Santa Lucía y el Barrio Nuevo.
Dice Gisbert en su «Historia de Orihuela» que la calle de Santa Lucía se denominó antes «del Salvador».
Aunque con esa titulación concreta no la he localizado, lo cierto es que, hasta la construcción del desaparecido convento de dominicas cuyo solar ocupa hoy la plaza, la calle de Santa Lucía se citaba en los padrones como «Carrer de la Seo» (de la catedral) o «Carrer de la Fira fins la porta nova»; algo así como un apéndice de la calle de la Feria.
En el siglo XVII, con el convento ya fundado, aún aparece reflejada como «carrer des la Porta Nova a la Seu y carrer de la Fira», es decir: «la calle que va desde la Puerta Nueva a la Catedral y calle de la Feria».
Tampoco su longitud es precisa. En algunos padrones acaba al rebasar el convento; otros la prolongan hasta el callejón de Sans —actual calle de Comedias—, marcando la Catedral como inicio de la calle de la Feria.
Es así como tiene sentido lo de calle de la Seo o del Salvador: La calle que desde la Puerta Nueva llegaba a la Catedral.
Lo cierto es que bien entrado el siglo XVII empezaron a nombrarla con el título de Santa Lucía y así se ha mantenido hasta hoy, exceptuando un cambio que duró lo que la II República.
Durante los años 1931 y 1932, el concejal José Sánchez Moya solicitó varias veces el nombre de Francisco Ferrer Guardia para la calle de Adolfo Clavarana; y por fin consiguió su propósito.
Pero la familia de don Adolfo, afamado escritor y periodista a nivel nacional, convenció al Consistorio para que respetasen el nombre de tan ilustre hijo de Orihuela.
El acuerdo quedó revocado en la siguiente sesión y el nombre de Ferrer Guardia recayó en la calle de Santa Lucía.
Como casi todas las calles modificadas, recuperó su nombre tradicional en abril de 1939.
A propuesta de Juan Villaescusa, se anularon todas las variaciones de nombres con posterioridad al 14 de abril de 1931, para rotularlas con los que anteriormente figuraban.
Una vez repasadas sus titulaciones vamos a hablar un poco del desaparecido convento que le dio nombre.
Para ello debemos remontarnos a 1563, cuando un caballero llamado Joan Alcoriza utilizó media docena de casas en la zona para fundar un beaterio.
Estos refugios para «bonas donas» o «mujeres de bien» nacieron como una alternativa para solteras o viudas dispuestas a vivir con recogimiento, recato y espiritualidad.
De carácter laico, se emplazaban junto a iglesias o ermitas con las que tenía conexión directa.
Buena parte de estos beaterios acabaron convertidos en conventos, como en el caso que nos ocupa.
En el verano del año 1600, la llamada Cofradía de Santa Lucía —que llegó a albergar en clausura a más de ochenta mujeres entre viudas y doncellas— cedió la ermita y la casa de bonas donas al Mestre Joan Loazes para que fundase un «Monastir de monges» de Santo Domingo.
La cesión implicaba dos condiciones: edificarlo en un máximo de dos años; y que su invocación y altar mayor se dedicasen a Santa Lucia.
Fray Juan de Loazes era rector perpetuo del Colegio de Predicadores como hijo del Patriarca Loazes. Para tal menester, trajo algunas dominicas del Monasterio de Magdalenas de Valencia.
Antes trasladaron a sus internas al beaterio de San Miguel, donde ahora se asienta el Seminario. Las instalaron junto a la ermita, en unas celdas que fueron ampliadas para acoger a estas mujeres a finales del siglo XVI.
La fundación del convento contó con la inestimable ayuda del obispo dominico Andrés Balaguer, enterrado en la iglesia conventual de Santa Lucía en 1626.
Más allá de sus patrocinadores, fue la excepcional coyuntura demográfica de la ciudad — despoblada por la peste de 1648— la que les permitió adquirir suficientes casas y solares para levantar un monasterio de grandes dimensiones intramuros, muy cerca de la Catedral, ocupando toda una manzana.
Dotadas de pocas rentas, las dominicas se mantuvieron con decencia bajo la protección de los predicadores hasta que estos fueron exclaustrados.
La desamortización de buena parte de sus propiedades les llevó a comercializar los productos que hasta entonces elaboraban como obsequios de gratitud: los famosos dulces de las monjas.
Y así llegamos al trágico verano de 1936. Desde el mismo 18 de julio, las dominicas habían comenzado a trasladar los objetos de valor a una casa que ocuparon frente al convento. Imágenes y ornamentos, fueron escondidos o entregados a personas de confianza.
Días después, las propias religiosas se alojaron en dicha casa por motivos de seguridad; quedando tan sólo en el monasterio la priora y tres hermanas. Incautado el edificio en agosto la comunidad se dispersó.
A comienzos de septiembre, el convento fue incendiado con una actuación coordinada en la que los vecinos fueron avisados con antelación para que desalojasen las casas cercanas.
Ramón Pérez Álvarez, en una entrevista publicada en Canfali en marzo de 1984, atribuyó este incendio a una forzosa concesión a los elementos más radicales que, al igual que en toda España, estaban ansiosos por empuñar la tea purificadora.
Según su testimonio, optaron por destruir el convento de Santa Lucía, porque era el más deteriorado y se estaba cayendo.
Las paredes que se mantuvieron en pie tras el incendio fueron dinamitadas dejando un solar que acabó convertido en lo que hoy conocemos como la Plaza de Santa Lucía.
En el verano de 1939 la superiora y diecinueve supervivientes regresaron a Orihuela.
El Vicario Luis Almarcha las instaló provisionalmente en la iglesia de la Merced, donde comenzaron a pedir ayuda, ofreciendo al Ayuntamiento el solar del convento para que procediesen a su justiprecio.
Mientras tanto adecentaron en lo posible la deteriorada iglesia mercedaria y en mayo de 1940 celebraron su primera misa pública.
Un año después, el solar del desaparecido convento de Santa Lucía se había convertido en un peligro para la higiene y en un atentado al ornato público. Y Se decidió permutarlo por un edificio situado cerca de San Antón.
En el verano de 1941 Jesús Botella Brotóns propuso: «la permuta del solar de las monjas de Santa Lucía cuya compra tiene concertada por el antiguo edificio de «La Luz» que tiene arrendado el Ayuntamiento mediante el abono de la diferencia de precio que arroje la peritación».
Cediéndoles el vetusto edificio extramuros de la ciudad darían a las religiosas el albergue que necesitaban y «se haría una justa y pública reparación a la ya nombrada comunidad de religiosas del acto vandálico cometido por los rojos, reduciendo a escombros su único patrimonio».
El 15 de enero de 1942 Eusebio Escolano reunió al consejo de la empresa Insecticida Química S.A. para comunicarles que el ayuntamiento permutaba el edificio con las dominicas de Santa Lucía por el solar del convento destruido por los rojos.
Y a su vez, las monjas, les venderían el edificio.
Las condiciones que marcaba el Ayuntamiento eran las siguientes: pagarían a las dominicas 60.000 pesetas. Y para el desescombro y ornato de la plaza resultante del solar del convento, 20.000 más.
Por otro lado, el prelado Juan Maura y Gelabert había fundado el Colegio de Vocaciones Eclesiásticas de San José para seminaristas de clase humilde en el edificio trinitario.
Convertido en Seminario Menor por el obispo Javier Irastorza en 1925, fue desalojado y ocupado durante la Guerra Civil y había quedado vacío al acabar la contienda.
Culminada la operación municipal, las dominicas se hicieron con el Seminario Menor; es decir, el antiguo convento de la Santísima Trinidad, desamortizado en el siglo XIX.
Pinchando la siguiente imagen podéis acceder al artículo «Y se hizo la luz».
En la Trinidad se instalaron las dominicas y allí siguen elaborando su tradicional repostería, un lujo que antaño solo gozaban obispos, dominicos y algún preboste de la Corte al que éstos trataban de agasajar…
La dominicas comercializan sus productos a través del torno, curioso artilugio con el que se comunican con el exterior desde hace siglos y que llegó a dar nombre a un callejón, el «del torno de Santa Lucía».
La que figuraba también en los padrones como primera traviesa de las monjas o callejón de la iglesia de Santa Lucía, una vez desaparecido el convento quedó como una calleja que hasta hace pocos años conservaba una espectacular conjunto de balcones y rejas cuyo edificio ha desaparecido.
Los cercanos títulos de Calle de la Cruz y Calle de Santa Cruz pueden llevar a confusión. El primero se lo otorgaron en 1861 y proviene del antiguo nombre de una ermita.
La modesta ermita del Pilar, edificada en los años setenta del siglo pasado, tene su origen en otra muy antigua cuya primitiva construcción es del siglo XVI.
Fue costeada por Jacobo Torres Alcorisa y quedó terminada en mayo de 1526, fecha en la que fue bendecida como capilla de la colegiata bajo la advocación de La Santa Cruz, San Judas Tadeo y Santa Tecla.
Un temblor de tierra acaecido en 1673 obligó a reedificarla reduciendo un poco su tamaño. Pero la nueva construcción duró poco.
Las copiosas lluvias del año 1699 la arruinaron de nuevo y tras un breve periodo en el que el solar se dedicó a otros menesteres, se levantó por tercera vez, retranqueada y elevada sobre la sierra, quedando bendecida en abril de 1714.
Esta modificación la dotó de una doble escalinata que conformó el aspecto que conservaría hasta su demolición y nueva reconstrucción.
Un pequeño callejón al costado de la ermita se nombraba como calle del Barranco hasta que la comisión encargada de la rotulación y numeración de las calles decidió modificarlo en 1861.
La Calle del Barranco, estando en el linde oriental del Edificio que fue Hospital de Caridad, puede llevar el nombre de Calle de la Cruz. De este modo se cortará que se confunda con otra de igual nombre que existe en el arrabal de San Juan.
El título Calle de Santa Cruz se lo debemos a Francisco Santa Cruz Pacheco, prestigioso político oriolano del siglo XIX.
El diario de Orihuela. 6 octubre 1887: Ya están terminados los rótulos de las calles del Cardenal Loaces, Capitán Grifol y Santacruz. Los títulos en caracteres negros están grabados en tableros de mármol blanco de Macael.
El diario de Orihuela. 11 octubre 1887: La colocación de los rótulos en las calles nuevamente tituladas, ha sido el asunto que ha dado importancia a la semana que finó ayer.
Los nombres de tres hijos ilustres de Orihuela han sido grabados en mármol y serán pronunciados al mencionar las calles que titulan por las generaciones venideras.
Un ilustre príncipe de la Iglesia, un eminente hombre público que llegó a ocupar los primeros puestos del Estado y un esclarecido capitán que vertió su sangre peleando por la honra nacional en la ardiente tierra africana, dan con su apellido insigne, nombre a tres calles de esta población.
Loaces, Santacruz y Grifol no pueden ya ser borrados por el tiempo de las páginas de la patria historia. El Ayuntamiento ha interpretado fielmente los deseos del vecindario. Orihuela no puede menos de aplaudir el buen acierto que ha tenido en el asunto la Corporación municipal.
Fallecido en 1883, cuatro años después el Ayuntamiento concedió su nombre a la calle antes llamada Traviesa de las monjas de Santa Lucía.
El diario de Orihuela. 6 de octubre 1887: Ya están terminados los rótulos de las calles del Cardenal Loaces, Capitán Grifol y Santacruz. Los títulos en caracteres negros están grabados en tableros de mármol blanco de Macael.
Así pues, la que sube al costado de Santa Lucía, ya casi desaparecida es la Calle de Santa Cruz. Os dejo un enlace a la biografía de este famoso oriolano.
Junto a la ermita había un hospital construido en 1764, del que ya hablamos en la Calle de Comedias.
La llamada Congregación de Nuestra Señora de la Caridad, fundada en 1757 con sede en el Hospital de San Juan de Dios, decidió independizarse y se instaló brevemente en una casa construida en la Pedrera de Matías.
Al no llegar a un acuerdo económico compraron unas casas junto a la ermita y allí emplazaron el Hospital de la Caridad.
El edificio de la Caridad.
A comienzos del siglo XIX la congregación regresó al seno de los Hospitalarios de San Juan de Dios por falta de recursos para su mantenimiento.
Y el edificio de la Caridad, cada día más deteriorado, acabó en manos del Estado que cedió su uso a la ciudad.
En 1887 albergaba la caja de reclutas a pesar de que el viejo caserón presentaba un estado deplorable.
El día. 11 de diciembre 1887: Hoy tendrá lugar en el edificio de la Caridad, y a las nueve de la mañana, el sorteo de mozos de la quinta del año actual.
El Diario de Orihuela. 3 de enero 1888: Hemos tenido ocasión de visitar el edificio de la Caridad hallando en él desperfectos que hacen necesaria inmediata reparación.
El jardincillo que antes servía de recreo y solaz a los niños de la escuela de párvulos, está en el mayor abandono, lo cual habrá podido notar en su última visita a aquel local la Junta de instrucción municipal.
El orcelitano. 29 de junio 1889: Otro de los hechos acaecidos en la pasada semana y que han merecido llamar la atención del público, ha sido la precipitación en que, en la noche del martes se trasladó la fuerza de la guardia civil al edificio de la Caridad; sitio en que no puede estar mas que provisionalmente, atendiendo a lo destrozado en que se halla el edificio, pues necesita grandes reparaciones, y han de ser del momento; de lo contrario si no se atiende cual es debido a su inmediata reforma, su ruina en un plazo breve es inevitable.
La guardia civil no puede por el estado ruinoso del edificio permanecer mucho tiempo en él…
En la sesión municipal del 23 de enero de 1892, el señor García Cubero manifestó la conveniencia de que se procediese con urgencia a las obras que reclamaba el edificio «la Caridad» para instalar en él unas oficinas militares; sirviendo a la vez de alojamiento para a los soldados y clases que fuese necesario.
Por no tener cantidad asignada en el presupuesto, el asunto quedó aplazado y en manos de una comisión.
Las obras serían «mejor pensadas y estudiadas» para no castigar demasiado el capítulo de imprevistos.
Pero terminó el año y todo seguía igual. Gracias al siguiente artículo, sabemos que albergaba dos escuelas y las oficinas de correos y telégrafos.
El independiente. 30 de noviembre 1892: El edificio de «La Caridad» donde están instaladas las oficinas de Telégrafos está cada día en peor estado y si su reparación no se resuelve en plazo breve no está lejano el día en que se venga abajo.
La escalera está ya sin barandas, las paredes en las piedras sin yeso alguno en muchas partes, y por si no era bastante esto, las últimas lluvias han determinado el hundimiento de un alero del tejado, habiendo otro que está amenazando ruina…
El independiente. 1 de diciembre 1892: El edificio de «La Caridad» está convertido en una ruina. No hay más que haber visitado una sola vez las oficinas de telégrafos en él establecidas, para estar plenamente convencidos de esta verdad. Y eso que para llegar a las antedichas oficinas solo se ve la parte mejor conservada del edificio. Conque Vds. se harán cargo de cómo estará el resto.
El segundo piso está verdaderamente hecho una ruina, resultando por tanto inhabitable e inútil para todo. De los tejados no hablemos, uno de sus aleros se ha hundido y otro está amenazando derrumbarse al patio.
El edificio de «La Caridad» lo usufructúa el municipio y el estado deplorable en que se encuentra, arguye un inconcebible abandono por parte de los administradores de los bienes del pueblo respecto a estos mismos bienes a su cuidado encomendados.
El Ayuntamiento acordó hace ya bastante tiempo atender a la reparación del edificio citado, con objeto de instalar en él las oficinas de la zona militar de esta ciudad.
Ahora bien; a pesar del tiempo transcurrido, desde que aquel acuerdo se tomó, ni se ha hecho en aquel edificio reparación alguna, ni por tanto se ha habilitado espacio alguno para la instalación de las oficinas de la zona militar de esta ciudad, pagando el pueblo un alquiler más o menos crecido, pero que podía ahorrarse, por el edificio en que aquellas oficinas están instaladas.
Y no es esto lo peor, sino que de seguir «La Caridad» en el abandono que hoy, pronto será necesario desalojarla y habrá entonces que pagar también por otros edificios que habría que alquilar para las dos escuelas, que en aquel edificio están instaladas y para las oficinas de correos que también allí están establecidas…
El independiente. 15 de julio 1893: El Maestro alarife del Excmo. Ayuntamiento ha reconocido el edificio de la Caridad encontrando algunas partes del edificio en muy mal estado.
Urge pues la traslación de las oficinas de Correos y Telégrafos a otro punto en que no haya peligro para el público ni para los empleados.
Y también sería conveniente que se habilitase otro local para academias de la banda de música municipal, puesto que los músicos, después del susto que llevaron la otra noche, muestran gran repugnancia por volver a aquel sitio.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera, el alcalde Francisco Díe, ante el temor de que los valiosos libros procedentes del Colegio Santo Domingo y los conventos desamortizados saliesen de la ciudad, se lo ofreció al Estado para que albergase una biblioteca pública, siempre que se hiciesen cargo de las reparaciones necesarias.
Pero las obras no llegaron hasta la II República cuando fue adecentado para instalar parte de las escuelas graduadas. Luego, convertido en humilde casa de vecinos, fue demolido hace casi medio siglo, al igual que la ermita.
Antes de pasar al Barrio Nuevo, hablaremos de las otras dos calles que flanquean la plaza. La del lado izquierdo aparece reflejada en los padrones del XVIII como «segunda traviesa de las monjas».
En el siglo XIX adoptó el título de San Cayetano, que conserva hasta hoy aunque no tenga rótulo.
Y nos queda una más, la trasera del convento, una calle que recordaba nuestras raíces aragonesas y valencianas. Es la que figuraba como Espaldas de Santa Lucía, calle del Trinquete, de la Pelota o del Juego de la Pelota .
El juego de pelota llegó a ser muy popular en la Corona de Aragón. Nobleza, cúria y pueblo llano gustaron de practicar este deporte que llegó al reino de Valencia con los caballeros de la conquista. Hasta el propio rey Jaime II jugaba a pelota por prescripción médica.
Al principio se jugaba en las calles libremente. Pero debido a las discusiones por el juego, las blasfemias y molestias a los transeúntes, a finales del siglo XIV se fijaron espacios concretos en cada municipio. Calles rectas y sin pendiente que llamaron «carrers de la pilota o del Trinquet».
A diferencia de la vasca que se practica contra un frontón, en la pilota valenciana se enfrentan dos jugadores o dos equipos que compiten lanzándose una pelota que golpean a mano desnuda.
Se llama trinquete al recinto rectangular utilizado para este deporte tradicional.
En la Edad Moderna la ciudad de Valencia superaba la docena de trinquetes. Y Oriola, segunda ciudad del reino, contaba con al menos dos: el de la trasera de las monjas y otro en la Plaza de Togores, muy cerca de Santa Justa.
Y así llegamos a la calle paralela a la de Santa Lucía, el antiguo acceso a la ciudad por la puerta de Crevillente. Es por ello que dice Gisbert que se conoció como «Calle de Crevillente».
Este mismo autor menciona un palomar junto a dicha puerta. Lo toma de Bellot, quien lo menciona en 1358: «Desde el palomar de la puerta de Crevillente hanta el castillo».
Quizá por eso he encontrado una calleja en la zona, llamada en el siglo XVII «Carrer de Colom» o «calle de palomo» en castellano.
Volviendo a la paralela con Santa Lucía, Ojeda Nieto la ha encontrado como calle de Pere Masquefa, quien tenía en ella casa y terreno en 1623.
¿Había palmeras en ese terreno? Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XVII aparece varias veces como «de las Palmeres».
Este acceso desde la calle de Arriba, antiguo camino de Crevillente, generó un auténtico barrio a los pies de la sierra.
Un barrio que en el siglo XVII, con el valenciano aún sin fijar, lo escribían como Pouet, poet, pohet o Poquet. Una donación de 1691 nos da todavía más pistas:
En lo rinco del Poquet –solar que linda al sur con casas del Marqués de Rafal y carrer de Santa Lluçia ; y al norte con carrer nou, en otro tiempo el Poquet.
Pouet es un nombre muy corriente en calles del reino de Valencia. Su traducción al castellano es pocito o pocico, como el de Santiago.
Si os fijáis en la siguiente titulación, en la época de declive demográfico unen «Carrer de Senta Llusía, Poet y Carrer de las Palmeres».
La titulación actual, «Barrio Nuevo», incorporada en el siglo XVIII, puede inducir a error. Toda la falda de la sierra estaba poblada de modestas viviendas desde tiempo inmemorial.
Pero el desastre demográfico producido por la epidemias del siglo XVII afectó mucho a las zonas humildes como esta. Ya hemos dicho que esa despoblación permitió la extraordinaria dimensión del convento de Santa Lucía.
En este reparto de finales del XVII, aparece unida la calle de Don Pablo (actual Timor) con la de las Palmeras. «Carrer de Don Pablo Rosell y de les palmeres»
Y en este del XVIII, ya titulada como Barrio Nuevo, la unen con la de Sans, actual Comedias. Esto nos puede dar una idea de la poca gente que vivía en ese tramo pegado a la sierra.
Superado el bache y reurbanizada la zona, entre Comedias y Barrio Nuevo, comienza a figurar Dulzaineros. Un auténtico barrio enter Comedías y el Barrio Nuevo. Transcribo a Gisbert, a finales del XIX.
Es una calle llamada de Dulzaineros por estar principalmente habitada por los que tañen el instrumento tan genuino del país.
Constituye un auténtico barrio que principia en la plaza de Comedías y se extiende a la largo del Barrio Nuevo, paralelamente a este.
El vulgo lo llama Churripel, el cual era su antiguo nombre. Hoy se llama calle de San Antonio.
