdush (Teodomiro, hijo de los godos).
Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios y su profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e hijos; de que no se les impedirá la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones que le imponemos.
Se le concede la paz con la entrega de las siguientes ciudades: Uryula, Baltana, Laqant, Mula, Villena, Lurqa y Ello. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que goce de nuestra amnistía; ni ocultar ninguna información sobre nuestros enemigos que pueda llegar a su conocimiento.
Él y sus súbditos pagarán un tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los siervos, solo una medida. Dado en el mes de Rayab, año 94 de la Hégira (713).
Como testigos, ‘Uthman ibn Abi ‘Abda, Habib ibn Abi ‘Ubaida, Idrís ibn Maisara y Abu l-Qasim al-Mazali.
La tensa calma entre vencedores y protegidos se respetó mientras la península se mantuvo bajo el control de los walies o gobernadores nombrados personalmente por el califa de Damasco.
Enterado de que el gobernador había muerto en Poitiers, un oportunista llamado Abd al Malik se lanzó al saqueo de los cristianos sometidos. En Tudmir ocupó Cartagena, con su puerto y sus minas.
Teodomiro no podía quedarse de brazos cruzados mientras amenazaban su protectorado. El caudillo godo viajó personalmente a Damasco para llevar sus quejas, consiguiendo renovar el pacto con el propio califa. Este gesto le permitió recuperar Cartagena y ser respetado hasta su muerte.
Pero no se libró de continuas violencias y rapiñas. Al-Andalus se había convertido en un avispero y las luchas intestinas eran continuas. A fin de cuentas, lo único que mantenía unidos a los conquistadores era la propia conquista, la victoria y el botín.
Los invasores no eran un grupo uniforme. Religiosamente estaban divididos en suníes y chiíes gracias al cisma surgido tras la muerte del profeta. Por su origen se dividían en bereberes, procedentes del norte de África; y árabes, originarios de la península Arábiga.
El Islam no había cumplido un siglo cuando llegaron a la península Ibérica; y las viejas rencillas entre tribus seguían vigentes divididos entre caysíes y calvíes. Para no complicarnos mucho, en adelante llamaremos sirios a los árabes del norte; y yemeníes a los del sur.
La gota que colmó el vaso en aquel polvorín fue la revuelta bereber iniciada en Mauritania en el 740 contra los sirios, que contagió a Al-Andalus.
Los árabes consideraban inferiores a los bereberes; de hecho, bereber no es más que la adaptación a su idioma de la palabra bárbaro. A pesar de ser más numerosos y de haber protagonizado la victoria de Guadalete, les recortaban el botín, les adjudicaban las peores tierras y les hacían pagar impuestos reservados a los infieles.
El Corán igualaba a todos los creyentes; pero para los aristocráticos sirios, los bereberes eran ciudadanos de segunda comparables a los muladíes, los conversos hispanos.
Intentando sofocar la rebelión en Mauritania, siete mil jinetes sirios del ejercito de Damasco quedaron sitiados en Ceuta. Y pidieron ayuda al gobernador de Al-Andalus, un yemení al que no hizo mucha gracia la propuesta. Pero acosado también por los bereberes en su propio territorio, aceptó pasarlos a la península con ciertas condiciones de regreso.
Sofocados los rebeldes, los pactos no se cumplieron y el anciano gobernador murió crucificado entre un cerdo y un perro.
No tenemos tiempo para contar todo el proceso, pero estas tropas que habían cruzado el estrecho en apoyo de los árabes, lucharon contra ellos y acabaron asentándose repartidas por la península.
A Tudmir llegaron principalmente contingentes de Egipto. Legalmente se convertían en protectores del territorio asignado al modo de los «chunds» sirios, una especie de mercenarios a los que había que mantener y dar asiento.
Y ¿a quién le iba a tocar ceder tierras y cargar con los nuevos tributos? A los indefensos cristianos.
Para suavizar las relaciones con los recién llegados y cubrirse las espaldas, el astuto Teodomiro entregó la mano de su hija a un noble sirio llamado Al Jattar, dotándola con dos alquerías.
En el año 2006, el equipo técnico del Museo Arqueológico de Alicante identifico una de estas alquerías en un cabezo de San Isidro de Albatera; la otra, según las crónicas, estaba cerca de Elche.
Con Teodomiro, la Aurariola instalada en el llano de San Miguel se extendió por las laderas hasta llegar a la orilla del río. Al abrigo de tres décadas de paz la población debió aumentar notablemente, pero sin muchos cambios en su estructura urbana.
