Pablo Barrachina Estevan.
Nacido en Jérica (Castellón) el 31 de octubre de 1912. Hijo del abogado Manuel Barrachina Foj y de Eladia Estevan Capilla. La muerte de su madre, cuando no había cumplido los cuatro años, le marcó de por vida.
Inició sus estudios sacerdotales en el Seminario Diocesano de Segorbe y los terminó en la Universidad Gregoriana de Roma, doctorado en Derecho Canónico.
Ordenado presbítero en Roma el 13 de julio de 1941, en Segorbe ostentó los cargos de Rector y Director del Seminario. Desde 1945 fue canónigo doctoral de su Catedral.
Promovido por Pío XII para el Obispado de Orihuela el 31 de marzo de 1954, fue consagrado en la iglesia de su Jérica natal el 29 de junio, en una ceremonia presidida por el nuncio apostólico.
El 29 de agosto, Monseñor Joaquín Espinosa Cayuelas tomó posesión oficial en su nombre. Salió al balcón del palacio episcopal de Orihuela y siguiendo la tradición, arrojó al público puñados de monedas en calderilla.
Como ya hice en la biografía de su antecesor, para contar la ceremonia de entrada, resumo la crónica del Boletín Oficial del Obispado incluida en la tesis doctoral de Mª del Carmen Portugal Bueno «Las celebraciones oficiales tradicionales cívico-religiosas de los municipios de España en el siglo XXI. La entrada episcopal en la Diócesis de Orihuela-Alicante».
La fecha escogida fue el domingo día 5 de septiembre, precedente a la festividad de la Patrona. El prelado fue recibido en Cox por su apoderado, Monseñor Espinosa. Le acompañaban una representación del Cabildo, el párroco, el alcalde con el Ayuntamiento en pleno, autoridades provinciales y todo el pueblo de Cox.
Rezó unos minutos en la iglesia parroquial, bendijo a los asistentes y se dirigió al ayuntamiento, donde celebraron una concurrida recepción. Terminada esta, el prelado y sus acompañantes fueron agasajados por la Corporación Municipal.
Sobre las seis y media llegó a la ermita de San Antón. Allí le esperaban numerosos sacerdotes y comisiones de diversos pueblos de la diócesis, representaciones de los cabildos de Orihuela y Alicante, la Corporación oriolana bajo mazas y la guardia municipal a caballo.
Saludado por todos al bajar del coche, dedicó unos minutos a rezar ante la imagen de San Antonio Abad y el síndico del Cabildo le brindó el discurso de bienvenida.
Tras un breve descanso, alrededor de las siete de la tarde, subió a la mula blanca y emprendió el camino hacia la catedral. Encabezaba la comitiva la Corporación Municipal bajo mazas.
La cerraba una sección de la guardia municipal, todos a caballo. La aglomeración de gente en la puerta de Olma impidió acercar la mulilla hasta la puerta, cuyo picaporte golpeó el pertiguero, que actuaba de palafrenero con sus atuendos propios.
Inmediatamente se abrieron los portalones. Al otro lado aguardaba el resto de la Corporación Municipal, presidida por el alcalde José Balaguer Balaguer.
Uniéndose a la comitiva y con gran dificultad, se abrieron paso por la calle de Adolfo Clavarana, la popular «Calle del Colegio».
En el altar instalado entre las calles de Clavarana y Capdepón esperaban al prelado el cabildo catedral, el clero parroquial, los seminaristas del San Miguel, las órdenes religiosas y diversas representaciones.
Revestido con los ornamentos pontificales comenzó la procesión, cerrada por la banda de música «Unión Lírica Orcelitana». Y así entró en la catedral del Salvador, por la puerta de Las Cadenas.
Oración en la Capilla del Santísimo, asiento en el trono episcopal ubicado en el altar mayor, y bendición a los presentes.
Finalizado el acto con el beso del anillo episcopal por parte de los fieles, el obispo más joven de España cruzó al palacio Episcopal. Nadie podía imaginar que pronto escogería otra residencia más «centralizada».
El nuevo prelado desplazó la administración de la diócesis hacia Alicante. Bajo su mitra, el Vaticano ascendió a concatedral la colegiata de San Nicolás.
A comienzos de 1968, la Curia Diocesana quedó instalada en los bajos de la residencia episcopal alicantina.
Don Pablo -como era conocido en la capital- pasó a ser el primer obispo de la diócesis de Orihuela-Alicante.
Ni que decir tiene que en Orihuela dicho traslado sentó como un tiro. En la ciudad del Segura se organizó una campaña contra de la decisión del obispo.
Las protestas se sucedían en prensa. Joaquín Ezcurra se convirtió en portavoz de una ciudad orgullosa que se negaba a perder su capitalidad histórica, peleada con los murcianos y mantenida durante 400 años.
Dichas protestas culminaron en una edición extraordinaria de la revista «Oleza»; publicación que, en abril de 1968, por primera y única vez en su historia, fue secuestrada por las autoridades civiles y su director acusado de un presunto delito de desacato al obispo por criticar el traslado de la curia diocesana a Alicante.
El reconocimiento y celebridad que «Don Pablo» se había ganado en la capital, en Orihuela se volvió rechazo. Pero un obispo, era un obispo.
Entre los años 1962 y 1965 viajó varias veces a Roma para participar en el Concilio Vaticano II. En 1967 convocó el primer Sínodo Diocesano en España. Realizó hasta seis visitas pastorales a su diócesis.
Temporalmente fue también administrador apostólico de la de Cartagena. Lo más extraño es que, alcanzando la mitra a los 41 años, no subió más en el escalafón eclesiástico: treinta y cinco años de obispo.
Austero en el comer y el vestir, dicen de él que tenía un carácter fuerte y autoritario. Esa fortaleza le permitió superar la lenta recuperación de un accidente de automóvil sufrido en Albacete, en la primavera de 1958.
Aquel suceso le dejó una disimulada cojera que arrastro toda su vida.
En su largo episcopado convivió con cuatro Papas completamente distintos: Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.
Pero en mi memoria quedó grabado para siempre el soniquete: «Y con el papa Pablo y nuestro obispo Pablo…».
En 1989 solicitó a Juan Pablo II la renuncia al obispado por motivos de salud y edad avanzada. Esta le fue concedida y decidió quedarse en Alicante, donde gozó de una larga jubilación atendido por sus diocesanos en un piso en la calle Virgen del Socorro con vistas al Postiguet. Allí falleció el 13 de octubre de 2008. El obispo emérito tenía 96 años.
Su cadáver quedó expuesto en la concatedral de San Nicolás, en Alicante. De allí pasó a Orihuela, donde el jueves 16 de octubre, en la catedral del Salvador, se celebró la misa de «corpore in sepulto» presidida por el arzobispo de Valencia.
La sepultura estaba prevista allí mismo, en la catedral oriolana, concretamente en la capilla del Cristo del Perdón. Pero saltó la sorpresa: por deseo del fallecido debían sepultarlo en la concatedral de San Nicolás.
Enterados de la noticia en Alicante, una cuadrilla de obreros trabajó a destajo dia y noche para preparar un sepulcro digno, cumpliendo la voluntad expresada en su testamento.
En la nave central, frente a las gradas del altar mayor, levantaron tres losas del mármol y traspasaron la capa de hormigón. De la losa funeraria se encargó una empresa de San Vicente, dejando la inscripción para después de la ceremonia.
Y así Alicante se quedó orgullosa con los restos de quien les había transferido todo el protagonismo dentro de la diócesis. Era el primer obispo enterrado en la concatedral de San Nicolás.
Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba).