Justo García/Ángel Rozas. 11. 1907/8.

Nos alegramos de la noticia que nos das de que nos mandarás todos los meses 15 pesetas por los artículos que escribes en la Huerta; que sea cierto es lo que deseamos. Justo García Sánchez, noviembre de 1907.

Mi padre se hizo maurista de un golpe. Desde entonces, la Fortuna que es monárquica y conservadora, comenzó a sonreírle y protegerle; y la despensa de casa fue llenándose de jamones de que escaseábamos mucho cuando mi padre era puritano y redentor del pueblo. Ángel Rozas.

Madrid, 1907. Carrera de San Jerónimo. «Madrid me mata»

La Huerta. Número 171 – 29 de octubre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Adiós Huerta o por mor a Cierva. Cuando casi no había comenzado a escribir en este simpático diario, he de despedirme de sus lectores. Es el caso que mi carrera literaria no me da dos miserables pesetas que como todo mortal que no las tiene, las necesito y me caerían archibién en el bolsillo. Y pensando cómo ganarlas apunto a Cierva o a su reforma de la policía. ¡Haré oposición a una plaza de polizonte! Me doy un palmetazo en la frente y grito el eureka de mi salvación.

Comunico mi idea a Escudero Bernicola y decido dejar de ser un mal cronista para ser un buen policía. ¿Quién sabe si esto es margen que yo puedo ocupar el día de mañana con muchas cuartillas? Pero por ahora me despido de esa redacción y de los lectores de La Huerta y voy a ocuparme en los preliminares estudios que luego me han de servir para cumplir un sagrado deber o estafar a todo el mundo: según la aprensión que a mí me dé el cargo.

Una satisfacción tengo al dejar el de cronista madrileño en este periódico y es el de verme sustituido por un amigo mucho mejor escritor que yo. Y sea mi último trabajo el que me es muy grato: presentar a Vdes. al nuevo cronista y galano estilista Ángel Rozas cuya inagotable amenidad le recomienda al afecto de los lectores. Alfonso Varí.

En noviembre de 1907 nuestro biografiado retomó el empleo de cronista en la capital para la prensa de Orihuela; en concreto para el diario «La Huerta». Unía este trabajo al de profesor particular, como forma de enviar algo de dinero a su anciano padre, que ya no podía ni pagar ni el pan.

Nacía así «Ángel Rozas», un mordaz y prolífico periodista que evitó asociar su nombre al del erudito profesor Justo García Soriano. No he conseguido deducir quien era Alfonso Varí, el cronista al que sustituyó cuando se metió en la policía.

1907. Noviembre. Ángel Rozas.

En el primer artículo, a modo de carta de presentación, revistió su nueva personalidad con algunos imaginarios datos biográficos. Ángel Rozas era un mujeriego vividor, hijo del alcalde de Trijueque, un cacique chaquetero que había pasado por todo el espectro político con el único fin de vivir a costa del Ayuntamiento.

La Huerta. Número 179 – 8 de noviembre de 1907: 

La Huerta. Número 179 – 8 de noviembre de 1907: CARTA-EXORDIO: Señores suscriptores y lectores intermitentes del periódico LA HUERTA. Muy respetables señores míos: Mi paisano y amigo de la infancia Alfonso Varí, cuyo ingenio chispeante habéis tenido ocasión de saborear en este lugar mismo, me ha hecho la honra de designarme su sustituto en el cargo de mandar a La Huerta una crónica diaria desde esta villa y corte.

Presentóme al simpático Sr. Escudero Bernicola en el salón mujeriego y sibarítico del café Candela, y el joven letrado tuvo la amabilidad, que le agradezco en el alma, de aprobar la designación, concediéndome la investidura de cronista madrileño, un nuevo título con que podré adornar mis tarjetas de visita.

Ya conocéis, por su última crónica, los motivos que han obligado a Varí a despedirse de vosotros y a abandonar su tarea apenas comenzada. El periodismo, y sobre todo el de provincias, produce poco; un mozo de cuerda o un aguador gana más que un periodista. Los trabajos de éste se llaman artículos, pero no lo son de primera necesidad, —quizá lo sean de segunda o de tercera — y no resuelven, por lo tanto, ni para el escritor ni para el lector, el problema de la vida.

Sin leer un fondo o una noticia bien condimentados, puede existir y pasar el hombre, «aunque no sólo viva de pan». De aquí resulta que la noble y benemérita profesión de informar e ilustrar al respetable, no puede ser más que un sport de burgueses que tengan ya solucionado el problema de los garbanzos y que se puedan permitir el lujo de pensar… como mejor le plazca.

Ahora bien; mi amigo Varí es pobre; él tiene grandes aficiones al periodismo, pero en él se moriría de hambre seguramente. Convencido de ello, ha desistido de su vocación y de sus ilusiones y va a dedicarse a la prosaica tarea de proporcionarse un cocido cuotidiano, que le hace falta. La figura obesa y plácida del ministro de la Gobernación va a ser el ángel tutelar de sus aspiraciones legítimas.

Cierva reformista anuncia unas oposiciones para proveer un buen golpe de plazas policiacas. El anuncio es sugestivo, atrayente, tentador. La esperanza comienza a sonreír a mi amigo, que ve la aurora de su porvenir en una plaza de policía; y sin perder momento, renuncia heroicamente al sacerdocio de la Prensa y se dedica a apuntar con rifle a un puchero humeante y bien oliente. Él, que sería sin duda un buen periodista, tendrá que ser tal vez un mal polizonte ¡Cosi va il mondo!

A un servidor de Vds., en cambio, le dispensa la suerte el favor de que no tenga, hoy por hoy, que preocuparme en pagar la mensualidad a la patrona y al sastre un traje de buen corte. Yo, por tanto, me encuentro en las mejores condiciones, en las más ventajosas circunstancias para poder, dedicarme al deporte periodístico; o sea, bien nutrido, con tranquilidad de alma y a salvo de cualquier inesperada contingencia. Dispongo pues, de tiempo, de jovialidad y de un buen rimero de cuartillas. La péñola en mi mano tiene que ser forzosamente briosa, ágil y desenvuelta. He ahí todo.

Sea Maura muchos años presidente del Consejo de ministros y mi padre del ayuntamiento de Trijueque, mi pueblo natal, y yo podré ser el cronista madrileño de este diario largo tiempo. Mi padre en Trijueque agencia dineros en la administración de aquel vecindario, que yo gasto alegremente en esta capital. ¡Qué demonios! La cuestión es vivir y disfrutar lo más que se pueda, que lo demás son cuentos.

Mi padre era un romántico, fanático y platónico en la política. Liberalote furioso de abolengo, fue primero zorrillista, después republicano federal hasta las cachas, más tarde salmeroniano, lerrouxista y sorianista; y por último, convencido de la inutilidad de las ideas, colgó el gorro frigio en un clavo de la pajera, entre telarañas, que antes fuera su obsesión y su orgullo, y se hizo maurista de un golpe.

Desde entonces, la Fortuna que es monárquica y conservadora, comenzó a sonreírle y protegerle y la despensa de casa fue llenándose de jamones de que escaseábamos mucho cuando mi padre era puritano y redentor del pueblo.

Antonio Maura y Alfonso XIII en octubre de 1907. Nuevo Mundo.

Y hoy… ¡ahí lo tiene Vd. de alcalde de Trijueque, como quien no dice nada! Todo el mundo le respeta, todo el mundo le adula y el diputado le escribe cartas todos los días. Esto es tener pupila y lo demás ser ciego de nacimiento.

¡Basta de exordio! He creído muy pertinente dar a conocer a los lectores de La Huerta estos antecedentes de familia que hoy tanto se miran, y estos datos de mi persona, ya que desde hoy contraigo con ellos los lazos espirituales, casi matrimoniales, que unen al que escribe con el que lee.

Inútil será que diga que me esforzaré cuanto mi capacidad intelectual me lo permita, por hacerles pasar cinco minutos distraídos y notificarles, a vista de pájaro, aquello que de más sabroso ocurra en Madrid, en esta sastrería central donde se hacen los trajes todos los alcaldes cursis de España, incluso mi padre.

A mis camaradas de Orihuela, especialmente a los de la redacción de La Huerta, aunque no tengo el gusto de conocer, envíoles un cariñoso saludo y les ofrezco desde luego mi insignificante personalidad de hijo de cacique, deseando tener con todos la correspondencia de en leal y estrecho compañerismo. Muy suyo y aftmo. Ángel Rozas. Madrid.

La crónica diaria que anunciaba fue, sencillamente, una quimera. Consiguió redactar en total veinticuatro «Crónicas Madrileñas»; más una que firmó con el nombre de su inspiradora, la prima Eugenia; y otra que le escribió su buen amigo Antón del Olmet.

No sé a qué se comprometió con Escudero, pero la frecuencia de publicación fue muy variable: en noviembre de 1907 escribió once; casi la mitad del total; en diciembre solo dos; en enero de 1908 llegó a seis; en febrero tres (a partir del 24 comenzó a firmar como Ángel Pérez de Rozas); y en marzo otras dos. En abril de 1908 Ángel Rozas se despidió con una «Croniquilla».

Cuando localicé este nuevo filón, ya tenía publicado el año 1907; y casi terminada la siguiente entrega. Pensé en añadirlo; aunque fuese resumido; pero si ya había dividido 1907 en dos capítulos por su excesiva extensión. ¿Cómo metía catorce extensas crónicas? No quería recortarlas; en ellas hablaba del problema catalán, del terrorismo, de la pena de muerte; pero también de sus tertulias, de sus juergas en carnaval, de su primer amor…  

Me pareció más interesante reunir toda la obra de Ángel Rozas en una entrega monográfica; y eso he hecho. Aquí las tenéis todas transcritas, con algunas fotografías que he localizado en otras publicaciones de la época para ilustrarlas un poco.

Madrid 1907. Revista Actualidad. BNE.

La Huerta. Número 180 – 9 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Cupido o Himeneo. En verdad os digo — y me lo habéis de creer sin juramento — que al cronista más le interesa y atrae cualquier vulgar comedia de amor que la tragedia de más alto coturno, y que el suceso, social o político, de más transcendencia mundial según los graves varones. No en balde es el amor el alma del mundo, como aseguran algunos poetas enamoradizos y filósofos.

El clérigo Juan Ruiz afirma, en viejos y sabios alejandrinos, que el hombre no se afana ni trabaja en la vida más que por dos únicos y poderosos móviles: «por haber mantenencia e ayuntamiento con fembra placentera» …  He aquí la razón en que se apoya el cronista al dedicar estos renglones a un conato de matrimonio por sorpresa que hubo ayer en la parroquial de Santa Cruz de esta villa y corte; hecho que seguramente habrá pasado desapercibido o desdeñado por insignificante, a pesar de que lo han referido algunos periódicos.

La gente consagra todas sus atenciones y preferencias, actualmente, a la estafa de 265.000 pesetas hecha al Banco de España, y a la oferta de éste de 10.000 duros al que delate al ladrón, a dos incidentes del viaje regio, a la interpelación de Julio Burell sobre la Sociedad Hispano – Marroquí, explanada ayer tarde en la Cámara popular, o a cualquier comadreo político de más o menos resonancia. A los sesudos varones no les interesa ni les distrae el rumor de besos y el batir de alas del amor que pasa, que tanto conmovía al pobre Adolfo Gustavo Bécquer.

Nosotros pensamos de muy distinto modo. Para nosotros todos esos acontecimientos palpitantes, esos problemas financieros y esos arduos debates parlamentarios, no revisten la menor importancia; son tan vanos y frívolos, a nuestro entender, que no merecen que ningún hombre dedique a ellos su atención más de cinco minutos al día, aunque este hombre se titule pomposamente banquero, diputado del pueblo, senador, estadista, gobernante o  padre de la patria.

En cambio, el noviazgo de unos jóvenes nos parece un problema tan vitalísimo y de una transcendencia social tan grave y honda, que debiera ser el continuo estudio del Consejo de Estado y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y el mayor y preferente desvelo de los Gobiernos. Lo saben las madres, ellas que más que de zurzir los calzoncillos al sufrido cónyuge, con honrosas excepciones, se ocupan en buscarles a sus tiernos pimpollos una buena proporción. Un maridito dócil y de porvenir.

Si como quieren los solidarios, la región es el elemento primordial y constitutivo de la nación, y la región no es más que un conjunto de municipios unidos por vínculos especiales e intereses comunes; los municipios se componen de una reunión de familias, y dos novios son una familia en embrión que deben unirse por los santos e indisolubles lazos del matrimonio. (Esto lo aprendí cuando estudiaba Derecho Natural y era mi profesor el actual gobernador de Madrid Sr. Marqués de Vadillo).

Esos dos  retoños enamorados que, contra la oposición egoísta y estúpida de sus padres, trataron ayer mañana de sorprender al cura de Santa Cruz con un ingenioso ardid a fin de que santificara y aprobara su enlace, son acreedores a todas nuestras simpatías. Si Ángel Rozas fuera poeta erótico en vez de un mal coplero, en estas columnas les dedicaría uno de sus más tiernos madrigales o uno de sus más lindos e inspirados epitalamios.

¡Muchachas casaderas que sentís vehementes e incesantes nostalgias de un dulce esposo! ¡Célibes empedernidos, solterones egoístas, que odiáis la coyunda matrimonial como a la más odiosa de las tiranías!

Si todos, devotos y fervientes, escuchando la voz de la Naturaleza y el imperativo categórico de vuestras conciencias, os entregarais a dar culto a Cupido y os sometierais a rendir vuestras cervices indómitas ante el ara de Himeneo, sin miras crematísticas y sin preocupaciones necias de clases, sino con un gran espíritu de platónico heroísmo como el de los dos tórtolos que se negó a casar ayer el párroco de Santa Cruz; el humilde cronista os asegura, apelando a uno de sus tópicos más solemnes, que la República de Platón pasaría de la categoría de utopía a la de hecho consumado, y la tierra, este triste planeta sin ventura, sería la antesala del Paraíso, a pesar de las suegras. Ángel Rozas. Madrid, 6 de Noviembre.

Iglesia de la Santa Cruz, en la calle de Atocha. Madrid. 

La Huerta. Número 181 – 11 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Por algo se ha llamado a Madrid «la ciudad de la muerte». Como si fueran poco las tristes reformas moralizadoras de Cierva, obligándonos a acostarnos a toque de campana e impidiendo que las tascas funcionen los domingos y los chistes de algunos autores del género chico «pour rire», los sucesos sangrientos y luctuosos  menudean con tal abundancia, que se nos va entenebreciendo a los madrileños la vida por instantes.

El jueves pasado por la noche, un auto del conde de los Andes amigo de Maura, aplastó a un niño de nueve años en la calle de Bravo Murillo; el viernes enterraron al teniente Monjas, víctima rezagada del atentado de la calle Mayor; el sábado se suicidaron una señora viuda en la calle del Carmen, y un relojero suizo, llamado Maurel, en la de Sevilla… Sería curioso investigar la secreta conexión que podrá haber entre la marcha de un corazón y la marcha de unos relojes.

En uno de estos días fúnebres y llorosos, en que la lluvia chapotea zollipando sobre las vidrieras y sobre el asfalto de las calles, mientras los esquilones de las iglesias doblan a muerto, se marcha uno al teatro, por no aburrirse en un café, a ver Don Juan Tenorio. Aunque el espectador se lo sabe ya de memoria y durante la representación se entretiene en recitar por lo bajo cuartetas y quintillas zorrillescas, adelantándose al actor, la escena del cementerio impresiona siempre a las imaginaciones románticas, que acaban por llenarse de estantiguas y espectros espeluznantes.

Después se vuelve uno a su casa lentamente, sumido en algunas meditaciones filosóficas, con las manos metidas en los bolsillos del gabán o cobijado bajo el  «parapluie». De súbito, una voz cadenciosa e insinuante, que nos parece venida del otro mundo, nos estremece como el eco de un conjuro siniestro; la voz parte del umbral de una puerta, donde se refugia alguna sirena de la noche o se acurruca un mendigo sin albergue.

A poco de quedarnos dormidos, una espantosa pesadilla agita nuestro sueño: mil visiones apocalípticas y dantescas asaltan nuestra fantasía y nos hacen despertar sobresaltados. Encendemos la bujía, apuramos el agua del «verre d’eau» que tenemos sobre la mesilla de noche y buscamos luego algo con gran precipitación debajo de la cama. Después, el insomnio sobreviene tenaz e invencible.