Muerto Teodomiro en el 743, su sucesor se llamó Atanagildo. En contra de lo que siempre se ha dicho, no era su hijo, ni siquiera familiar. A la manera de los godos, este rico noble fue elegido y ungido por la iglesia.
Sin el prestigio de su antecesor, tuvo más de un encontronazo con los ocupantes; especialmente con el yerno de Teodomiro, quien esperaba heredar todas las propiedades de su suegro.
Al comprobar que gran parte del patrimonio quedaba con el título en manos de Atanagildo, le exigió 27.000 sueldos, dándole solo tres días de plazo para reunirlos bajo la amenaza de ser expropiado. El godo pagó religiosamente y aún pudo mantener lo que quedaba de aquel pacto más de una década.
Pero Al-Andalus era ya un caos de todos contra todos; y en estas llegó Abderramán, el príncipe errante.
Corría el año 756 y todas las disputas anteriores quedaron resumidas en dos: Omeyas o Abasíes. La población mozárabe intentó permanecer ajena a las luchas entre sus dominadores; ganase quien ganase, perderían ellos. Y venció el omeya errante.
El principado de Teodomiro era inviable en la nueva Al-Andalus Omeya; y pronto sucumbió a la política centralizadora y unificadora del nuevo emir Abderaman I. Como excusa para la ruptura del pacto, acusó a sus habitantes de complicidad con sus enemigos, los Abasíes.
En cuanto a los Banu Jattar, el linaje de Teodomiro y del aquel noble sirio, fueron una aristocrática familia murciana cuyos descendientes vivieron en Tudmir durante mucho tiempo. Y se hicieron tan ricos, que cuando Almanzor pasó por Mursya, fueron anfitriones de él y de todo su ejército.
En la provincia o «cora de Tudmir» se fueron asentando clanes de mayoría yemení, con grupos de bereberes en las zonas montañosas, las tierras menos codiciadas.
A partir de aquí, Aurariola sufrió un complejo proceso de transición que la convertiría en Medina Tudmir o Medina Uryula, una ciudad musulmana que iba a cambiar por completo su fisonomía. Los mozárabes fueron desplazados a los arrabales; y la mayoría acabaron convertidos al Islam.
Unos pocos escaparon al norte, donde el precario reino de Asturias comenzaba a organizarse aprovechando el vacío dejado por los bereberes en la frontera del Duero. Acababa de empezar el Emirato de Córdoba.
Capítulo 2.
Más de cuatro años anduvo vagando el príncipe Abderramán huyendo de los asesinos de su familia; pero quiso Alá que en la primavera del 756 se proclamase emir de Al-Andalus, independizándose del califato de Damasco que los suyos habían ostentado desde los comienzos del Islam. Ahora, el poder estaba en manos de sus feroces enemigos, los Abasíes .
Nacido en Damasco y miembro del mismo clan que el propio profeta Mahoma, el superviviente de la masacre Omeya, escapó atravesando ríos y desiertos, buscando el apoyo de los bereberes en Mauritania, donde su madre había nacido.
Ninguna tribu se atrevió a desafiar al califa. Pero desde allí, contactó con antiguos aliados al otro lado de estrecho, gentes beneficiadas por los Omeyas cuando gozaban del poder. Ya he dicho que Al-Andalus se había convertido en un caos.
Desde la conquista, más de veinte gobernadores se habían sucedido en el cargo, todos incapaces de controlar a las diversas facciones que componían la población musulmana. Cada uno pertenecía a una tribu y a un bando; y gobernaba descaradamente en beneficio de los suyos; reavivando odios ancestrales y continuas revueltas.
Abderramán desembarcó en la costa granadina y en menos de un año derrotó a Yusuf, el último gobernador nombrado por el califa. Con su carisma y decisión consiguió unir tras de sí a un ejército de bereberes, sirios y yemeníes.
Pero una vez en el trono, para consolidar su poder, llamó a los antiguos clientes de los Omeyas para colocarlos en los cargos de confianza formando la nueva aristocracia del emirato.
Después organizó la maquinaria fiscal y armó un poderoso ejército profesional reforzado con mercenarios bereberes y tropas eslavas, esclavos libertos europeos que no simpatizaban con ninguna facción.
Su emirato, que duró más de treinta años, fue una batalla continua; primero contra Yusuf, que nunca se resignó y luchó hasta la muerte; después, con los enviados desde el califato, instalado en Bagdad. Siempre sofocando rebeliones internas y pacificando poco a poco sus dominios.
