
Crónica de Orihuela 1923.
Manuscrito de José Manuel Teruel Rebollo, cronista oficial de Orihuela.
Prólogo.
Este curioso manuscrito es la crónica de nueve meses en la historia de nuestra ciudad. Localizado en un legajo del Archivo Municipal de Orihuela, detalla el día a día en la Orihuela de hace un siglo.
Lo he transcrito tal cual; respetando su particular forma de aplicar las mayúsculas; tan sólo he corregido algunas faltas de ortografía.
Pero antes de comenzar mi trabajo de transcriptor, os quiero presentar al autor del manuscrito. Y para ello voy a utilizar una pequeña biografía facilitada gentilmente por su colega Antonio Luis Galiano Pérez, actual cronista de Orihuela.
Forma parte del trabajo sobre sus antecesores en el puesto «Los Cronistas de la Ciudad de Orihuela», presentado en el XXXVIII Congreso de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales:
«A los dos años del fallecimiento de J. Rufino Gea (anterior cronista), en la sesión supletoria celebrada el 2 de agosto de 1922, el alcalde Antonio Balaguer Ruiz indicaba la conveniencia de nombrar archivero y Cronista del Ayuntamiento, cargo éste que estaba vacante.
Para ello propuso a José Manuel Teruel Rebollo con un sueldo anual de mil pesetas, que la Corporación Municipal en caso de aceptarlo, debería de acordar el capítulo de dónde debía abonárselas por no aparecer consignadas en el presupuesto.
El concejal José Escudero Bernicola se mostró conforme con la propuesta, sin embargo, deducía que con el nombramiento de Teruel se trataba de ayudar a una persona que, “por su falta de vista no puede seguir ejerciendo el periodismo al que siempre se dedicó”.
Debido a ello, Escudero consideraba que los ayuntamientos estaban obligados a cubrir estas necesidades y estimaba insuficiente y “hasta humillante” el sueldo que se le pretendía dar, proponiendo que se elevara a mil quinientas pesetas y que se le abonara del capítulo previsto para gratificaciones de empleados.
A esta propuesta, el alcalde entendía que, aunque eran justas las razones que se esgrimía, debido a los escasos recursos municipales no se le podía asignar más de mil doscientas pesetas.
El nombramiento y el sueldo de José Manuel Teruel Rebollo fueron aceptados por unanimidad por los asistentes, los cuales además del alcalde Balaguer y de José Escudero fueron, Manuel Martínez Simó, Francisco Sánchez Ballesta, Jesús Brotóns Roca, Emilio Salar Ruiz, José Verdú Soto, Manuel Vidal Mira y Juan Villaescusa.
Curiosamente en esa misma sesión se acordó contribuir para los festejos que la Comisión de Festividades organizaba para la feria con mil pesetas y, se aprobó rotular la Calle Mayor con el nombre de Ramón y Cajal, en atención a una propuesta que había efectuado anteriormente Pedro Herrero Rubio.
José Manuel Teruel Rebollo, nació en 1876, era procurador y estaba ciego desde su juventud. Su padre Abelardo Teruel García era natural de Cartagena y se trasladó a vivir a Orihuela en 1869, en la que contrajo matrimonio con la oriolana Mercedes Rebollo Martínez, y fue alcalde accidental y titular.
El negocio familiar era una armería en la Plaza Nueva y su hermano fue funcionario de Hacienda en Alicante y un prolífico autor. José Manuel estudió en el Colegio de Santo Domingo regentado por los jesuitas, dedicó la mayor parte de su vida a la prensa local dirigiendo algunos periódicos, entre ellos el independiente El Oriol, del que fue cofundador con José de Madaria.
Entre sus trabajos periodísticos cabe reseñar la biografía sobre Trinitario Ruiz Capdepón, publicada en la “Corona Fúnebre” que le dedicó El Diario. Colaboró, así mismo, en los periódicos El Diario Orcelitano, La Comarca, El Imparcial, La Semana, El Eco, Unión Republicana, El Noticiero, El Independiente y El Labrador.
Es autor de Retratos a pluma, editado en 1906, consistente en unas breves biografías o “semblanzas muy benevolentes” de escritores oriolanos coetáneos suyos (1850-1905).
El 18 de noviembre de 1923, el alcalde accidental Vicente Cebrián Celestino, daba cuenta de haber suspendido de empleo y sueldo, al Cronista José Manuel Teruel Rebollo, con fecha 12 de dicho mes, debido a que no podía atender el cargo, así como, porque lo estimaba innecesario».
Lo transcrito a partir de aquí es su crónica; iniciada en enero de 1923, interrumpida en septiembre de ese mismo año, cuando se sublevó Miguel Primo de Rivera….
Enero de 1923:

Introducción:
Séame permitido antes de pasar a catalogar los hechos salientes acaecidos en nuestra Ciudad de Orihuela, durante el corriente año 1923, formular brévemente dos sentimientos puramente subjetivos; el uno, de admiración por mi predecesor en este cargo de Cronista del Excmo. Ayuntamiento, de admiración digo, para el inolvidable D. J. Rufino Gea Martínez, a quien no podré reemplazar por carecer yo de todas sus completas facultades de historiador, literato y estilista; y el otro de imperecedera gratitud, para los que tuvieron la voluntad de concederme el cargo con que me honraron y me ayudan a cubrir las necesidades de la vida, y expresados estos dos sentimientos, comencemos nuestra labor.

Casi nada de mención en la Crónica de una Ciudad de la importancia de Orihuela, sucedía durante este mes primero del año, si no es que registráramos la temperatura.
Era un mes crudo, glacial, de un frío tan intenso que era impropio de nuestra Región; y más que por su gran intensidad, por su desacostumbrada duración. Todos los años, el mes de enero es indudablemente el más frío del año en esta Ciudad, pero suele tener unos días, muy pocos de esa temperatura extrema; cuatro, cinco, seis a lo sumo de esta temperatura extrema.
Pero este año han sido todos los días, cada uno más frío que el anterior, sintiéndose ese descenso de la temperatura, ya desde los últimos días del mes de Diciembre del año anterior; esa sucesión de fríos inmensos, acobardaron a nuestros conciudadanos que, a pesar del buen sol que lucía en nuestro Cielo siempre espléndidamente azul, no salían de sus moradas si no era para asuntos de urgencia inaplazable, o si no era la gente mayor, que a nada teme ni aún a las inclemencias de los más crudos inviernos.

Y así se deslizaba monótono y silente ese mes de enero hasta que el día 17, festividad de San Antonio Abad, día en que se celebra en los alrededores del eremitorio del mismo nombre, la fiesta o romería en honor del Santo, cuando el público se retiraba de aquella popular y populosa romería, de presenciar la rifa del enorme cerdo, de comprar las clásicas bolas y el no menos clásico turrón de panizo, al toque del Ángelus, un repique alegre y general de campanas, de las de la torre de la Catedral, las de las otras dos parroquias de Santas Justa y Rufina y de San Tiago y las de las demás iglesias de la Población, anunciaron a los habitantes de Orihuela, que algo extraordinario y grato se avecinaba, y todos procuraron inquirir la causa del regocijado sonar de los bronces de las torres y las iglesias que comunicaban su regocijo a los ciudadanos y que arrecian; que ponía una nota de calor en aquella temperatura de hielo de un mes tan largamente frío.
Y se supo enseguida en toda la Ciudad, que aquel toque alegre era el aviso a los habitantes de la Diócesis de Orihuela, que su nuevo Pastor, el Prior de las Órdenes Militares u Obispo de Ciudad Real, haría su pública entrada en Orihuela, capital indiscutible de su Diócesis, el domingo inmediato día 24; y que al siguiente día, jueves 18, el Deán de esta Catedral, Provisor de la Diócesis y Vicario Capitular de la misma, muy Ilustre Señor Doctor D. Agustín Cavero y Casañes.