En vano fumamos un cigarrillo; su humo no logra disipar las medrosidades tremebundas que en quimérico aquelarre flotan en el ambiente denso de la alcoba. Así nos sorprende el gallicinio. Una claridad lechosa, la de la luz matinal, se filtra por los resquicios de las maderas del balcón. Un gato encerrado maúlla lastimero. Al rato suenan algunas puertas; se oyen toses y pasos por el pasillo. D. Fermín, el cura del cuarto de enfrente, se va a decir su misa cotidiana en las Carboneras.

De la calle suben ruidos y gritos de vendedores. La casa comienza a alborotarse, y en la cocina canturrea la Pascasía los couplets del Ruido de Campanas, que tanto molestan a D. Fermín. Esta diana y alborada domésticas terminan por darle a uno a los diablos; e instintivamente nos vamos vistiendo con rapidez. Encima de la mesa del comedor está El Imparcial de hoy. Lo requerimos y lo hojeamos. ¡Horror! Hasta Mariano de Cavia se ha ensombrecido. Leamos:

— «El crimen de una niña. — Una familia envenenada». — «Dos obreros asfixiados en el Gran Teatro». —«Una anciana muerta de hambre y su cadáver paseado por Madrid». — «Por una noviez. — Un hombre muerto en el Puente de Segovia». — «Dos intentos de suicidio». — «Un cadáver insepulto cinco días». «Una broma y dos heridos.» ¡Tapa! ¡Tapa!….

— Pascasia tráeme el chocolate — grito colérico y balbuciente. Pascasia me lo sirve, y al poco vuelve con un plato: — Señorito, estos buñuelos de viento y estos huesos de santo para después del chocolate. —¡….! Va siendo cosa de hacer el testamento y una confesión general. Ángel Rozas. Madrid, 4 Noviembre.

Banco de España.

La Huerta. Número 182 – 12 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Cómo se hacen los millones. A medida que el progreso va aumentando las comodidades y los refinamientos de la vida, el ansia de bienestar, de molicie, de riquezas y de lujo va despertando la avaricia y apoderándose de los corazones de los hombres. El vivir bien, el sibaritismo, los placeres y el confort, conseguidos reparando poco en los medios, o a lo más salvando las apariencias, constituyen la manía del siglo XX.

El egoísmo humano se ha desbordado con tan frenético positivismo, que Epicuro resultaría en nuestros tiempos un modelo de frugalidad, de austeridad y de altruismo asombroso. Los héroes, los idealistas, los platónicos; los redentores, los Quijotes van escaseando; en cambio triunfan los escuderos y los Panzas. De aquí el desprecio por todo ideal de elevada abnegación, la indiferencia, el escepticismo, la apatía y la abulia.

Las gentes, compenetradas cada vez más de la verdad que entrañan los versos del poeta: «Si tuvieres dineros habrás consolación — placer en esta vida, y en la otra salvación», no se afanan; no se ingenian, no aguzan el entendimiento mas que para conseguir el vil metal, el dios que todo lo puede, el ídolo moderno, el becerro de oro, la panacea infalible, el cúralo todo…

Digan lo que quieran las estadísticas y los almanaques, la religión de los pueblos modernos es el «fetichismo crematístico o la plutolatría». ¿Quién se atreve a tirar la primera piedra? El cronista ha creído oportuno filosofar hoy con tan añejas verdades. La estafa al Banco de España y la concesión de 500.000 pesetas hecha por el Estado a una Compañía que no existe, removida en la interpelación del Sr. Burell, es el tema preferente en las conversaciones del día; y de ello se va a ocupar con el laconismo a que le obliga el limitado espacio de que dispone en este diario diminuto.

¿Por qué involucra el «croniqueur» ambas cuestiones en una misma crónica? Porque ambas son de actualidad igualmente. Suponemos al lector algo enterado de la estafa contra el Banco de España. No obstante, haremos de ella un breve relato.

Un día del mes último, un señor desconocido presentó en la caja de cuentas corrientes del Banco un cheque de 285.000 pesetas contra la que allí tiene abierta D. Francisco Ansaldo. El cheque estaba en regla y se pagó. Cuatro días después, el 30 de Octubre, el propio Sr. Ansaldo fue en persona a retirar pesetas 8.000 de su cuenta corriente. Entonces se descubrió la estafa. El cheque de las 265.000 pesetas era falso; mas la falsificación estaba tan admirablemente hecha que al mismo interesado maravilló en extremo.

El hecho fue este. Inmediatamente cundió la noticia y la policía, entró en funciones, activando pesquisas y diligencias para dar con los estafadores. Los primeros trabajos resultaron nulos; pero ya se ha dado con una pista, al parecer segura. En su consecuencia, tres empleados del Banco, D. Francisco Montero Villarias, D. Vicente Pérez Cuesta y D. Juan Bautista Sánchiz, ingresaron el lunes, día 4, en la Cárcel Modelo. Sus declaraciones consistieron en negar toda complicidad en el asunto; no obstante, continúan detenidos.

Sin embargo, la policía tiene datos y antecedentes que los comprometen, de los que se desprende lo que sigue: El señor Villarias dirige una agencia de informes comerciales titulada «Confidencia», en la que tiene participación el poeta americano Santos Chocano. Ahora bien; la policía sabe que en el local de dicha agencia se reunían este verano secretamente los tres detenidos a fin de estudiar un negocio enigmático y misterioso.

No creyéndose allí muy a salvo, trasladaron su tertulia a un café de la Puerta del Sol, en la que intervenían terciando dos sujetos más, de malos  antecedentes, a los cuales se busca con gran actividad y sigilo. Esto es, hasta ahora, cuanto se ha dejado traslucir del sumario y atestado que se está incoando con gran diligencia. Espéranse sorpresas sensacionales.

Lo de la Sociedad Hispano Marroquí es cuestión aparte, en nada relacionada con la anterior. Ello lo ha sabido sintetizar el Sr. Burell de este modo, «El Sr. Güell (íntimo del señor Maura y del Sr. Allendesalazar, según parece) va un día a ver a este último, y le dice: «Si Vd. me da 500.000 pesetas, yo puedo constituir una Sociedad para la colonización en Africa. —«Constituya Vd. la Sociedad — le contesta el Sr. Allendesalazar— y cuente con las 500.000 pesetas».

Entonces el Sr. Güell busca a unos cuantos amigos, y les dice: — «Si reunimos 10 millones para constituir una Sociedad nos van a dar enseguida 15 millones. ¿Qué os parece el negocio?». La Sociedad se constituye nominalmente, y el ministro de Estado publica en la Gaceta de 10 de Agosto último un decreto fijando las bases a que ha de sujetarse la Compañía Hispano Africana, sin preceder ningún género de concursos.

Contra este hecho, que califica de privilegio monstruoso, protesta el señor Burell, apoyado por el señor Gasset y la minoría republicana, dando lugar a un ruidoso debate en el Congreso, que ha tenido lugar ayer y antes de ayer. El cronista ha terminado por hoy. Ángel Rozas. Jueves, 7 de Nbre., Madrid.

Barcelona 1908. Asamblea Catalana. Revista Actualidad. BNE.

La Huerta. Número 185 – 15 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. La minoría solidaria y la bandera nacional. Después del suceso misterioso ocurrido en el convento de las Trinitarias, de esta corte, del que tanto se ha ocupado la Prensa y del que a mis lectores supongo enterados, nada importante ha ocurrido en Madrid. El cronista de sucesos no políticos, sufre la pena negra. No cae nada en el carnet reporteril fuera de la lluvia, que ya en estas latitudes es una novedad de mes y medio, si la paradoja se me permite.

Ayer, la vida de los madrileños se deslizó gris y monótona: en los teatros, en los cafés y en las trastiendas de algunas reposterías, colmados y casas de comidas, donde con pretexto de satisfacer la gula, se rinde a Baco un culto clandestino y ferviente copeando y capeando con descoco todas las disposiciones gubernativas y laciervescas. El legislador ha debido tener en cuenta que el comercio es inseparable del bebercio. El morapio, más o menos legítimo, produjo sus efectos consabidos, habiendo parroquiano que tuvo que volver a su casa a gatas.

Apenas ocurrió cosa gacetillable. He de rehuir cuanto pueda el tema desagradable y enojoso de la política; pero hoy, por recurso, habré de echar mano de ella, pues lo demás da poco de sí para estirar una gacetilla sin ripios. No ha de ser bagatela todo, aunque se enfade Azorín. Constituye la nota del día en política, el incidente promovido el sábado en el Senado por el señor Rusiñol, solidario enragé, al interpelar al Gobierno por la conducta del representante de España en Chile, el cual hizo arriar la bandera catalana izada en cierto centro catalanista que existe en aquella república.

Este incidente tiene muy acalorados los ánimos y es de temer que esta tarde ocurra algo desagradable en el Congreso si, como está anunciado, el Sr. Pí y Arsuaga, por acuerdo y designación de la minoría solidaria, reproduce en la Cámara popular el incidente que provocó en la alta el señor Rusiñol. No ignoro que La Huerta, aunque en ella soy nuevo, ha defendido la Solidaridad catalana, por la que siente grandes simpatías.

Mejor para que en sus columnas diga lo que pienso; que ha de ser sin parcialidad ni pasión de ninguna clase. Solidaridad Catalana se ha disfrazado con las ideas simpáticas de descentralización y regionalismo, que están en el ánimo de todos los buenos españoles, para lograr mediante ellas y el apoyo tácito y decidido de Maura, propósitos concupiscentes y egoístas; y satisfacciones y vanidades absurdas, que ya se están dejando traslucir. Esto es lo más lamentable que pudiera ocurrirnos después de nuestros últimos desastres.

Aquí, realmente, no se ventila más que una sola cuestión, cuestión de hegemonía y de emulación insensatas entre Castilla y Cataluña, entre Madrid y Barcelona, juego a que no debemos prestarnos los españoles ni consentirlo por más tiempo. Fundada no sé en qué supuestos motivos, Cataluña parte para deducir su superioridad sobre Castilla y sobre el resto de las regiones españolas.

Ya va cansando el escuchar a los solidarios catalanes sus desplantes y balandronadas, alardeando a todas horas, unas veces con descaro y otras embozadamente, de esa superioridad intelectual y cívica de que creen tener la patente y la exclusiva. Tan vanidosa y ridícula pretensión, tras de ser infundada y quimérica, está resultando injuriosa y deprimente para todos los españoles que no hemos nacido catalanes.

Harta justicia se ha hecho ya a Cataluña reconociéndosele ese adelanto y prosperidad fabriles de que disfruta, gracias al proteccionismo de los aranceles de aduanas legislados en este Madrid centralizador que tanto odia, pues por ellos tiene asegurado el mercado español, libre de competencias extranjeras y acaso con perjuicio de algunas comarcas agrícolas.

Si alguna región goza de privilegios, esa no es más que Cataluña, a la que se ha mimado y encomiado exageradamente por la zalamería castellana, inconsciente fomentadora y culpable tal vez del orgullo y de la pedantería catalana, y, por consecuencia, de esos espectáculos bochornosos que estamos dando ante los ojos de las demás naciones. Este es el fondo verdadero, aunque otras sean las apariencias del problema solidario que viene preocupando con razón a toda España.

La conducta imprudente y provocativa que están observando los catalanistas en general, y en particular los que residen en Chile, no es la más a propósito y adecuada para conseguir el logro de algunas justas reivindicaciones, tales como la derogación de la Ley de jurisdicciones, y el triunfo de algunas elevadas ideas que defiende Solidaridad.

Nuevo mundo (Madrid). 1908. BNE.

Digno de aplauso es, por demás, el acto de nuestro representante diplomático en Chile, al obligar a la colonia catalana allí residente a que arriase la enseña de su región, ya que a su lado se negaba el centro a izar nuestra bandera nacional. Santo y bueno es que todas las regiones tengan su insignia, que las singularice dentro del patrio suelo, y que cada español sienta especial devoción y cariño por la patria chica que le vio nacer.

Pero esto no justificará nunca el proceder de esos catalanistas de Chile, ni su grave ofensa inferida a la Patria grande puede excusarse con el sofisma sostenido por los solidarios, de que la bandera catalana representa a la nación, pues fuera de España no debe ni puede haber más bandera nacional que la española, símbolo de la sagrada integridad de la Patria. Ángel Rozas. Lunes, 11 de Nbre. Madrid.

22 de noviembre 1907. Revista Actualidad. BNE.

La Huerta. Número 186– 16 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. ¡El Príncipe viudo se casa! Este es el tema obligado en las conversaciones de todas las hijas de portera y de todas las señoritas cursis de Madrid, que, a falta de novios, sueñan con príncipes rubios y morenos y con regias suntuosidades, como cualquier lilial poeta modernista.

Sí, D. Carlos de Borbón, conde de Caserta, viudo de la malograda Doña Mercedes la que fue en vida Princesa de Asturias, se casará el sábado día 16 del corriente, con la Princesa Luisa de Francia. La boda se ha de celebrar en el palacio-castillo de Wood Norton, que en el condado de Warcester (Inglaterra) posee el duque de Orleans, hermano de la novia.

Los hoteles y casas particulares de la ciudad de Evesham, próxima al histórico castle de Wood Norton, llamado por la gente del pueblo la vieja casa roja, rebosan de gente que han acudido a presenciar la ceremonia y los festejos. En el palacio vienen trabajando, desde hace más de quince días, en los preparativos 400 obreros, entre arquitectos, tapiceros, jardineros y pintores llevados de Londres y de Evesham. El decorado, la toilette y todo el confort son suntuosísimos, dignos de los augustos e ilustres personajes que han de ser sus huéspedes los días de la boda.

Asistirán los Reyes de España, que actualmente se encuentran en Inglaterra, la Reina Amalia de Portugal, varios representantes de la real familia inglesa, todos los miembros de la familia real de Francia y unos cuarenta Príncipes de la sangre. Los periódicos de Londres y de París publican largas listas de los regalos ofrecidos a los principescos novios.

Los Reyes de España les han regalado un soberbio automóvil. Las joyas y objetos de arte son valiosísimos y su importe se calcula que asciende a varios millones de libras esterlinas. Dicen los familiares de la Princesa Luisa que el haberse elegido para la celebración, de su enlace el mes de Noviembre, bien puede haberlo motivado la muy marcada predilección que siempre ha manifestado la hermosa novia por el otoño, y hacen constar que esta estación es la que más delicados y poéticos encantos suele dar a la hermosa campiña que rodea el «viejo castillo rojo» de los duques de Orleans.

29 de noviembre 1907. Revista Actualidad. BNE.

En nombre de Su Santidad Pío X, un prelado dará la bendición nupcial a Doña Luisa y D. Carlos. Al casamiento por lo religioso precederá el casamiento por lo civil. Durante la ceremonia tocará una reputada orquesta y cantarán artistas de los más renombrados; para lo cual el duque ha hecho ir de París a 30 músicos, quienes además se encargarán de los conciertos que han de amenizar los banquetes, las «soirées» y cotillones.

Tan lisonjeros auspicios hacen presumir que los príncipes serán felices y venturosos, y que no habrá cencerrada. En Inglaterra, seguramente no será objeto D. Carlos de manifestaciones hostiles, como lo fue en España en los días de su boda con la Princesa de Asturias. Todos recordaréis los motines y algaradas que tuvieron lugar entonces en las calles de Madrid y en las de la ciudad del Turia.

Aún suenan en mis oídos los vibrantes y bélicos acentos que Rodrigo Soriano, el inquieto polemista e interruptor del Congreso, puso en dos guerrilleros y famosos artículos suyos de agresivo y reticente simbolismo, «Las flores rojas» y «Los pájaros de la reina», publicados a raíz de aquellos sucesos en «El Pueblo», de Valencia, y que sufrieron los rigores de una denuncia.

Nosotros deseamos una eterna y romántica luna de miel a los futuros principescos consortes, que no debe ser interrumpida por los desvelos paternales de D. Carlos; pues nuestro celoso Consejo de Estado, que no olvida y tiene una idea muy alta de las decisiones y cuidados que le ha confiado la Nación, se desvive y se afana por sus hijos con el gran interés como él mismo pudiera hacerlo. Ángel Rozas. Miércoles, 13 de Nbre. Madrid.

Alfonso XIII en un «Hispano Suiza» en 1907.

La Huerta. Número 188 – 19 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. La barbarie del progreso. — ¿Se puede vivir? Llegó ya el momento oportuno de formular esta pregunta; aunque de antemano sepamos que nadie nos haya de responder a ella. Hasta hace poco parecía que todos los humanos seres, teníamos a la vida un derecho sagrado y legítimo; pero los progresos realizados por la mecánica y por las demás ciencias, que «hoy adelantan que es una barbaridad»— según la popular frase del boticario de «La verbena de la Paloma», — han abolido tal derecho, si lo había, o tales apariencias de derecho, conceptuándolo quizá una anticuada conquista de plebeyos y de esclavos, mal avenida con las leyes y las pragmáticas del buen tono.

Ahora, para vivir, hay ya que pedir permiso a S. M. el Cupón con indumentaria de «chauffeur». Nosotros somos más entusiastas por el Progreso que otro alguno. Admiramos sus maravillas y le rendimos culto ferviente, cuando es guía de la cultura y origen de la civilización y del bienestar de los pueblos.

Pero lo execramos con todo nuestro corazón, cuando lejos de ser símbolo de ventura y de paz, olvidando que debe ser antorcha de la Humanidad que sufre, no emplea sus victorias y triunfos en evitar penalidades al hombre, sino en satisfacer a los ricos fútiles caprichos que pueden ser criminales. Entonces el Progreso, que debiera ser siempre santo, se convierte en la apoteosis de la barbarie más brutal e inconcebible.

En menos de quince días tiene que registrar el cronista madrileño, en su libro rojo de cubiertas negras, dos víctimas más, sacrificadas despiadadamente en aras de esa holganza activa y presurosa, por esa imbécil pasión al automovilismo, que ahora está de moda entre la gente del gran mundo; dándose el absurdo contrasentido, el paradójico contraste de que estos buenos señores que no tienen prisa nunca, puesto que les sobra el tiempo y nada tienen que hacer, vayan a todas partes corriendo vertiginosamente.

La noche del 30 del mes último, uno de esos asesinos y macabros armatostes que se llaman automóviles, segó en la calle de Bravo Murillo la vida en flor de un pobre niño de nueve años, aplastándole atrozmente; y anteanoche, a las ocho y cuarto, a la hora en que las alegres y simpáticas modistillas abandonan sus talleres para regresar a sus casas, otro hipogrifo del Progreso atropelló a una de aquellas en la plaza de Castelar, frente al Banco de España, al ir a cruzar la calle de Alcalá, arrollándola y dejándola en convulsa agonía y poco después exánime.

22 noviembre 1907 Revista Actualidad BNE

Concluida la diaria labor, regresaba ligera y gozosa, en unión de una compañera, al hogar paterno, donde su anciana madre, paralítica tiempo ha, la esperaba ya impaciente para que le preparara y le diera los alimentos. Los caprichos del Destino son cruelmente irónicos. El cuerpo juvenil de Teresa Acero,—este era el nombre de la infeliz menestrala— donde reían y triunfaban todas las gracias y todos los encantos de la belleza, quedó desfigurado horriblemente en un momento, y sus vestidos, aseados con toda la pulcritud de la coquetería femenina, aparecieron embadurnados con grandes manchas de sangre y de lodo.

Así terminó aquella existencia, que, en medio de la placidez de su obscuro vivir, iba sin duda rimando algún bello poema de amor, entre sonrosadas ilusiones y dulces esperanzas. El Sr. conde de Peñalver, presidente de la Asociación automovilista y nuevo alcalde de Madrid, intimado por el clamoreo de los periódicos y por las indignaciones de la opinión, a raíz del atropello de la calle de Bravo Murillo, tuvo un rasgo de humanitarismo y de imparcialidad y publicó un severo bando, que se fijó en las esquinas reglamentando la marcha de los automóviles en el radio de la corte.

Revista Nuevo Mundo 22 de noviembre de 1907.

Aquí no nos acordamos de Santa Bárbara más que cuando truena. Casi todos los alcaldes que han habido en Madrid, desde diez años a esta parte, han publicado edictos por el estilo, señalando terribles penas contra estos bárbaros del Progreso, que intentan en las calles y plazas hacer máximas velocidades, convirtiéndolas en velódromos de la muerte; pero los del auto, amparados por esa vagancia dorada que se llama riqueza, se ríen de los bandos, pues ellos saben muy bien que en esta tierra del compadrazgo y del privilegio, ninguna justicia humana se siente capaz y fuerte para condenar a los poderosos que delinquen.

O a lo más, nunca falta un cabeza de turco que cargue con el mochuelo y pague los vidrios rotos. Por lo pronto, el «chauffeur» , que es un obrero que gana su jornal y hace lo que le mandan, es el responsable inmediato; y si el pobre hombre lleva despacio el carricoche, sintiendo repugnancia de ser asesino, se le despide con cajas destempladas por ser un criado y un «sportman» inepto. Un ingenioso escritor, refiriéndose a tales desmanes, los califica de «fechorías del moderno feudalismo automovilista». Por eso son siempre gente débil y humilde sus víctimas preferentes.

A este paso, los que no tenemos más vehículos que los que en las zapaterías se confeccionan, ni podemos permitirnos el lujo de ir a mayor velocidad de la que nuestras piernas y nuestros pulmones nos permiten; habremos de dedicarnos muy pronto a un nuevo y divertidísimo sport: a la caza de automovilistas a tiro limpio. Y entonces podremos saber quién bate el récord de la celeridad: un automóvil de cuarenta caballos (sin contar al chaufeur) o una bala de pistola Mauser o de revólver Smith… Ángel Rozas. Jueves, 14 de Nbre. Madrid.

18 de noviembre de 1907. Archivo ABC.

La Huerta. Número 190 – 21 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. POT-POURRI. El cronista se propone en esta sección hacer muy poca crítica y menos literatura; su principal intento es recoger en ella las notas madrileñas de mayor interés y actualidad. Pero el cronista ve con decepción y disgusto que se frustran sus propósitos, porque suele retrasarse mucho la publicación de sus crónicas: causa que las desvirtúa haciéndolas perder el atractivo de la novedad oportuna, ideal a que aspira todo buen periodista.

—La crónica negra aumenta ya de una manera alarmante. Como si fueran pocos los males y las calamidades; que se escaparon de la caja de Pandora para que aflijan a la humanidad, parece ser que los hombres hemos tomado el acuerdo de despedazarnos unos a otros, hasta que no quede ni semilla.

Así vienen a demostrarlo el bárbaro y repugnante asesinato cometido el sábado en la noche en la calle del Calvario contra dos pobres e indefensas mujeres por uno de esos energúmenos sociales, valientes de oficio, que tienen por glorioso blasón el crimen;  y la inexplicable agresión de que fue anoche objeto un hombre, en la calle de la Concepción Jerónima, por parte de un «enfant terrible», precoz asesino de 15 años.

No pueden imaginarse motivos más fútiles que los que han determinado ambos crímenes. Ya no se asesina por móviles pasionales que disculpan o atenúan algo la acción criminosa, sino por el salvaje e inefable placer de matar porque sí.

— El Ayuntamiento de Barcelona, compuesto casi en su totalidad por solidarios, ha decidido variar el nombre de la mayoría de las calles de la ciudad condal, más principalmente el de aquellas que lo tengan castellano o exprese algo que se relacione con Castilla. El nombre de Cervantes será sustituido en tres o cuatro barriadas de Barcelona.

Así mismo el nombre de España será borrado en una calle de la barriada de San Gervasio. ¿Qué mal hizo Cervantes a Cataluña, sino honrarla con varios elogios que le dedicó en su Quijote, bien que en la armoniosa y soberana lengua de Castilla? Esto no es más que semitismo y odio innoble, que diría Pío Baroja.

— Y a propósito de Barcelona. El viernes fueron silbados en la capital del Principado unos militares por varios estudiantes catalanistas. Y luego quieren los catalanes que se derogue la ley de jurisdicciones. Por cierto que la minoría solidaria afirma y alardea de que Maura le ha prometido formalmente esa derogación. Algunos ministros, entre ellos el de la Guerra, y muchos diputados de la mayoría lo niegan en redondo. Maura, entre tanto, permanece mudo y se hace el distraído. Por aquí vendrá el cataclismo y la muerte inminente al Gobierno. Con el prestigio de la Patria no se juega.

— En cambio, los republicanos han dado una nota patriótica y simpática. El País de ayer publicó un manifiesto redactado por la Comisión nombrada en la Asamblea de 26 de Mayo último. El curioso documento sirvió para dar un nuevo palmetazo a Salmerón y a las minorías parlamentarías del partido republicano, a las que desautoriza y censura con dureza. De él transcribimos el siguiente párrafo:

«La Junta suprema del partido compuesta de senadores y diputados apenas dio señales de vida en las Cortes, ni fuera de las Cortes. Su jefe o presidente acaba de declararse solidario con aplauso de toda la Junta. Trata de reunir de nuevo la Asamblea en Diciembre. Si lo logra, en ella se despedazarán los elementos solidarios y antisolidarios. La política de la Unión gira en torno de la disidencia provocada por el Sr. Salmerón, que sigue en compañía de clericales, carlistas y separatistas, si bien en los últimos días parece haber sido suplantado en la jefatura de la Solidaridad por los verdaderos solidarios, fracaso que en Julio le anunciamos.

Bajo la influencia malsana del separatismo carloclerical, dos republicanos que militan en él, cometieron el desacierto en el Senado de defender las injurias hechas en el extranjero a la bandera nacional. Gracias a la prudencia y al miedo del gobierno, no hicieron lo propio en el Congreso. La Junta suprema no ha tenido contra eso ni una palabra de protesta. Este nuevo agravio debemos a los directores de la Unión». Cada vez nuestra política se complica más, y pronto acabaremos por no entendernos nadie. Mientras tanto, a río revuelto… Ángel Rozas. Lunes, 18 de Nbre. Madrid.

Huelga de pan en Chamberí, Madrid 1907 (Colección Simón J. Iglesias)

La Huerta. Número 192 – 23 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. ¡¡Cerdos…!! ¡¡Marranos…!! ¡¡Cochinos…!!. No es ninguna alusión personal o política, aunque lo parezca y lo pudiera ser; no es tampoco un duro reproche escupido al rostro de los homosexuales de Berlín y al de sus congéneres de todas las naciones; ni un epíteto dirigido a ciertos culinarios, inventores de salsas amarillas y verdes; ni una moralista reprensión a los que florean a las mujeres con obscenidades de mal gusto; ni siquiera es un apóstrofe de urbanidad contra los que tienen el feo vicio de hurgarse las narices con los dedos, aunque estén haciendo albondiguillas de bacalao.

Es sencillamente una natural exclamación, un grito espontáneo que se escapa de las gargantas de todos los madrileños amateurs del tocino fresco, de la salchicha y de las magras. El cronista no puede menos que disculpar la justa indignación de los respetables consumidores de carne de cerdo (1),los cuales se hallan privados estos días de comerla, sin ser en esta época una santa abstinencia que nuestra Madre la Iglesia nos imponga.

(1) N. B. —El cerdo— y no lo digo hablando conmigo— es un animal muy digno de aprecio y de la estimación de las gentes. San Antonio el Ermitaño lo eligió para que fuera su compañero inseparable; poetas ha habido que lo han hecho objeto de sus más inspirados cantos, y un célebre obispo, aunque no recuerdo si fue el famoso de Mondoñedo, comparaba este paquidermo domesticado con la mujer, pues una y otro no tienen desperdicio.

Se trata únicamente de una huelga de abastecedores y matarifes, en protesta de que no se les deje sacrificar y vender cerdos éticos, en el más lamentable grado de tisis. ¿Cómo negar a los carniceros el derecho inmemorial que tienen, adquirido por la costumbre, que siempre ha sido ley, de expender solomillo tuberculoso y chuletas con bacilus de trichina? ¿Que se envenena el consumidor o se muere? ¿Se llevó la carne fiada? ¿No? ¡Pues a ellos qué! Mejor para los médicos y para los funerarios.

El concejal comisario D. Emilio Blanco es, por lo visto, un edil con toda la barba. Se planta a las cinco de la mañana en el Matadero de puercos, y allí se está el celoso munícipe, microscopio en ristre, vigilando como un Argos, hasta las doce de la noche. El Sr. Blanco, convertido en nuevo Torquemada contra toda herejía antihigiénica, mandaba sin contemplaciones al quemadero las reses sacrificadas que no se hallaban en condiciones para el consumo, después que el examen técnico acreditaba tenían síntomas de tuberculosis.

Los abastecedores se quejaron al alcalde, de la severidad edilesca, alegando que era antigua práctica en el Matadero la de cortar de estas reses enfermas aquellos trozos de carne que habían sido invadidos ya por los tubérculos, aprovechando el resto para el consumo, a lo que se oponía rotundamente el Sr. Blanco. El Sr. conde de Peñalver giró entonces una visita de inspección en el Matadero y acabó por aprobar la conducta del delegado del municipio.

En aquel instante surgió la huelga, y hoy ya llevamos los cortesanos varios días sin comer magras. El conflicto, tras de ser grave y mortal, no se resuelve tan pronto como los impacientes quisieran, y ya se empieza a oír por todos los ámbitos de la corte gritos desgarradores, angustiosos y ambiguos, pidiendo: ¡¡Cerdos…!! ¡¡Puercos…!! ¡¡Guarros!!… Ángel Rozas. Miércoles, 20 Nbre. Madrid.

Don Miguel de Unamuno y Jugo.

La Huerta. Número 195 – 27 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. La Solidaridad y los intelectuales. En el pleito de la Solidaridad también litigan los intelectuales. No podían por menos. Ellos, los superhombres, se creen en el deber y con la misión de enjuiciar y sentenciar en todo transcendental problema y en toda cuestión ardua. Y su fallo es infalible, inapelable, decisivo.

Ya sabéis quiénes son los intelectuales. Con tan pretencioso y ridículo nombre, —todos los hombres son intelectuales, — tal vez cometiendo una absurda antonomasia, se han bautizado unos cuantos señoritos, que forman algo así como el trust de la inmortalidad y de la gloria vitalicia y póstuma. Pasan el noviciado bebiendo ajenjo y haciendo antesalas y bajezas; intrigando aquí, adulando allá, con carnavalesco indumento y tipo estrafalario.

Después fundan una sociedad de autobombos y bombos mutuos, y publican unos libritos con piruetas y extravagancias de efecto para llamar la atención del público indiferente y hacerse bonitamente el reclamo. En esos libritos dan a luz algunos juegos malabares poéticos en diversos desequilibrios métricos imitando a Verlaine, con frases rebuscadas y vocablos manidos, o insertan prosas de merengue o de mosaico, diciéndonos en plural de majestad que tienen un «enorme paraguas rojo», que son «unos pequeños filósofos» y que leen al P. Gracián y a Lamartine y otras vaciedades y bagatelas por el estilo.

Al punto, escalan la tribuna de algunos de esos rotativos que se llaman «de gran circulación»; y ya en ella, interceptando el paso y obstruyendo la entrada a los demás, quedan ungidos y consagrados. A quien se atreva a hablar mal de ellos y a demostrarles que son unos gansos con aire y tono de grandes hombres, con decirle que es un despechado, un fracasado envidioso, un «declassé», se le apabulla y asunto concluido. Logrado un nombre por cualquiera de estos procedimientos se echan a dormir, después de clasificarse por cartas: humoristas, ironistas, paradojistas, rectilíneos, bagatelistas, mundiales, funambulistas, neoclásicos, parnasianos, pseudorománticos, simbolistas, naturistas, eclécticos e iconoclastas. ¡Cuánto majadero!

Pues bien; la última burrada de los más conspicuos intelectuales ha sido la de declararse, unos solidarios, y antisolidarios otros, trayendo a cuento con este motivo, razas y genealogías. El Sumo Pontífice Unamuno, que no es Unamuno, sino una mona, quiso explotar el argumento y hacer una de sus paradojas combatiendo la Solidaridad y hablando mal de sus devotos. Y enseguida le han secundado en la tarea otros intelectuales vascos, pero que imperan en Madrid: Grandmontagne, Pío Baroja, Manuel Bueno, con un séquito de genios en embrión.

En cambio, alardean de solidarios Ramiro Maeztu; también vizcaíno, Guimerá, Calderón, Urales, Martínez Sierra y probablemente Azorín, no obstante que, como de costumbre, aún no ha dicho esta boca es mía; con su correspondiente cohorte de intelectuales de escaleras abajo. Se enzarzó la polémica y hemos tenido que abrir el paraguas de Azorín. Que si el misticismo, que si la Edad Media, que si el guerrero, el mercader y el fraile, que si el origen étnico, que si el odio semítico….

Habla Unamuno, replica Maeztu, objeta Grandmontagne, argumenta Corominas, perora Bueno, afirma Cambó, teoriza Baroja y filosofa Carner; y todos discuten, y todos chillan y ninguno se entiende. ¡Qué grillera, Dios mío!…—¡Rediez, agua, agua — decía un baturro — que se quema el Ebro, porral… ¡Riau! ¡riau! Ángel Rozas. Jueves, 21 de Nbre. Madrid.