Su empeño permitió la creación de una nueva dinastía que se mantendría dos siglos y medio dominando la península. Disuelto el pacto en el antiguo principado de Teodomiro, sus territorios pasaron a ser una provincia más del emirato, lo que llamaban una cora.
Aunque estas demarcaciones tomaban el nombre de la que fuese su capital, los geógrafos árabes mantuvieron el del legendario godo hasta la llegada de las Taifas. La «Cora de Tudmir».
Gracias al documento firmado en aquel pacto, que os he dejado en el capítulo anterior, conocemos la producción agrícola anterior a la llegada de los musulmanes. En el pago en especie figuran almudes de trigo y cebada, vinagre, miel y aceite. Esto demuestra que en Tudmir se cultivaba la trilogía mediterránea: Trigo, Vid y Olivo.
Los nuevos pobladores revolucionaron la agricultura; aquellos egipcios asentados en Tudmir importaron sus milenarias técnicas agrícolas. El comportamiento del Segura con sus continuos desbordamientos fertilizantes, era comparable al del río Nilo; y ellos sabían aprovecharlo bien.
También trajeron innovaciones tecnológicas como las «senyas» o ruedas de sangre tiradas por animales, prototipos sirios anteriores a las norias.
En cuanto a la evolución de Aurariola a Medina Uryula, es un misterio. Sabemos que los primeros musulmanes continuaron en la ciudadela fortificada de San Miguel, un enclave estratégico muy importante que dominaba visualmente el llano, controlando el paso hacia Cartagena y posteriormente hacia Murcia.
Por el pasillo estrecho entre el monte y el río corría la ruta de Crevillente a Murcia. Este camino fosilizado determinó el trazado de las primeras calles de la ciudad que hoy conocemos; y hasta bien entrado el siglo XX, vías como la de la Feria formaron parte de la carretera general.
El amurallamiento del llano fue necesario para defenderse de los enemigos; pero también del río. Y cuando por fin fue completado quedó una puerta en cada extremo de aquel camino: las de Murcia y Crevillente.
No tenemos datos de estos primeros años; los restos arqueológicos más antiguos en el llano datan de finales del siglo IX, principios del X. Pero está claro que entorno a esas primeras calles se arracimaron las viviendas formando el intrincado callejero islámico de Uryula.
El Segura y el monte de San Miguel, encorsetaron la ciudad obligándola a crecer abrazada a la sierra. Pero no adelantemos tanto. Estos procesos se consolidaron durante el Califato y aún faltan unos cuantos emires.
En Tudmir siguieron las continuas rebeliones y disputas. El reparto de las tierras expropiadas a los mozárabes benefició de nuevo a los árabes del norte. Desde la conquista, la mayoría de la población inmigrante fue yemení; tribus del sur bien relacionadas con los muladíes y mozárabes. Y también bereberes, asentados en las peores tierras y dedicados al pastoreo.
El poder ejecutivo lo ejercían unas pocas familias de la aristocracia árabe. La capital quedó en Uryula o Medina Tudmir, donde se instalaron los oligarcas dependientes del poder cordobés: el cadí, los agentes ejecutivos … Omeyas y sus aliados sirios.
La muerte de cada uno de los primeros emires, desató una feroz lucha por el trono; y casi todas salpicaron de alguna forma a esta provincia levantina y levantisca.
A Abderramán I le sucedió su hijo Hixán, el primer Omeya hispano. Pero tenía dos hijos más: Suleymán, el primogénito que llegó con él a la península, y Abd Ala. Escogido el sucesor por su padre, como era costumbre, sus hermanos no aprobaron la decisión y decidieron disputarle el trono.
Suleymán fue derrotado en Toledo y se refugió en Tudmir. Hixán I pactó con sus hermanos, pagando una fabulosa suma para que abandonasen la península; pero a su muerte, ese mismo dinero sirvió para que Suleymán formase un ejército, volviese a la península y se rebelase contra su sobrino, el emir Al-Hakán I; y otra vez se le unió su hermano Abd Ala.
El joven emir era implacable y astuto. Derrotó a Suleymán; quien acabó decapitado en Mérida. A su otro tío lo dejó refugiarse en Valencia donde pactó una especie de estado semi independiente que duró más de veinte años. Por ello fue llamado «Al Balansí», el Valenciano. Guardó lealtad a su sobrino hasta su muerte, colaborando con él militarmente; pero nunca dejó de intentar extender su poder a la vecina Cora de Tudmir.
Al- Hakan I, apodado «el sanguinario», pasó su reinado sofocando rebeliones de manera contundente. Dejó 19 hijos varones y 23 hembras. Y a su muerte «Al Balansí», aunque ya muy anciano, intentó de nuevo hacerse con el trono.
Bajó hasta Uryula y reclutó un ejército en la Cora de Tudmir para marchar sobre Córdoba. Pero una repentina enfermedad y la rápida intervención del emir, que se aproximaba al mando de un ejército para neutralizarle, provoco la dispersión de sus tropas y no tuvo más remedio que regresar a Valencia, donde al fin murió el último hijo de Abderramán I, el primer emir Omeya de Al-Andalus.
Después de tanta sangre derramada, su biznieto Abderramán II recibió por fin un estado pacificado, organizado y próspero.
Pero Tudmir seguía siendo un polvorín que solo necesitaba una chispa. Y pronto se encendió, desencadenando una larga y sangrienta guerra civil.
Capítulo 3
Siete años duró la guerra civil en la Cora de Tudmir. En los días de Abderramán II se fundó Medina Mursya. El emir ordenó al gobernador que se trasladase a ella y así se hizo. Desde entonces fue capital, centro del poder y cuartel militar del emirato.
Cuando estuvo terminada, ordenó la destrucción de Eio. Después derrotó a los Mayus, esos demonios del norte que durante siete días saquearon Sevilla. Pero las velas negras volvieron. Y esta vez, los vikingos sembraron el terror en Uryula.
El segundo Abderraman fue un emir ilustrado. Adoraba la poesía, la literatura, la filosofía, las ciencias y la música, haciendo de Córdoba la ciudad más culta, civilizada y famosa del mundo. Pero su gran pasión fueron las mujeres. Dicen las fuentes que nunca tomaba hembra que no fuese virgen y cifran sus hijos en cerca de un centenar.
Sus dos primeros conflictos, tuvieron como escenario la Cora de Tudmir. Sofocada la rebelión del valenciano, su reino había quedado prácticamente pacificado, pero esta provincia periférica, seguía sin control. Ya dijimos que fue aquí donde su tío abuelo reclutó el ejército con el que intentó disputarle el trono.
Las luchas tribales entre árabes y a la vez contra el emirato no cesaron; sobre todo en Eio, una de las siete ciudades señaladas en el pacto de Teodomiro, cuya ubicación sigue siendo muy discutida.
Rodeada de tierra fértil, en ella convivían dos etnias de la península arábiga: los norteños mudaríes y los yemeníes, del sur, enemigos ancestrales que andaban matándose entre ellos y arrasando haciendas.
Cuando el emir enviaba tropas para someterlos se dispersaban; para volver pronto a las andadas. Esta soterrada guerra civil se mantuvo durante años; y cuentan las crónicas que el detonante de la lucha sin cuartel fue una humilde hoja de parra.
Que un yemení llenó en Lorca un cántaro de agua; y para tapar su boca arrancó una hoja en los viñedos de un mudarí. Éste, sintiéndose burlado, le dio muerte. Los suyos buscaron venganza provocando una encarnizada batalla campal con miles de muertos. Para colmo, el líder de los yemeníes, osó proclamarse Emir desafiando a Córdoba.
La situación era ya intolerable y Abderramán envió a su ejército con una doble misión: pacificar Tudmir y construir un campamento militar que controlase el territorio. Escogió un antiguo asentamiento hispano-romano en un meandro del Segura, situado estratégicamente en el centro del valle.
Las huestes cordobesas derrotaron a los rebeldes y su líder acabó decapitado. Luego tomaron Eio a sangre y fuego.
En el verano del 825, el gobernador de la Cora recibió la orden de arrasar la ciudad hasta los cimientos e instalarse con las tropas en aquel sitio, estableciendo una nueva ciudad que acogería la administración civil y militar.
Esa ciudad era Mursya, la nueva capital de la Cora, en sustitución de Uryula. Aun costó algunos años someter a los rebeldes, pero a mediados del siglo IX, Tudmir quedó casi pacificada. Pero les esperaba una desagradable visita sorpresa.
Tras asolar las costas de los francos, en el 844 los normandos llegaron casi por accidente a la península por primera vez. En la tierra de Santiago, como llamaban a Galicia, Ramiro I rey de Asturias mató a muchos y quemó buena parte de sus navíos. Pero los que escaparon tuvieron tiempo de saquear Lisboa y remontar el Guadalquivir para asolar Sevilla.
