De Tudmir a Oriola.
En el 2016 se cumplió el 750 aniversario de la toma de Murcia por Jaume I. El de la entrada en Orihuela debió celebrarse en 2015; pero, por desgracia, pasó sin pena ni gloria.
Por aquellas fechas, emprendí una enorme tarea, un largo viaje radiofónico entre los siglos VIII y XIV, más de quinientos años de historia en una serie que titulé «de Tudmir a Oriola».
Cuatro años y sesenta entregas después, la muerte de mi padre y el estallido de la pandemia acabaron con el proyecto; y los programas quedaron guardados en la web de Radio Orihuela, en mi cuenta de Ivoox, y algunos en You Tube.
He decidido recuperar los guiones y, poco a poco, alojarlos en mi web agrupados de tres, con algunos documentos e imágenes (por ejemplo: en este primero he añadido el pacto de Teodomiro).
Al final de cada entrega y, como novedad, tenéis también un archivo sonoro con la locución del programa.
«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.
Capítulo 1.
Situémonos en octubre del año 732. Hace veinte que los invasores musulmanes se apropiaron fácilmente de la península aprovechando la descomposición del reino visigodo. Su hasta entonces imparable avance ha sido detenido por los francos en Poitiers.
Estamos en Tudmir, una especie de protectorado cristiano resultante del famoso pacto firmado por el dux visigodo Teodomiro o Tudmir para los árabes, con Abdelaziz, el hijo de Musa, gobernador en Mauritania y promotor de la invasión.
Este vasto territorio con capital en Aurariola, abarcaba las actuales provincias de Alicante, Murcia, parte de Albacete y un trozo de Almería.
Una extensión tan grande y fértil, regada por dos caudalosos ríos, con campos y dehesas, despertó pronto la codicia de los inmigrantes que llegaban sin cesar del otro lado del estrecho de Yabal Tarik, la montaña en la que desembarcó el general bereber que encabezó la conquista en el 711.
El documento firmado por Teodomiro, dos años después, garantizaba la seguridad, las propiedades y costumbres religiosas a cambio de sumisión y tributos. Con estos acuerdos, las élites visigodas se aseguraron la continuidad en el poder y los invasores, sin interés ni efectivos para ocupar tantos territorios, un flujo constante de dinero.
En el Nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Edicto de ‘Abd al-‘Aziz ibn Musa ibn Nusair a Tudmir ibn Abdush (Teodomiro, hijo de los godos).
Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios y su profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e hijos; de que no se les impedirá la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones que le imponemos.
Se le concede la paz con la entrega de las siguientes ciudades: Uryula, Baltana, Laqant, Mula, Villena, Lurqa y Ello. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que goce de nuestra amnistía; ni ocultar ninguna información sobre nuestros enemigos que pueda llegar a su conocimiento.
Él y sus súbditos pagarán un tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los siervos, solo una medida. Dado en el mes de Rayab, año 94 de la Hégira (713).
Como testigos, ‘Uthman ibn Abi ‘Abda, Habib ibn Abi ‘Ubaida, Idrís ibn Maisara y Abu l-Qasim al-Mazali.
La tensa calma entre vencedores y protegidos se respetó mientras la península se mantuvo bajo el control de los walies o gobernadores nombrados personalmente por el califa de Damasco.
Enterado de que el gobernador había muerto en Poitiers, un oportunista llamado Abd al Malik se lanzó al saqueo de los cristianos sometidos. En Tudmir ocupó Cartagena, con su puerto y sus minas.
Teodomiro no podía quedarse de brazos cruzados mientras amenazaban su protectorado. El caudillo godo viajó personalmente a Damasco para llevar sus quejas, consiguiendo renovar el pacto con el propio califa. Este gesto le permitió recuperar Cartagena y ser respetado hasta su muerte.
Pero no se libró de continuas violencias y rapiñas. Al-Andalus se había convertido en un avispero y las luchas intestinas eran continuas. A fin de cuentas, lo único que mantenía unidos a los conquistadores era la propia conquista, la victoria y el botín.
