Voluntad. 15 abril 1930. Núm. 3: Por doquier se ven carteles anunciadores de fiestas de Semana Santa, en estos días que preceden a la conmemoración de los Divinos Misterios. Carteles de Cartagena, de Murcia, de Lorca… pero ninguno de Orihuela.
¡Es muy lamentable nuestra apatía! Hoy día, las procesiones de Orihuela no desmerecen en nada a las de las más famosas que se celebran en algunas poblaciones.
… Urge propagar y divulgar nuestras procesiones en años sucesivos; hace falta una propaganda intensa y bien orientada por medio de anuncios y folletos ilustrados. Tomás Martínez Canales.
Apuntes de la Semana Santa oriolana en los turbulentos años treinta.
En la segunda mitad de los años veinte las celebraciones de la Semana Santa en España vivieron una época gloriosa con un notorio resurgimiento de las procesiones.
Al abrigo de la Dictadura de Primo de Rivera se reorganizaron antiguas cofradías y nacieron otras nuevas; se ampliaron los recursos económicos que destinaban los ayuntamientos y se incrementó el número de participantes.
Hasta la Semana Santa oriolana de 1930 continuaron las mejoras como las del paso de «El Descendimiento», que se presentó con una artística iluminación eléctrica y un derroche de flores naturales.
También se estrenaron tapices cubrecarrozas bordados por las mayordomas de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores. Y la nueva Cofradía del Perdón volvió a despertar la admiración con su paso llamado «La Caída», dotado de un magnífico trono de plata.
La V.O.T. y la Cofradía del Pilar exhibieron el arreglo de sus pasos; destacando el nuevo trono de Nuestro Padre Jesús, auténtica joya de orfebrería fabricada en el taller de Francisco López en Madrid.
El Lavatorio, en manos de un grupo entusiasta de jóvenes, montó un bonito juego de luces; y al igual que El Prendimiento, exhibió una cuidada ornamentación a base de flores naturales.
La procesión de El Santo Entierro, con «el Cristo Yacente en el sepulcro» y «La Diablesa», brilló bajo el patronazgo del Ayuntamiento.
Aunque no todo fue a mejor; la prensa se quejó amargamente de que la comisión organizadora de la Centuria Romana, capitaneada por Juan Capote Campanario, había prescindido de la Sección de Caballería cuyos costosos uniformes habían adquirido el año anterior.
Como colofón se publicó un número especial de la nueva revista llamada Voluntad; publicación fundada por José Marín «Ramón Sijé» que contaba con las colaboraciones de Miguel Hernández, Julio López Maymón, Luis Almarcha y Abelardo L. Teruel entre otros escritores oriolanos.
Aquel año el único impedimento fue de carácter meteorológico: una tormenta obligó a aplazar la procesión del Domingo de Ramos. Se celebró el lunes a pesar del fuerte viento y de la amenaza de lluvia.
La llegada de la Segunda República representó una violenta sacudida en la mayoría de las tradiciones oriolanas, siempre muy cercanas a la Iglesia.
La Constitución de 1931 limitó las manifestaciones públicas de culto y suprimió las ayudas económicas a las organizaciones religiosas.
La firme actitud revisionista de los nuevos dirigentes colisionó frontalmente con el sentimiento de la mayoría de la población de la añeja ciudad del Segura. Su laicismo declarado provocó el inmediato y violento rechazo del clero y de los partidos tradicionalistas.
Como respuesta, cualquier manifestación religiosa fue considerada poco menos que un acto subversivo.
La Semana Santa de 1931 tuvo lugar pocos días antes de la proclamación republicana, de ahí que en Orihuela no sufriera alteraciones.
No fue así en Alicante, donde el rumor de que elementos antirreligiosos estaban dispuestos a boicotear los actos, atemorizó a los participantes en la procesión del Santo Entierro.
En un momento dado, el pánico se desató en la capital y la multitud huyó en estampida derribando la imagen del Nazareno que sufrió algunos desperfectos.
