Enamorado de la vida madrileña, y perdido en su torbellino, fui aplazando indefinidamente unas oposiciones a cátedra, cuyo triunfo significaba mi destierro de la corte. Pasaron veloces los años. Murió mi padre, se deshizo mi familia y quise crearme otra…
Justo García Soriano. «Noticia crítica y autobiográfica».
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Año 1909.
La Huerta. Número 491 – 5 de enero de 1909: Hemos, antes de nada, de felicitar a nuestros lectores y desear que el presente año de 1909 sea para ellos el colmo de la prosperidad y suerte. Un año más surge ante nosotros envuelto en el velo misterioso de incierto porvenir; ¿Quién sabe lo que nos traerá de bueno o de malo?…
Para «La Huerta», antigua fuente de ingresos de nuestro biografiado, fue malo. Agonizó los dos primeros meses convertido en semanario, y desapareció para siempre. Su fundador, José Escudero Bernicola, pasó a dirigir el diario alicantino «El Progreso».
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Empezamos un año muy pobre en documentación. En el apartado de correspondencia sólo una carta de amor; en el de prensa un larguísimo artículo… Y poco más.
En la entrega anterior dejamos a Justo padeciendo «una larga enfermedad que le obligó, durante mes y medio, a suspender y abandonar toda clase de trabajos mentales». Una vez recuperado, publicó en «La Iberia» otra carta abierta destinada a Peñaranda y titulada «Resucitemos el «affaire» … Para terminar»
Dividida en 25 entregas, se mantuvo durante más de un mes estirando el tema en exceso. Ante la ausencia de otro material, voy a transcribir generosos fragmentos del «affaire» entre Justo y Peñaranda; eliminando lo más infumable.
Pienso que puede servir para profundizar en el pensamiento científico y el sentimiento religioso de Justo; como siempre, un tipo moderno y bastante avanzado para la época.
El criterio de selección y eliminación de los textos es mío; pero siempre tenéis a vuestra disposición la totalidad de los artículos en la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.
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La iberia. Número 473 – 27 de enero de 1909: Hoy comenzamos a publicar un extenso e interesante trabajo debido a la brillante pluma de nuestro ilustrado colaborador y querido compañero D. Justo García Soriano. Resucitemos el «affaire» … Para terminar. 1. Introito y «memorándum».
Tal vez recordarán los memoriosos y asiduos lectores de LA IBERIA un artículo mío al que, bajo el epígrafe de «Carta abierta», este imparcial y hospitalario periódico dio cabida con hidalga generosidad en las columnas de sus números correspondientes a los días 12 y 13 de Noviembre próximo pasado.
Era mi pobre trabajo una modesta ofrenda de sincero agradecimiento, tributada por mí con entusiástica y efusiva espontaneidad, a un sujeto que ha publicado en La Huerta sus primeros pinitos y escarceos literarios bajo el pseudónimo de P. de Peñaranda, y el cual me había dedicado una poesía, con toda la «santa intención» de que son capaces ciertas candorosas y beatíficas gentes.
Estaba inspirado mi artículo, a pesar de esto, en nobles sentimientos de ingenua gratitud, en la alteza de miras y en la franca expresividad que pongo yo en todos mis escritos. Por lo demás, ahora reconozco (al recordar la moraleja de la fábula de Iriarte «El naturalista y las lagartijas») y sin rebozo confieso, que al escribirlo cometí dos graves yerros, dos enormes pecados de los que tengo que arrepentirme muy de veras:
1° Mi excesiva benevolencia en tributar indebidamente sinceros elogios a Peñaranda; y 2° el inmejorable propósito que me movió a tomarme el inútil y desestimado trabajo de hacer, con juicio no menos sincero, a este individuo algunas ligeras observaciones sobre la composición poética que dedicarme le plugo. Todo ello sin dejar ni un solo instante de emplear la forma correcta y la exquisita cortesía a que me obliga mi buena educación, de la que he procurado hacer gala en todas las ocasiones (1*).
1* (—«¡Oh agradable desencanto! Allí donde creí encontrar fulminaciones terribles…—confiesa Peñaranda—sólo hallé palabras cariñosas de gratitud inextinta, etc». ¿Por qué esperaba o creía encontrar allí tales fulminaciones? ¿Qué motivos tenía para formar estos perjuicios denigrantes, esta ofensiva prevención contra la buena crianza de un «respetable y distinguido amigo» a quien hubo de juzgar digno de dedicarle unos versos?¿No revela esto evidentemente la verdadera intención de Peñaranda?).
Más estas imperdonables faltas mías no quedaron impunes; sino que Peñaranda las dio su merecido muy cumplidamente. La Huerta, que se había negado a publicar mi artículo, apresurose en cambio, de muy buena gana a insertar en sus columnas otra «Carta abierta», réplica biliosa con que el petulante escritorzuelo pagaba amostazado mi bonachona y culpable flaqueza de no haber yo rechazado con un despectivo silencio, la subterránea y solapada poesía que me dedicó.
Enojo y despecho injustificados inspiraron la respuesta de Peñaranda; y era, por ende, una salida de tono chocarrera, pretenciosa, saturada de reticencias ofensivas y de encubiertos alfilerazos; por lo que al leerla no pude evitar una prolongada sonrisa, conmiserativa e indulgente. Fue mi primer impulso desoír piadosamente, desdeñar la destemplada epístola de este terrible impugnador con que me he topado de manos a boca, pues el silencio es la mejor respuesta para ciertos escritos, a los que prestarles atención es hacerles un favor y darles una importancia que no merecen por ningún respecto.
Sin embargo, las instancias de algunos amigos torcieron mi resolución y decidí descender hasta el terreno de la disputa a que se me provocaba. En esto, una larga enfermedad que me ha obligado durante mes y medio a suspender y abandonar toda clase de trabajos mentales, me impidió que pusiera en práctica inmediatamente mi nuevo propósito. Hoy, ya restablecido de mi dolencia, he de cumplir lo que para mí es un serio compromiso contraído y con este objeto habré de resucitar la vieja y olvidada cuestión, aunque parezca ya perdida la oportunidad.
A causa de la índole de estas enojosas y estériles controversias, este artículo habrá de ser forzosamente mucho más extenso de lo que, tanto los benévolos lectores como el propio articulista, habrán de desear; mas por ello pido indulgencia a todos; dando en prenda mi palabra de honor de no reincidir en estas latas y tediosas disertaciones. JUSTO GARCÍA SORIANO (Continuará).
La iberia. Número 474 – 28 de enero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar II. «Represalias, plagios y otras gollerías». Lo primero que salta a la vista en la chabacana epístola «peñarandesca», es el ridículo purito que muestra su autor (llevado sin duda de su constante afán de plagiarlo todo) de remedar de un modo burdo el suave ironismo que él ha entrevisto en mi «carta abierta». Todas las imitaciones son cursis y revelan impotencia invencible.
La ironía, cuando es discreta y socrática, cuando es un exquisito y refinado aticismo, indica delicadeza, «spirit» y buen gusto; mas cuando es una forzada represalia, degenera en bufonesca mimesis, en soez chocarrería…
La réplica de Peñaranda, más que una justificación, apología o defensa de sus versos (explicable aunque infundada en este caso), es una represalia, una mezquina venganza que quiere vengarse de mi crítica y de las ironías que supone latente en mi artículo. Es el socorrido, pueril y desacreditado: «más eres tú».
La iberia. Número 475 – 29 de enero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar II. «Represalias, plagios y otras gollerías». Seguidamente, y a vuelta de zalemas, protestas, rectificaciones, desplantes y gallardías, acaba por referirnos una anécdota sabrosísima, sólo para darnos a entender (¡modestias aparte!) que él no rechaza mis alabanzas por irónicas o hiperbólicas que sean, ya que es muy contingente y verosímil que encierre dentro de sí un genio en embrión.
¡A la orden, mi general! ¡Pobrecillo; tan joven y ya sin abuela! Yo deploré y sigo deplorando que mi muy querido amigo y colega eligiese para asuntos de la poesía que tuvo la amabilidad y la exquisita deferencia de dedicarme, un tópico muy manoseado. Y el suspicaz y puntilloso Peñaranda, que nada pasa en silencio, que replica a todo larga y minuciosamente, se guarda muy bien de responder a mi afirmación de que su poesía es una fiel imitación de «La tempestad», el famoso fragmento de los «Cantos del Trovador» de Zorrilla…
La iberia. Número 476 – 30 de enero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar III. «El antropomorfismo pagano de Peñaranda y mi religiosidad». De la poesía de Peñaranda se desprende literalmente la afirmación de que «el Hacedor airado se oculta detrás de una nube para arrojar rayos y centellas, para inundar las praderas y la pobre cabaña del infeliz bracero, en llanto y confusión (ripio), para aterrorizar al hombre y para desgajar y hacer temblar al tilo (realmente, todo esto no es más que cuestión de tila)».
Lo mismo hubieran dicho, divinizando las fuerzas naturales, un poeta pagano, cualquier filósofo gentil y todos los idólatras antiguos. Ahora bien; yo censuré este disparatado y absurdo supuesto, este concepto monstruoso de la Divinidad, porque se resiente de paganismo y antropomorfismo, porque es contrario a la razón y, por consecuencia, a la sublime espiritualidad de la religión cristiana. Mas Peñaranda, empleando «er professo» su estrategia poco noble de torcer y tergiversar malévolamente el recto sentido de mis frases, ha tratado de sacar partido de las censuras que dirigí a sus gentílicas expresiones, para tildarme con la nota calumniosa de impío y de ateo.
¿Intenta acaso actuar conmigo de Eurimedón o de Anytos porque sabe que no faltarían 30 tiranos que me condenaran de buena gana a beber la cicuta como a Sócrates? Es ardid que no sirve más que para poner de relieve las torcidas intenciones y las malas artes de quien lo emplea, el tratar insidiosamente de incitar contra uno el fanatismo de los ignorantes…
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La iberia. Número 477 – 1 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar III. «El antropomorfismo pagano de Peñaranda y mi religiosidad». Inocente y pueril me parece el maquiavelismo de Peñaranda liándose por buscar en mí «Carta abierta» pruebas y testimonios de mi impiedad.
¿Habré ahora de entonar el Credo? Si la educación religiosa que me dieron mis padres no me hubiese sido más que suficiente, mis estudios filosóficos me hubieran llevado derechamente a la convicción de la existencia de Dios, de una Causa Primera, cuya idea, más o menos perfecta, está grabada en el alma de todos los hombres.
De ninguna de las afirmaciones, que dejé consignadas en mi ya famoso artículo, se deduce lógicamente mi impiedad ni menos mi ateísmo; sino todo lo contrario: que creo en Dios más que Peñaranda, o por lo menos, que mi concepto de la Divinidad es más puro y elevado y más conforme con la religión cristiana que el suyo; pues yo, a pesar de todas mis «extravagancias» y toda la «ignorancia religiosa» que él me imputa, hubiese sido incapaz de proferir las monstruosidades gentílicas que contienen sus versos, y no hubiera definido nunca a Dios con la censurable inexactitud y con el criterio herético con que lo ha hecho Peñaranda…
La iberia. Número 478 – 3 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar IV. «La ciencia, la fe y la poesía». Peñaranda finge maravillarse de que yo escribiera que «los progresos científicos han sido terribles para la fe y la poesía». Al decir fe, claro está que no me refería a las verdades dogmáticas (las cuales atañen más principalmente a la razón); sino a las groseras y supersticiosas creencias del vulgo y a aquellas otras «tradiciones piadosas» que no afectan a la esencia del Dogma.
La pobre Humanidad ha permanecido sumida, por muchas miríadas de años, en la idiotez salvaje y en el embrutecimiento de la ignorancia. Caminaba, sí (el progreso indefinido es la ley de su desarrollo) pero hasta hace pocos siglos su caminar era tan lento que parecía condenada a una inmovilidad eterna. Incesantemente zozobrada en su marcha imperceptible, recordando a cada paso su origen y su atavismo animal, su bestialidad primitiva.
Sus primeras manifestaciones racionales se cifraron en la admiración estúpida de los agentes físicos que le favorecían o que le perjudicaban; y entonces juzgándolos sobrenaturales, los divinizó y les tributó un culto de idolatría. El hombre no ha hallado un poco de luz, sino después de haber andado mucho tiempo envuelto en las tinieblas.
La experiencia fue poco a poco labrando y fecundando el humano entendimiento; los más observadores, remontándose de los efectos a las causas, comenzaron a explicarse muchos fenómenos, antes indescifrables y misteriosos, y echaron los cimientos, sin imaginarlo ellos mismos, al sólido y admirable edificio de nuestra Ciencia actual.
Todo nuestro caudaloso saber, es la energía acumulada por cuantas generaciones nos han precedido. Esta es la obra maravillosa y meritísima de la Civilización. Ella vence siempre a la postre; mas ¡cuántos obstáculos y rémoras encuentra siempre a su paso! ¡Cuánto cuesta roturar y abrir los cerebros a la luz de la verdad! La ignorancia, las supersticiones, los errores tradicionales, los intereses creados, la pereza estacionaria y la inercia mental de las gentes, dificultan su rápido avance, pero no impiden su marcha triunfal y victoriosa…
La iberia. Número 479 – 4 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar IV. «La ciencia, la fe y la poesía». Copérnico persuadió a los hombres del engaño a que los había inducido una ilusión óptica, por la que creían que el Sol se movía en torno de la Tierra, según aseguraban Ptolomeo y todos los escolásticos. El glorioso astrónomo polonés demostró plenamente la diferencia entre los movimientos verdaderos y los aparentes de los astros, probando que la Tierra giraba sobre su eje y alrededor del Sol.
Esta inconcusa verdad científica que divulgó en sus obras «De motu octavae Spherae» y «De Revolucionibus», le pareció al Papa Julio II una gran impiedad por estar en contradicción con las Escrituras, sobre todo con el célebre pasaje de Josué; y condenó por herético el sistema de Copérnico. El gran Galileo, sirviéndose del telescopio que él inventó, comprobó en todas sus partes la certidumbre de este sistema y lo defendió con gran entusiasmo en su «Diálogo».
Un fraile petulante y envidioso y el jesuita cardenal Bellarmín le denunciaron a la Inquisición como hereje, por defender los principios astronómicos de Copérnico. Entonces, el Papa publicó un decreto el 21 de junio de 1633, conminando a Galileo a abjurar de su sistema y condenándolo a prisión por todo el tiempo que les pluguiera a los Cardenales inquisidores.
El ilustre astrónomo, a los 70 años de edad, atormentado por las persecuciones y el encarcelamiento, enfermo y ya medio ciego, se vio obligado a adjurar de rodillas ante el tribunal de la Inquisición su supuesta herejía para poder escapar de la hoguera con que se le amenazaba. En aquella ocasión fue cuando pronunció «sotto voce» la célebre frase: «E pur si muove»; «a pesar de todo, la Tierra se mueve».
… La posteridad, más sensata, les ha hecho cabal justicia, dándoles la gloria y tributándoles el homenaje que merecen sus genios portentosos, por haber abierto a la ciencia luminosos derroteros desconocidos hasta entonces. Además los ha incluido en la interminable lista de los mártires sacrificados, vejados y perseguidos por el estúpido fanatismo.
La iberia. Número 480 – 5 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar IV. «La ciencia, la fe y la poesía» .…Si los felices inventores del telescopio, del microscopio, de las propiedades del oxígeno, del vapor y de las locomotoras, de la fotografía, del teléfono, del micrófono, de la lámpara eléctrica, del fonógrafo, de los rayos X, del telégrafo sin hilos, del aeroplano y del «radium», respectivamente, hubiesen vivido y hubiesen realizado sus inventos en España durante el siglo XVII, seguramente hubieran sido considerados como brujos y nigromantes; y después de habérseles exorcizado muy bien por endemoniados y posesos, se habría celebrado un solemne auto de fe para achicharrarlos muy católicamente y «ad majorem Dei gloriam», revestidos con sus correspondientes sambenitos, en una plaza de Valladolid, de Madrid o de Sevilla, ante la augusta majestad (majestad y lenguaje se escriben con j ¿estamos?) de los monarcas y todas las comunidades religiosas de la ciudad.
Si el muy reverendo inquisidor general Fr. Tomás de Torquemada hubiera visto por las calles de Madrid correr un automóvil o funcionar un cinematógrafo, ¿qué hubiera pensado, a pesar de todas sus teologías, de estos ingeniosos artefactos y qué hubiese intentado hacer con sus maquinistas para purificarlos y recompensarlos debidamente?
Más, infinitamente más, han hecho en bien de la Humanidad todos estos sabios inventores, a quienes debemos admiración y agradecimiento eternos, que todos los metafísicos y teólogos del mundo, habidos y por haber, que nos han fastidiado y nos fastidiarán soberanamente con sus especulaciones quiméricas, con sus disquisiciones y disputas baladíes, con sus fanáticas intransigencias y con sus cándidas argucias y sutilezas sofísticas.
La iberia. Número 481 – 6 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar IV. «La ciencia, la fe y la poesía». Las vulgaridades científicas que aduje en mi «Carta abierta» le han parecido a Peñaranda «puras extravagancias y palabrería huera». Con esto no hace más que patentizar su ignorancia supina y su crasa incultura en las ciencias físico-naturales. Y luego me pide «argumentos más sólidos y razones más contundentes».
