
Las agustinas de «Sent Sebastia».
La ermita en el Raval Mayor
En los albores del siglo XIV, cuando el «raval del Pont» terminaba en la «porta de Sent Agosti», existía extramuros de Oriola una eremitorio bajo la advocación de «Sent Sebastia».
Dicha ermita, dedicada también a San Roque, se utilizaba como ayuda de parroquia de la catedral a causa de la fragilidad del puente que, con demasiada frecuencia, incomunicaba a los vecinos de esa orilla del Segura, privándoles de la posibilidad de asistir a los oficios religiosos. Por ello contaba con pila bautismal y con un cura teniente que vivía continuamente en el arrabal. Erigido el convento y la iglesia de San Agustín en el siglo XV, dicha función quedó obsoleta.
En 1591 el Cabildo y el Consell donaron el edificio al provincial de dicha orden para que fundase un convento de agustinas calzadas; un establecimiento religioso femenino donde «posar enclausura a dones honestes y religioses»; o lo que es lo mismo: recluir a las hijas no casaderas de la nobleza oriolana.

Trasladada la pila bautismal al Loreto, la nueva fundación contó con el apoyo del mismísimo Felipe II, quien escribió al Consell para ordenar su intervención ante la actitud hostil de Berenguer Manresa, propietario de la era situada junto al convento.
El monasterio quedó dentro de la ciudad al trasladar hacia el sur la puerta de San Agustín, que desde entonces pasó a llamarse de San Sebastián.

Más allá de dicha puerta, un puente vadeaba la acequia del Chorro. En 1869 el carpintero Leandro Sifuentes, cobró un escudo y seiscientas milésimas por sustituir seis palos del puente de San Agustín a la Alameda. Esta conducción de agua, que contaba en su recorrido con varios puentes para dar acceso al llamado Partido de Hurchillo, dio nombre oficioso a la alameda, a la puerta, e incluso a las religiosas agustinas conocidas popularmente como “las monjas del Chorro”.

Colección Javier Sánchez Portas
Por supuesto, también contaba con la correspondiente cruz de término que daba inicio al Camino de Cartagena. En recuerdo de aquella y de la que estaba frente a la puerta del Burdel, nos queda esta cruz, costeada por la Mayordomía de Nuestra Señora de las Angustias en 1968.

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Superadas las trabas iniciales, el monasterio de San Sebastián se fue convirtiendo en un refugio para jóvenes acomodadas; poco dadas al trabajo y a la disciplina. Las cortas rentas de que disponían eran insuficientes y, en contra de su regla, se mantenían con ayuda exterior.
Las díscolas agustinas de San Sebastián.
En la segunda mitad del siglo XVII fueron acusadas de desordenes y escándalos por recibir visitas de estudiantes y gente ociosa. En 1712 se descubrió la correspondencia ilícita entre una de las monjas y el caballero Jerónimo Rocamora, llegando el caso a los tribunales eclesiásticos. Estos atribuyeron dichos desordenes a lo apartado del lugar y al exceso de religiosas.
El provincial de los agustinos intentó someter a las díscolas monjas; pero harto de luchar con ellas, decidió transferir la jurisdicción de tan incomoda comunidad a Roma. El asunto tuvo tanto eco que el rey Felipe IV instó al gobernador a poner fin a los alborotos promovidos por las agustinas.
Tras un breve periodo, el obispo Sánchez de Castelar intentó de nuevo enderezarlas. Para ello trasladó a cinco religiosas a Valencia, sometiéndose el resto a la autoridad del prelado, pero sin abandonar la regla y el hábito de San Agustín.
Ni el ni sus sucesores pudieron evitar los alborotos. Siguieron los traslados de las más problemáticas; probaron a entregar los cargos de responsabilidad a religiosas llegadas de Valencia; pero a los pocos días pidieron el regreso temiendo por su vida. Recusaban la autoridad del obispo, pero no acataban tampoco la del provincial de Aragón; sólo aceptaban como interlocutor al Papa.

Al fondo, San Sebastián.
En 1751 encontraron a la persona idónea para controlar a las agustinas: una maestra de novicias llamada Tomasa Martínez. Pero ésta era menor de 30 años, edad mínima requerida por la orden para convertirse en priora. Para superar el obstáculo, se obtuvo dispensa papal a través del obispo Gómez de Terán; pero las agustinas rechazaron la resolución del Vaticano, alegando ser contraria a su regla. Durante dos años se mantuvieron en abierta rebeldía, llegando a plantearse la Ciudad el cierre del convento.
Nuevo convento e iglesia.
Con la llegada a la mitra de Pedro Albornoz, las cosas cambiaron. Se redujo el número de religiosas, deshaciéndose de las más inquietas y se dotó la fundación con nuevas rentas. En la segunda mitad del siglo XVIII iglesia y convento fueron derribados y reconstruidos. A finales de dicha centuria, vivían en el edificio 23 monjas, 6 legas y 12 sirvientas.
Sobre los restos de la vieja ermita gótica construyeron una iglesia barroca de nave única con capillas laterales, cubierta con bóvedas. Su portada muestra en relieve el martirio de San Sebastián.

Portada
En 1835 los bienes muebles, imágenes, ornamentos y elementos sagrados del convento del Carmen fueron desalojados y distribuidos. La sillería del coro de los carmelitas, atribuida a Juan Bautista Borja al igual que la de la catedral, fue adaptada al convento de las agustinas, donde en la actualidad permanece.

Juan Bautista Borja
Para saber más..
http://oriola-vdpr.es/?p=1625
Durante siglos, monasterio e iglesia han sufrido numerosas intervenciones; destacando la de finales del XIX bajo la dirección de Ramón Más.
En 1969 se procedió a una profunda restauración bajo la dirección del arquitecto Antonio Orts Orts, obras que se alargaron casi una década.




En los ochenta se hicieron reformas para intentar controlar las grietas que aparecían en la iglesia y se modificó el aspecto de la fachada conventual. Pero las grietas volvieron a abrirse.

La última restauración integral de la iglesia se efectuó en 2008. Dicha obra y sus autores – Miguel Louis Cereceda y Yolanda Spairani- fueron premiados por la fundación de la Comunidad Valenciana “Patronato histórico artístico de la ciudad de Orihuela”.
El monasterio y la iglesia de San Sebastián están declarados Bien de Relevancia Local por la ley de Patrimonio Cultural Valenciano.
Antonio José Mazón Albarracín

© José Antonio Ruiz Peñalver

© Víctor Sarabia Grau.

© José Antonio Ruiz Peñalver

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© José M. Pérez Basanta

© José M. Pérez Basanta

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