En Orihuela, el Domingo de Ramos se suspendieron las obras de restauración de la Catedral para efectuar los oficios tradicionales que comenzaban con la bendición de las palmas.
Con tiempo primaveral se celebraron las procesiones, destacando la afluencia a la del Santo Entierro, costeada por el Ayuntamiento y presidida por las autoridades municipales junto al obispo.
También llamó la atención la espléndida decoración del paso de «El Lavatorio», a cargo del florista Ramón Santiago.
Para intentar comprender el conflicto planteado entre católicos y laicos, hay que tener en cuenta la importancia que tenía la extensa red de organizaciones vinculadas a la Iglesia en la estructura de los partidos conservadores.
Cuando el magistral de la Catedral, José Sanfeliú Giner, comparó la religiosidad oriolana tan sólo con la de algunas regiones del norte, también podría haber aplicado la misma vara de medir a aspectos políticos como el carlismo, con gran implantación local.
Sus seguidores formaron parte de la Real Archicofradía y Mayordomía de Ntra. Sra. del Pilar.
Hay que recordar que en esas fechas el catolicismo era uno de los componentes principales de la Comunión Tradicionalista, fusión entre el Partido Católico Nacional o Integrista y el Partido Católico Tradicionalista realizada en 1932.
En ese año las Juventudes Tradicionalistas fundaron la Real Cofradía de el Lavatorio. Y Juan Villaescusa, jefe de los tradicionalistas oriolanos y candidato monárquico a las elecciones de 1931, fue el primer presidente.
Su sede no podía ser otra que la iglesia de las Salesas, edificio que fundaron los infantes Carlos María Isidro de Borbón (hermano de Fernando VII, cuyo nombre daría lugar al término carlista) y su esposa, la portuguesa Teresa de Braganza.
No es de extrañar pues, que los sectores más extremistas del Ayuntamiento demostrasen su rechazo por cualquier manifestación pública de carácter religioso.
Es el caso del socialista Martínez Jacobo, que aconsejó suspender las procesiones por su carácter político y por los problemas que causaban al tráfico.
Si no se suspendían, al menos exigía que enarenasen las calles para evitar las caídas de las caballerías que resbalaban sobre la cera derramada.
El alcalde Lucas Parra, conciliador, le aseguró que su propósito era autorizar únicamente aquellas que tuviesen carácter tradicional. Y prometió que en lo sucesivo llevaría a las sesiones las solicitudes que se presentasen.
Por su parte Sánchez Moya recomendó enviar un delegado a los actos que se celebrasen en las iglesias para controlar la forma en que se conducían los predicadores.
El 21 de abril de 1932 el concejal Martínez Jacobo rogó al alcalde que impidiera
Los escándalos que repetidos días vienen sucediéndose en la iglesia de Santa Justa, donde se dan vivas al Rey y mueras a la República y donde se inculca a los chicos el desprecio a la autoridad constituida, con lo que se evitará que los socialistas y republicanos tengan que impedir los ataques que se les dirigen.
El alcalde prometió abrir un expediente recabando información; a lo que Martínez Jacobo respondió sugiriendo meter en la cárcel al cura para evitar mayores males.
En este clima beligerante las procesiones de Semana Santa quedaron suspendidas en 1932 y 1933; y si se celebró algún acto fue de carácter claustral.
La victoria de la CEDA en las elecciones de 1933 cambió el panorama político; y con él el ambiente municipal.
Pío XI, había declarado 1934 como año jubilar concediendo una amplia indulgencia en «momentos tan azarosos para la Iglesia».
Quince días antes de la Semana Santa el prelado Javier Irastorza y Loinaz organizó una auténtica demostración de fe con un solemne Vía Crucis en el que desfilaron centenares de tradicionalistas concentrados en la Plaza de Caturla.