De la Cierva con el alcalde de Madrid, 31 de octubre de 1907. Nuevo Mundo.

La Huerta. Número 196 – 28 de noviembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. CIERVA Y LA PRENSA. La Prensa es un estorbo para cierta clase de gentes. Todos los malos gobernantes y cuantos han tenido algo indecoroso que ocultar a la faz de la opinión, juez inexorable y justiciero, temiendo su fallo, se han significado siempre por su odio a la Prensa y por las persecuciones que le han hecho sufrir.

La Prensa, esta Prensa periódica tan calumniada cuando de ella se reciben justas censuras y tan cortejada cuando de ella se espera un bombo inmerecido o una alabanza lisonjera, es la institución más poderosa, la más humanitaria y la más civilizadora de los tiempos modernos. Portaestandarte de la cultura, salvaguardia y égida de la libertad individual y de la razón, dique formidable e incoercible contra todas las injusticias y contra todos los abusos de los tiranos, es digna de todos los respetos y de todos los honores, y siempre saldrá triunfadora de cuantos desalmados yangüeses y felones malandrines osaren aporrearla.

Verdad es, desgraciadamente, que en su gremio y orden caballeril se cobijan algunas meretrices y viven medrando algunos intrusos e inverecundos testaferros; pero no hay humana institución, por santa y venerable que sea, que esté libre de culpa y exenta de mácula. Junto al apóstol se ha alzado siempre el falsario; tras la hazaña de un héroe, ha venido la grotesca parodia de algún histrión. No obstante, el público sensato y experto, a quien nunca se engaña aunque lo parezca, en todo caso ha sabido distinguirlos y darles nombre apropiado.

La Cierva, el prohombre de Mula, este «factorum» de Maura que ocupa la poltrona de Gobernación, no ha podido disimular jamás la antipatía y la aversión que siente hacia los periódicos y hacia los periodistas. ¡Esos malditos periódicos para los que no hay ni puede haber secreto ni misterio oculto, y que no pueden tener nada callado!… Por ellos, terribles fiscales como es imposible tapar sus cien mil bocas, es necesario jugar limpio. Las fullerías, las martingalas y los escamoteos de tahúres son comprometidos y peligrosos.

El Excmo. Sr. D. Juan La Cierva y Peñafiel (Rocafedele cuando era bolonio) es maravillosamente genial. Él no puede olvidar las donosas ironías y las duras rechiflas de que le ha hecho objeto la Prensa; y en una de aquellas célebres noches en que el pitorreo y la guasa viva de los noctámbulos eran más escandalosos y cabreantes en la puerta del Sol, entre el rumor de las letanías y de los rezos que subían de la calle hasta su confortable despacho del ministerio, juró sin duda D. Juan, creyéndose Tenorio en la primera escena del drama de Zorrilla, vengarse de aquellos irreverentes gritos, molestando a la Prensa, presunta causante y factora de aquellos «choteos» ejemplares y de aquellas socarronas burlas. Cierva comienza a patentizar su jurada venganza.

El sábado, día 23, apareció en la «Gaceta» una R. O. sobre periódicos, empresas, corresponsales, impuestos de utilidades y otras frioleras periodísticas, encaminadas todas a meter en cintura y domeñar este empecatado y maldecido monstruo de cien oídos, de cien ojos y de cien mil bocas. ¡Hay que amordazarlas!

El decretito se las trae y la marejada arrecia. En la sesión de esta tarde, en el Congreso, Rodrigo Soriano u otro cualquiera de los diputados periodistas moverá camorra y habrá bronca probablemente. ¡Nada, señores, que Cierva quiere crisis a ultranza, para poder irse estas Navidades a comerse el pavo en Mula, cansado de ir en el machito de la Gobernación! Ángel Rozas. Lunes, 25 de Nbre. Madrid.

El siguiente artículo, lo he transcrito casi entero porque, aunque aparezca firmado por Eugenia Tribelli (su prima, con la que comparte piso, se llama Eugenia Tribello) seguramente lo redactó Justo con sus indicaciones.

Justo García y Eugenia Tribello.

La Huerta. Número 200 – 4 de diciembre de 1907: CRÓNICA DE MODAS. Los sombreros de invierno. Estas ligeras notas las dedico, ¡naturalmente!, a las distinguidas y bellas lectoras de LA HUERTA, a cuyo servicio pongo los conocimientos que en el arte de confeccionar sombreros de señora he adquirido en muchos años de práctica.

El sombrero es el complemento insustituible de la toilette de toda mujer elegante; su elección, su esprit, la manera de saber colocárselo revelan la gracia, el gusto y hasta el alma de la dama que lo lleva. La que es doctora en el arte supremo y exquisito de agradar, que es el ideal estético a que debe aspirar toda mujer, antes de elegir el sombrero con que ha de adornarse y completar su tocado, estudia cuidadosa y detenidamente la forma, los adornos, la pose, todos sus pormenores, examinando aquellos que más se adaptan a su rostro y al conjunto de su figura, siempre en armonía con la moda.

Hay que tener en cuenta que el sombrero es el árbitro y la piedra de toque del buen gusto; él nos dirá si la mujer que le lleva es una elegante o una cursi. Mientras que de la cabeza de ésta se desprende, en la de aquella halla su trono; aunque siempre disimula y aristocratiza. Todas sus modas han tenido algún encanto, prestando gracia y distinción al busto.

Desde el sombrero Pompadour, que nos evoca todos los refinamiento semi-paganos y el lujo suntuoso de aquella corte complicada, galante y sutil de Luis XV; la capota María Antonieta, preferida por nuestras elegantes del miriñaque a mediados del pasado siglo; la elegante archiduquesa, con el ala graciosamente levantada del lado izquierdo y sobre el que triunfaban ricas amazonas, haciendo el sombrero regio, majestuoso y distinguido; el airoso chambergo, con el ala recogida por ambos lados y con una hendidura en la copa, adornado por caprichosos penachos de plumas de gallo; la pequeña capota sujeta con barbuquejo de biez de terciopelo prendido con alfileres de perlas; las primorosas gorras confeccionadas con ricos pañuelos de seda escoceses; el lindo canotier, sombrero de mañana y de viaje, pero que viste y distingue con su velo de tul, graciosamente recogido hacia atrás…

… Pero como mi propósito de hoy es describiros el sombrero de invierno de la presente temporada, accediendo gustosa a las instancias e invitación de un amable redactor de LA HUERTA, paso a hacerlo sin más preámbulos.

Revista Actualidad 1907 BNE

Las últimas novedades venidas de París nos imponen el extravagante sombrero de campana, nombre que recibe por afectar esta figura  su forma. Son generalmente cascos de castor o de fieltro con el ala muy combada hacia abajo y la copa alta y redonda. Componen sus adornos grandes penachos de plumas fantasía, o grupos de rosas y crisantemos de terciopelo y raso, o bien dos amazonas o alones, cayendo por ambos lados como las antenas de una mariposa, y sujetas anteriormente por un chou o moña cocarda o por una hebilla.

Es muy de novedad rodear la copa con un rus effilé, o sea de seda deshilachada, atravesado caprichosamente por grandes agujones de bolas opalinas. Este sombrero es propio de señoritas jóvenes, y la manera de llevarlo es muy tirado hacia atrás de modo que pueda lucirse el peinado por delante.

También para las pollitas de 15 a 20 años se estila mucho la gorra de paño de dama, llamada automovilistas, con visera toda alrededor. Para las señoras graves están de moda las capotas de terciopelo con bridas y adornos de violetas, pensamientos, cintas o  plumas. Para las niñas se llevan las capotillas llamadas de forma de gato, cubiertas de terciopelos planchados con graciosos pliegues recogidos a los lados, donde se colocan moñas, hechas con vaguitas de cinta, flores y algunos cabos de pluma dejando la parte delantera sin adornos.

El color que domina es el heliotropo combinado con el verde. Ante la imposibilidad de extenderme más me despido de las amables y bellas lectoras de LA HUERTA, ofreciéndolas ponerlas al corriente con oportunidad de cuantas novedades hayan por esta corte. Eugenia Tribelli, Madrid y Dbre. de 1907.

Trinitario Ruiz Capdepón.

La Huerta. Número 203 – 7 de diciembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. La «democracia» de Capdepón. Por si aún quedan tontos en Orihuela que crean en la democracia de los liberales demócratas y más especialmente en la de su «ilustre hijo» o «padre» (como algunos incautos le llaman), el ex-ministro Sr. Capdepón, ese marmolillo que encumbró un capricho de la diosa Casualidad; hoy quiere consignar el cronista un hecho decisivo y elocuente digno de pasar a la Historia, que confirma la inquebrantable y la estúpida fe de tales creyentes pazguatos.

A nosotros ni nos maravilla ni nos asombra. Por un bien escrito y patriótico artículo de fondo, inserto en este periódico el 8 del mes último con el título «Fervor monárquico», ya conocen los lectores de LA HUERTA el dictamen del Consejo del Estado, concediendo al hijo del infante D. Carlos de Borbón, a solicitud de la Intendencia de Palacio, una pensión anual de 250.000 pesetas. El famoso dictamen, por ilegal, improcedente y atentatorio contra nuestra ruinosa Hacienda pública, fue acogido con gran escándalo y protesta de la opinión y viene siendo ya, durante dos meses, objeto de una continua y ruidosa campaña oposicionista por parte de la prensa de todos los matices y colores.

Carlos de Borbón y su hijo, el infante Alfonso en 1907

La enorme montaña de tributos, impuestos y gabelas que pesan sobre los enflaquecidos hombros del contribuyente español y que van a parar al fisco, ya estamos cansados de saber los beneficios que nos reporta. En este mísero país, donde diariamente se ven obligados a emigrar con sus familias millares de obreros por no morirse de hambre en la ingrata patria, donde la agricultura y la industria se hallan sin la protección de los poderes, y la ignorancia y el analfabetismo con todas sus consecuencias funestas cunden y aumentan cada día más por el incalificable abandono en que tiene el Estado estas sagradas atenciones; hay unos consejeros magnánimos y patriotas que disponiendo muy holgadamente y a su antojo del dinero de la Nación, van a regalar todos los años una millonada a un individuo de la familia Real, a quien según la Ley no le pertenece.

La esplendidez de tan celosos primates sería muy digna de loa, si fueran igualmente dadivosos para con todos los ciudadanos españoles. Retirado por el Sr. Urzaiz su voto particular en contra de tan absurdo dispendio, que debió ser rechazado desde un principio sin concederle siquiera los honores de la discusión, ayer mañana, como estaba anunciado, celebró una sesión el pleno del Consejo a fin de discutir el célebre dictamen.

Hora y media duró la reunión deliberativa en que se iba a dilucidar y a resolver una cosa tan clara a todas luces, que no da lugar a dudas ni a vacilaciones. La discusión fue acalorada y tumultuosa. Llegado el momento de votar, lo hicieron en favor del dictamen, es decir, de la concesión generosa de 250.000 pesetas al infante D. Alfonso, el presidente, marqués de Pidal, los consejeros conservadores señores Azcárraga, Santos Guzmán, Pidal (D. Alejandro) y duque de Mandas, el duque de Veragua, liberal, y el Sr. Capdepón ¡demócrata!; total, siete.

Y en contra, los Sres. Moreno Rodríguez, Urzaiz, Eguilior, Ramos Izquierdo y Aguilera; republicano el primero, conservador el segundo y liberales los tres últimos; total, cinco. Es decir que sin la defección y sin la inconsecuencia del «demócrata» Sr. Capdepón, hubiese habido empate y el dictamen no hubiera sido aprobado. Ahí pueden los oriolanos ver en paños menores la democracia de su paisano ilustre. ¡Recobren la vista los ciegos que aún esperan el maná llovido de manos de estos funestos Capdepones, Ruices o Valarinos!.. Ángel Rozas. Martes, 3 de Dibre. Madrid.

El público viendo los números premiados en la Puerta del Sol. Nuevo Mundo, 26 de diciembre de 1907. BNE

La Huerta. Número 217 – 24 de diciembre de 1907: CRÓNICAS MADRILEÑAS. GLORIA IN EXCELSIS… Ustedes habrán creído sin duda que Ángel Rozas ha muerto, y hasta algún lector devoto quizá haya rezado por mi alma. No me ha faltado mucho. La afonía que he padecido era efecto de un catarro grippal de esos que ahora corren, según diagnosticó el doctor. Pero ya estoy bueno y en voz, a Dios gracias. Descolguemos, pues, la mal cortada péñola mía, no precisamente de la espetera y del hilo de alambre donde la dejó el prudentísimo Cide Hamete, y volvamos de nuevo a nuestra tarea diurnal.

Por cierto, señores, que me he visto y me he deseado para convalecer. Esos chicos de mi portera son unos diablillos de los mismos infiernos. Su madre les compró, pronto y con tiempo por si se acababan, estos dulces y armoniosos instrumentos músicos pastoriles con que la tropa infantil celebra el aniversario del nacimiento de Jesús. Godofredito toca a todas horas la gaita, Nicanorcito bate con marcialidad el tambor, Rigobertito tañe desacompasadamente la zambomba, Periquín zumba con furia la pandereta y Petronila chasca sin ton ni son las castañuelas y se desgañita cantando villancicos….

En fin, que están el cuarto de mi portera y el portal convertidos en un verdadero Belén. Por no volverme loco con el angelical concierto del coro porteril, he huido hoy de casa en cuanto he almorzado y me he dirigido a Fornos. En el sitio y mesa de costumbre estaba reunido el cónclave y formada la tradicional e histórica tertulia de mis amigos de siempre: D. Severo, D. Tadeo, Manolito Estrada, Juanito Risueño y Prudencio Iglesias.

Tienen un gran barullo. Todos hablan y disputan, entre el chocar estrepitoso de las copas y de las cucharillas. — Hoy hay gran deliberación— he pensado para mi chaleco. En efecto, el vehemente D. Severo gritaba en aquel instante con prosopopeya autoritaria, enarbolando heroicamente una tetera: — Eres un tonto, Juanito; y perdona la manera de señalar. Los yankis no van a ninguna parte. — Sin embargo, ya ve V., don Severo; ahora van bonitamente al Pacífico, buscándoles las cosquillas a los nipones. — ¡Un colmo, señores, un colmo!… — ha interrumpido Iglesias, soltando una carcajada.

El pavero en Navidad. Nuevo Mundo, 26 de diciembre de 1907. BNE

¿Cuál es el colmo del camorrista? ¡Ja, ja! El colmo del camorrista lo están haciendo ahora nuestros zurradores de marras los yankis. ¿Que cómo? ¡Je, je!- Yendo a armar guerra al Pacífico. — Pues bien; los yankis hacen un colmo, como dice el amigo Iglesias, y van a achantar a esos fanfarrones changuitos — continúa diciendo Juanito Risueño. — Pero se volverán a la mitad del camino — replica sentencioso D. Severo. — Y si acaso cometieran la temeridad de hacer la guerra al Japón, que no lo creo, sufrirán la derrota más descomunal que los siglos han presenciado.

Los japoneses son invencibles.  La magnífica y formidable escuadra de Ewans, que ha zarpado de Port Monroe hacia Oriente, no es de las que se dejan vencer tan fácilmente como se dice. Son 19 acorazados mayúsculos con el mejor armamento que se conoce, 16 cruceros blindados y una escuadrilla de torpederos, que es la avanzada de la muerte. — Todo eso se hundirá en las aguas del Pacífico. El gran Togo, el vencedor de Port Arthur, dará una dura lección a ese grumetillo de Ewans.

Con poco trabajo demostrará ante los ojos de todas las naciones que el Imperio del Sol Naciente es la primera Potencia del mundo. — ¡Riau, riau!… ¡Eche V. por esa boca! Eso es asegurar mucho. — Lo aseguro porque puedo y porque soy práctico y perito en la materia. — ¡Adiós, Kuroki!… —Las guasitas p’al gato. Siempre me ha dado pena de que seas un percebe de nacimiento. — ¿Va a echar V. ya mano al saco de los «azjetivos»?

Pues avise V. antes, para que coja el sombrero y me vaya a la calle. — A otro sitio debieras irte, cacho de besugo. —Mire que le «azjetivo» a su mamá política. Está visto que con los solidarios no se puede discutir de nada. — Mentira!…

La discusión se enzarza fieramente, y por momentos va agriándose y subiéndose más de tono. Algunos terrones de azúcar de pilón vuelan por encima de nuestras cabezas. La ruptura y la conflagración son inminentes y la intervención de las potencias neutrales se hace necesaria.