Al barrio de Dulzaineros se penetra también por una callejuala que, en dirección al N., surge de la plazoleta que existe entre la de la Pía y y la calle del Barrio Nuevo.
Algunos estudiosos unen la etimología de esta palabra, exclusiva de Orihuela, a la de la murciana Churra; atribuyéndole un origen árabe a través de «sharrat», adaptación fonética parecida al «serrat» catalán que significa sierra.
Justo García Soriano, sin aportar más datos otorga un origen ibérico a ambos términos. Nada más he encontrado.
A mí me aparece por primera vez como barrio en estos repartos de 1824 y 1829.
Y como calle en el de 1842.
En cuanto a San Antonio, es titulación de 1861.
Volviendo al Barrio Nuevo, a partir del siglo XVIII englobaba el terreno comprendido entre la calle de Santa Lucía y la peña.
Y así ha llegado hasta hoy, como la Calle Barrio Nuevo.
Volvemos a la calle de Santa Lucía. Que desde la apertrura de la Porta Nova, a finales del siglo XV, quedó unida a la de Feria formando parte del Camino Real de Valencia a Murcia.
Contaba además con la ventaja de estar situada junto a la Carretería, uno de los «aparcamientos» de la Ciudad.
Todas estas circunstancias conformaron un lugar idóneo para la instalación de artesanos y comerciantes.
Ya hablamos en la calle de la Feria del arrendamiento a mercaderes y comerciantes por parte de los vecinos como práctica común en estas zonas de tránsito. Pero esto generaba unas obligaciones.
Repasando los padrones del XVII y XVIII comprobamos el empuje del comercio en la zona.
Entre sus vecinos figuraban: boticarios, alpargateros, zapateros, roperos, sastres, sombrereros, confiteros, horneros, correheros….
Para estos comerciantes, artesanos y arrendadores, el aseo urbano era vital. Por ello se preocupaban de mantenerlo con o sin ayuda del Consell.
Ojeda Nieto deja constancia de cómo, en 1527, un empedrador castellano llamado Miguel de Padilla adecentó lo carrer de la Fira fins la Porta Nova y otras calles próximas.
Y de cómo en 1600, los propios vecinos repusieron y arreglaron el empedrado desde la iglesia de Santa Lucía hasta la Porta Nova «a tanto por alma so pena del doble».
En este reparto de gastos entre los vecinos, al que no pagaba por las buenas, se le aplicaba el doble.
Pero este esfuerzo era inútil si no se arreglaba también un modesto callejón enclavado en la sierra.
Era necesario acondicionarlo para que soportase las aguas pluviales sin llenar de barro y piedras la calle principal.
Era el llamado callejón empedrado o del Barranco de la Caridad, situado en el lateral del Hospital de la Caridad.
La que hoy conocemos como calle de Bellot, en el siglo XVIII estaba dividida en dos partes: la calle o callejón de Bellot y el callejón empedrado.
Volviendo a lo escrito por Gisbert: «Recuerda al mejor de nuestros cronistas, el rector de Catral mosén Pedro Bellot».
Ya hemos hablado del este fantástico cronista, autor de los «Anales de Orihuela».
En 1622, siendo rector de la iglesia de Catral, le encargaron rastrear los archivos para escribir la historia de Orihuela.
Era lógico que tuviese una calle, como la tiene en Catral.
Pero Gisbert estaba equivocado; la titulación de esta calle es anterior. Como podéis comprobar, a comienzos del siglo XVII ya figura como «carrer de Joan Bellot», no de Pedro Bellot.
Hace referencia a otro vecino llamado Juan Bellot, quizá un antepasado del cronista.
Aún tuvo otro título efímero en el siglo XVIII. En algunos protocolos aparece como calle «de les Viudes».
Hace referencia a Juan Francisco Viudes, regidor municipal que figura en el padrón de 1730, anotado junto otro vecino apellidado Bellot.
Frente a la de Bellot tenemos la «travesa del carrer de la Merced en Blanch». Un tortuoso y estrecho callejón que fue alineado y urbanizado en 1855, recibiendo por ello el nombre de Calle Nueva.
Seis años después, la escrupulosa Comisión del Nomenclator, decidió que, «por ser calle Nueva un nombre genérico que nada decía, se nombrase como calle Nueva de la Merced para evitar que en lo sucesivo se confundiese con otras nuevas calles».
Comunica con la antigua plaza de la Merced, donde comenzaremos nuestro próximo capítulo.
Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba).
Os dejo también un programa emitido en Radio Orihuela SER en 2014.