Una espectacular marcha que terminó en San Francisco, cuya explanada quedó colapsada por los miles de asistentes. Fue un acto conmemorativo calificado como la más grande manifestación religiosa registrada en la católica Orihuela.
En marzo llegó la Semana Santa; y Orihuela, celosa de sus tradiciones, se dispuso a prepararla con más entusiasmo que nunca tras dos años de prohibición.
La comisión organizadora nombró capitán de la Centuria Romana a Baldomero Galindo y Caballero Cubierto al hijo de la marquesa de Rubalcava, Eduardo Almunia y Roca de Togores.
El domingo día 5 finalizaba la novena en honor al Patrón. Por la mañana, en Santa Justa, se ofició una misa de comunión general a cargo del obispo repartiendo miles de comuniones y la bendición papal.
Por la tarde se devolvió al Patrono de la ciudad en una multitudinaria procesión que desbordó todas las previsiones de la organización.
Los oriolanos estaban listos para ofrecer una grandiosa puesta en escena; la Centuria Romana estaba preparada y las Juventudes Tradicionalistas se entrenaban para llevar marcialmente «El Lavatorio» con un centenar de alumbrantes.
Los dieciséis pasos fueron decorados sin escatimar gastos.
Cuando por fin llegó el Domingo de Ramos, la procesión quedó aplazada por culpa de un inoportuno diluvio.
El lunes, acompañadas por la banda de música de Benejúzar, se lucieron las mantillas de la Cofradía de la Virgen de los Dolores gozando de buen tiempo. Pero sólo fue un respiro; a pesar del esfuerzo invertido la lluvia arruinó el resto de las procesiones.
El Ayuntamiento, enfrascado en la preparación de las fallas, se desmarcó del «Santo Entierro», que se celebraba viernes a las 5 de la tarde, haciéndose cargo de su organización la nueva Cofradía del Santo Sepulcro formada por los más destacados elementos de derechas.
Cuando llegaron a la Beneficencia en busca de la Cruz de los Labradores, singular grupo escultórico de Nicolás de Bussy alojado tradicionalmente en el Loreto, observaron con asombro que las figuras conocidas como «la muerte y la diablesa», habían sufrido graves daños.
El día 14 de abril de 1935, cuarto aniversario de la República, coincidió con el Domingo de Ramos.
La izquierda estaba indignada por las dificultades que tenía para reunirse, mientras los clericales cantaban «La Pasión» todas las noches «con la libertad y desenvoltura de huestes victoriosas en país conquistado».
Y es que las nuevas autoridades emanadas de las elecciones de 1933 permitieron celebrar de nuevo la Semana Santa con toda libertad.
Transcribo parte del discurso del gobernador Vázquez Limón en los micrófonos de Radio Elche.
Estos festejos religiosos, de tan rancia tradición en nuestra patria, tienen para mí, sino la emoción de los que son creyentes, si en cambio, el profundo respeto que a cuantos nos preciamos de liberales, deben merecer las creencias ajenas.
No creo que nadie pueda sentirse perjudicado en sus principios, ni en sus intereses, ni en ningún orden de cosas: porque hayan unas personas que quieran exteriorizar sus sentimientos mediante las procesiones que estos días se celebran.
Por eso, sería absurdo cohibir esas manifestaciones ingenuas de una religión, para provocar una reacción sentimental de quienes se sentirían entonces injustamente agraviados. Aprendamos todos a ser transigentes y demos el ejemplo los republicanos de buena fe.
Aquella tarde un grupo de republicanos alicantinos que regresaba de presenciar el partido de fútbol Murcia-Celta, al llegar a Orihuela, encontraron el tráfico interrumpido por la procesión que ocupaba las calles de paso obligado; vías que formaban parte de la carretera nacional.
Cuando la caravana superó los cincuenta vehículos y la media hora de espera comenzaron a sonar las bocinas.
Acudió la Guardia Urbana increpando a los conductores, pidiendo la documentación y formulando denuncias. Amenazaban con detener a los más airados que no comprendían que eso pudiera pasar en un país laico y democrático justo en el día de la República.