Los invasores no eran un grupo uniforme. Religiosamente estaban divididos en suníes y chiíes gracias al cisma surgido tras la muerte del profeta. Por su origen se dividían en bereberes, procedentes del norte de África; y árabes, originarios de la península Arábiga.
El Islam no había cumplido un siglo cuando llegaron a la península Ibérica; y las viejas rencillas entre tribus seguían vigentes divididos entre caysíes y calvíes. Para no complicarnos mucho, en adelante llamaremos sirios a los árabes del norte; y yemeníes a los del sur.
La gota que colmó el vaso en aquel polvorín fue la revuelta bereber iniciada en Mauritania en el 740 contra los sirios, que contagió a Al-Andalus.
Los árabes consideraban inferiores a los bereberes; de hecho, bereber no es más que la adaptación a su idioma de la palabra bárbaro. A pesar de ser más numerosos y de haber protagonizado la victoria de Guadalete, les recortaban el botín, les adjudicaban las peores tierras y les hacían pagar impuestos reservados a los infieles.
El Corán igualaba a todos los creyentes; pero para los aristocráticos sirios, los bereberes eran ciudadanos de segunda comparables a los muladíes, los conversos hispanos.
Intentando sofocar la rebelión en Mauritania, siete mil jinetes sirios del ejercito de Damasco quedaron sitiados en Ceuta. Y pidieron ayuda al gobernador de Al-Andalus, un yemení al que no hizo mucha gracia la propuesta. Pero acosado también por los bereberes en su propio territorio, aceptó pasarlos a la península con ciertas condiciones de regreso.
Sofocados los rebeldes, los pactos no se cumplieron y el anciano gobernador murió crucificado entre un cerdo y un perro.
No tenemos tiempo para contar todo el proceso, pero estas tropas que habían cruzado el estrecho en apoyo de los árabes, lucharon contra ellos y acabaron asentándose repartidas por la península.
A Tudmir llegaron principalmente contingentes de Egipto. Legalmente se convertían en protectores del territorio asignado al modo de los «chunds» sirios, una especie de mercenarios a los que había que mantener y dar asiento.
Y ¿a quién le iba a tocar ceder tierras y cargar con los nuevos tributos? A los indefensos cristianos.
Para suavizar las relaciones con los recién llegados y cubrirse las espaldas, el astuto Teodomiro entregó la mano de su hija a un noble sirio llamado Al Jattar, dotándola con dos alquerías.
En el año 2006, el equipo técnico del Museo Arqueológico de Alicante identifico una de estas alquerías en un cabezo de San Isidro de Albatera; la otra, según las crónicas, estaba cerca de Elche.
Con Teodomiro, la Aurariola instalada en el llano de San Miguel se extendió por las laderas hasta llegar a la orilla del río. Al abrigo de tres décadas de paz la población debió aumentar notablemente, pero sin muchos cambios en su estructura urbana.
Muerto Teodomiro en el 743, su sucesor se llamó Atanagildo. En contra de lo que siempre se ha dicho, no era su hijo, ni siquiera familiar. A la manera de los godos, este rico noble fue elegido y ungido por la iglesia.
Sin el prestigio de su antecesor, tuvo más de un encontronazo con los ocupantes; especialmente con el yerno de Teodomiro, quien esperaba heredar todas las propiedades de su suegro.
Al comprobar que gran parte del patrimonio quedaba con el título en manos de Atanagildo, le exigió 27.000 sueldos, dándole solo tres días de plazo para reunirlos bajo la amenaza de ser expropiado. El godo pagó religiosamente y aún pudo mantener lo que quedaba de aquel pacto más de una década.
Pero Al-Andalus era ya un caos de todos contra todos; y en estas llegó Abderramán, el príncipe errante.
Corría el año 756 y todas las disputas anteriores quedaron resumidas en dos: Omeyas o Abasíes. La población mozárabe intentó permanecer ajena a las luchas entre sus dominadores; ganase quien ganase, perderían ellos. Y venció el omeya errante.
El principado de Teodomiro era inviable en la nueva Al-Andalus Omeya; y pronto sucumbió a la política centralizadora y unificadora del nuevo emir Abderaman I. Como excusa para la ruptura del pacto, acusó a sus habitantes de complicidad con sus enemigos, los Abasíes.