D. Severo es fanático solidario y desde la reciente guerra ruso-japonesa, un furibundo entusiasta del Japón. Tocarle ambas cosas a D. Severo, es hacerle perder los estribos. Por fin y gracias a los buenos oficios de las potencias intervencionistas, se restablece la paz y se serenan los ánimos.

Entonces Prudencio Iglesias, el eterno humorista, ha hecho algunos cuantos chistes sobre el incidente, que todos hemos abucheado en coro, y ha propuesto luego otros tantos colmos y semejanzas. Esta decadente costumbre de las agudezas de ingenio, que era hace dos años la monomanía de todo madrileño de buen tono, afortunadamente ha pasado ya de moda; pero el grotesco y dicharachero Iglesias adquirió entonces este vicio incorregible, que tan bien armoniza con su carácter, y aún continúa con él.

D. Tadeo ha tomado después la palabra, y con un gran énfasis ha disertado largo rato sobre el estado de la cultura española y acerca de las causas de su postración, endilgándonos un discursito académico, con latiguillos y todo, digno de una conferencia en el Ateneo. «La enseñanza y la educación social — ha dicho en tono sentencioso— es nuestro primordial problema. La instrucción pública es el único medio de regeneración que nos queda a los españoles».

Después ha abogado porque se conceda a Rodríguez San Pedro los cinco millones que piden las minorías parlamentarias que se aumente nuestro presupuesto de Instrucción Pública. A este propósito se han discutido también los 200 millones que figuran en el proyecto de escuadra; y con tal motivo han vuelto a soliviantarse los ánimos y los polemistas han estado a punto de venir a las manos.

La mesa del café parecía un campo de Agramante. Yo, casi fuera de juicio, me he ido a la calle y me he vuelto a casa filosofando en la vanidad de las cosas de los hombres y pensando que es preferible sufrir el belén de los chicos de mi portera, que los debates diplomáticos y parlamentarios de mi tertulia del café de Fornos. Ángel Rozas. Madrid, 21 de Diciembre.

Café de Fornos. Madrid.

El 30 de diciembre, su amigo Antón del Olmet firma la Crónica Madrileña de «La Huerta». Curiosamente vuelve a estar relacionada con la moda; anunciando la repentina muerte de un famoso modisto francés.

1908.

Durante el mes de enero de 1908, Ángel Rozas redactó media docena de crónicas.

Nuevo Mundo, enero de 1908. BNE.

La Huerta. Número 224 – 7 de enero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Sinfonías del Año Nuevo… Un horrible y fragoroso estampido, entremezclado de ayes y gritos de angustia, hace retemblar los ámbitos de España. La detonación ha retumbado, como de costumbre, en la capital de Cataluña.

Hay quien la atribuye a la caída del gordo en Barcelona; otros, en cambio, más expertos, la reconoce como efecto de la explosión de varias bombas de dinamita en las calles de la ciudad condal. De todos modos es el trueno gordo, el trueno final de la obra.

Terminó la comedia del año 1907. Telón. La obra ha sido pésima, rematadamente mala, una farsa indigna, una mojiganga indecente y grosera, una porquería. Todos nuestros farsantes y conspicuos histriones se han esforzado por ver quién lo hacía peor.

El público, paciente, no pudiendo contener por más tiempo su malhumor y su hastío, ha silbado y pateado a rabiar. Es lo único que nos queda: el derecho a la grita y al pataleo. Nuestra desconcertada orquesta nacional ha vuelto a preludiar su invariable sinfonía, entre la chillería y el escándalo.

Los comediantes estudian otras bufonadas y ensayan nuevas posturas. El coro se dispone a salir. Todo indica que inmediatamente va a comenzar de nuevo la función. El viejo y monótono espectáculo estamos cansados de sabérnoslo de memoria y los espectadores bostezaremos otra vez de aburrimiento, ya que no tenemos fuerzas y nos sentimos incapaces para obligar a la empresa egoísta y sórdida a mudar e innovar los carteles, dando más amena variedad a la representación, y despidiendo a puntapiés y a escobazos a la torpe y grotesca farándula que ahora, actúa en el destartalado y ruinoso coliseo de la Patria.

Pero ¡Silencio! ¡Atención! Ha concluido el entreacto y se ha descorrido nuevamente la cortina. Empieza el coro. En la última fastidiosa escena del acto anterior, a paso de carga y a trancas y barrancas, quedaron aprobados los presupuestos y cumplida la letra muerta de nuestra desencuadernada Constitución.

¡Qué importa que se haya burlado una vez más el espíritu de la Ley! Mientras el coro general de recaudadores y alguacilillos, ejecutando una «machicha» sobre motivos del Miserere de M. Trovador, explica y aplica los nuevos presupuestos o impuestos; la farándula parlamentaria descansa hasta el día 24. La comparsería desentona y desafina de un modo horrible.

— «He aquí — exclama el corego haciendo uno de sus mejores gorgoritos— manifiestas las inauditas y casi milagrosas ventajas de la desgravación. En bien de las costumbres, se cierran los domingos las tabernas, queda el morapio libre del impuesto de consumos, para mayor comodidad de la pesca de merluza en todos los extrarradios; pero no creáis por eso que beberéis más barato el vino, pues si los taberneros no tienen ya que pagar puertas, satisfarán, en cambio, las patentes acordadas por el alcalde.

Sin embargo, en beneficio del sufrido vecindario madrileño y para compensar los ingresos que por la desgravación de los vinos pierden el erario y las arcas municipales, nuestros celosos administradores han ideado otros impuestos y nuevas gabelas que hacen subir los precios del pan, de la carne y de otros artículos de primera necesidad. ¡Señores, viva la borrachera y la juerga nacional!— Una voz estentórea sale del público y dice: — ¡Fuera! Ahora nos bajáis el vino y nos subís el pan y la carne.

¡Negociantes! ¡Chapuceros! Pronto, a este paso, lo trastornaréis todo a medida de vuestro egoísmo, y abusando de nuestra mansedumbre, nos bajaréis los calzoncillos nos subiréis las camisetas… ¡ya sabéis para qué! Señores, siga la danza. Puede el baile, continuar. Ángel Rozas. Madrid, 3 de Enero de 1908.

Diábolos a comienzos del siglo XX.

La Huerta. Número 228 – 11 de enero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. ¡Diábolo!… «Satanás será suelto de su prisión». Apocalipsis. Se ha dicho que «la luz viene del Norte»; y se puede ahora añadir, en buena lógica y en mejor etimología, que Lucifer también viene del Septentrión.

Precisamente porque aquí seguimos con fanatismo y monomanía cuanto procede de «allende los Pirineos», nos encontramos en estos momentos, dominados por una abrumadora fiebre infernal; por un terrible furor diabólico. «¡Absit!» Se ha cumplido, como no podía por menos, al pie de la letra la profecía que escribió San Juan en la isla de Patmos, en su libro el Apocalipsis (cap. XX, vers. 2, 3, 7 y 8).

El propio Satán en persona, aunque disfrazado en figura del carrete, del cordón y de las dos varillas que integran el juguete de moda llamado el diábolo, ha llegado e invadido Madrid, enseñoreándose al siguiente día de la élite de todo lo más elegante, de todo lo más snob y de todo lo más cursi que encierra la villa y corte del oso. En todas las casas, en todas las calles y en todos los paseos el horrible diábolo es elevado a las alturas y es objeto de un culto desenfrenado e idolátrico.

Como verdadera plaga, ve usted a todas horas volar por los aires el endiablado carrete, amenazando y poniendo en peligro la integridad física del transeúnte indefenso. Los percances, los coscorrones y los chichones que ha producido ya el nuevo juego maldito, son innumerables, y lo más sensible es que sus víctimas no se cuentan únicamente entre sus adoradores y neófitos.

Con motivo de la pasada festividad de Reyes, ha aumentado extraordinariamente el culto diabólico, pues los monarcas magos han traído en sus alforjas una copiosa provisión de diábolos, surtiendo a todos los que aún carecían del armatoste. Ya no solo los chicos y las señoritas cursilonas de este Madrid taboadesco se entretienen jugando al diábolo; muchos padres de la patria y respetables senadores se dedican con entusiasmo al nuevo y aburridísimo sport.

Tal vez lo hagan únicamente por imitar al cardenal monseñor Merry del Val, de quien dicen que dentro del Vaticano se divierte con el juego de moda. ¡Hasta en la morada del Vicario de Cristo en la tierra ha conseguido penetrar el diábolo! ¡Horror! ¡Ya no hay salvación posible! Pero no han sido solamente diábolos lo que los Reyes Magos han traído. He aquí una lista de los objetos con que han favorecido y regalado a nuestros más eximios políticos:

A Maura: un cangrejo automático y la carabina de Ambrosio. — A La Cierva: unos pantalones a cuadros, un enorme cerrojo, un puchero electoral y un molino movido por las aguas desviadas del Segura. —A Osma: la llave de la despensa nacional, media docena de botellas de Jerez desgravado y cien cédulas liberadas por la Azucarera Española. — A Allendesalazar: un busto de oro del Sr. Güell y un mapa de Marruecos.

—Al conde de Peñalver: un automóvil con una sentida dedicatoria de los panaderos de Madrid. — Al marqués de Vadillo: una cabra triste. — A Weyler: un lavabo y un termo nuevo. — A Primo de Rivera: un «pim, pam, pum» con una dedicatoria del capitán Clavijo. — A Moret: una estatua de la Libertad… encadenada, un piquito de oro y un molde de hacer pasteles de todas clases. — A Montero Ríos: una gaita gallega, un ruso, una bufanda y un chuberski. — A Vega Armijo: una ristra de ajos con un lema que dice: «Al ilustre prócer».

— A Romanones: un diábolo… cojo. — A Canalejas: el morrión anticuado de Sagasta y la Democracia de capa caída. — A Capdepón: unas sonajeras que fueron del nietecito de Caserta. — A la minoría solidaria: una barretina con esta inscripción: Autonomía o «visca Catalunya llibre». El programa mínimo de Tívoli: nadie toque la segunda columna de los aranceles. — A la minoría republicana: un gorro de dormir y una olla de grillos. — A Rodrigo Soriano: las armas de D. Quijote y un gallo inglés, que bien pudiera ser el gallo de Morón.

Muchísimos más han sido los regalos; pero no los mencionamos por no hacer interminable esta lista. Sabemos que todos han quedado muy satisfechos y contentos con las dádivas que les han correspondido, todos menos el Sr. Maura que esperaba una laurea de dictador.

¡Otro año será, D. Antonio! Esto y un frío más que regular constituyen cuantas novedades hay hoy en Madrid; porque la estancia de Mr. Pichón, el ministro de Negocios Extranjeros de la vecina república, sólo interesa a los colombófilos. ¿Un Pichón mensajero, para ultimarse en Madrid el embrollo de Marruecos?… ¡Diábolo! ¡Diábolo! Ángel Rozas. Madrid, 8 de Enero de 1908.

Visita Stephen Pichon. Nuevo Mundo, 16 de enero de 1908. BNE

La Huerta. Número 230 – 14 de enero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Mr. Pichón y la Historia. Después de haber sido durante tres días nuestros huéspedes, anoche salieron en el expreso de Andalucía, para Córdoba y Granada, el ministro de Negocios Extranjeros, de Francia, y su esposa. Mr. Pichón y Mad. Pichón.

Sabido es que al ilustre hombre público no le ha traído a España únicamente una «tournée» de recreo y de carácter particular, aunque este haya sido el pretexto. Mr. Pichón ha venido a cumplir la misión que le ha confiado la vecina República de celebrar una entrevista con nuestro gobierno, a fin de ultimar detalles y ponerse de acuerdo ambos poderes en el plan misterioso de la organización de la Policía marroquí y de la penetración «pacífica» del Moghreb, según el compromiso contraído en el acta de la Conferencia de Algeciras.

Todo el mundo ha concedido a esta visita una gran transcendencia para el porvenir de España en las relaciones internacionales y en su política futura con Marruecos, siendo muy comentada por la Prensa madrileña, de diferentes modos y con diferentes puntos de vista.

No intentamos por nuestra parte en la presente croniquilla echar un cuarto a espadas, formulando nuevos juicios y comentarios acerca de la secreta «entente cordiale» franco española; aún que sí recordaremos de paso la profecía de Bismarck: «El problema de Marruecos será el que engendre la próxima guerra europea». Por hoy habremos de limitarnos a exponer unas breves consideraciones históricas de actualidad que nos ha sugerido el viaje a nuestra península del ministro de Negocios Extranjeros de Francia. Hay hechos históricos que parece que se repiten a plazo fijo.

Visita Stephen Pichon. Nuevo Mundo, 16 de enero de 1908. BNE

Estas extrañas y admirables coincidencias que encierra frecuentemente la Historia, no acertaremos a probar si son puramente casuales y fortuitas o si obedecen a desconocidas leyes  eternas y providenciales, que presiden el trascurso de los siglos y el desenvolvimiento de los pueblos. Lo que consideramos un dato seguro e indiscutible es que hay naciones, lo mismo que los individuos, predestinadas a la desgracia por inexorable fatalidad; y esta es la única  razón que puede explicar por qué no saben sacar provecho de las sabias lecciones que proporcionan los grandes fracasos, el maestro tiempo y los hechos consumados e inevitables.

Nuestra torpe inexperiencia está probada. Será sólo una pura y  contingente eventualidad; pero todas nuestras alianzas y uniones con Francia nos han sido siempre fatales. Recordemos el célebre «Pacto de familia» que firmó Carlos III con Luis XV, como unión defensiva y ofensiva entre España y Francia, y las funestas consecuencias que tuvo para nosotros la alianza a que dio lugar, hasta el punto de vernos precisados a hacer humillantes concesiones a los ingleses en el desfavorable y bochornoso tratado de Fontaineblau, a fin de poder recobrar la paz perdida.

Recordemos la concordia de San Ildefonso, celebrada entre Carlos IV y el Directorio francés, que dio por resultado el desastre del Cabo de San Vicente y los rudos ataques y grandes pérdidas sufridos en América. Recordemos el nuevo convenio del año 1805 entre el mismo Carlos IV y Napoleón, que tuvo como desenlace el trágico percance del choque de Finisterre la enorme catástrofe de la batalla de Trafalgar que acabó con nuestra marina.

Y como si todo esto hubiese sido poco, tres años, después ordena nuestro aliado y traidor amigo Napoleón, contando con la complicidad del desatentado e inepto Carlos IV y abusando de la desidia de éste, que las tropas francesas invadieran nuestro patrio territorio; hecho que dio lugar a  aquel heroico y grandioso levantamiento del pueblo español, conocido con el nombre de Guerra de la Independencia.

Recordemos y meditemos tales enseñanzas históricas; en estos momentos críticos en que se acaba de ultimar un novísimo convenio franco-español que se oculta abusivamente al pueblo, a quien interesa. Como irónica coincidencia, van a conmemorarse el presente año, con festejos públicos en algunas poblaciones, el centenario y las glorias de aquella admirable epopeya nacional.

Ya nos estamos figurando el desbordamiento épico de todos nuestros Homeros y Tirteos españoles. Veréis a todos nuestros poetas y postillas, salidos de madre, inundándonos con sus cantos, odas, himnos, sonetos y romances. Las liras y demás instrumentos más o menos poéticos no se van a dar punto de reposo en las manos de nuestros vates de estro bélico y fogoso numen.

Zaragoza brindará al mundo una nueva gallarda prueba de hidalguía celebrando una Exposición franco -española en conmemoración de sus famosos sitios. Mientras tanto, ¿qué importa pues que Mr. Pichón venga a España y que ésta contraiga serios compromisos guerreros con nuestros vecinos transpirenaicos en el asunto cada vez más embrollado de Marruecos? Plegue a Dios que no nos bataneen las pocas costillas que nos quedan algunos desalmados y jayanes yangüeses en esta imprevista aventura quijotesca de encrucijada en que nos hemos metido ahora … Ángel Rozas. Madrid, Viernes, 10 de Enero de 1908.

Nuevo Mundo, 16 de enero de 1908. BNE.

La Huerta. Número 236 – 22 de enero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Varí, polizonte. ¿Os acordáis de Varí, mi paisano y mi antecesor, en esta agradable tarea de croniquear desde la Corte? Seguramente. Pues bien; ya os dije en mi primera crónica que iba a hacer oposiciones, a fin de ganar una de las 355 nuevas plazas de policía, creadas por Cierva, por el genial reformista de los pantalones a cuadros.