¡Como si en un artículo periodístico por extenso que sea, hubiera suficiente espacio para ello! Mas ya que parece desearlos, los encontrará tan sólidos, tan contundentes y tan copiosos como pueda apetecerlos en las sabias y acreditadas obras que a continuación enumero, cuya lectura recomiendo muy mucho a nuestro pequeño teólogo, pues buena falta le hace.
«Dios en la Naturaleza», de Flammarión; los «Ensayos sobre religión», de Stuart Mill; «El mundo como voluntad» de Schopenhauer; la «Clasificación de las Ciencias», de Agassiz; «Los discursos de la Universidad de Oxford», de Tyndall; «Origen de los géneros y las especies», de Wallace; «Los zapadores de la evolución», de Hulxey; «Historia natural de los animales invertebrados», de Lamark;
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«Origen de las especies» y «Origen del hombre», de Darwin. (Hace muy pocos años se descubrió en unos terrenos terciarios de la isla de Java, unas osamentas fósiles de mamíferos, las cuales, después de estudiadas con gran detención por los más sabios antropólogos, hubo de reconocerse pertenecían a una especie de seres anatómicamente intermediarios entre el mono y el hombre…).
«Historia de la creación» y «Los enigmas del Universo» de Haeckel; «Creación y Evolución», de Spencer; «Ciencia y Naturaleza» y «Fuerza y Materia», de Büchuer; «La Metafísica y la Ciencia», de Vacherot; «La vida de Jesús», de David Strauss; y, sobre todo, los libros recientes «Conflictos entre la Religión y la Ciencia», de Draper, y «Le fracas de Dieu» de F. Recluss.
La iberia. Número 482 – 8 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar IV. «La ciencia, la fe y la poesía». Léalas, léalas con ánimo sereno y frío, con un recto criterio, exento de prejuicios sectarios de prevenciones de Escuela, sin apasionamientos hostiles, sin temores ni animosidades; ninguna de estas obras es atea, pues en todas ellas se admite, se reconoce la existencia de una Suprema Causa, de un eterno principio vital, de una substancia primordial, espíritu motriz o agente animador del Universo.
Son la expresión más feliz y admirable del poderoso esfuerzo de titán y de las conquistas científicas, que en estos últimos siglos ha realizado el entendimiento humano; el cual puede ya vanagloriarse de haber alzado el misterioso velo de Isis y de haber borrado definitivamente la enigmática inscripción del templo de Tebas. En cuanto a la Poesía, es evidente que era más fecundo su cultivo en las edades patriarcales y en aquellos tiempos heroicos, cuando el hombre, ofuscado ante el espectáculo magnífico y entonces incomprensible del Universo, tendía ávidamente y sin freno las alas de su imaginación, aún niña, por las regiones deslumbrantes y mágicas de la Quimera.
… Estos tiempos escépticos y positivistas, del cálculo razonador y del frío análisis, son por desgracia prosaicos, terriblemente prosaicos. La poesía es arte de imaginación sobre todo; y ésta disminuye conforme la razón y la reflexión aumentan.
…Ahora solo son poemas las ecuaciones algebraicas, las leyes físico-matemáticas que determinan el desarrollo de la industria y las operaciones financieras, lucrativas y favorables, que se anotan en el libro mayor. ¡Pobres poetas! Ya no son oráculos, ni favoritos de reyes, ni amantes de rubias princesas, ni nadie cree en sus bellas ficciones, en sus sonorosas ruinas, en sus brillantes imágenes, en sus atrevidas metáforas.
Estas insensibles, egoístas y escépticas gentes de ahora, suelen encogerse de hombros, cuando no sonreírse irónicas y desdeñosas, ante los amenos desatinos y los delirios dulces y embriagadores de los anacrónicos portaliras…
La iberia. Número 483 – 9 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar IV. «La ciencia, la fe y la poesía». ¿Quiere esto decir que haya muerto el arte sagrado de Apolo y de sus hijas las Musas? No. Todo lo bello es inmortal.
Lo que ocurre es que la poesía, como todo, ha sufrido una profunda transformación en su esencia casi. La Ciencia, invasora siempre, ha ido escardando sus frondosidades superfluas y ha restringido sus dominios; pero lo que ha perdido en vaguedades y en extensión, lo ha ganado en lozanía y en intensidad de sentimiento.
V. Un poco de metafísica.— El «vacío infinito». Después, el Sr. Peñaranda, con el único fin de no dejarme por mentiroso seguramente, ya que yo había dicho de él que es «un agudo y sutil filósofo», quiere patentizarlo y, a pretexto de corregirme una aparente contradicción, una supuesta «impropiedad de palabras», se me arranca muy formalito por metafísicas. ¡Ja! ¡ja!— «Metafísico estáis»— Como decía el caballo del Cid a Rocinante por boca del manco inmortal: ¡La metafísica! Bonita ciencia para hacer juegos malabares.
… No obstante, Peñaranda, al escribir versos no sigue el consejo zumbón y humorístico dado por Campoamor a los poetas noveles. —No me olvide usted la metafísica. Sin metafísica no encontrará usted… ni consonantes.
La iberia. Número 484 – 10 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar. V Un poco de metafísica.— El «vacío infinito». La revancha metafísica de Peñaranda ha sido aplastante y triunfal. Con su vista perspicaz y escrutadora de lince aristotélico, ha creído cazarme al vuelo otro lunar de tanto o mayor bulto que su «Hacedor airado» de marras, para que ya no tenga yo que ser menos que él en achaques de lunares.
Sin embargo, Peñaranda, indulgente, dulzarrón y benévolo como los propios ángeles, termina por confesar que la viga que parecía haber en mi ojo, no es tal viga, sino una pequeñísima y casi imperceptible paja.
El Sr. Peñaranda, que sabe muy bien coger el rábano por las hojas cuando le conviene, trata de demostrarme con sus metafísicas trasnochadas, que ningún filósofo debe decir «vacío infinito»; porque es contradictorio, y que «a ninguno se le había pasado por las mientes unir estas dos ideas metafísicas, que se repelen por naturaleza». Peñaranda sólo ha estudiado su «Padre Ceferino», ha leído un poquito de Balmes y del P. Suárez…
…Sólo con el pobre bagaje de estas vagas ideas, Peñaranda ha creído ya penetrar en todos los arcanos metafísicos y abarcar de una simple ojeada todo el largo y accidentado camino, que hasta la hora presente ha recorrido, de derrota en victoria, la Filosofía…
La iberia. Número 486 – 12 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar. V Un poco de metafísica.— El «vacío infinito». Evidentemente que al decir «vacío» me refería al «espacio cósmico», que otros llaman el cielo. Debo aclarar y puntualizar el verdadero, el justo sentido que se desprende de una frase, el que lógicamente le habrá dado el que haya leído mi artículo sin hostilidad, y no con la torcida intención y el perverso afán de buscar en todo la parte más vulnerable, el flanco más expugnable, y de encontrar defectos a todo trance, a fin de poder saciar su apetito torpe y desordenado de venganza.
… Es manifiesto que sólo daba a esas dos palabras una acepción relativa y física; y de ninguna manera el sentido absoluto y metafísico que, tergiversadamente, ha querido atribuirles Peñaranda para darse el caritativo gustazo de sacarme a relucir una supuesta falta y pedir por ello un poco menos que se revoque mi título académico (Doctor en Letras) que tengo conseguido y ganado en muy buena y brillante lid; y que me han otorgado, sancionado y refrendado, muy ilustres y sapientísimos maestros.
De las entregas contenidas en los números 487, 488, 489, 490 y 491, publicadas el 13, 15, 16, 17 y 18 de febrero, completando el encabezamiento «V Un poco de metafísica.— El vacío infinito», no he transcrito nada. Son infumables y están dedicadas en su totalidad a justificar en todos los planos la utilización del término «vacío infinito».
El mismo García Soriano, como broche al capítulo, afirmó: «Me parece que está más que suficientemente aclarada la cuestión. Basta ya de tanta «vaciedad», pues también está resultando «infinita» y me va a faltar «espacio».
La iberia. Número 492– 19 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar. VI El «Hacedor airado». En efecto: Peñaranda se fue por las ramas, como me estaba esperando. Pero el escape de tangente que ha encontrado no puede ser más torpe ni burdo. Según asegura, muy serio él, decir «Hacedor airado» no es proferir una blasfemia, ni es emplear una expresión gentílica, de grotesco y bárbaro antropomorfismo, sino que es «una secuela necesaria, una impedimenta de nuestro modo de ser».