Pero la mayoría de los oriolanos estaban muy ocupados con la Semana Santa para acordarse de ningún otro aniversario.
La Centuria Romana y todas las cofradías se afanaron en los preparativos. El Perdón y El Lavatorio, adornaron sus pasos con suntuosa iluminación eléctrica. Y la sección de las Juventudes Tradicionalistas estrenó portacirios, artefactos eléctricos fabricados en Valencia que incluían la flor de lis y una artística cruz de Santiago.
En este uso político de las fiestas la Semana Santa se convirtió en el marco idóneo para demostrar al pueblo el cambio sufrido en el Ayuntamiento.
La estrecha unión que los tradicionalistas consideraban entre religión y política acabó empapando las fiestas de contenido ideológico.
Cofradías, políticos conservadores y clero mantuvieron una relación estrecha haciendo de la Semana Santa un magnífico escaparate de su nueva lucha en defensa de las costumbres que habían puesto en peligro los gobernantes de izquierda.
La Semana Santa vivió un complicado periodo durante la Segunda República.
Para los conservadores las procesiones eran un elemento fundamental que reforzaba su ideología indiscutiblemente católica. Para los partidos de izquierda, la Semana Santa era cosa de las derechas.
Lo cierto es que los elementos más derechistas eran quienes protagonizaban estas celebraciones. La mayor parte de las cofradías, estaban encabezadas por personajes acomodados de la sociedad oriolana y las procesiones constituyeron un magnífico escenario para que las nuevas autoridades se exhibieran.
Al frente de la Cofradía del Pilar estaban los tradicionalistas Alejandro Roca de Togores y Juan Villaescusa Ballester.
La de El Santo Sepulcro la componían: Eusebio Escolano, Luis Almarcha, Emilio Salar Ruiz, Indalecio Cassinello y Antonio Balaguer.
Hasta los Caballeros Portaestandarte fueron claros elementos de la derecha: en 1930, Eusebio Escolano Gonzalvo, médico; en 1931, Alfonso Pardo y Manuel de Villena, marqués de Rafal; en 1934, Eduardo Almunia y Roca de Togores; en 1935, José María Quiles y Sanz, notario.
El tenso clima sociopolítico de 1936 impidió llevar a cabo la Semana Santa en Orihuela.
Pese a las adversas circunstancias, las cofradías habían pedido la preceptiva autorización al ministro de Gobernación para celebrar las procesiones.
La respuesta a esta solicitud se produjo en un comunicado del gobernador fechado el 12 de marzo, donde el ministro autorizaba la celebración, si bien no aseguraba el mantenimiento del orden público durante el transcurso de la misma.
No hubo procesiones en la Semana Santa oriolana de 1936. Manuel Penalva Fons, hermano ministro de la V.O.T., envió la correspondiente solicitud para «sacar las tradicionales procesiones del miércoles santo en la tarde y el viernes santo en la madrugada, a las horas y por los itinerarios de costumbre».
La Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores solicitó también la autorización.
Sabemos que la Cofradía del Perdón pidió permiso para celebrar una junta directiva el Miércoles Santo en la iglesia de San Gregorio.
Todo fue inútil. En aquellas complicadas fechas estaba prohibida todo tipo de manifestación pública y el Ayuntamiento no se molestó en nombrar Caballero Cubierto Portaestandarte; ni tampoco la recién nacida Cofradía del Santo Sepulcro.
Sirvan estas notas para reflejar el clima de hostilidad en el que se desarrolló la Semana Santa durante la Segunda República. Los años treinta fueron convulsos para las cofradías.
El ambiente hostil y las tensiones políticas convirtieron las procesiones en un símbolo contra el anticlericalismo; y por extensión contra las nuevas corrientes políticas que la Iglesia había repudiado.
Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba). Publicado en la revista Oleza. 2011.