Terminados los Oficios Divinos de la mañana en la Catedral, tomaría posesión de la Sede, por poderes en nombre del Prelado Ilmo. Sr. Doctor D. Francisco Javier Irastorza y Loínaz.
El júbilo creció, corrió la nueva de boca en boca, y comenzaron los preparativos para recibir dignamente al nuevo Obispo. El Ayuntamiento acordó costear todos los festejos del recibimiento; el Alcalde D. Antonio Balaguer Ruiz, púsose de acuerdo con el Deán D. Agustín Cavero y concertaron los detalles de la entrada y ceremonias de dicho acto del nuevo Prelado.

El día siguiente, después de las diez de la mañana, el sabio Deán de esta Catedral Sr. Cavero, tomo posesión en nombre del nuevo Obispo ante una multitud inmensa, que aclamó al Sr. Cavero y al Doctor Irastorza.
Se cumplieron todas las ceremonias de rúbrica y desde el balcón central del Palacio Episcopal, el Sr. Cavero arrojó varios y abundantes puñados de monedas de cobre y plata a la multitud congregada en la Plaza del Salvador, que clamorosamente seguía vitoreando al Obispo y al Deán.
En los siguientes días, viernes y sábado, continuaron los preparativos para el recibimiento de su ilustrísima, el Obispo, y el domingo, día señalado para efectuarlo, la población ha amanecido engalanada, luciendo los edificios públicos, los centros y sociedades así como las casas de los particulares, colgaduras de colores vistosos e iluminaciones extraordinarias, singularmente en el Ayuntamiento, Casino Orcelitano, Caja de Socorros y Ahorros de Nuestra Señora de Monserrate, Caja Agrícola, Círculo Católico de Obreros, las torres de las iglesias y el Seminario Conciliar.

La Hoja Parroquial, profusamente repartida aquella mañana en las puertas de los Templos de la Diócesis, publicaba el retrato y datos biográficos del nuevo Prelado; y, como no había prensa local, los periódicos de la Región; El Liberal y la Verdad de Murcia publicaron fotograbados con el retrato del Sr. Irastorza, extensas biografías y artículos encomiásticos. Preparando sus corresponsales al pueblo para el más espléndido recibimiento de su más elevado Jefe religioso.

Se trasladaron aquella mañana al cercano pueblo de Cox, una comisión del Cabildo de la Catedral, compuesta por el Deán Sr. Cavero y el Doctoral Sr. ¿Archen? Y otra del Cabildo Municipal formada por los señores Balaguer Ruiz y Martínez Arenas, al objeto de recibir en aquel pueblo al nuevo obispo con el que comieron. Después vinieron a Orihuela y comenzaron los preparativos para recibir al Prelado.
El pueblo entero se trasladaba a los alrededores de San Antón; eran a las dos de la tarde un mar de cabezas humanas, las calles del Colegio (hoy de Adolfo Clavarana), la de Ruiz Capdepón, el Paseo de Sagasta y la del Príncipe de Vergara.

Cerca de las cuatro de la tarde, apareció en la carretera del Alto de las Atalayas, el automóvil que conducía al Obispo, siendo señalada su presencia a la vista de la Ciudad, con el disparo de su mortero que atronó el espacio.
En la casa abacial del eremitorio de San Antonio Abad, se organizó la comitiva, rompiendo la marcha, una sección de la guardia municipal; después, los maceros del Exmo. Ayuntamiento, a caballo vistiendo dalmáticas rojas; después, montado en la mula, como es tradición, el Prelado al que daban guardia de honor el Alcalde y todo el Concejo Municipal, también a caballo, cerrando la marcha una banda de música, así como igualmente, otra la abría además de la sección ya dicha de guardias municipales.

No hay que decir que rodeaban todo aquel cortejo y al Prelado, miles y miles de personas de todas las clases sociales, que lo aclamaban y que recibían sus bendiciones y así se llegó hasta el centro del Paseo de Sagasta, en el que se había levantado todo un templete, donde esperaban al Obispo, el Clero Catedral, el parroquial y el regular, así como comisiones, de todos los centros y sociedades, y autoridades de todo género.

Celebrado el ritual y revestido con las ropas pontificales, en cuya operación le ayudaron el Deán Sr. Cavero y el Canónigo Sr. (aquí dejó un espacio en blanco).
Se organizó una procesión que recorrió las calles de Sagasta, Príncipe de Vergara, Alfonso XIII, Soledad y Mayor (hoy de Ramón y Cajal), yendo el Prelado bajo palio repartiendo sus bendiciones hasta el templo de la Catedral en el que penetró cantándose un solemnísimo “Te-Deum” y el Doctor Irastorza subió al púlpito, pronunciando un elocuente panegírico, que vino a ser como un programa de la política de su episcopado que, según sus palabras, debería basarse en la Caridad Cristiana.

Marchó después al Palacio y, como las aclamaciones insistentes se sucedieron sin interrupción, tuvo que salir al balcón principal del edificio para dar las gracias al pueblo que, congregado en la Plaza del Salvador le aplaudía y aclamaba y nuevamente concederle su bendición.
Mientras, las campanas de todas las iglesias repicaban sin cesar alegremente; el espacio atronado por repetidas estampidas de bombas, y los músicos tocaban marchas alegres.

Se sirvió en el amplio comedor del Palacio Episcopal un espléndido “lunch” a los invitados, y por la noche, fue obsequiado el Obispo con serenatas que tocaron las músicas del Oratorio Festivo de San Miguel y “la Orcelitana”, dedicándose la multitud a admirar las iluminaciones.
Al siguiente día 22, bien de mañana, el Prelado con numeroso y distinguido séquito, visitó el Santuario de Nuestra Patrona la Virgen de Monserrate; oró, ante la milagrosa imagen y dijo allí una misa que oyeron todos los que le acompañaban y una inmensa multitud; después visitó el Hospital y la Beneficencia, el Asilo y las Cárceles, y en todas partes dejó grato recuerdo de su estancia, dando abundantes limosnas.

En la noche del (aquí dejó otro espacio en blanco que nunca rellenó) se disparó en la Plaza de la Constitución, ante el Palacio Municipal, un castillo de fuegos artificiales confeccionado por Ramón Lidón, cuya cremación presenció el Obispo desde uno de los balcones de la Casa Consistorial, siendo obsequiado después con un banquete que en nombre del pueblo le ofreció el Alcalde D. Antonio Balaguer.
Estas fueron las fiestas y el recibimiento que el pueblo de Orihuela tributó a su Prelado actual, el Doctor D. Francisco Javier Irastorza y Loinaz en su toma de posesión de la Mitra, que quedó vacante por fallecimiento del malogrado anterior Obispo D. Ramón Plaza Blanco (q.e.p.d.).

Unos días después, el Prelado marchó a Alicante para recibir a S.M. el Rey, que vino a inaugurar los llamados Riegos de Levante, y de ese viaje a la capital, regresó a Orihuela bien entrado el mes de febrero.
Las últimas notas sobre la entrada del Obispo en esta Ciudad son: que el concejal Martínez Simón quedó en el Paseo de Sagasta para recibir las comisiones en representación del Ayuntamiento y que no todos los concejales vinieron a caballo acompañando al Prelado, pues algunos de ellos lo hicieron en automóvil.
Los últimos días de enero fueron más benignos de temperatura con días espléndidos de hermoso sol. En este mes hay que registrar el fallecimiento de D. Federico Linares y Martínez de León, joven estimado por sus bondades y bellas cualidades.

Fue jefe del partido maurista local, Diputado Provincial, Concejal y Primer Teniente de Alcalde, gozando dela intimidad de D. Trinitario Ruiz Valarino, que le propuso Candidato a Diputado a Cortes.
Otro entierro fue el del finado anciano Teniente Coronel retirado, D. Juan Bla??? Moreno, que falleció en este mes.
En la nota necrológica de estos treinta y un días, débese consignar el suicidio del maestro peluquero Francisco Arenas, que se disparó un tiro cuyo proyectil le causó la muerte.