En cuanto a los Banu Jattar, el linaje de Teodomiro y del aquel noble sirio, fueron una aristocrática familia murciana cuyos descendientes vivieron en Tudmir durante mucho tiempo. Y se hicieron tan ricos, que cuando Almanzor pasó por Mursya, fueron anfitriones de él y de todo su ejército.
En la provincia o «cora de Tudmir» se fueron asentando clanes de mayoría yemení, con grupos de bereberes en las zonas montañosas, las tierras menos codiciadas.
A partir de aquí, Aurariola sufrió un complejo proceso de transición que la convertiría en Medina Tudmir o Medina Uryula, una ciudad musulmana que iba a cambiar por completo su fisonomía. Los mozárabes fueron desplazados a los arrabales; y la mayoría acabaron convertidos al Islam.
Unos pocos escaparon al norte, donde el precario reino de Asturias comenzaba a organizarse aprovechando el vacío dejado por los bereberes en la frontera del Duero. Acababa de empezar el Emirato de Córdoba.
Capítulo 2.
Más de cuatro años anduvo vagando el príncipe Abderramán huyendo de los asesinos de su familia; pero quiso Alá que en la primavera del 756 se proclamase emir de Al-Andalus, independizándose del califato de Damasco que los suyos habían ostentado desde los comienzos del Islam. Ahora, el poder estaba en manos de sus feroces enemigos, los Abasíes .
Nacido en Damasco y miembro del mismo clan que el propio profeta Mahoma, el superviviente de la masacre Omeya, escapó atravesando ríos y desiertos, buscando el apoyo de los bereberes en Mauritania, donde su madre había nacido.
Ninguna tribu se atrevió a desafiar al califa. Pero desde allí, contactó con antiguos aliados al otro lado de estrecho, gentes beneficiadas por los Omeyas cuando gozaban del poder. Ya he dicho que Al-Andalus se había convertido en un caos.
Desde la conquista, más de veinte gobernadores se habían sucedido en el cargo, todos incapaces de controlar a las diversas facciones que componían la población musulmana. Cada uno pertenecía a una tribu y a un bando; y gobernaba descaradamente en beneficio de los suyos; reavivando odios ancestrales y continuas revueltas.
Abderramán desembarcó en la costa granadina y en menos de un año derrotó a Yusuf, el último gobernador nombrado por el califa. Con su carisma y decisión consiguió unir tras de sí a un ejército de bereberes, sirios y yemeníes.
Pero una vez en el trono, para consolidar su poder, llamó a los antiguos clientes de los Omeyas para colocarlos en los cargos de confianza formando la nueva aristocracia del emirato.
Después organizó la maquinaria fiscal y armó un poderoso ejército profesional reforzado con mercenarios bereberes y tropas eslavas, esclavos libertos europeos que no simpatizaban con ninguna facción.
Su emirato, que duró más de treinta años, fue una batalla continua; primero contra Yusuf, que nunca se resignó y luchó hasta la muerte; después, con los enviados desde el califato, instalado en Bagdad. Siempre sofocando rebeliones internas y pacificando poco a poco sus dominios.
Su empeño permitió la creación de una nueva dinastía que se mantendría dos siglos y medio dominando la península. Disuelto el pacto en el antiguo principado de Teodomiro, sus territorios pasaron a ser una provincia más del emirato, lo que llamaban una cora.
Aunque estas demarcaciones tomaban el nombre de la que fuese su capital, los geógrafos árabes mantuvieron el del legendario godo hasta la llegada de las Taifas. La «Cora de Tudmir».
Gracias al documento firmado en aquel pacto, que os he dejado en el capítulo anterior, conocemos la producción agrícola anterior a la llegada de los musulmanes. En el pago en especie figuran almudes de trigo y cebada, vinagre, miel y aceite. Esto demuestra que en Tudmir se cultivaba la trilogía mediterránea: Trigo, Vid y Olivo.