En los dos meses que han durado las oposiciones  policiacas, era imposible ver ni hablar siquiera al pobre Alfonso. Con el ansia de proporcionarse cuantos medios pudieran hacer más seguro su triunfo y más factible la realización de su esperanza. Varí no dormía, ni comía, ni descansaba un instante. Devoraba los libros y el cuestionario; iba a Gobernación y al Gobierno civil por tarde y mañana, a enterarse de cuándo entraba en turno; hacía veinte visitas y escribía al día otras tantas cartas, solicitando recomendaciones o influencias para el tribunal; y en este tejemaneje continuo su cabeza era un volcán en erupción.

Las oposiciones terminaron, y Alfonso Varí, ha visto premiado, con la apetecida recompensa su horrible purgatorio, y coronado con un éxito lisonjero todas sus desazones y todos sus afanes. Vari recibió el sábado último su credencial de agente de policía, con un sueldo anual de 2.000 pesetas. ¡Pobrecillo Varí! Está satisfechísimo y radiante de placer. Me ha contado casi con lágrimas en los ojos que cuando volvió a su casa con la credencial en el bolsillo interior del gabán, en un arranque de entusiasmo y de júbilo que no pudo contener, dio un abrazo estrechísimo a Sinforiana, la hija de su patrona, y un ósculo estrepitoso en el cogote a D. Brutinio Escorbuto un ex-sargento de Carabineros que en la misma casa se hospeda.

Figuraos la inmensa alegría de mi amigo, cuando llevaba debiendo el pupilaje ya tres meses y estaba sentenciado por su inexorable y pringosa pupilera a ser puesto de patitas en el arroyo si no ganaba la plaza de policía. ¡2.000 pesetas, 400 duros al año!…

Mi paisano no había soñado con esa suma jamás, y, loco de contento, no sabe dónde colocar a La Cierva. Varí se ha sentido espléndido. En celebración de su reciente triunfo, ayer tarde nos obsequió a varios amigos, entre los que se encontraban nuestros queridos compañeros Plim y Luis Gante, con un modesto guateque en un ameno y popular merendero de las Ventas.

El condumio fue suculento y sabroso. No copio el menú por no excitar la envidia y la gula de los lectores. Aunque brillaron por su ausencia el Rioja, el Burdeos, el Jerez, el Champagne y otros caldos famosos. Hubo, en cambio, gran derroche del Valdepeñas  clarete y desgravado; ¡Dios se lo pague a Osma! Durante la íntima cuchipanda reinó la más franca y jubilosa cordialidad, el buen humor y la alegría más expansiva que puede darse.

En uso y merced de la gran confianza que nos une, los comensales todo nos lo hubimos de permitir y dispensar, menos los brindis, que por previo acuerdo quedaron prohibidos terminantemente con terribles penas y conminaciones, temerosos de algún chaparrón de oratoria o de alguna oda pindárica alusiva al acto. Amenizaba el opíparo banquete con la algarabía musical de sus notas chillonas un organillo de repertorio zarzuelero, a cuyos compases se marcaban bien ceñidas tres parejas, rindiendo incansable culto a Terpsícore, sin temor al gris que helaba las respiraciones.

Aprovechando una pausa en el diálogo, mientras descargaba una chuleta con dientes voraces, el nuevo Goron bajo las órdenes de Millán Astray me preguntó: — ¿Y tú sigues mandando, crónicas a La Huerta? — Sí, chico; — le repuse— prefiero escribir para Orihuela que hacerlo para Trijueque. Desde que me nombraste tu sustituto, nuestro querido Plim es mi amo y señor. — Lo celebro, Rozitas— prosiguió Varí— En ese caso, tu deber es estar al tanto de la actualidad.

Dime pues cuáles son las últimas, novedades de la semana; porque yo hace ya dos meses que no leo un periódico. Rehusé el hacerlo; pero ante la insistencia de Varí, hube de complacerle y le referí en pocas palabras los sucesos de actualidad más salientes: — «La política parece que se va desenmarañando un poco. La disidencia se ha declarado ya, de un modo resuelto en la minoría solidaria. Cambó quiere ser ministro a ultranza y sus pasteleos con el hombre de las frases, han descontentado a todos los solidarios de la izquierda.

El proyecto de Ley sobre administración municipal y provincial, está siendo el caballo de batalla. Mientras Maura y su acólito Cambó quieren implantar el voto corporativo, infiriendo con ello un duro golpe al sufragio universal, la conquista más democrática que figura en nuestra Constitución, la izquierda solidaria, la minoría republicana  y el bloque liberal se opondrán tenazmente a tan retrógrada implantación y otras reformas del Proyecto.

Ya se está preparando la lucha; y ésta será empeñada e impetuosa, si Moret no hace algunos de  sus acreditados pasteles, como es presumible y desiste de sus propósitos belicosos. Pronto lo veremos. El día 24 se reanudarán las sesiones de Cortes y vendrá la rebaja. Meditemos mientras tanto.

El embrollado problema marroquí ha venido ahora a complicarse con la proclamación en Fez del pretendiente Muley Haffid, que marcha con su mehalla sobre Rabat, donde se refugia temeroso y desconcertado el inhábil sultán Abd-el-Aziz. Cerca de esta última población, un destacamento francés le defiende.

Nuevo Mundo, 16 de enero de 1908. BNE.

El Sr. Maura parece que ha certificado su criterio sobre este asunto, y así se dice que lo manifestó en el Consejo del jueves, con estas o parecidas palabras: «Francia sigue en Marruecos una política de represión; yo estimo que España debe seguir una política atractiva, más de cariño que de violencia. En este punto no podremos marchar de acuerdo con Francia, que pretende una acción combinada de las fuerzas de ambas naciones».

Sí, es cierto, por esta vez Maura se ha puesto al lado de la opinión: este es el sentir del pueblo español. Sin embargo, a este propósito se recuerda la arrogante frase lanzada por Maura en aquélla memorable sesión del Congreso: «Desde Tánger al Muluya ninguna nación que no sea España pisará el territorio de Marruecos». Si Maura se propone sostener esta bravuconada imprudente, es de temer que el criterio pacifista del Gobierno tenga que modificarse muy pronto.

Por lo demás la semana ha dado de sí, mucha sangre y mucho cieno. El asesinato de la calle de la Primavera, y el cruel y estúpido crimen de la calle de Ciudad Rodrigo, han exaltado las imaginaciones noveleras y folletinescas. En cuanto al cieno… ¿os parece poco el que hay en las calles de Madrid, por mor a Peñalver y el que ha removido España Nueva con la denuncia contra el médico pederasta, sátiro repugnante, doctor Rodríguez Gallardo?

A todos estos relatos míos pusieron sendos comentarios el anfitrión y demás comensales. Había cesado de tocar el organillo. La noche caía, cubriéndolo todo de sombras. Entonces hubimos de suspender el jolgorio. En cuanto el dueño del merendero se enteró que Alfonso Varí era un nuevo polizonte, se negó a cobrarle el importe del convite. Este ha sido el primer gaje de su lucrativa profesión… Ángel Rozas. Madrid, 18 de Enero de 1908.

Nuevo Mundo. 23 de enero de 1908. BNE.

La Huerta. Número 238 – 25 de enero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Alma romántica: Más triste que la muerte de los hombres es el ocaso de los pueblos. Esta nuestra vieja raza latina, abrumaba bajo el peso de los siglos y rendida con el largo afanar de sus esfuerzos heroicos y conquistadores, después de haber paseado, aventurera y triunfante, sus ideales luminosos por todo el mundo, ha desgastado su actividad incansable y prodigiosa y su energía viril y se siente desfallecer en endeble decrepitud.

Los raquitismos de su degeneración y los achaques de su decadencia, la han hecho impotente, como en otros remotos tiempos, para evitar el desbordamiento y la impetuosa avalancha de los anglo-sajones, de los germanos, de los eslavos y de los escandinavos que, desde las altas montañas, desde las estepas y desde los ventisqueros del Norte, se han precipitado sobre los floridos valles del Mediodía en avasallador irruimiento.

Sin embargo, si es evidente que las naciones latinas decaen, siéndoles imposible contener la invasión de estos nuevos bárbaros del Norte que nos conquistan con la fuerza de las armas y del comercio, con las ciencias y con las artes; no es menos cierto que hay algo que, aunque permanece callado e inerte, no puede ser vencido ni morir nunca: ese algo es el espíritu de las razas.

No está muerta, sólo duerme el alma latina, — alma creadora, inquieta y magnánima, —sólo duerme en este siglo de crisis, mientras se está operando lentamente en su ser una nueva y grandiosa transformación, de la que saldrá, nuevo fénix inmortal, rejuvenecida y prepotente para ulteriores y más gloriosas conquistas y para la realización de más levantados y admirables portentos.

¿Qué importa, pues, que el genio triunfador de los Goethe, de Kant, de Niestzche, de Wagner, de Bismarck, de Ruskin, de Rudyard Kipling, de Spencer, de Chamberlaiu, de Ibsen, de Tolstoi y de tantos otros «sublimes bárbaros» — como les ha llamado Ricardo León — influyan en nuestra vida decrépita y nos sojuzguen, apoderándose transitoria y superficialmente de nuestros espíritus; si ellos y los férreos pueblos a que pertenecen, envueltos siempre entre las  nieblas caliginosas del Norte y templados en la frialdad glacial de sus nevadas llanuras donde nunca sonríe la verde placidez de las campiñas meridionales, están condenados, por ley ineludible e inmutable de Naturaleza, a ser eternamente transformadores y reformistas, pero jamás serán como los pueblos latinos, creadores de ideales nuevos ni acometedores de empresas nunca soñadas?…

En la masa del pueblo, de este nuestro pueblo abúlico, escéptico e indiferente en apariencia, duermen las inextintas energías, el vital dinamismo de la raza; en ella reposan el germen y la levadura de un gran porvenir, de un futuro victorioso, que muy pronto quizá fermente. No hay que olvidar que su espíritu es el alma latina, alma grande e inquieta, alma hidalga y creadora, ¡alma romántica!…

Sollozaba la orquesta, esparciendo raudales dulcísimos de armonía y suspirando un trémolo de besos sin fin; y tal pensaba anoche, el cronista, mientras en la agradable compañía del acreditado banquero de Almoradí D. José Diez (que se encuentra unos días entre nosotros), y de otros tres queridos amigos, presenciaba, desde un palco del Teatro Español la representación de Juan José, el popular drama de Dicenta.

Los domingos, sobre todo si son lluviosos como estos que llevamos, se llenan totalmente las localidades de este aristocrático coliseo, que antes fuera el célebre corral de la Pacheca, de un público modesto y burgués, atraído por sugestivos programas y por la economía de los precios, una rebaja de un cincuenta por ciento sobre los ordinarios, que en estos días dominicales proporciona la Empresa, con funciones democráticas.

Cada vez que el eminente actor Emilio Thuiller, en su simpático papel de protagonista de la obra, pronunciaba con la verdad y la admirable maestría escénica con que él sabe hacerlo, una de esas frases patéticas, sentimentales, llenas de ternura infinita o de sagrado odio, impregnadas de ese romanticismo popular y revolucionario que palpita hermosamente en la literatura de Dicenta, el público entusiástico, este público humilde y dominguero que aún sabe apasionarse y sentir, prorrumpía en una ensordecedora ovación y en una atronadora salva de aplausos; y al final de cada acto, como si el estreno del drama fuera reciente, hubo de salir Dicenta, con su terno democrático de socialista convencido, al proscenio a recibir el caluroso homenaje que se le tributaba, en premio de haber sabido pulsar bellamente la fibra más íntima y sensible del alma del pueblo.

— «Bien se conoce la incultura y el romanticismo cursi del público que aplaude Juan José. Estos mismos espectadores son los que se aburren y se duermen en la Princesa, viendo las representaciones de los geniales y hermosos dramas. Casa de muñecas, de Ibsen, La intrusa, de Maeterlinck, que ahora está poniendo en escena la compañía de la Carmen Cobeña. ¡Qué ignorancia tan grosera la de nuestro público popular!»…

Así decían, al salir, dos jóvenes aristocráticos y elegantes, de esos que no pierden una noche de su abono, y que por su exótico indumento, su faz rasurada a la inglesa y sus greñas mal domeñadas van delatando que pertenecen a la casta de intelectuales con pose y con vistas al Norte. «Romanticismo cursi», llaman tales degenerados a este sentimentalismo sano y purificador que aún vibra, afortunadamente, en la masa popular. «Santo romanticismo» le llamamos nosotros, pues es el único sentimiento elevado que nos queda, capaz de redimir nuestra raza decadente y moribunda del marasmo y de la postración en que hoy se encuentra sumida. En él late todo el calor vivificante que irradia el corazón latino, esta alma romántica que ha de alentarnos si no renunciamos a vivir….

Cuando a la salida del teatro tomábamos un refrigerio en la cervecería de Candela, servido por las propias manos angelicales de Teresita, la camarera gentil, aún vagaban estas ideas en nuestra mente, mientras contemplábamos en las mesas de enfrente la figura hidalga y romántica de nuestro castizo novelista D. Ramón del Valle-Inclán, que se destacaba apostólica, con sus antiparras quevedescas y sus enmarañadas barbas de padre río, gesticulando con los brazos, entre una tertulia de literatos en embrión, jovenzuelos pálidos y melenudos y lindos efebos de negras chalinas. Ángel Rozas. Madrid, Lunes 20 de Enero de 1908.

Ramón María del Valle Inclán.

La Huerta. Número 240 – 28 de enero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Tomando el sol. «Para y óyeme ¡oh sol! Yo te saludo. Estática mi ardiente fantasía, anhelosa hacia ti sus alas tiende». ESPRONCEDA. (No respondo que estas sean literalmente las palabras de Espronceda en su oda al sol. Lo cito de memoria y puedo haber alterado algo los términos. De todos modos, la idea es la misma que quiso expresar el poeta).

«¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras! ¡Timbrio aquí, Pebo allí, tirador acá, médico acullá, padre de la poesía, inventor de la música; tú, que siempre sales, y aunque, lo parece, nunca te pones! A ti digo ¡oh Sol! con cuya ayuda el hombre engendra al hombre a ti digo etcétera».

Este invocador comienzo que Cervantes puso al cap. XLV de la parte 2ª de su Quijote, al cronista erudito le viene pintiparado, como anillo al dedo, para empezar hoy su crónica. El sol, el almo sol, el padre y viejo sol, centro de donde mana toda nuestra vida, sin omitir ninguno de los otros epítetos y adjetivos que le han disparado y han acumulado sobre él los poetas de todos los siglos y de todas las generaciones, se ha dejado ver por fin, después de varios meses de nubes y de lluvias incesantes, con todo el luminoso y radiante esplendor de su excelsa y augusta majestad planetaria. ¡Evohé! ¡hosanna! ¡aleluya! ¡hurra! ¡húmedos y ateridos hijos de la Tierra! ¡Ya llegó la ansiada hora de que podáis enjugaros un poco; de lo contrario os vais a grillar como las patatas!….

Las gentes se han dado cuenta de ello al instante, y sin esperar las apostólicas exhortaciones del cronista, se han lanzado alborozadas y gozosas a plazas y paseos, con objeto de cumplir esta recreativa e higiénica práctica. En la «aprés—midi», en esas horas deliciosas en que los rayos del astro rey son más perpendiculares y caloríficos, todos los buenos ciudadanos y ciudadanas, buscan su acción benéfica desde terrazas, ventanas, azoteas, miradores y balcones, o bien democráticamente en los bancos de los paseos públicos o en las aceras de las calles, mientras se digiere el almuerzo, se fuma un cigarro y se lee un periódico, o se juega al chito, al diábolo, a la rana o a los bolos.

Los gatos y los canes filósofos también gustan de dormitar al sol, como cualquier otro ciudadano. Esta arcaica, primitiva y filosófica costumbre de tomar el sol, es innata en todos los hombres, pero en los españoles más que en ningunos otros. Dice el refranero que «el español bien nacido, después de comer tiene frío»; de aquí que sienta la necesidad, más que cualquier otro terrícola, de calentarse al sol después del mediodía.

Recorred todas las provincias, todos los pueblos de nuestra pintoresca España; leed, nuestras novelas, nuestras historias; en las plazas, en los pórticos y en las escalinatas de las iglesias, en actitud indolente y regodeante, la plebe y el hampa picaresca zurcen sus calcetas y sus harapos, se peinan, se espulgan, se despiojan y se rascan de cara al sol, con delectación sin igual, con la misma fruición que se nota en los mendigos y en los santos de Ribera, cuando se curan en las puertas de los conventos sus miserias y lacerías. El sol es el tesoro y el abrigo de los pobres.

