«De Tudmir a Oriola». Serie de programa emitidos por Radio Orihuela Ser. Guion, locución y efectos: Antonio José Mazón Albarracín. Presentación y montaje: Alfonso Herrero López.
De Tudmir a Oriola XXII.
Seguimos en este viaje que nos está llevando desde el siglo VIII al XIII, de Teodomiro a Jaime I el Conquistador. O quizá un poco más lejos, hasta el reinado de su nieto, Jaime II, el artífice de nuestro paso a la Corona de Aragón.
Este hecho devolvió a Oriola/Orihuela parte del protagonismo perdido en favor de Murcia. Ser la frontera de Aragón fue durante muchos años nuestra seña de identidad y así lo reflejan los escudos que pueblan nuestras más antiguas iglesias.
Es por eso que también estamos hablando un poco de la historia del reino como parte de nuestra propia historia.
Llevamos ya relatados más de cuatrocientos años y vamos a dedicar esta entrega a refrescar la memoria.
Dejamos nuestro relato en el último cuarto del siglo XII, en la Hispania de los Almohades y los cinco reinos cristianos.
A pesar de la amenaza africana, Aragón, Castilla, León, Navarra y Portugal siguen manteniendo frecuentes disputas territoriales en casi todas sus fronteras.
En la Mursya musulmana a la que pertenece Uryula, Ben Mardanis, el famoso rey Lobo, ha muerto y sus familiares han abrazado por fin la causa almohade.
Tras la experiencia almorávide, su aceptación por los musulmanes de la península ha sido lenta, especialmente en nuestro territorio, que ha resistido casi un cuarto de siglo pactando con los cristianos. Pero por fin han completado la unificación de Al-Ándalus.
Desaparecido el Rey Lobo, la pacifica transición ha consolidado el esplendor que inició este singular personaje en el levante o Sark Al-Ándalus. Pero la región no deja de ser la periferia de sus dominios peninsulares, cuyo centro de gravedad está situado en Sevilla.
Mursya es una provincia fronteriza y conflictiva dentro del inmenso imperio almohade, por lo que han preferido mantener las estructuras de poder delegando en las élites locales que, una vez sometidas, continúan en sus cargos facilitando el control territorial en nombre de los africanos.
El segundo califa almohade ha dividido Al-Ándalus en cuatro gobernaciones con Sevilla, Córdoba, Granada y Murcia como capitales. Así pues, Medina Mursya mantiene el protagonismo y la provincia sigue en una etapa de crecimiento económico basado en la agricultura y el comercio.
La población local continúa percibiendo a los almohades como invasores, hecho del que los africanos son plenamente conscientes. Pero también saben que, sin su fuerza militar, los musulmanes hispanos serían pasto de los cristianos.
Por este motivo basan su estrategia en la guerra santa, mostrándose como protectores de la fe y única respuesta posible a los poderosos ejércitos de los cinco reinos.
Pero los almohades o unitarios han traído también una revolución política, artística y tecnológica, cuyo principal impulsor es el citado califa, llamado Abu Yakub Yusuf, educado en Sevilla y conocido como Yusuf I.
Bajo su mandato se construyen nuevas fortalezas más seguras que permiten el desarrollo de las ciudades; levantan nuevas mezquitas y promueven la cultura islámica.
La arquitectura y decoración almohade imprimen un estilo propio que se extiende a otros campos como la escritura y la numismática.
En Uryula/Orihuela se siguen perfeccionando los sistemas de regadío, creando acequias y norias para abastecer de agua a las nuevas alquerías o núcleos rurales en torno la madina; cuyas murallas son ampliadas y reforzadas con edificaciones como la torre de Embergoñes.
En esta prosperidad, la población se ha multiplicado y está ocupando la otra orilla del río en un nuevo arrabal formado en el camino de Cartagena; el futuro barrio de San Agustín.
En nuestra población se instalan familias influyentes que quieren vivir cerca de Medina Mursya. Pero no deja de ser una ciudad secundaria; eso sí, con uno de los más inexpugnables castillos cuyas seguras mazmorras albergan a los enemigos peligrosos.
En Aragón mientras tanto se ha consolidado el proyecto de Ramiro el Monje que, como recordarán nuestros oyentes, casó a su hija Petronila con Ramón Berenguer IV, el Conde de Barcelona que actuó como príncipe hasta su muerte.
Petronila ha transmitido los derechos de su padre y de su marido a su hijo Alfonso II que es el primer rey de una nueva y poderosa entidad política, la Corona de Aragón.
Nacido en Huesca, su padre lo llamaba Ramón, como los Condes de Barcelona; pero para reinar ha tomado el nombre de Alfonso en honor al Batallador, el más famoso monarca aragonés hasta la fecha.
Ha llegado al trono muy niño; y su tutor por testamento es Enrique II de Inglaterra. Tiene la plena potestad del reino, pero los destinos de la corona están en manos de un consejo de regencia por su minoría de edad.
Este está formado por obispos, nobles y representantes de las ciudades en lo que podría llamarse las primeras cortes de Aragón.
El trono de Castilla lo ocupa otro adolescente de igual nombre, Alfonso VIII; y ambos han decidido acercarse, aliarse.
Estos dos jóvenes monarcas van a firmar varios tratados para recuperar el protagonismo y los territorios que les han esquilmado leoneses y navarros aprovechando la debilidad de sus reinos mientras eran niños.
Ahora, mediante pactos y matrimonios están creando una tupida red de intereses cruzados.
Alfonso de Castilla se ha casado con la hija de Enrique II de Inglaterra, el monarca más poderoso de la época, que domina además el sur y el este de Francia. Así pues, el castellano se ha convertido en cuñado de Ricardo Corazón de León.
Alfonso de Aragón, tutelado también por el monarca inglés, se ha casado en Zaragoza con Sancha, la tía del castellano, formando así un sólido triangulo de poder que amenaza a los otros reinos, especialmente a Navarra, en el punto de mira de castellanos y aragoneses.
En la alianza con Castilla se está fraguando nuestro destino. Gracias al tratado de Cazola, firmado en Soria, los dos Alfonsos se reparten los futuros territorios de conquista.
El de Aragón es armado caballero a los dieciseis años; y toma por fin el complicado control de su herencia. Rey de Aragón, Conde de Barcelona y marqués de la Provenza, varios señores del otro lado de los Pirineos lo han aceptado como soberano; y defenderlos cuesta un gran esfuerzo bélico.
Más preocupado por el norte, se conforma con aspirar a Valencia, territorio que Aragón viene asediando desde la decadencia del Rey Lobo.
La línea entre Calpe, Denia y el castillo de Biar, marcará la frontera entre las zonas de expansión de los dos reinos.
Alfonso de Castilla sale más beneficiado. Aspira a todo lo que hay al sur de esa línea comenzando por el reino de Mursya.
Este pacto lo firman para siempre, en su nombre y en el de sus descendientes, por lo que el futuro de nuestra Uryula quedó ligado a Castilla.
Esta es la situación en el último cuarto del siglo XII. Centuria que culminaremos en la próxima entrega.
De Tudmir a Oriola XXIII.
El medio siglo que transcurrió entre la muerte de Mardanis «rey Lobo» y el alzamiento general contra los almohades, cuya mecha prendió precisamente en Mursya, es un periodo oscuro del que apenas tenemos noticias regionales y mucho menos locales.
Como provincia almohade, los cronistas árabes unieron su historia a la de la península sin concretar detalles. Aun así, podemos afirmar que, perdiendo su independencia política, la región gozó de una relativa paz; lo que no significa que estuviese libre de las algaradas cristianas en las fronteras y de algún levantamiento local.
Que siguió progresando económica y culturalmente lo demuestran los numerosos restos arqueológicos encontrados. También el gran número de sabios, literatos y juristas murcianos de aquella época que aparecen en los repertorios biográficos, un género literario tradicional en el mundo musulmán, que se ocupaba de contar la vida y obra de los personajes más destacados.
Durante el último cuarto del siglo XII los almohades alcanzaron su apogeo político y económico. Abu Yacub Yusuf, conocido como Yusuf I, continuó la tarea emprendida por su padre, el primer califa almohade.
Yusuf era un hombre muy culto. Educado en Sevilla, donde fue gobernador con solo 16 años, el joven príncipe beréber amaba las artes y las letras, rodeándose de literatos, filósofos y hombres de ciencia entre los que destacó especialmente el famoso Averroes.
En 1171 se estableció en su amada Sevilla, donde instaló su cuartel general en la península.
Demostró gran inteligencia política casándose con una hija del «rey Lobo»; y comprando la lealtad de todos sus familiares, a los que permitió desempeñar importantes cargos en los mismos territorios que antes ocupaban.
Así logró una transición pacífica y una fácil integración de la región en el estado almohade.