Las huestes califales les aplicaron otro severo correctivo en la batalla de Tablada. A pesar de la victoria, Abderramán II pactó con los mayus, como les llamaban los musulmanes; y los demonios del norte ya no volvieron durante el resto de su emirato. Los supervivientes de aquella aventura contaron a su regreso las riquezas que habían visto en Al-Andalus.
Y en el 858, ya bajo el emirato de Muhammad I, formaron una poderosa flota al mando de dos grandes caudillos guerreros que aparecieron de nuevo por la costa atlántica devastando a fuego y espada cuanto encontraron en su camino.
Entraron por la ría de Arousa y sitiaron Santiago, pero de nuevo las tropas asturianas los pusieron en fuga, perdiendo hombres y barcos. Asaltaron Lisboa, saquearon Algeciras y buscaban el Guadalquivir para remontarlo de nuevo, pero el emirato había aprendido la lección y tenía dispuestas atalayas y una importante flota de guerra que se apresuró a interceptarlos.
Los normandos desistieron y optaron por dividirse. Una parte asoló Mauritania y el resto costeó el sur de la península; y doblando el Cabo de Gata llegaron a la tierra de Tudmir, donde el orden cordobés brillaba por su ausencia. Sin defensas en la costa, remontaron el Segura y cayeron por sorpresa en Uryula.
Siempre se ha dicho que penetraron en el castillo, pero tal castillo no existía todavía. La palabra «hins» que mencionan las crónicas, significa fortaleza y se refiere a la primitiva ciudadela parapetada tras sus defensas en altura. El «hisn» de Uryula era pues el embrión de la futura «madina». La construcción del castillo se iniciaría medio siglo después.
¿Por qué escogieron Uryula? Quizás por su fama de capital de Tudmir, pero, sobre todo, por su fácil acceso desde el mar para aquellos barcos sin apenas calado. Es lógico pensar que esta indefensión propició que en años posteriores decidiesen reforzar aquel punto débil en la costa.
A finales del siglo IX se construyó una rábita o ribat, especie de fortaleza monasterio en el que vivían un grupo de monjes soldados, ermitaños musulmanes muy parecidos a las órdenes militares cristianas, dispuestos a defender el Islam y el territorio. Estos integristas religiosos eran conocidos como los Almorávides originalmente al muravit.
Los restos de esta joya única en España han aparecido, sepultados por las dunas muy cerca de la actual Guardamar.
El incendio y saqueo de Uryula supuso un duro golpe para una ciudad en decadencia tras perder la capitalidad. Muchas familias importantes marcharon a Mursya.
El siglo IX acabó con dos emires, Al Mundir y Abd Ala, dos torpes hermanos que poco aportaron al esplendor cordobés. Al proclamarse Abd Ala, el emirato ardía en rebeliones por los cuatro costados.
En Tudmir, un muladí llamado Daysam se hizo dueño y señor de la cora. Este cristiano converso, al que las crónicas árabes llamaban «perro hijo de perro», hizo de Lorca su capital y bastión. Armó un respetable ejército de 5000 jinetes y puso bajo su jurisdicción a Mursiya, Uryula, Mula, Cartagena … hasta que fue acatado en toda la Cora de Tudmir. Después acuñó moneda y organizó una eficiente administración.
Poeta y guerrero, generoso y afable, aunó tras de sí a árabes, bereberes y, por supuesto a muladíes y mozárabes. En el verano del 896 el emir envío un fuerte contingente de tropas que recorrió la región comenzando desde Almería.
Saquearon e incendiaron aldeas y alquerías, talando y destruyendo cuanto encontraban a su paso. En las ciudades cobraron tributos a sus fieles por las buenas y a los rebeldes por las malas.
Las huestes cordobesas sufrieron una derrota en los desfiladeros del Valle de Ricote y no pudieron tomar Lorca, donde se había refugiado el muladí tras perder gran parte de su ejército. Los cordobeses marcharon sin conseguir atraparlo, pero cargados de botín y tributos.
Daysam se mantuvo independiente hasta su muerte a comienzos del siglo X. Pocos años después moría el emir. Su nieto y sucesor, el tercer Abderramán sería el primer Califa de Al-Andalus.
Natural y vecino de Orihuela (El Mudamiento). Agricultor, de 41 años. Ingresó en la cárcel de Orihuela el 5-V-1939. Procesado por la Justicia Militar en 1940. Según el informe de la Alcaldía a la Comisión Clasificadora de Presos, era destacado elemento de izquierdas afiliado a UGT desde antes del alzamiento.