Diógenes, el filósofo cínico que despreciaba con austeridad y orgullo estoicos el fausto y todas las riquezas de la tierra, considerándolas superfluas e inútiles, hallábase un día con su manto harapiento, sus alforjas, su escudilla y su tonel, tomando el sol en una calle de Corinto. El soberbio monarca Alejandro el Magno, a quien había llegado la fama de Diógenes, sintió deseos de conocerle y fue en su busca.

Púsose delante del filósofo y le instó con grande e insistente encarecimiento que le pidiera cuanto quisiese, que de antemano él se lo concedía y prometía dárselo. Diógenes le miró con desdén y le respondió malhumorado: «Tú no has venido a darme, sino a robarme mi único tesoro. Solo quiero de ti que te apartes de delante y no me quites el sol».

Nuestro compatriota Séneca, que refiere esta anécdota en su obra «De Beneficiis», lib. V, cap. 6, añade que Alejandro se reputó inferior a Diógenes; al ver en él un hombre a quien nada podía dar ni quitar, y que exclamó: «Quisiera ser Diógenes si no fuera Alejandro».

¡Soleémonos bien el cuerpo y el alma! Aprovechemos estos días apacibles y luminosos de invierno, en que el astro rey brilla con júbilo de fiesta a través de la atmósfera azulosa, límpida y riente. En ellos nos sentimos alegres y contentos de haber nacido, y en nuestras imaginaciones bailen ideas nuevas y atrevidas y empresas portentosas y magnánimas. Tiempo vendrá con los días caniculares del estío en que huyamos del Sol y lo detestemos como los dueños de cafés y los empresarios de teatros.

La reaparición del sol ha coincidido con la reapertura de nuestras Cortes. Estos son los dos acontecimientos más  importantes de la semana; pues casi no merece los honores de una mención la íntima cuchipanda con que ayer celebró Maura, en compañía de todos los ministros, el primer aniversario de su última (en el orden correlativo) subida al Poder, que él aspira a que dure un quinquenio, por lo menos.

Sin embargo, los hombres proponen y Dios dispone. El nubarrón se aproxima; y sería muy posible que ahora que nos ha salido el sol a todos los españoles, se le eclipsara al flamante y olímpico D. Antonio. Ángel Rozas. Madrid, domingo 26 de Enero de 1908.

Nuevo Mundo 6 de febrero de 1908. BNE.

La Huerta. Número 249 – 7 de febrero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Comentarios a una tragedia. El horrendo asesinato del rey de Portugal D. Carlos, y de su primogénito, el príncipe heredero D. Luis Felipe, ha producido en esta Corte viva impresión y una intensa y ansiosa curiosidad por conocer cuántos resultados y contingencias sobrevengan. Desde que ayer mañana, domingo día 2, se hizo pública la noticia por los periódicos, la terrible tragedia está siendo el tema de todas las conversaciones en Madrid.

A su relato, que ofrecen los periódicos con análogos detalles, se hacen muy animados comentarios para todos los gastos y opiniones, acerca de sus antecedentes, transcendencia, circunstancias y consecuencias posibles. Como los asuntos que venían estos últimos días preocupando a la opinión, tales como el debate planteado en el Congreso por el Sr. Burell, el día 30 del mes pasado, sobre la real orden de Osma atendiendo las reclamaciones de bienes eclesiásticos hechas por algunas órdenes religiosas, (en el cual ha pronunciado un importante discurso el Sr. Canalejas), y el pleito sensacional contra Alfonso XIII incoado por los hijos de Elena Sanz, (en cuyo efecto han prestado ya declaración notables personajes), han cedido su interés a la transcendental resonancia del regicidio de Lisboa.

El cronista, que debe atenerse siempre a la más interesante y palpitante actualidad, ha de hacer él también por su parte unos comentarios acerca del regicida atentado. El reprobable crimen, que ensangrentó el sábado último la plaza del Comercio de la capital del vecino reino, era conjeturable y estaba casi previsto, dado el estado de excitación que habían provocado en todo Portugal las medidas opresoras y tiránicas de Joao Franco, el ambicioso y despótico favorito que ejercía la dictadura autocrática con el beneplácito y el decidido apoyo del desventurado monarca portugués.

No impunemente se desafían las iras de un pueblo, que ve hollados su libertad y sus intereses: y aunque nada pueda justificar ni disculpar el criminal y odioso atentado, es muy triste que los asesinos y los sicarios regicidas puedan tener un pretexto para consumar sus sanguinarias acciones de destrucción. No es más sensible la muerte de un rey o de un potentado de la tierra; que la de un humilde mendigo, pues el humanitarismo nos enseña que el derecho a la vida es igualmente sagrado e inviolable para todos los hombres.

15 de febrero de 1908. Revista Blanco y negro.

Por ningún motivo, opinamos nosotros, debe privarse, de la existencia que Dios le concede a un ser humano. Todavía las defectuosas Leyes y los atávicos Códigos Penales por los que la sociedad se rige, preceptúan la pena de muerte, en absurdo nombre de Dios y de la justicia. Estas reminiscencias de la primitiva barbarie en que vivió sumida la humanidad por muchos siglos, serán borradas, como otras muchas con las que aún estamos connaturalizados, por el progreso y la civilización humana en los tiempos venideros.

Aunque amantes de la libertad, odiamos y execramos la tiranía, jamás nos ha llevado nuestro fanatismo a sancionar la muerte de un déspota ni a asentir al parecer del jesuita Juan de Mariana, que afirmó en su obra «De Rege et Regis institutione» que es lícito matar a los tiranos. Nosotros creemos que un regicida nunca es un héroe y sí, en todo caso, un asesino vulgar.

Hay otros medios lícitos para incapacitar a un tirano. Una monarquía es siempre la garantía y la salvaguardia del «statu quo» que a las clases privilegiadas, conservadoras y adineradas de una nación conviene sostener a todo trance y a toda costa, contra las conquistas cada día más alarmantes y cada vez más exigentes y atrevidas de la plebe y del proletariado. El monarca viene a ser pues, la más alta representación de aquel «statu quo» y, con más creciente frecuencia cada año, la víctima propiciatoria inmolada en holocausto de aquellos intereses.

Un rey, y más que ningún otro un rey constitucional, debe ser, principalmente y ante todo, heredero legítimo del trono, aunque otras cualidades le falten. Después debe saber hablar regularmente tres o cuatro lenguas, un poco de historia y de política, y ha de ser ducho, más que en ninguna otra cosa, en la esgrima y en todo género de sports. Con tales prendas, con ser formal y serio cuando convenga y con saber saludar con afectuosas sonrisas a las masas que le aclaman se tiene un rey perfecto. Además un buen rey está obligado a ser feliz o por lo menos a saber aparentarlo bien.

¿Qué sería, de lo contrario, de toda la filosofía de los epicuristas y de los positivistas, que sostienen que la dicha consiste en tener muchas riquezas y muchos honores, si los monarcas no fueran felices? La plebe miserable y abyecta olvida su indigencia y el hambre que la mortifica, ante el fausto y la gallardía de un soberano y el brillo de su corte, y le aplaude y le vitorea rebosante de júbilo y de entusiástica admiración.

— ¡Que ellos gocen, al menos, ya que yo sufro! —Se dice resignada.— ¡Dios así lo quiere y así lo ha dispuesto! — Pero debajo de esta resignación aparente que acompaña siempre a la miseria, se oculta latente un germen de odio y de envidia que el día menos pensado se convierte en obsesión loca y sangrienta y arma la mano criminal del regicida, con un puñal, un trabuco, un revólver o una bomba de dinamita.

Y el asesinato horrendo y abominable se consuma. — Son gajes del oficio — decía ayer, un escéptico encogiéndose de hombros filosóficamente, cuando le participaron el asesinato del rey de Portugal y de su primogénito. Ayer mismo, sin pérdida de tiempo, fue proclamado el hijo superviviente de D. Carlos de Braganza con el nombre de Manuel II, quien hizo publicar en el Diario Oficial una enérgica proclama y reunió el Consejo de Estado a fin de adoptar supremas medidas. El nuevo soberano cuenta diez y nueve años de edad.

El funesto dictador Joao Franco presentó la dimisión de su cargo de Presidente del Consejo de Ministros; que Don Manuel se la aceptó para entregar el poder a un gabinete de concentración monárquica, el cual se supone será presidido por el almirante Ferreira Amaral.  Pero la gente que no cree que esto pueda ser el único epilogo que tenga la tragedia del día 1° se pregunta si la revolución seguirá adelante y será, por fin, proclamada la República portuguesa. Este es el enigma que el presente nos reserva y que el porvenir se encargará de descifrarnos. Ángel Rozas. Madrid, 3 de febrero de 1908.

Enlace Vídeo Youtube.

La Huerta. Número 263 – 24 de febrero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. ¡POBRE CIERVA!. Acaso, cuando esta crónica se publique; se haya declarado ya de un modo oficial la crisis del actual ministerio Maura, planteada desde hace días en el seno del Gobierno según rumores insistentes y fidedignos.

Muchos periódicos de ayer y de hoy recogen tales calendarios y profecías, dándolos por verosímiles y por casi seguros. Lo cierto es que, por momentos, surgen nuevos conflictos que dificultan a algunos ministros el continuar en el desempeño de sus carteras. A Cierva, Osma y Rodríguez S. Pedro, se les considera fracasados en absoluto. Ellos, y quizá también González Besada, serán los que habrán de salir del Gabinete, facilitando la modificación ministerial que apetece D. Antonio.

Si tuviera confirmación tan grave pronóstico, bien sabe Dios que lo sentiría en el alma por el admirable D. Juan, a cuyas reformas geniales y moralizadoras ya nos vamos acostumbrando los madrileños. ¿Cuándo él nos falte, quién va a encargarse de endulzar nuestra existencia, dándonos asunto de regocijo con que alegrar y animar nuestras tertulias de café?

El pequeño dictador de Mula es algo ya imprescindible en nuestra vida y en nuestras conversaciones. Si se nos marcha, ¡qué triste y qué larga se nos va a hacer la Cuaresma que se aproxima! Yo siento una profunda simpatía por D. Juan, y le encuentro delicioso. El pobrecillo ha sido mal comprendido por todos; nadie ha sabido leer en su alma fecunda de artista.

Tiene genio y talento, poco comunes entre políticos, aunque hay quien se atreve a ponerlo en duda. Lo que sucede es que, el vulgo es rutinario y muy apegado a sus viejas prácticas y costumbres, y en cuanto surge un genio reformador, capaz de abrir nuevos horizontes y derroteros a nuestra vida monótona, se malquista con él y acoge con protestas cualquier innovación que le saque de su camino trillado.

Cierva ha demostrado ser aún más que su amo y señor el hombre de las frases, el difícil conjunto de perfecto gubernamental y revolucionario desde arriba. Todas sus disposiciones han sido reformas importantísimas y transcendentales, que la Historia se encargará de ensalzar, como merecen. Ved si no su obra reformista, desde que empuñó el bastón de gobernador de Madrid hasta que ha escalado la encumbrada poltrona de Gobernación.

Protesta taberneros por el cierre dominical. Nuevo mundo (Madrid). BNE.

Comenzó prohibiendo a las señoras llevar sombrero en los teatros; ordenó poner en los sitios en que más podía peligrar el sagrado derecho de propiedad de los viandantes, unos cucos cartelitos que dan el siguiente aviso: «¡cuidado con los rateros!»; tuvo los buenos propósitos de meter en cintura a la díscola estudiantesca; ha perseguido, con el celo moralista y reformador de un Catón y de un Cisneros, la mala vida madrileña de los trasnochadores y de los alcohólicos, ordenando cerrar tempranito los teatros y los cafés y las tabernas los domingos; ha intentado domeñar esa Prensa escandalosa, bravía, poco edificante; nos ha creado una policía culta, celosa y flamante, que vela con tesón por la pública seguridad y, ahora recientemente, ha prohibido las bárbaras capeas de los pueblos, infiriendo un golpe de muerte a la torería andante y trashumante.

(No hablaré de sus campañas y gestiones electoreras, pues bien ha demostrado en las últimas elecciones que sabe manejar de un modo maravilloso los decantados y difíciles resortes del Poder).  

Otras varias disposiciones me dejo en el tintero por no hacerme prolijo, y ¡sabe Dios qué inéditas ideas y proyectos geniales se estarán incubando a estas horas en esa cabeza monstruo y privilegiada del portentoso D. Juan! ¿Qué de extraño hay que un hombre así tenga envidiosos y enemigos? No es entre los ministeriales, entre sus propios correligionarios, donde menos los tiene; si no que se lo pregunten a su paisano García Alix y al Sr. Dato. Es el destino del genio.

Decidme si no es gran lástima que un hombre así abandone el puesto que ocupa para la felicidad de todos los españoles. Y todo porque no pueda descubrir a los autores de los atentados de Barcelona, como si eso fuera tan fácil como sorberse un huevo, o porque al travieso y poco respetuoso Soriano se le haya ocurrido llamarle en el Congreso, «Gedeón»…

¡Pobre Cierva! No mi péñola, que es tosca y humilde, sino una pluma de oro debiera escribir al ilustre ministro de la Gobernación, uno de los más encomiásticos y grandilocuentes panegíricos. Yo no puedo hacer más que elevar, desde este modesto periódico de provincias, mis más fervientes votos al Altísimo, a fin de que no tenga cumplimiento la profecía y los rumores de crisis, cada vez más insistentes y acentuados. Ángel Pérez de Rozas. Madrid, jueves 20— II— 1908.

Julia Fons. Portadas de revistas. BNE.

La Huerta. Número 268 – 29 de febrero de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. JULIA FONS.  Julia Fons, la estrella más resplandeciente de nuestra sicalipsis teatral, se halla gravemente enferma. Una difícil y dolorosa operación quirúrgica de obstetricia, ejecutada por el afamado tocólogo de esta Corte doctor Gutiérrez, ha puesto en peligro la vida de la escultural y encantadora tiple del teatro Eslava.

A sus admiradores, que formamos legión, nos ha producido la noticia profundo sentimiento, y nos interesamos vivamente por el pronto restablecimiento de su salud. Ninguna otra tiple del género chico iguala en simpatías ni en popularidad a la gentil Julita.

Julia Fons de Checa. Postales. 

El filtro afrodisiaco que destilan sus gracias naturales, ha encendido y hecho revivir el fuego de la pasión erótica hasta en los pechos de los espectadores más glaciales e inconmovibles misóginos. En la zarzuela «Enseñanza libre», de Perrín y Palacios, conquistó definitivamente al alegre público que ama las «buenas formas» y las pecaminosas insinuaciones escénicas.

Desde entonces, el triunfo de su plasticidad tentadora y de su garbo incitante dio siempre el éxito a todas las obras del género sicalíptico en que intervenía como actriz. ¿Quién que la haya visto no la ha aplaudido con entusiasmo en «El arte de ser bonita», en «La gatita blanca», en «El guante amarillo», y últimamente cantando los ahora en boga «couplets» de «la regadera», de «La alegre trompetería»?  

Las tarjetas postales han reproducido su figura, artística y bella, en mil diversos trajes y actitudes; y la «divette» favorita del público tenorio ha lucido la gallardía de su cuerpo, la sonrisa plácida y acariciante de sus labios en flor y el mirar incendiario de sus ojos luminosos y gachones, en infinitos retratos que se han exhibido en todos los escaparates de Madrid.

Julia Fons de Checa. Postales. 

Julita, además de comedianta, cantatriz y bailarina, es escritora. Recientemente ha publicado un libro con el título de LO QUE YO PIENSO (confidencias de una tiple del género chico), en el que nos da a conocer muchas curiosas intimidades, explanándonos las más recónditas ideas y sentimientos de su alma. Entre otras cosas nos dice que ella es republicana platónica y que ama la igualdad social. ¿Quién sabe cuántas cosas más nos podría decir una mujer bella, devota del Amor?

Nuevo Mundo, enero de 1908.

Julia Fons es oriunda de Orihuela, pues su padre es oriolano, y ahí aún le quedan, algunos parientes próximos y cuenta con bastantes admiradores, quienes habrán de sentir seguramente la enfermedad que padece la simpática tiple. El cronista lamenta, con este propósito, que la poesía embriagadora y los idilios inefables del amor tengan estas prosaicas y terribles consecuencias, que ponen en peligro la vida de una mujer hermosa y adorable. Ángel Pérez de Rozas. Madrid, jueves 26— II— 1908.

Enlace zarzuela con Julia Fons.

La Huerta. Número 269 – 5 de Marzo de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. Visión de una noche de baile. (Filosofías de Carnaval). Mientras la gran mascarada política celebra sin descanso su carnaval eterno, despreocupada y alegre la gente joven, que recorre dulcemente la rápida y escabiosa pendiente de la vida, siempre persiguiendo un goce que no existe y una falaz ilusión, realiza sus anuales carnestolendas, porque así lo ordena el almanaque.