¡Bravo! Será sólo una secuela, una impedimenta del modo de ser de Peñaranda; mas por eso no debe cargar con tan degradante y poco lisonjero mochuelo a los demás seres racionales. ¡Allá él se las componga con sus secuelas e impedimentas!… Porque yo, por mi parte, con mis cortas luces, con toda mi «ignorancia religiosa», con toda mi supuesta impiedad (y conmigo todos los teólogos cristianos), jamás me hubiera atrevido a predicar de Dios la ira, por entender con toda lógica y evidencia que con ello se infiere un grave y grosero ultraje al que es la Suma Bondad…
La iberia. Número 493– 20 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar. VI El «Hacedor airado». Porque decir de un ser espiritual o incorpóreo que tiene «manos», si bien a todas luces una impropiedad absurda y censurable, no guarda ninguna paridad con la contradicción monstruosa e irreverente que implica el atribuir a un Ser infinitamente perfecto una gran imperfección.
Insisto pues en que decir «Hacedor airado» es proferir una blasfemia horrible y un disparate mayúsculo, que debe avergonzar, no sólo a un filósofo y a un teólogo como Peñaranda, sino a cualquier cristiano que tenga sentido común. Mi silogismo, que es en efecto «un descomunal y terrible» argumento «ad hominem», no admite vuelta de hoja y ha colocado a Peñaranda entre la espada y la pared.
He aquí la réplica «dialéctica» (¡es un decir!) que da Peñaranda a mi silogismo: — «Concedo las premisas mayor y menor, y la consecuencia, pero niego el supuesto». El supuesto es: «Peñaranda ha dicho que la furia y el horror de una tempestad son señales de que está el «Hacedor airado».
Negar esto, después de haber concedido la consecuencia de mi silogismo («el Hacedor no puede estar nunca airado»), equivale a negar que él escribiese tal frase o a confesar que no quiso escribir semejante absurdo, aunque cometió el error de escribirlo. Este último es la fija, esto es, donde digo digo, no digo digo sino que digo Diego. ¿Ven ustedes qué argucia tan hábil y qué chico tan listo?… Él llegará, él llegará a… general.
La iberia. Número 494– 24 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar VII. La leyenda del ateísmo y la «filosofía positiva». A continuación nos enjareta Peñaranda cuatro lugares comunes y cuatro vulgaridades ramplonas de librito de texto, para concluir, a lo que parece que todo el maravilloso movimiento filosófico contemporáneo es panteísta y ateo.
Esto es falso de toda falsedad. La insidia malévola, la ñoñería capciosa o la ignorancia supina de algunos sectarios han supuesto ateos a los más ilustres filósofos modernos, únicamente porque no comulgan en sus mismos principios…
… Ninguno de los grandes pensadores del siglo XIX, por avanzados o incrédulos que sean, han negado la existencia de una «Primera Causa», de un poder creador u ordenado, de «la gran X», «el inescrutable X», como llama Spencer a Dios, ante cuya inmensa y misteriosa majestad, que traspasa con su enigma sublime los límites de la finita inteligencia del hombre, han humillado e inclinado, en silencioso respeto, sus gloriosas cabezas todos los genios del racionalismo y del positivismo modernos…
…Voltaire, el gran apóstol de la tolerancia y del racionalismo en el siglo XVIII, consigna en su ya citado «Diccionario filosófico» la hermosa frase siguiente: — «Al conocer mejor la obra admirable del Universo, hemos reconocido al Supremo arquitecto, y sus leyes uniformes y constantes nos han hecho reconocer un supremo legislador».
La iberia. Número 495– 25 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar VII. La leyenda del ateísmo y la «filosofía positiva». Goethe, el excelso poeta, el gran positivista-panteísta, ha hecho la definición más hermosa y elocuente de Dios en la respuesta que Fausto dio a Margarita, cuando ésta le preguntaba asustada: — ¿Tú no crees en Dios?» — «No interpretes mal mis palabras, ángel mío. ¿Quién osaría nombrarlo y decir: creo en Él y lo conozco? ¿Quién se atreverá nunca a exclamar: no creo en Él?
El que todo lo posee, que todo lo contiene, ¿no te contiene a ti y a mí y a él mismo? ¿No ves extenderse sobre nuestras cabezas la bóveda del firmamento, dilatarse aquí abajo la tierra y moverse los astros eternos contemplándonos con amor? ¿No atraen tus ojos a los míos y no afluye entonces toda nuestra vida al cerebro y al corazón? ¿Un misterio eterno, invisible a la vez que visible, no atrae mi corazón hacia el tuyo?
Pues llena tu alma con este misterio, y cuando experimentes la felicidad suprema, pon a tu sentimiento el nombre que quieras, llámale dicha, corazón, amor, Dios. Lo que es yo, no sé cómo llamarlo. El sentimiento lo es todo, los nombres no son sino vano ruido, humo que obscurece la claridad del cielo».
Desde que el criticismo de Kant ha demostrado los límites de la inteligencia humana, imposibilitada para conocer nunca las cosas en sí, no podrá pensar en definir mejor y más humanamente el concepto de Dios.
Ampère, el físico inmortal, dejó consignada en su Diario esta religiosa admonición: —Trabaja en espíritu de oración. Estudia las cosas de este mundo, es el deber de tu estado; pero no las mires sino con un ojo, que el otro esté constantemente fijo en la luz eterna. Escucha a los sabios, pero con una sola oreja; la otra que esté siempre dispuesta a recibir los dulces acentos de tu amigo celeste.
Escribe con una mano; con la otra agárrate al vestido de Dios, como el niño al de su padre; sin esto te romperías la cabeza contra cualquier piedra. Estas palabras hubieran podido firmarlas San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Al místico más exaltado, en uno de sus extásicos arranques, no se le hubiera ocurrido decir más.
La iberia. Número 496– 26 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar VII. La leyenda del ateísmo y la «filosofía positiva» …Darwin, inmortal fundador del sistema científico que lleva su nombre, denominado también transformismo, dice en su famoso libro «El origen de las especies»: «Yo opino que lo que sabemos de las leyes impuestas a la materia por el Creador se armoniza mejor con mi hipótesis que con ninguna otra; ¿No es una verdadera grandeza en esta manera de contemplar la vida con las energías diversas concedidas primitivamente por el Creador a un pequeño número de formas y aun a una sola?» …
Spencer, padre de la moderna filosofía evolucionista, en sus «Principios de Sociología» se expresa así: «Solamente hay una verdad; que vendrá a ser cada vez más luminosa, que existe un Ser inescrutable, manifiesto en todas partes, del cual no podemos concebir el principio ni el fin. En medio de todos los misterios, se levanta una certidumbre absoluta, a saber: de que estamos sin cesar en presencia de la Energía infinita y eterna, de donde todas las cosas proceden».
La iberia. Número 497– 27 de febrero de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar VII. La leyenda del ateísmo y la «filosofía positiva». Krause, el anatematizado Krause, el portentoso paladín del «racionalismo armónico» a cuya escuela da nombre, escribe, como lo haría un Padre de la Iglesia, estas profundas palabras en su obra el Ideal de la humanidad: «—Así como Dios es un solo Dios y la Humanidad bajo Dios es solamente una Humanidad, así también Dios, como el Ser Supremo sobre el mundo, funda con la Humanidad una relación divina. Dios o el Ser Supremo es el fundamento de la vida, en quien toda vida finita tiene su fuente y tendrá su plenitud última, etc. etc.»
Un libro se podría llenar con citas como estas, todas las cuales vendrían a demostrarnos palmariamente que el ateísmo y la irreligiosidad de los sabios y filósofos modernos más avanzados, es una leyenda, una pura novela ya harto desacreditada. Lo que ocurre es que el pensamiento no puede estancarse, como quieren esos cerebros fósiles, que se han petrificado en la «Summa» de Santo Tomás, o en el «Realismo teológico» de Duns Scoto.
Las ideas no pueden cristalizarse en ninguna época ni en ningún libro, porque nadie puede presumir de poseer la verdad absoluta. Las ideas están siempre en perpetua crisis, en continua rectificación, adaptándose a todas horas a la marcha evolutiva, al caminar incesante y progresivo de los siglos.
… El espíritu debe ser expansivo y transigente, abierto con ingenuidad a todo avance y a toda reforma racional. Van pasando ya a la Historia aquellos tiempos en que la teología y la metafísica, enmoheciendo las inteligencias, castrando toda energía e iniciativa cerebral con la abrumadora coyunda y los angostos moldes del rutinarismo escolástico medioeval, querían hacerse señoras exclusivas de los espíritus.
…Sin embargo nunca podrán la filosofía positiva y la ciencia en general, combatir aquellas esperanzas o ilusiones que habrán de tener su realización después de la vida, pues ante el insondable misterio de ultratumba, enmudecen los sabios. El dominio de la fe y la ciencia moderna no pueden usurparse sus respectivos poderes, respetando la armonía que existe entre la ciencia y la fe nueva, en vano buscada por el admirable filósofo jesuita P. Mir, entre la ciencia y la fe antigua…
La iberia. Número 498– 1 de marzo de 1909: Resucitemos el «affaire» … Para terminar VIII. Esto se ha terminado y tan amigos como antes. Es inútil que Peñaranda se apreste de nuevo a contestarme, disparando a bala rasa. Todas sus indigestas elucubraciones se estrellarán en lo sucesivo contra mi indiferencia y contra mi mutismo sistemático.
Necesito el tiempo para algo más práctico, importante y provechoso que estas inútiles controversias. Sin embargo, doy por bien empleado lo hecho y Peñaranda debe agradecérmelo. Todos los que con bríos salen por primera vez al palenque de la publicidad, por bravucones que salten a la arena, deben sufrir el castigo benéfico del fogueo. Es el mejor bautizo del escritor.
Las nulidades no merecen el honor de una disputa. Por lo demás, sigo brindando como siempre mi franca amistad a Peñaranda, pues ello no lo empecen estas discrepancias en nuestros puntos de vista intelectuales. Nada significan estas pequeñas escaramuzas, este noble pugilato mental.
Él es un joven estudioso (salvo las consabidas honrosas excepciones, uno de los pocos que, por desgracia, hay en Orihuela) y sólo por el mero hecho de serlo, basta para que siempre, y a pesar de todo, cuente con mis afectos y simpatías. Lo digo con la mayor sinceridad. En Madrid y en Enero de 1909.
Lejos de amilanarse, Peñaranda contraatacó con otra larguísima carta abierta que, desaparecida «La Huerta», se encargó de publicar también «La Iberia». La réplica de Peñaranda se dividió en otros veintiocho capítulos que se prodigaron durante más de dos meses.
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La iberia. Número 521– 30 de marzo de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos.
Isagoge, introducción, preliminares, prólogo o lo que V. V. quieran menos introito: Si por tu buena o mala fortuna, lector amable o lectora ilustrada te ha cabido en suerte la menguada y pobre de tropezar en las columnas de este periódico, con un escrito muy largo y pesado titulado «Resucitemos el affaire» y queriendo hacer méritos para el cielo has seguido día a día, con una paciencia digna de mejor causa, el curso de su publicación (de la del artículo se entiende) no dudo en recomendarte la lectura de los mal hilvanados artículos que a continuación te ofrezco.
Mas si por tu buena estrella, la Divina Providencia no te ha deparado un bien tan grande, un tan exquisito placer, yo te recomiendo sinceramente que pases por alto esta sección, seguro de que nada nuevo en ella has de aprender, ni deleite alguno te ha de proporcionar; sino machaqueo, disgusto, molimiento, fastidio, pesadez, cansancio, y sobre todo perderás un tiempo de un valor inestimable que no rescatarás nunca.
No pienso con ello quitarte las pocas o muchas ganas de leer el modesto y humilde presente que ahora te dedico (pues ya tu propio instinto de conservación te indicará lo que has de hacer) sino desengañarte de antemano por si te has forjado la ilusión de hallar un escrito polémico o de disputa, lleno de erudición, rebosante de sales áticas y adornado con todos aquellos bellísimos arreos que son el patrimonio de los maestros de la pluma y que no pueden exigirse de un neófito como yo, poco avezado por añadidura; a estas y otras lides del ingenio.
Y esto no lo juzguen alabanza propia, que más bien es confesión franca y leal que muchos debieran hacer en la mampara o ante puerta de sus escritos para no venirnos después de muchos rodeos con la eterna cantinela de reconocer su utilidad suma, cuando por pura modestia los han rebajado menos que por justicia y equidad debieran.
Pero tu alma en tu palma, lector querido; y haz lo que mejor te pareciere teniendo en cuenta la no despreciable circunstancia de que el autor, aunque humildísimo, ha tenido el altísimo, empingorotado y estirado como inmerecido honor de recibir la alternativa novillera de manos de un Guerra de las patrias letras (no quiero decir que sea un matador o verdugo de ellas, sino que en éstas ha sobresalido como aquel en el arte de Montes) ciudadano libre en la noble república literaria y consumado maestro en extender o negar patentes de sabiduría, y presentar a los noveles escritores (con mucho éxito por cierto).
Con todo ello pudiera acontecer que el maestro no lo fuera y resultara «falluta» su aprobación, por lo que te suplico que seas clemente en tus juicios, breve en tus comentarios y disimulado en tus apreciaciones. (Continuará) P. DE PEÑARANDA.
El periódico afirmó mantener así una absoluta neutralidad en lo que definió como un «debate entre dos eruditos escritores». No creo que a Justo le pareciese bien acabar en el mismo saco que un principiante.
Lo cierto es que «La Iberia» se había encontrado con un auténtico «culebrón» de la época y no quería soltarlo. Para hacerlo más vistoso, el jocoso encabezamiento apareció en primera página y fue comentado en las gacetillas.
La iberia. Número 521– 30 de marzo de 1909: Gacetillas. Hoy comenzamos a publicar el trabajo con el que el Sr. P. de Peñaranda, replica a nuestro distinguido colaborador D. Justo García Soriano. La inserción de este artículo probará nuestra absoluta neutralidad en la materia que debaten los dos eruditos escritores.
La iberia. Número 522– 31 de marzo de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. Isagoge, introducción, preliminares, prólogo o lo que V. V. quieran menos introito.
En cuanto a la interpretación de las palabras, hay que tener muy presente (y esta observación es muy esencial para el conocimiento acabado de estos «episodios») que aunque hayan algunos un tanto mal sonantes no se han de entender como tales sino en el sentido que su autor quiso darles, que no es otro sino el contrario al que inmediatamente se deduce de la voz.
Esto con respecto a las palabras gruesas y a las frases duras. Las demás entiéndalas cada cual como pueda si es que puede y si no, déjelas en buena hora que no está bien calentarse los cascos por tan poca cosa. Aquí venía como de molde decir cuatro palabras sobre el objeto de este trabajo, pero me basta con manifestar que mi intención será altamente caritativa y altruista, en cuanto he puesto todo mi empeño en apuntar algunas cosas que se había dejado en el tintero el autor del «affaire»; y otras que se le habían deslizado cuando no debían; y finalmente en suprimir algunos harapos que le afeaban, mostrando siempre la verdad clara y desnuda con el fin plausible de añadir algunos timbres y blasones a su escudo.
Si estos timbres y blasones resultan de ignominia y de baldón no se culpe a mí, sino a la temeridad inexcusable de un arlequín con borla, que ha pretendido llegarse a las más arduas y difíciles cuestiones que han tenido en jaque a los más grandes y profundos entendimientos, con cuatro nociones de bachiller (me refiero a las que ha manifestado. Puede este señor ser un Aristóteles, un pozo de ciencia, pero hasta que lo demuestre tenemos derecho a creer que ese pozo está seco) y con algunas citas tan respetables como mal traídas y fáciles de traer.
No por esto pretenderé siquiera pisar un terreno tan sagrado y reservado a los talentos (que sería un absurdo mayor, si cabe) sino que guiado por la brillante luz de la doctrina de aquellos, descubriré los tropiezos, errores y falsedades en que ha incurrido mi colega y contrario, como Dios me dé a entender, procurando no dañar en lo más mínimo ningún cutis, por fino y delicado que sea, y protestando desde ahora que no es ese mi propósito por si creyera alguno, afilerazos, lo que no son más que amistosas caricias y arrumacos tiernos.
Con todo lo cual y con advertirte que no estés esperanzado en el salchichón, que es una alegoría sin magras, el más espiritual y menos indigesto de todos (salvo mejor parecer) cierro el cupo de los prenotados y entro denodadamente en materia, confiado en tu benévola aquiescencia.
Las primeras entregas, con profusión de insultos y burlas, debieron de procurar mucha audiencia al periódico. Justo atesoraba en Orihuela bastantes enemigos de toda índole: políticos conservadores, envidiosos de sus éxitos académicos, ofendidos por sus osadas publicaciones…
De hecho, el encabezamiento volvió temporalmente a la primera plana; y hasta probaron a recortar las entregas para intentar estirar el chicle todo lo posible. Pero enseguida optaron por publicarlas en números alternos con mayor extensión. Voy a transcribir algunos extractos de los mismos agrupados por capítulos.
La iberia. Números 523/524/ 525/526 – 1/2/3/5 de abril de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO I. En donde el autor pone las cosas en su punto y dice otras de mucho gusto y provecho.
Cuando el orgullo envanecido desfigura los hechos presentándolos disfrazados como muro fuerte sobre el que edifica un castillo imaginario de injurias, sandías y de torpes acusaciones y en cuyas ideales almenas enarbola el innoble estandarte del error revestido con las galas resplandecientes de la verdad; es hazaña digna de toda loa, acercarse a tan inconsistente baluarte y destruirlo, pulverizarlo con la clara antorcha del entendimiento desapasionado, para ofrecer a la consideración de las gentes el cómico espectáculo de la vanidad y del orgullo envueltos en sus propias ruinas y en toda la vergonzante desnudez de su ignorancia y de su malicia perversa.
No son el resquemor y enardecimiento consiguientes a toda ofensa los que me han impulsado a poner fin y término a una polémica tan inoportuna como fútil (y no se atribuya esto a virtud que no poseo), sino más bien la justa indignación que me causó el ver agitarse convulsivamente haciendo contorsiones de payaso la desgarbada figura de un caballerete a la moda, con ribetes de trasnochado enciclopedismo y casi humos de pretendiente, por el renombre y fama, a la coraza y el sambenito del menosprecio de mis conciudadanos.
(Sin tener en cuenta el epigrama con que satirizaban a D. Tomás de Iriarte y que le viene o encaja como anillo al dedo: Tus obras, Justo, no son ni compradas ni leídas ni tendrán estimación aun cuando sean prohibidas por la Santa Inquisición) ofendiendo la pureza de nuestro patrio idioma en sus empalagosas, farragosas y pegajosas peroraciones; dando muestras claras de estar inspirado continuamente por la musa esencialmente femenina de la contradicción, llamándose así mismo grande hombre y a su artículo, ya famoso; parangonándose con Sócrates y escudándose de llegar a la médula de toda cuestión con apreciaciones superficiales y divagaciones impertinentes.
¡Y pensar que un engendro tan menguado y monstruoso es el fruto de 105 días de continuas cavilaciones, y ha costado a su autor una enfermedad y un recuento minucioso de todos los infolios de la biblioteca nacional!…
… Me determiné a honrar una pobre composición mía con el egregio nombre de D. Justo García Soriano, hombre de talento indiscutible y asombrosa erudición, autor de varias obras notables (por sus disparates) todas ellas en preparación o en prensa (donde debían estar toda la vida por derecho incuestionable), a excepción de un poema que publicó en folleto (y que tuvo que regalar a los amigos, no sé si porque el papel valía más o por otra razón) a la temprana edad de 17 años, 7 días, 5 horas, y 13 minutos, según el meridiano de París.
El tal caballero a quien tuve el empinado y elevado honor de conocer en buena hora y en la redacción de un periódico de esta localidad… En cuanto a sus lecciones, vine a descubrir que eran dignas del maestro Ciruela; que no sabía leer y puso escuela…
… Adoptó, como suprema resolución condenarme al infierno de su despectivo silencio. Pero como el hombre no lo es o no obra como tal en toda ocasión, llegó una en que mudó de parecer siguiendo el de sus amigos, que no deben serlo mucho cuando aconsejaron a nuestro protagonista que contestara en la forma que lo ha hecho….
… Así transcurrieron 105 días calentándose los pies constantemente para dar a luz el «Resucitemos el etc.», y apareció por fin en las columnas de este periódico sin que el cielo se oscureciera; ni temblaran las esferas, sino los lectores a los que se les cayó el alma a los pies (como dicen clásicamente en esta bendita tierra) cuando vieron que el ya famoso artículo era de goma; esto es, que se alargaba prodigiosamente; yo seguía paso tras paso la marcha del «pedescrito» Resucitemos (escrito con los pies)…
La iberia. Números 527/ 529 – 6/10 de abril de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO II. En donde el autor dice algunas verdades que no por serlo dejan de ser amargas.
… Lo que no me agrada ni un ápice es el sesgo que toma V. más adelante, cuando vistiéndose el abotonado pantalón de chulapo, la chaqueta corta con alamares y el sombrero de héroe de los barrios bajos, hace alarde inverosímil de la superioridad de sus facultades y me mira por encima del hombro con marcado aire de perdonavidas que tira de espaldas, y como viene a cuento y es imparcial, voy a darle un consejo de amigo (y perdone la libertad). El hombre cuanto más sabio sea, menos ostentación…
La iberia. Números 531/533 – 15/17 de abril de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO III. En donde el lector prudente y discreto leerá de buen grado lo que el autor escribió de por fuerza.
… Al empezar este ramplón y empecatado artículo se nos cuela un problema de trascendental importancia que podemos formular en estos términos: ¿puede D. Justo García «auscultar su pecho» o lo que es igual colocarse en tal actitud que el pabellón de la oreja izquierda o derecha, quede como pegado al pecho, a semejanza de ciertas aves domésticas?
Considerándolo moralmente está resuelto en sentido afirmativo y nadie se atreverá a negarlo; materialmente ya es cuestión de cuello más o menos largo. Así que podemos establecer, si las vértebras cervicales están constituidas en tal individuo al modo que vemos en algunas aves v. g. la cigüeña o la gallina, concedo: Si no es así, niego…
La iberia. Números 533/535 – 17/21 de abril de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO IV. En donde verá cosas admirables y primorosas el que se tome la molestia de leerlas u oírlas leer.
En mi aludida composición poética (y permítaseme la frase) decía yo, con el colorido de imágenes que son el natural cortejo del lenguaje de los Dioses, que en el fragor de los truenos y en los resplandores de los relámpagos columbraba yo la mano del omnipresente, animando el espectáculo horrorosamente sublime de la tempestad.
Claro es que al decir «Que detrás de esas nubes arriba allí está Dios», no se había de entender que estaba localizado, circunscrito, aquel lugar, porque los niños, dicen que Dios está en todo lugar, por esencia, presencia y potencia como nos enseña el catecismo y lo reclama la infinita perfección del Ser Supremo…
…Transformarse en la imagen monstruosa que concibe el error y que se llama blasfemia, la cual no es más que un grito que se escapa de los labios, detrás del cual, el alma corre veloz para volver a recoger antes que Dios le haya oído. Pero no fue D. Justo el que lanzó este grito; fue otro que a todos nos acompaña inseparablemente, y que se llama amor propio, el cual, cuando se ve acorralado, salta, pugna, lucha, acomete y todo lo prefiere a declararse vencido. Verdadero cerril que resiste someterse al yugo.
La iberia. Números 536/538/540 – 22/24/27 de abril de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO V. Que trata de cosas muy importantes y de perentoria necesidad para el completo conocimiento de estos episodios.
Un «grande hombre» no es un hombre como todos los demás. Su memoria es prodigiosa; en un almacén repleto, es un abismo profundo, inconmensurable, en donde se encuentran bien conservadas, todas las obras que ha producido el ingenio humano en todas las ramas sin exceptuar las de tejidos y comestibles.
Allí está en confuso revoltijo todo que dijeron los siete sabios de Grecia, Solón, Zenón de Chipre, Atenágoras, Diágoras, Galeno, Dioscórides, David de Dinant, Hipócrates, Krause, Sanz del Río, Diógenes, Licurgo y Federico Strauss.
Allí están los conocimientos de los que explicaron la filosofía por sentencias y alegorías; allí la física del Estaguirita revuelta con los adelantos de Newton y los cálculos de Kepler. «El Monólogo» de San Anselmo con la «Crítica de la razón pura» de Kant y El mundo considerado como voluntad del filósofo pesimista. En resumen la memoria de un grande hombre es una enciclopedia y pretender medir lo inconmensurable…
… Su voluntad es fuerte, enérgica, de hierro colado. El grande hombre no es un hombre como los demás. Confundirlo con la plebeya grey de los pelagatos y de los hombres a secas, que carecen de apéndice y de adjetivo sería, una verdadera profanación. Sería confundir el cielo, con la tierra, lo bueno con lo malo (…) en una palabra sería parangonar el talento del genio, con el pobre caletre de un escritorzuelo de mala muerte; a D. Justo. García Soriano, doctor en letras y escritor pulido, con un servidor de ustedes…
La iberia. Números 542/544/546 – 29 de abril- 1/4 de mayo de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO VI. En el que se debate con calor una cuestión trascendental, y se aducen argumentos tan poderosos que convencerán al más reacio.
Hay algunos hombres que considerándolos a primera vista parecen Cándidos, pero estudiándolos más detenidamente, resultan más cándidos todavía. Digo esto porque el tan llevado y traído D. Justo se ha empeñado en creer que, a partir de la publicación de su ya famoso artículo (Sí, famoso por sus disparates) como él lo plasma enfáticamente, en Orihuela no se habla de otra cosa más que de su impiedad y su ateísmo, que todo el mundo se ocupa de las mil novedades que ha descubierto en Madrid y que todos ignoraban; y que las gentes meticulosas vagan todas asustadizas y espantadas a punto de organizar rogaciones públicas…
No sea V. inocente, si aquí nadie ha hecho caso del affaire (como tampoco harán de esto). Si aquí nadie ha puesto en duda su religiosidad, es más, si todos estamos convencidos de que es usted un católico práctico, que cumple con sus deberes de cristiano, y hasta me aventuraría a decir que reza el rosario con frecuencia.
Por otra parte, la impiedad de V. resulta ser de zapatero remendón y me trae a la memoria la de aquel patán que, en «los Aparecidos» sale diciendo «yo gracias a Dios, soy ateo». Lo mismo exactamente hace V. Por una parte se nos ofrece creyente, tan religioso y tan santo varón, que parece un beato de oficio y me dan ganas de ponerle en alguna hornacina vacía; y por otra se nos presenta tan racionalista, tan positivista y tan empírico, que a su lado, los más quedan hechos unos pigmeos…
Si quiere D. Justo imponerse más en estas materias para no disparatar cuando vengan al caso, dedíquese a desempolvar las obras imperecederas de aquellos grandes genios especulativos que organizaron el movimiento teológico del siglo diez y seis; resucite del fondo oscuro de las bibliotecas conventuales los apolillados pergaminos que nos atestiguan aquellas batallas incruentas, luchas de ideas en las que el sofisma y la verdad eran los naturales enemigos, y en las que sobresalieron como generales de primer orden:
Fr. Luis de León, Huerga, Maluenda, Arias Montano, Salmerón, Toledo, Laínez, Pineda, Prado, Villalpando, Rivera, Victoria, los dos Sotos, Fr. Luis de Granada, Alcázar, Suárez, Vázquez, Valencia, Sanctus, Ripalda, Ambrós, Lugo, Molina, Yáñez, Mariana, Fox, Morcillo, Rivadeneira, Navarro, Azpilcueta, Antonio Agustín, Gracián, Vives, Sepúlveda, el Brocense y otros muchos que no cito porque sería una letanía bastante larga (…) y entonces podrá echar su cuarto a espadas en todas estas cuestiones desconocidas por V. y dignas de ser tratadas con más conocimientos de los que V. posee.
Como había pasado con la de García Soriano, la desorbitada respuesta se alargó demasiado y empezó a cansar al público; sobre todo cuando redujo los insultos y las burlas para centrarse en una especie de «disertación erudita» para la que no estaba capacitado.
La iberia. Números 548/550/552/554/556/ 558/560/563/565/567 – 6/8/11/13/15/18/21/25/27/29 de mayo de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Episodios joco-serio-didáctico-críticos. ARTÍCULO VII. Que trata de la ciencia que encierra el párrafo IV del Resucitemos el etc. Continuando con heroica e imperturbable asiduidad la deliciosa y amena lectura del «affaire», heme hallado de silla a silla (por no decir de manos a boca) con el artículo o párrafo cuarto de la serie, que lleva por título «La ciencia, la fe y la poesía» (el artículo, no la serie).
Cualquiera, deslumbrado por la atracción estimulante del título, creería de buen grado, que detrás de esas distinguidas y respetables señoras mías se ocultaba alguna disertación erudita sobre las relaciones mutuas entre las damas que más guerra han dado en todo el mundo porque han ocupado siempre el corazón y la cabeza de todos los hombres.
Y hubiera sufrido un gran desencanto cuando después de leerlo hubiérase convencido de que no había relación, ni de razón siquiera, entre el nombre y la persona, entre el rótulo y el escrito, entre la cabeza y los pies, sino que era más bien una ensalada sin aceite, un pantalón sin trabillas, una comida sin sal, un buñuelo indecente…
… Después de manifestarnos que lo que él entiende por fe son «las groseras y supersticiosas creencias del vulgo» y no sé qué «tradiciones piadosas» que ni explica ni define, nos acomete con un párrafo de mucha bambolla y poco meollo en el que con una seriedad por demás ridícula, encaja cuatro vulgaridades raídas de puro viejas, para decirnos la frase (usada, ajada, resobada, cascarrada, y mandada a desaparecer por un zapatero de viejo que yo conozco), de que la «Civilización, con mayúsculas, ha roturado los cerebros».
Pero no es lo más malo con serlo mucho lo que contado llevo del artículo IV. Hay una declaración que estremece, una acusación falsa, un supuesto temerario que constituye un delito de lesa humanidad. «La Humanidad, dice el poco letrado Doctor en Letras, ha permanecido sumida, por muchas miríadas de años en la idiotez salvaje y en el embrutecimiento de la ignorancia».
Y después añade «recordando a cada paso su origen y su atavismo animal, su bestialidad primitiva». ¿Quién no juzgará las anteriores palabras como una lujuria atroz; como una ofensa gravísima a la historia tersa y límpida del género humano? Yo no me contento con protestar con toda la fuerza de mis pulmones en contra de un tan atrevido atentado…
Las últimas entregas son insoportables y las he resumido al mínimo. Algo parecido debieron pensar en la redacción de «La Iberia»; pues después de media docena de números sin noticias de Peñaranda, la serie finalizó con una improvisada «conclusión» en la segunda semana de junio.
La iberia. Número 574 – 8 de junio de 1909: La apoteosis de un genio. El genio de un Salomón. Un salchichón con chorreras. O el final de una cuestión. Conclusión. Afanoso me andaba dando de mano a un postrer artículo de la serie cuando por falta de salvadora arena, papel secante, o cualquier otro secante aunque no fuera papel, hube de esperar a que secara la cuartilla que yo escribo por ambos lados, por economía y por no gastar mucho. Para evitar los peligros tan funestos de la ociosidad me puse a leer la continuación del IV párrafo del «Affaire»…
… ¡Cuán magnífico y deslumbrante pareciome García empapado en las teorías brillantes de Huxley, Agassiz, Heriberto Spencer, Stuart, Mill, etc.! Entonces determiné retroceder en mi marcha y por lo pronto retiré una disertación «sobre la posibilidad del vacío infinito» que iba a dar a los tórculos. Después pedí consejo sobre el particular a un muy amigo y diómelo de la siguiente manera: Hiciste bien con suprimir el artículo sobre el vacío, porque es largo (el artículo) y más propio para publicarlo separadamente que no en tonos polémicos…
En esta última entrega trató de justificar la eliminación de buena parte de su disertación, atribuyéndola al consejo de una tercera persona. Y dejó que un «supuesto amigo» se encargase de resumir lo que se le quedaba en el tintero por la abrupta despedida.
… Ni me parece oportuna la publicación de «Ateos con careta y sin ella», porque si bien demuestras con fáciles razonamientos el ateísmo puro sin atenuaciones ni distingos de todos los autores que D. Justo enumera (…) sale mal librada la figura religiosa de García y hasta pudiera interpretarse como ensañamiento eurimedóntico, y tal vez le obligaras nuevamente a empuñar la copa de cicuta que tan pésimo resultado le dio en otra ocasión.
Por idéntica razón debes ocultar y pasar por alto aquello de libros que se tienen y peinan por sagrados porque aquí más que en otra parte, pones de manifiesto su racionalismo descarado y ateo. La cuestión de Galileo suprímela para no caer en el defecto que criticas; pues según tú mismo dices y es la verdad, mucho se ha divagado sobre este asunto que no se ha conocido bien…
…Por lo que toca a la graciosa aparición de Torquemada, puedes descontarla porque todo el mundo habrá reído la sandez. Es muy cierto y hay que dejar en pie lo que afirma Soriano de la inutilidad y esterilidad práctica de la metafísica, de los metafísicos y de todo lo que huela a abstracción, fundado quizá en que las ciencias puramente especulativas jamás han abaratado la paja ni la cebada. Tampoco veo que tú le tengas que agradecer por ningún lado su funesta e ingrata labor que más bien estás obligado a deshacerla y desvirtuarla.
Por todo lo cual y porque estas cuestiones están tan cercanas al ridículo como alejadas de toda utilidad y provecho yo terminaría este «affaire» enojoso haciendo constar la primitiva e inicial equivocación, descortesía o falta de sentido común del señor Soriano; enumerado en pocas palabras algo de lo que te he indicado, agradeciendo el favor que te hace al final y aceptando su benévola, sincera y amistosa resolución con lo que te acreditarías de juicioso, comedido, humilde y bien criado. Este es el consejo que me dio un amigo y el que cumplo al pie de la letra… P. de Peñaranda.
En mayo, Justo había asistido a la boda de su buen amigo Enrique Luis Cárceles, en compañía de su prima Eugenia. Es muy posible que la crónica de la ceremonia para la prensa oriolana, firmada por «un paisano», fuese obra suya.
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La iberia. 26 de mayo de 1909: Una Boda. DESDE MADRID. El domingo 23 de los corrientes, se efectuó el anunciado enlace matrimonial de la bella y virtuosa señorita bilbilitana, Águeda Salazar, con nuestro querido amigo y paisano el joven y renombrado pintor D. Enrique Luis Cárceles. Verificóse la ceremonia religiosa de la boda en la iglesia parroquial de Santiago, de esta Corte, siendo los padrinos el ilustre ingeniero D. Luis Barcala Cervantes y su distinguida señora Teresa Moreno.