Los nuevos pobladores revolucionaron la agricultura; aquellos egipcios asentados en Tudmir importaron sus milenarias técnicas agrícolas. El comportamiento del Segura con sus continuos desbordamientos fertilizantes, era comparable al del río Nilo; y ellos sabían aprovecharlo bien.
También trajeron innovaciones tecnológicas como las «senyas» o ruedas de sangre tiradas por animales, prototipos sirios anteriores a las norias.
En cuanto a la evolución de Aurariola a Medina Uryula, es un misterio. Sabemos que los primeros musulmanes continuaron en la ciudadela fortificada de San Miguel, un enclave estratégico muy importante que dominaba visualmente el llano, controlando el paso hacia Cartagena y posteriormente hacia Murcia.
Por el pasillo estrecho entre el monte y el río corría la ruta de Crevillente a Murcia. Este camino fosilizado determinó el trazado de las primeras calles de la ciudad que hoy conocemos; y hasta bien entrado el siglo XX, vías como la de la Feria formaron parte de la carretera general.
El amurallamiento del llano fue necesario para defenderse de los enemigos; pero también del río. Y cuando por fin fue completado quedó una puerta en cada extremo de aquel camino: las de Murcia y Crevillente.
No tenemos datos de estos primeros años; los restos arqueológicos más antiguos en el llano datan de finales del siglo IX, principios del X. Pero está claro que entorno a esas primeras calles se arracimaron las viviendas formando el intrincado callejero islámico de Uryula.
El Segura y el monte de San Miguel, encorsetaron la ciudad obligándola a crecer abrazada a la sierra. Pero no adelantemos tanto. Estos procesos se consolidaron durante el Califato y aún faltan unos cuantos emires.
En Tudmir siguieron las continuas rebeliones y disputas. El reparto de las tierras expropiadas a los mozárabes benefició de nuevo a los árabes del norte. Desde la conquista, la mayoría de la población inmigrante fue yemení; tribus del sur bien relacionadas con los muladíes y mozárabes. Y también bereberes, asentados en las peores tierras y dedicados al pastoreo.
El poder ejecutivo lo ejercían unas pocas familias de la aristocracia árabe. La capital quedó en Uryula o Medina Tudmir, donde se instalaron los oligarcas dependientes del poder cordobés: el cadí, los agentes ejecutivos … Omeyas y sus aliados sirios.
La muerte de cada uno de los primeros emires, desató una feroz lucha por el trono; y casi todas salpicaron de alguna forma a esta provincia levantina y levantisca.
A Abderramán I le sucedió su hijo Hixán, el primer Omeya hispano. Pero tenía dos hijos más: Suleymán, el primogénito que llegó con él a la península, y Abd Ala. Escogido el sucesor por su padre, como era costumbre, sus hermanos no aprobaron la decisión y decidieron disputarle el trono.
Suleymán fue derrotado en Toledo y se refugió en Tudmir. Hixán I pactó con sus hermanos, pagando una fabulosa suma para que abandonasen la península; pero a su muerte, ese mismo dinero sirvió para que Suleymán formase un ejército, volviese a la península y se rebelase contra su sobrino, el emir Al-Hakán I; y otra vez se le unió su hermano Abd Ala.
El joven emir era implacable y astuto. Derrotó a Suleymán; quien acabó decapitado en Mérida. A su otro tío lo dejó refugiarse en Valencia donde pactó una especie de estado semi independiente que duró más de veinte años. Por ello fue llamado «Al Balansí», el Valenciano. Guardó lealtad a su sobrino hasta su muerte, colaborando con él militarmente; pero nunca dejó de intentar extender su poder a la vecina Cora de Tudmir.
Al- Hakan I, apodado «el sanguinario», pasó su reinado sofocando rebeliones de manera contundente. Dejó 19 hijos varones y 23 hembras. Y a su muerte «Al Balansí», aunque ya muy anciano, intentó de nuevo hacerse con el trono.
Bajó hasta Uryula y reclutó un ejército en la Cora de Tudmir para marchar sobre Córdoba. Pero una repentina enfermedad y la rápida intervención del emir, que se aproximaba al mando de un ejército para neutralizarle, provoco la dispersión de sus tropas y no tuvo más remedio que regresar a Valencia, donde al fin murió el último hijo de Abderramán I, el primer emir Omeya de Al-Andalus.