Carnaval en Madrid. Nuevo Mundo, 6 de febrero de 1908.

Es la época oficial de alegrarse y divertirse; y Madrid, que en todo tiempo encuentra un pretexto para las alegrías y las diversiones, anima estos días sus calles con máscaras, comparsas, estudiantinas y carrozas, y con bacanales y bailes sus salones y teatros. Los hombres nos empeñamos en hacer la vida alegre y queremos demostrar que lo es, con estos obligados holgorios, los cuales tienen, cada vez más, un amargo fondo de fingimiento y hastío.

Pero el cronista, que es joven, aunque filósofo, comprendiendo que tan fútiles y superfluas como las fingidas alegrías son las filosofías fúnebres, por verídicas que ellas sean, no quiere desentonar con su edad ni con la época y ha creído conveniente, preciso y oportuno el regocijarse y echar al aire alguna cana prematura. En su consecución, después de cenar ha estado un rato en el café con varios amigos, ha visto la última sección en un teatro de zarzuela y luego ha marchado a un baile en la grata compañía de una muchacha risueña, alocada y decidora, disfrazada con un lindo traje de odalisca, el cual realzaba la escultura incitante de su cuerpo.

El baile estaba en todo su apogeo. La orquesta entonaba una mazurka ligerita y alegre, cuyos acordes jugueteaban bulliciosos, resonando en los ámbitos, radiantes de luz del amplio salón. Todo parecía contagiado por la alegría loca de aquella música. A sus compases nerviosos, saltarines, desfilaban las parejas, describiendo en su rítmica marcha un círculo inquieto, abigarrado y brillante. Movimientos, colores, perfumes, voces entrecortadas por el jadeo, risas y carcajadas confusas, todo mareaba los sentidos e invitaba al delirio de aquel vértigo.

Me ceñí al cuerpo de mi compañera, estrechando con mis brazos anhelosos su cintura esbelta y tentadora. Nuestros pies, como obedeciendo un mutuo mandato mudo, comenzaron a deslizarse a compás, confundiéndonos en medio de aquella ola de locura y de amor, que nos arrastraba en el torbellino de su vorágine. ¡Noche agitada de placer y de ensueño!…

El tiempo transcurría más raudo y vertiginoso que la danza. Sobre todas las cabezas, en el ambiente cálido y perfumado, flotaba, gravitando sobre la atmósfera densa, una pesadez de aplanamiento invencible y una bruma de tedio infinito. Era el espíritu inerte y letal de la somnolencia que se apodera lentamente de todas las cosas humanas. Había hecho una pausa la orquesta. Algunas parejas jadeantes y rendidas, descansaban recostadas en los divanes; otras paseaban despacio bañadas por la claridad azulosa de los focos eléctricos.

En un pequeño grupo formado cerca de nosotros, una mascarita gentil y graciosa, que hacía rato venía cautivando mi atención, sofocada por el calor y el cansancio, se despojó del antifaz de seda y encajes. Como asoma la luna su faz de plata entre rasgadas nube, ante mis ojos absortos y sorprendidos apareció la visión mágica de un rostro ovalado y hermoso, con todo el hipnotizador hechizo del de un hada y el místico encanto del de una virgen murillesca.

Una emoción extraña, por mí no sentida igual desde mucho tiempo, hizo latir fuertemente mi corazón dormido y petrificado por frío letargo de muerte. Aquel rostro hacía resurgir en mi alma la evocación dulce y embriagadora de unos amores ya muertos y olvidados entre las nieblas de la memoria. No me había engañado mi presentimiento.

Poesías a María Delgado en 1902.

Era la misma, María Delgado, mi antigua y primera novia, la que compartió mis alegrías y mis ilusiones de estudiante y a quien dediqué tantos versos, cuando la vida desplegaba para mí sus primaverales alboradas y me enorgullecía con el título de poeta, creyendo que un poeta era de utilidad pública y que debía, por lo tanto; ser declarado monumento nacional y benemérito de la patria.

Habían transcurrido cinco años sin verla. Hará poco más de un mes, todos los periódicos de Madrid publicaron un lacónico telegrama que la Agencia Reuter enviaba desde París, dando la noticia de que el rajah de Kapurthala, (importante Estado indio), Dhulip Manek se había casado con una linda joven española llamada María Delgado, a quien había conocido en Madrid, cuando hace dos años vino desde la India, como enviado especial, a asistir a las ceremonias de la boda de Alfonso XIII.

Anita Delgado y el Rajah de Kaphurtala. Nuevo Mundo, 5 de Marzo de 1908. BNE.

Aquel telegrama hubo de hacerme suponer que mi ex-novia se halla transformada ahora en una augusta y opulenta princesa oriental; y, a pesar mío, sentí cierto íntimo rencor de celos y envidia contra el feliz rajah de Kapurthala. Pero ¡no! Había sido sólo una simple coincidencia de nombres.

Mi antigua novia, la musa idealizada en mis platónicos ensueños de poeta, no se encontraba a aquellas horas descansando en brazos de su querido Dhulip, sobre un rico y mullido lecho de plumas, en la suntuosa cámara de un palacio de la India; sino en el baile de máscaras del Gran Teatro, muy cerca de mí. Nuestras miradas se cruzaron rápidas, misteriosas, insinuantes….

Tentado estuve de abandonar a mi compañera y dirigirme a María, mas en aquel momento comenzaba de nuevo la orquesta a ejecutar una preciosa tanda de valses, y ella se cogió para bailar con un joven larguirucho y desvaído, que tenía a su lado. Daba principio el gran cotillón. Las parejas volvieron a desfilar, describiendo en ligeras evoluciones caprichosas figuras.

¿Vamos? — me dijo mi acompañante; dulce, mimosa y provocativa; y nuestros cuerpos se enlazaron nuevamente en esa plácida actitud, en ese delicioso nexo en que se funde el andrógino ideal del Amor. Por cima de la cabellera de mi amiga, que nimbaba su cabeza como aureola celeste, atisbaba de hito en hito a mi antigua novia. Nos precedía en el desfile y podía yo seguir atentamente todos los incidentes de su baile.

A causa del movimiento y del roce, un ramo de flores que llevaba prendido en el pecho, entre el raso y los encajes del dominó, íbase deshojando y dejando tras sí una estela multicolor de pétalos. Aquellos pétalos, perfumados y marchitos, que se desvanecían como ilusiones muertas, entre los confetti polvorientos y ajados que cubrían la alfombra, los hubiera recogido en otro tiempo con platónica codicia y amorosa solicitud para guardarlos en áurea caja, y ahora los hollaba, uno a uno, con la fría indiferencia de un supremo desdén….

El teatro está cada vez más animado y espléndido. Una lluvia continua y maravillosa de confetti lo ha ido cubriendo todo con un manto espeso e irisado. De palco a palco fulmínanse serpentinas, que se enroscan como serpientes en las columnas, formando una tupida y caprichosa techumbre. La música suena cada vez más dulce y regocijante.

Del ambigú se desborda un intenso ambiente de crápula, mezclado con el detonar monótono de los taponazos del Champagne. De todos los antepalcos sale un misterioso susurro de suspiros reprimidos y de risas nerviosas…

Más de las cinco eran cuando hemos salido del baile. En las calles, que comenzaban a iluminar débilmente los primeros pálidos reflejos de la aurora, grupos de máscaras y de borrachos entonan incoherentes canciones. Se oye rodar de coches y a lo lejos se escuchan los agudos trompetazos de los gallos madrugadores, anunciando la proximidad del nuevo día. Esta tarde, cuando he despertado, he recordado la noche pasada y me ha parecido todo un sueño…. Ángel P. de Rozas. Madrid, 2 de Marzo de 1908.

Alfonso XIII en Barcelona. Nuevo mundo, 12 marzo de 1908. BNE.

La Huerta. Número 280 – 18 de Marzo de 1908: CRÓNICAS MADRILEÑAS. ¡¡Españoles, absteneos de leer!!… (Potaje cuaresmal). Los efectos maravillosos y benéficos del reciente viaje regio a Barcelona, tan discutido y comentado por la opinión y por la prensa, se han dejado muy pronto sentir. Maura fue a restablecer, con sólo uno de sus gestos audaces, de sus actitudes olímpicas, la tranquilidad y la vida normal en el desasosegado vecindario de la «ciudad del terror».

Era una empresa enérgica y magnánima de buen gobierno, y la testa portentosa del César mallorquín aparecía ante los ojos admiradores aureolada con un nimbo glorioso de triunfador invicto y, con mil flámulas resplandecientes de héroe estupendo y legendario. Así, con unas cuantas sonrisas mayestáticas, con varios indultos, con buenas gratificaciones a la claque y un vagón lleno de promesas, se arreglaría todo, las bombas no volverían a hacer horrible explosión sembrando las calles de inocentes víctimas descuartizadas e infundiendo la alarma y el pánico entre los ciudadanos barceloneses.

Alfonso XIII en Barcelona. Nuevo mundo, 12 marzo de 1908. BNE.

El propósito no puede negarse que era de los mejores si hubiera salido todo a pedir de boca. Cuando ya se pregonaba el éxito y la eficacia asombrosos de medida tan salvadora, «urbis et orbe», a son de trompetas y timbales, por todos los fieles y oficiosos servidores del bueno de D. Antonio, cátate que ayer tarde estalla una nueva bomba en el mercado de San José, próximo a la Rambla, en lo más concurrido de Barcelona. Varias infelices mujeres caen heridas, una de ellas pobre anciana, de muerte.

Pero la metralla aún ha lesionado más gravemente al Gobierno, disipando, entre el humo de la dinamita, todos sus aires triunfales, sus brillantes ensueños de conquistador y proporcionándole un fracaso más, que puede ir sumando a su ya larga lista de tropiezos y torpezas. Sin embargo, la soberbia, ese pecado capital que tiene Maura arraigado en sus entrañas y que le domina siempre, le impedirá esta vez también el considerarse fracasado.

Nuevo mundo, 19 marzo de 1908. BNE.

Por lo pronto, aprovechando la ocasión de responder a un telegrama que le ha dirigido el presidente del Fomento del Trabajo Nacional de Barcelona, lamentándose de los daños que originan a aquella población la publicación en los periódicos de noticias telegráficas, sistemáticamente falsas y de mala fe, ha cargado con el mochuelo de las responsabilidades a la Prensa y ha proferido esta vulgaridad insensata:

«Principal correctivo consiste habituarse las personas educadas (!!!) a prescindir de curiosidad rutinaria y abstenerse de leer». Conque ya lo sabéis, españoles: el analfabetismo, que todos habíamos convenido en considerar como uno de nuestros mayores males, rémora principalísima que impide a nuestra patria el progresar y el regenerarse, es, según el genial D. Antonio Maura, el más exquisito y excelente de los bienes humanos.

Vosotros, inofensivos e inocentes lectores, sois los culpables, los autores morales de todos los atentados terroristas que se cometen, casi a diario, en Barcelona. Si no tuvierais el nocivo y feo vicio de leer los periódicos esa «curiosidad rutinaria», pecaminosa y malsana de querer saberlo todo, no habrían manos criminales que depositaran bombas de dinamita en las calles de la capital de Cataluña, esparciendo la muerte y el exterminio, todo andaría como una seda y la Tierra, venturosa y paradisiaca, sería el mejor de los mundos habitados.

¡Maldita lectura! ¡Empecatada civilización! ¡Felices los que todo lo ignoran! ¡Bienaventurados los que no saben leer, porque de ellos es la dicha absoluta de la vida!

Ya que nosotros, queridos lectores, no tenemos esa suerte, ni nos sentimos con heroicidad de mártires voluntarios ni con suficiente estoico espíritu de abnegación para sacarnos con la punta de unas tijeras o de una navaja estos ojos pecadores con que cometemos la perversidad de leer un rato todos los días; aprovechémonos de este bendito tiempo cuaresmal de vigilia y de santa abstinencia, para como humildes penitentes, ceñirnos el cilicio, empuñar fieramente las disciplinas, arrojar lejos de nosotros o, mejor aún, hacer un auto de fe con cuantos libros y periódicos caigan en nuestras manos, y así como nos privamos de toda carne y de toda promiscuación, abstenernos, siguiendo la sabía recomendación de D. Antonio, desde hoy para siempre, de toda clase de lecturas.

De este modo lograremos que la humanidad retrograde una centena de siglos, volviendo a los tiempos patriarcales de la idílica Edad de Oro, cuando Saturno reinaba en Italia y araba los campos; y además, habremos asegurado la salvación de nuestros cuerpos y, lo que es más principal e importante, la de nuestras almas. He dicho. Ángel P. de Rozas. Madrid, 16— III— 1908.

Y esto es todo lo que Justo publicó en «La Huerta» con este seudónimo. Se despidió con esta «croniquilla» más bien oriolana; y un «Vuestro siempre, Ángel Rozas».

Trinitario Ruiz Capdepón.

La Huerta. Número 304 – 22 de Abril de 1908: CRONIQUILLA. «Día era muy santo de la Pascua mayor, El sol era salido muy claro e de noble color, Los omes e las aves et toda noble flor, Todos van rescebir cantando al Amor…. Fue por toda la tierra grand roido sonado, De dos emperadores, que al mundo han llegado. Estos emperadores Amor et Carnal eran; A rescibirlos salen quantos que los esperan»…. Juan Ruiz.

El rancio numen del buen Arcipreste de Fita supo acoplar estos castizos decires, que rezuman humanidad y poética sencillez, en viejos versos alejandrinos, al celebrar la despedida de la austera y macilenta Cuaresma y la llegada de la alegre Pascua, llamada de «monas» por los oriolanos netos.

En esta deliciosa época del «Abril florido», en que la bella Primavera ya ha extendido por los campos su perfumado manto de verde esperanza, nada tan poético ni tan seductor como celebrar la Pascua de Resurrección, sino con lindos, versos como lo hiciera el famoso Arcipreste, a lo menos con la pintoresca y tradicional costumbre de ir de gira a comer (y a beber) la mona; costumbre que, gracias a Dios, no está llamada a desaparecer como la forma poética. « ¡Cuánta virtud habría, si no fuera el Abril», como dijo Campoamor.

Las regocijadas y «moneras» agapas que se verifican estos días clásicos, ya en pleno con la naturaleza agreste en las roquizas laderas del monte de San Miguel, o bien en la íntima expansión del hogar doméstico, ejercen tal influencia y atractivo en la imaginación y en los corazones de todos los oriolanos, que sería una dura penitencia y dificilísima prueba privar de ellos a uno de  éstos.

Sólo así se explica que nuestros ilustres paisanos y antiguos señores, el senador D. Trinitario Ruiz Capdepón y su hijo el agonizante diputado por Dolores D. Trinitario Ruiz Valarino, hagan el sacrificio de abandonar la augusta misión, los transcendentales menesteres, los elevados negocios y las importantes tareas que llevan a cabo en la Corte, para venir a Orihuela por el solo placer de comerse la mona en la grata compañía de sus antiguos compadres y fieles siervos.

Bien es verdad que no faltan murmuradores que aseguran que los Sres. Capdepones no han venido por mor de la mona únicamente; y si llegan a comérsela es por celebrar la Pascua de Resurrección del partido liberal, el cual había muerto crucificado en febrero del año pasado, perdonando a sus enemigos, a manos de los sayones conservadores. Las cosas se van poniendo muy feas en el distrito de Dolores, y hay que ir pensando temprano y con tiempo en la futura suerte del hijo de su padre.

A este fin seguramente van encaminados los incesantes cabildeos que se vienen celebrando con gran misterio en el castillo señoril de la calle de Sagasta. Dicen que dicen; pero nadie como el tiempo aclara las cosas. Total, muchas monas y pocos huevos; es decir, mucho ruido y pocas nueces. Tales secretas maniobras, aunque es muy posible que se frustren, tienen por lo menos la virtud de meterles los monos en el cuerpo a muchas almas de cántaro y de haber quitado a no pocos las ganas de comer mona.

Sin embargo, aún creemos lejano el «dies ire». El humilde cronista desea que les haga a los Sres. Capdepones buen provecho la mona; pues sería muy sensible que se les indigestara y tuvieran que salir trinando hacía Madrid, para propinarse un litro de agua de Loeches. Y los oriolanos, bueno es que de paso comiencen a tentarse el pelo, no vaya a suceder que tantas «monadas» les vuelvan a proporcionar un nuevo «micazo». Vuestro siempre, Ángel Rozas.

La vivienda de Trinitario Ruiz Capdepón.

Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba).

Mi agradecimiento a José Manuel Dayas.