Tras un éxito relativo en sus campañas por Andalucía consiguió una tregua con los reyes cristianos; y se dedicó a embellecer Sevilla hasta que tuvo que volver a Marrakech para hacer frente a una sublevación.
Fruto de su amor por esta ciudad fue el comienzo de la famosa Giralda, alminar sin parigual en ninguna de las mezquitas de Al Ándalus.
Mientras reprimía a los insurrectos africanos, comenzó a recibir noticias alarmantes de la península. Los reinos cristianos se habían aliado para acosar sus territorios hispanos. Sin pensárselo dos veces, preparó un gran ejército con el que desembarcó en Algeciras.
En Sevilla se le unieron las tropas peninsulares, entre las que había contingentes reclutados en Mursya; parte de los cuales salieron de Uryula. Desde allí se dirigió al corazón de Portugal poniendo sitio a la estratégica plaza de Santarem.
En una de las crónicas quedo reflejado un dato curioso: durante el asedio, tropas murcianas hicieron una incursión para alimentar a las mulas y fueron atacados por los cristianos, perdiendo las cincuenta acémilas.
Apoyados por tropas de León, los portugueses resistieron; y en el desordenado repliegue, el califa fue gravemente herido falleciendo poco después.
Su muerte se mantuvo en secreto hasta que volvieron Sevilla; donde su hijo fue proclamado sucesor en el año 1184.
Mientras tanto en Aragón, como ya contamos en el capítulo anterior, Alfonso II heredó todos los derechos de su padre y de los antepasados de su madre; derechos reconocidos al fin por Roma.
De esta forma, quedaba enterrado definitivamente el complejo testamento del Batallador a favor de las órdenes militares. Unidos por la corona, Aragón y los condados catalanes fueron eliminando sus fronteras interiores a la vez que acentuaban sus diferentes personalidades.
La frontera del reino había bajado en dirección a Castellón y Teruel. Esta última plaza, fundada y fuertemente fortificada por Alfonso II se convirtió en su punta de lanza y se fue poblando rápidamente gracias a un fuero especial muy ventajoso.
Siguiendo los dictados del Papa, León, Castilla y Aragón pactaron para hacer frente a los Almohades, atacando simultáneamente en todos los frentes.
Fruto de esta alianza fue la importante conquista de Cuenca en 1177 por parte de Castilla, un enclave estratégico muy reforzado por los almohades, que fue sitiado y atacado con catapultas.
El propio rey de Aragón participó personalmente en esta campaña exhibiendo por primera vez las barras de Aragón. La Crónica de San Juan de la Peña lo refiere así «mudó las armas y señales de Aragón y prendió bastones».
Hasta su reinado no hay constancia de los signos o emblemas que los reyes de Aragón utilizaban en el campo de batalla, aunque es lógico que fuese la enseña de Cristo, una simple cruz. Esas barras rojas y amarillas se nombran en heráldica como palos de gules iguales entre sí, sobre campo de oro.
¿Quién fue el primero que las usó?
La referencia más antigua son unos sellos de Ramón Berenguer IV, cuando ya era Príncipe de Aragón y conde de Barcelona. Lo que está claro, es que esas barras no representaban a ningún territorio, eran sólo el distintivo de una familia; en este caso la Casa Real aragonesa.
Fue mucho después cuando quedó escrito: «No pienso que galera, bajel o barco alguno intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco creo que pez alguno pueda surcar las aguas marinas si no lleva en su cola un escudo con la enseña del rey de Aragón».
El prestigio de esas barras lo ganaron aragoneses, catalanes, mallorquines, valencianos…
La historia y la cultura son los elementos que forman la identidad de un pueblo. Por lo tanto, son un símbolo que pertenece a todos lo que una vez formamos parte de la Corona de Aragón, por mucho que se empeñen los catalanes en inventar fantásticas leyendas para apropiárselas.
Alfonso fue un gran aficionado a leer y escribir poesía, especialmente de cortejo, lo que le valió el apodo de «el trovador»; calificativo que no guarda mucha relación con otro que le otorgaron siglos después por no haber dejado hijos bastardos: «el casto».
Consolidó la presencia aragonesa en Occitania como actor principal y aliado del rey de Inglaterra. Retiró su vasallaje al emperador apoyando al Papa. Trató sin éxito de recuperar Navarra y participó en la lucha contra los almohades.
Falleció en Perpiñán en el año 1196, dejando tres varones y tres hembras.
El tercer califa almohade Abu Yusuf Yaqub, conocido como Yusuf II, subió al trono tras la muerte de su padre y demostró grandes dotes para la guerra, tanto en África, contra una rama de los Almorávides que había sobrevivido en las Baleares, como en la península, batallando contra los reinos cristianos.
Logró conjurar las amenazas con brillantes y efímeros triunfos militares, adoptando el sobrenombre de Al-Mansur, el victorioso.
Continuó la obra constructiva de su padre, culminando por ejemplo la Giralda. Pero tuvo que bregar con los fundamentalistas religiosos que veían una amenaza en las ideas filosóficas.
Presionado por los teólogos, optó por deshacerse de ellos y sus escritos ardieron en las plazas públicas. Entre ellos estaba Averroes, quien fue desterrado y sus obras quedaron prohibidas.
Pactó treguas con Castilla, con León y Portugal; pero esas treguas siempre eran el preludio de nuevas guerras.
En 1195 volvió a la península para enfrentarse con Alfonso VIII de Castilla, al que derrotó en la famosa batalla de Alarcos, al norte de Córdoba.
El califa entró triunfal en Sevilla, donde celebró su victoria. Con esta hazaña consiguió un gran prestigio que dio esperanzas a los musulmanes hispanos.
Por el contrario, la derrota de Alarcos supuso un duro golpe para los reinos cristianos cuyas fronteras volvieron a las riberas del Tajo.
Pero de aquella larga campaña andalusí regresó enfermo a Marraquech. Desde allí volvió a llamar a Averroes, revocando su condena.
El famoso médico y filósofo falleció en la corte a finales de 1198. Yusuf II poco después, en 1199. Su muerte dio comienzo a la irremediable decadencia del imperio almohade.
Y así terminamos el siglo XII.
De Tudmir a Oriola XXIV.
El primer cuarto del siglo XIII trajo la decadencia del imperio almohade. Sin embargo, la centuria no pudo comenzar más favorable para los africanos, con Al-Ándalus unificado, y un califa fortalecido por las victorias al otro lado del estrecho.
De Uryula seguimos sin datos. De la región, solo la participación de contingentes murcianos en las batallas y los cada vez más frecuentes cambios en su gobierno.
Aquellos dirigentes locales heredados del rey Lobo fueron sustituidos por los saydes o señores almohades, familiares del califa que formaban el armazón del imperio.
Pero también, el vivero de futuros alzamientos y luchas dinásticas. La primera traición documentada en Mursya fue todavía en vida de Yusuf II, a finales del siglo XII.
Aprovechando su regreso a Marruecos para luchar contra los almorávides, uno de sus hermanos que era gobernador de Mursya, corrupto y ladrón según las crónicas, intentó rebelarse con ayuda de su tío.
Y cuando las autoridades religiosas se opusieron a sus propósitos, asesinó al anciano cadí murciano propinándole un fuerte golpe en el pecho con la empuñadura de su espada.
Aquello no pasó de una intentona; pero cuando las noticias llegaron al Califa, fueron apresados, juzgados y ejecutados en Marruecos.
Abu Abdálá Muhammad Al Nasir, cuarto califa Almohade, sucedió a su padre con solo diecisiete años, quedando para las crónicas cristianas como el Miramamolín, versión romance de su título: Amir al Muminín, el príncipe de los creyentes.
La victoria de su padre en la batalla de Alarcos marcó el devenir de Al-Ándalus durante varios años con la temible potencia militar castellana desarbolada. A diferencia de los almohades que disponían de un inmenso vivero de hombres en África, Castilla reclutaba las mesnadas en sus territorios, por lo que necesitó una nueva generación de hombres para recuperar su esplendor militar.
El frente común contra el sarraceno se había roto y el califa pactaba treguas individuales con los diferentes reinos. Las viejas disputas territoriales volvieron. Acercamientos, alianzas, rupturas….
Pedro II de Aragón renovó sus pactos con Castilla, y juntos golpearon a Navarra. En aquella campaña, los castellanos le arrebataron el actual país vasco, abriéndose paso al Cantábrico. Cada rey buscaba su espacio a costa del reino vecino, todos contra todos.
Los almohades no avanzaron más en la península. Relajaron sus costumbres; abandonaron la Guerra Santa, y se conformaron con hostigar las fronteras, arrasando la repoblación emprendida años antes por los cristianos.
Fuera de estas cabalgadas y saqueos puntuales, su actividad bélica se concentró en África, donde obtuvieron varias victorias contra los descendientes almorávides, a los que arrebataron las Baleares.