Después de tanta sangre derramada, su biznieto Abderramán II recibió por fin un estado pacificado, organizado y próspero.
Pero Tudmir seguía siendo un polvorín que solo necesitaba una chispa. Y pronto se encendió, desencadenando una larga y sangrienta guerra civil.
Capítulo 3
Siete años duró la guerra civil en la Cora de Tudmir. En los días de Abderramán II se fundó Medina Mursya. El emir ordenó al gobernador que se trasladase a ella y así se hizo. Desde entonces fue capital, centro del poder y cuartel militar del emirato.
Cuando estuvo terminada, ordenó la destrucción de Eio. Después derrotó a los Mayus, esos demonios del norte que durante siete días saquearon Sevilla. Pero las velas negras volvieron. Y esta vez, los vikingos sembraron el terror en Uryula.
El segundo Abderraman fue un emir ilustrado. Adoraba la poesía, la literatura, la filosofía, las ciencias y la música, haciendo de Córdoba la ciudad más culta, civilizada y famosa del mundo. Pero su gran pasión fueron las mujeres. Dicen las fuentes que nunca tomaba hembra que no fuese virgen y cifran sus hijos en cerca de un centenar.
Sus dos primeros conflictos, tuvieron como escenario la Cora de Tudmir. Sofocada la rebelión del valenciano, su reino había quedado prácticamente pacificado, pero esta provincia periférica, seguía sin control. Ya dijimos que fue aquí donde su tío abuelo reclutó el ejército con el que intentó disputarle el trono.
Las luchas tribales entre árabes y a la vez contra el emirato no cesaron; sobre todo en Eio, una de las siete ciudades señaladas en el pacto de Teodomiro, cuya ubicación sigue siendo muy discutida.
Rodeada de tierra fértil, en ella convivían dos etnias de la península arábiga: los norteños mudaríes y los yemeníes, del sur, enemigos ancestrales que andaban matándose entre ellos y arrasando haciendas.
Cuando el emir enviaba tropas para someterlos se dispersaban; para volver pronto a las andadas. Esta soterrada guerra civil se mantuvo durante años; y cuentan las crónicas que el detonante de la lucha sin cuartel fue una humilde hoja de parra.
Que un yemení llenó en Lorca un cántaro de agua; y para tapar su boca arrancó una hoja en los viñedos de un mudarí. Éste, sintiéndose burlado, le dio muerte. Los suyos buscaron venganza provocando una encarnizada batalla campal con miles de muertos. Para colmo, el líder de los yemeníes, osó proclamarse Emir desafiando a Córdoba.
La situación era ya intolerable y Abderramán envió a su ejército con una doble misión: pacificar Tudmir y construir un campamento militar que controlase el territorio. Escogió un antiguo asentamiento hispano-romano en un meandro del Segura, situado estratégicamente en el centro del valle.
Las huestes cordobesas derrotaron a los rebeldes y su líder acabó decapitado. Luego tomaron Eio a sangre y fuego.
En el verano del 825, el gobernador de la Cora recibió la orden de arrasar la ciudad hasta los cimientos e instalarse con las tropas en aquel sitio, estableciendo una nueva ciudad que acogería la administración civil y militar.
Esa ciudad era Mursya, la nueva capital de la Cora, en sustitución de Uryula. Aun costó algunos años someter a los rebeldes, pero a mediados del siglo IX, Tudmir quedó casi pacificada. Pero les esperaba una desagradable visita sorpresa.
Tras asolar las costas de los francos, en el 844 los normandos llegaron casi por accidente a la península por primera vez. En la tierra de Santiago, como llamaban a Galicia, Ramiro I rey de Asturias mató a muchos y quemó buena parte de sus navíos. Pero los que escaparon tuvieron tiempo de saquear Lisboa y remontar el Guadalquivir para asolar Sevilla.