Podría dar por terminada la relación de sucesos dignos de ser registrados en este mes de Enero con los ya apuntados, pero aparecen ante la consideración del Cronista, sin quedar sentados en estas líneas, aquellos de carácter político, y por que son de ese carácter, vacilo en darles cabida en esta narración; pero ¿sería un relato fiel y completo el de los acaecimientos de un pueblo mutilando una parte de esos mismos acontecimientos?
Y por otra parte ¿si no se registran con toda imparcialidad los sucesos políticos, como encontrar la lógica armonía con otros que después se encontrarán en el transcurso de la narración, íntimamente con ellos unidos en una relación de dependencia que de no manifestarlos aparecería ésta como la labor deslavazada de un orate?
Así pues, aún sin deseo, me adentraré por los caminos tortuosos e interminables de la política, coleccionando sus hechos con absoluta imparcialidad, con la independencia del narrador, sin que jamás aparezca el comentarista.
Como estaba próxima la mutación política que trajo al poder la Concentración Liberal, era actualidad en este mes de enero, hablar de candidatos, y aún expresar estos sus deseos aquí, o escritos en sendas cartas a sus deudos y amigos, viniendo noticias de la Corte de pretensiones deducidas ante los grandes de la política nacional.
Era Orihuela cortejada por infinidad de “galanes” que la asediaban con una solicitud nunca pensada en muchos de ellos. Algunos políticos sinceros, lamentaban el espectáculo por sospechar que ello significaba que este distrito iría al montón de los denominados “cuneros”.

Se señalaban como candidatos: D. José Martínez Arenas, joven letrado, jefe del partido liberal local, quien creía poder ostentar su aspiración legítimamente por sus labores en pro del partido, y algunas indicaciones del jefe supremo de la Corte.
Era otro aspirante D. Antonio Aguilar Ruiz, secretario judicial del Juzgado Decano de los de Madrid, hijo de esta Ciudad. Alistado en el Partido Reformista y patrocinado, al parecer, por el propio Melquiades Álvarez.
Tenía sus pretensiones y aducía el derecho de haber sido candidato y, derrotado por cierto, D. José Lázaro Galdeano, insigne publicista, afiliado al liberalismo romanonista.
El capitán de infantería D. Emiliano Díaz Moreau, hijo del Comandante del “Colón”, que se perdió en el combate naval de Santiago de Cuba.
Alegaba su condición de demócrata adicto al Marqués de Alhucemas, Presidente del Consejo de Ministros, para ser el candidato oficial.
D. Florentino de Elizaicín y España, director del periódico diario de Alicante, “El Correo”, con el patrocinio del Ministro de la Guerra D. Niceto Alcalá Zamora, se preparaba para ser el candidato favorecido por el Gobierno.
Sonó el nombre del ilustre orador oriundo de esta tierra, D. Álvaro de Albornoz y Limiñana, pero no fue más que sonar. Díjose que si el Ministro de Trabajo Sr. Chapaprieta se presentaba por Dolores, aquí vendría D. Vicente Ruiz Valarino, hermano del jefe supremo D. Trinitario Ruiz Valarino.
Comentose que aspiraría a la Diputación D. Balbino García de Burunda, hijo de Orihuela, rico hacendado en Hellín, justificando su pretensión, con el hecho de acaudillar allá, largos años el Partido Demócrata.
El aristócrata y abogado D. Antonio Roca de Togores quería presentar su candidatura con carácter popular, católica, apadrinada por la aristocracia y gente adinerada de la localidad, y hasta se dijo que si no iba bien encajado por Villena, D. Antonio Hernández seria encasillado por esta Ciudad.

En estos comentarios y desfile de tantos candidatos, discutiendo sus probabilidades se pasó el crudo frío en las tertulias de Casino, cafés y reboticas, calmándose las discusiones y comentarios, para ocuparse de la llegada del nuevo Prelado; y porque el Gobierno parecía que no tenía prisa por disolver las Cortes y convocar las nuevas, puesto que si todo era una de sus grandes dificultades, dada la heterogeneidad de su Constitución.
Y así acabó el mes de enero.
Manuscrito de José Manuel Teruel Rebollo Cronista de Orihuela (1922-1923). (Archivo Municipal de Orihuela). Transcrito por Antonio José Mazón Albarracín.