El cambio de siglo trajo también un nuevo papa inusualmente joven. Inocencio III buscó a toda costa la unión de fuerzas bajo el emblema de la cruz.
Las coronas cristianas debían buscar acuerdos; pero la principal herramienta para sellar pactos topaba con el cercano parentesco y las consiguientes nulidades matrimoniales, cuyo ejemplo más claro era el de Alfonso de León.
Casado con la hija del rey de Castilla, los demás monarcas denunciaron el enlace entre parientes; y de aquel matrimonio, declarado nulo por Roma, nació un santo que unificó Castilla y León con el nombre de Fernando III, principal protagonista de las futuras conquistas cristianas.
Pero no adelantemos acontecimientos. Pedro II heredó el reino de Aragón y el condado de Barcelona; pero por deseo de su padre, la Provenza quedó en manos de su hermano Alfonso.
De elevada estatura y arrogante presencia, fue señor feudal de buena parte del sur de Francia y pronto aumentó sus territorios al casarse con María, la única hija del señor de Montpellier. Ambos esposos se odiaban, pero de este matrimonio nació el futuro Jaime I el Conquistador.
Las cuestiones del otro lado de los Pirineos monopolizaron buena parte de su reinado. Pedro II fue el primer rey aragonés coronado en Roma, el mismo año de su boda; de hecho, fue su esposa quien pago el viaje para que el propio Papa le impusiese la corona.
De esta forma se declaraba vasallo de San Pedro; lo que le valió el apodo de «El católico».
Durante estos primeros años reafirmo la amistad con Castilla, acometiendo juntos la campaña contra Navarra y fijando definitivamente las fronteras entre ambos reinos.
Pronto se vio involucrado en un largo período de hostilidades que estallaron a comienzos de siglo con la herejía de los cátaros; y sus compromisos señoriales tras los Pirineos le obligaron a enfrentarse al mismo Papa que le había coronado.
En 1208 se inició la cruzada contra la secta de los puros y Pedro acudió en ayuda de sus vasallos, solucionando la situación de manera diplomática; pero sólo temporalmente.
En aquellos territorios del sur de Francia se libraban demasiados conflictos que no tenemos tiempo de explicar aquí. Dos años después, desde las islas Baleares, una flota almohade saqueó duramente las costas catalanas, provocando la reacción de Pedro II.
El monarca aragonés reclutó un poderoso ejército a base de préstamos y atacó el territorio valenciano. En la campaña se hizo con Ademuz y otras plazas.
Pero el agravamiento de los acontecimientos al otro lado de los Pirineos le impidió continuar sus conquistas en el Levante.
En enero de 1211 asistió a la conferencia de Narbona para tratar de conciliar a los condes occitanos con la Santa Sede.
Allí fue donde Simón de Montfort, noble francés que lideraba la cruzada contra los cátaros le propuso casar a su hija con el príncipe de Aragón. Este matrimonio no llegó a celebrarse, pero el futuro Jaime I, todavía muy niño, quedó en poder de Montfort como rehén.
Pedro regresó a Aragón y en pocos meses su ejército comenzó a prepararse para ayudar a Castilla en otra Cruzada, contra el Miramamolín.
Castilla se había recuperado militarmente y mantenía tregua con los almohades. Pero sus obispos, por orden de Roma incitaron a la población a atacar al moro.
Huestes de las ciudades castellanas comenzaron a presionar en las fronteras. Su rey estaba por la labor, pero romper la tregua era arriesgarse a que sus vecinos aprovechasen la ocasión para apuñalarle por la espalda.
Había una solución: ofrecerse al Papa para liderar una cruzada en Hispania; de esta forma ningún cristiano podría atacarle sin ser excomulgado.
Así, protegida su retaguardia por Roma, Castilla se lanzó contra los almohades. El airado califa cruzó el estrecho con un inmenso ejército dispuesto a dar otra lección a los infieles.
Concentró sus fuerzas en Sevilla y desde allí asestó un golpe certero en el Castillo de Salvatierra, el camino hacia el norte, una plaza estratégica defendida por la orden de Santiago.
La noticia corrió por Europa: el más poderoso soberano del Islam amenazaba a toda la cristiandad. Por fin el Papa proclamó la cruzada hispana.
Miles de combatientes atravesaron los Pirineos: francos, alemanes, italianos…….
El pontífice ofrecía la remisión de sus pecados por combatir a los enemigos de la fe.
El futuro de la cristiandad parecía decidirse cerca de Sierra Morena, en 1212.