Las huestes califales les aplicaron otro severo correctivo en la batalla de Tablada. A pesar de la victoria, Abderramán II pactó con los mayus, como les llamaban los musulmanes; y los demonios del norte ya no volvieron durante el resto de su emirato. Los supervivientes de aquella aventura contaron a su regreso las riquezas que habían visto en Al-Andalus.
Y en el 858, ya bajo el emirato de Muhammad I, formaron una poderosa flota al mando de dos grandes caudillos guerreros que aparecieron de nuevo por la costa atlántica devastando a fuego y espada cuanto encontraron en su camino.
Entraron por la ría de Arousa y sitiaron Santiago, pero de nuevo las tropas asturianas los pusieron en fuga, perdiendo hombres y barcos. Asaltaron Lisboa, saquearon Algeciras y buscaban el Guadalquivir para remontarlo de nuevo, pero el emirato había aprendido la lección y tenía dispuestas atalayas y una importante flota de guerra que se apresuró a interceptarlos.
Los normandos desistieron y optaron por dividirse. Una parte asoló Mauritania y el resto costeó el sur de la península; y doblando el Cabo de Gata llegaron a la tierra de Tudmir, donde el orden cordobés brillaba por su ausencia. Sin defensas en la costa, remontaron el Segura y cayeron por sorpresa en Uryula.
Siempre se ha dicho que penetraron en el castillo, pero tal castillo no existía todavía. La palabra «hins» que mencionan las crónicas, significa fortaleza y se refiere a la primitiva ciudadela parapetada tras sus defensas en altura. El «hisn» de Uryula era pues el embrión de la futura «madina». La construcción del castillo se iniciaría medio siglo después.
¿Por qué escogieron Uryula? Quizás por su fama de capital de Tudmir, pero, sobre todo, por su fácil acceso desde el mar para aquellos barcos sin apenas calado. Es lógico pensar que esta indefensión propició que en años posteriores decidiesen reforzar aquel punto débil en la costa.
A finales del siglo IX se construyó una rábita o ribat, especie de fortaleza monasterio en el que vivían un grupo de monjes soldados, ermitaños musulmanes muy parecidos a las órdenes militares cristianas, dispuestos a defender el Islam y el territorio. Estos integristas religiosos eran conocidos como los Almorávides originalmente al muravit.
Los restos de esta joya única en España han aparecido, sepultados por las dunas muy cerca de la actual Guardamar.
El incendio y saqueo de Uryula supuso un duro golpe para una ciudad en decadencia tras perder la capitalidad. Muchas familias importantes marcharon a Mursya.
El siglo IX acabó con dos emires, Al Mundir y Abd Ala, dos torpes hermanos que poco aportaron al esplendor cordobés. Al proclamarse Abd Ala, el emirato ardía en rebeliones por los cuatro costados.
En Tudmir, un muladí llamado Daysam se hizo dueño y señor de la cora. Este cristiano converso, al que las crónicas árabes llamaban «perro hijo de perro», hizo de Lorca su capital y bastión. Armó un respetable ejército de 5000 jinetes y puso bajo su jurisdicción a Mursiya, Uryula, Mula, Cartagena … hasta que fue acatado en toda la Cora de Tudmir. Después acuñó moneda y organizó una eficiente administración.
Poeta y guerrero, generoso y afable, aunó tras de sí a árabes, bereberes y, por supuesto a muladíes y mozárabes. En el verano del 896 el emir envío un fuerte contingente de tropas que recorrió la región comenzando desde Almería.
Saquearon e incendiaron aldeas y alquerías, talando y destruyendo cuanto encontraban a su paso. En las ciudades cobraron tributos a sus fieles por las buenas y a los rebeldes por las malas.
Las huestes cordobesas sufrieron una derrota en los desfiladeros del Valle de Ricote y no pudieron tomar Lorca, donde se había refugiado el muladí tras perder gran parte de su ejército. Los cordobeses marcharon sin conseguir atraparlo, pero cargados de botín y tributos.
Daysam se mantuvo independiente hasta su muerte a comienzos del siglo X. Pocos años después moría el emir. Su nieto y sucesor, el tercer Abderramán sería el primer Califa de Al-Andalus.