Sirvieron de testigos el coronel de caballería retirado D. Vito Rebagliato y don Juan García y García. De la numerosa y escogida concurrencia que presenció el acto, recordamos, además de las expresadas personas, a las señoras Dª. Sofía Cervantes, madre del Sr. Barcala, Dª. Concepción Salazar, hermana de la novia, Dª. Remedios y Dª. Gabriela Belmonte, Dª. Eugenia Tribello, las Srtas. Ángeles y Petra García y María Montañés, y los Sres. D. Ángel y Mariano Salazar, hermanos de la novia, D. Luis García Manrique, don Ángel Torcal, D. Julio Montañés, D. Justo García Soriano, D. Pedro Vela y D. Tomás Zafra.
Terminadas la ceremonia y la misa, los novios y la mayor parte de los concurrentes fueron obsequiados por los espléndidos padrinos con una suculenta comida en el Hotel de los Leones de Oro. Reinó allí la natural alegría entre todos los comensales, y el Sr. Barcala, con la exquisita sencillez que le distingue, hizo gala de su cortés galantería y de su agudo ingenio. Ya bien entrada la tarde finalizó la íntima fiesta.
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En el correo de Murcia de anoche marcharon con dirección a esa ciudad los nuevos y felices cónyuges, siendo despedidos en la estación de Atocha por numerosos amigos. Cúmplenos ahora desde estas columnas reiterar a la nupcial pareja nuestra más cordial enhorabuena y nuestros deseos; de que goce en su nuevo estado, de toda clase de prosperidades y de una interminable luna de miel, de una sola fase, es decir; que no tenga más que cuarto creciente… Un paisano. 24 de Mayo 1909, Madrid.
Entre los objetos del legado encontré este artesanal tratado de Latín que, supongo, utilizaría con sus alumnos.
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En octubre, un maestro nacional llamado Manuel Giménez (en 1931 lo era maestro de Torreagüera), mencionaba en una carta a una «muchachita muy mona»; una murciana de la que Justo se había enamorado perdidamente. El tipo tenía una caligrafía envidiable; pero también una redacción pésima.
Señor Don Justo García Soriano. Distinguido amigo. Después de saludarte me permito hacerte el encargo siguiente: Como sabes muy bien, en Agosto último fui propuesto por esta Junta Local de 1ª Enseñanza, para la Cruz de 1ª clase de la orden de Alfonso XII y al informar dicha propuesta la Junta Provincial desearíamos todos los compañeros propuestos en qué R. O. o Decreto para ello se han de apoyar.
Así es que te agradecería en extremo, fueses al Ministerio de Instrucción Pública y preguntaras cuál es el negociado de la citada orden y allí mirar lo que hay legislado sobre el particular; tan solamente las fechas de la Gaceta en que se han publicado. Es favor que en extremo te agradecería tu buen amigo que sabes que te quiere en extremo aunque seas oriolano y republicano.
Manuel Giménez. Hoy 10/10 = 1909. Se me olvidaba = me dijo tu mamá habías entablado relaciones amorosas con una muchachita muy mona de aquí. Te felicito y deseo dulces de boda.
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Se llamaba Carmen Miralles; y de su relación epistolar disponemos de una tarjeta postal (que de algún modo recuperó) y del borrador de una carta.
Es mi musa morena como Tisbe, / como la Sulamita y como Esther. / Entre los rizos de su pelo, el alma / prisionera dejé. / Brilla siempre en sus ojos soñadores / ardiente centelleo de pasión… / Desde allí despiadado el dios Cupido / sus flechas me arrojó. / Al sonreír prometen incitantes / dicha eterna, sus labios de coral… / Sólo en ellos la sed que me devora / lograría calmar. Madrid, 5- X-1909. Idolatrada Carmen: Tú serás la musa que inspire tiernos y sublimes cantos de amor a tu apasionado. JUSTO.
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Mi adorada e inolvidable Carmen: La alegría de recibir tu cariñosa carta, acabó de restablecerme de mi leve enfermedad, aunque no del mortal mal de amores que padezco desde que te conocí, y del que no podrá curarme nada ni nadie, más que tú y un cura.
He oído que tu ligera indisposición del estómago y de la cabeza no ha tenido ninguna importancia, y que disfrutas de salud y buen humor, lo que mucho celebro. No creo que mi ausencia haya influido gran cosa en tus achaques; sino acaso el comer a deshoras, como acostumbras.
Por más que me has asegurado tantas veces, nenica de mi corazón que me quieres mucho y que me querrás siempre, eso supone para mí tanta dicha que me parece imposible; o por lo menos poco duradero. Créeme que estos pesimismos me atormentan muchas horas, y sólo consigo disiparlos un poco leyendo las promesas de amor que me haces en tus cartas.
No es que me figure que me estás engañando, pues bien sé que tienes un corazón muy noble y muy leal, sino que como he sido otras veces desgraciado en amores, los desengaños me han hecho pesimista. Perdóname si te molesto con estos celos, temores y desconfianzas, pues ellos son la mejor prueba de la ciega pasión que siento por ti.
Y que con la ausencia va aumentando cada día que pasa, hasta el punto de que ahora te quiero el doble que cuando estaba en Murcia. Hoy te incluyo otra postal. Deseo que te guste tanto como la que te envié en mi carta anterior. Aquella me gustaba a mí mucho más porque se parecía a ti, aunque tú no lo creas. Obedeciendo tu mandato y contando con tu permiso, en este mismísimo correo le envío a Amparito la postal que la prometí.
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Dile que te la enseñe. Supongo que no tomarás a mal las frases de galantería que la dedico, pues por cortesía y educación debo decírselas, como tú puedes comprender. No me hago el distraído, de veras que no me acuerdo que yo dijera estando en el balcón, al verla salir una tarde con su mamá: «Por ahí va la mitad de mi alma»; pero al ser así como tú aseguras, desde luego que mis palabras no podían ser más que una broma sin importancia y sin intención alguna.
Te repito que mi alma, toda entera, te pertenece sólo a ti. Siguiendo tu consejo procuro divertirme bastante, aunque yo ya no me divierto no teniéndote a mi lado. Hay otros ratos que tengo pensamientos muy extraños, acordándome de todos tus antiguos pretendientes. Del de Almoradí, que te fue tan simpático sobre todo, y sufro horriblemente con quiméricos celos que me cuesta mucho desechar.
El borrador incluía el texto para otra postal.
En la postal: Como liba el perfume de las flores para su miel la abeja laboriosa, bebo en la rosa de tus labios rojos el néctar seductor de mis amores, y cual busca la luz la mariposa, busco yo el fuego de tus negro ojos. Justo García. Madrid, 13-X-1909.
Para un hombre que conocía y amaba tanto la mitología clásica, se puede decir que, en cuestión de semanas, pasó del influjo de Eros al de Tánatos. El 13 de diciembre de 1909 falleció su padre en la ciudad de Murcia, donde residía desde hacía meses por motivos económicos.
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Don Justo fue enterrado en el cementerio municipal de Nuestro Padre Jesús; el camposanto inaugurado hacía poco más de dos décadas en los Llanos de Espinardo. Entre los apuntes biográficos de su nieto, encontré la siguiente nota en la que parece estar equivocada la fecha del fallecimiento.
D. Justo García Sánchez murió el día 16 ó 17 de diciembre de 1909 en Murcia. Su entierro costó: 20 pesetas del féretro decorado en negro. Coche de dos caballos empenachados, 20 pesetas. Al portador de la caja, 1 peseta. 2 litros de cera de 2 y ½ litro, 4 pesetas. Total 45 pesetas. Recibió Saturnino Tortosa. La Nueva Funeraria. Plaza del Poeta Zorrilla, número 11. Murcia. La renovación por seis años, contados desde el 13 de diciembre de 1915. Nicho sencillo Nº 392.
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La noticia tardó en llegar a Orihuela; lo que demuestra su alejamiento temporal de la prensa local.
La Iberia. Número 431- 22 de diciembre de 1908: En Murcia donde residía accidentalmente, ha fallecido nuestro querido amigo y paisano D. Justo García, padre de nuestro distinguido colaborador D. Justo García Soriano, al cual, lo mismo que a su familia, enviamos la expresión de nuestro profundo sentimiento.
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El Eco de Orihuela. Número 42 – 22 de diciembre de 1909. En la vecina capital de Murcia en donde últimamente había fijado su residencia, dejó de existir hace varios días, nuestro querido paisano D. Justo García, probo empleado que fue durante muchos años de este Municipio. A su atribulada esposa, hijos y demás familia, les acompañamos en su profundo dolor por tan sensible desgracia de familia. Descanse en paz el alma del finado.
Por el momento, nada más os puedo contar relativo a este año. Supongo que nuestro biografiado pasó esa triste Navidad en Murcia; acompañado de su madre y quizá consolado por la tal Carmen Miralles; pero no tengo nada que lo demuestre. Cierro pues 1909 con una preciosa postal de Murcia en aquellos tiempos…
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Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba).
Mi agradecimiento a Javier Sánchez Portas, a Jesús García Molina y a José Manuel Dayas.