La odisea del S.S. Stanbrook
La ruptura de negociaciones con Burgos del día 25 había eliminado cualquier esperanza de rendición honrosa; todo estaba perdido.
En sus memorias tituladas «De mi vida: Hombres y libros», José Martínez Arenas contó su último encuentro con Isidoro Sánchez Mora, alcalde de Orihuela:
Dos o tres días antes (del 28 de marzo) había comenzado el éxodo de los dirigentes que en Alicante embarcaron para Orán.
El alcalde socialista de los años 37 y 38 me buscó para despedirse y encargarme que no abandonara a su familia.
Yo le di todas las monedas de plata de que disponía, que había guardado para hacer frente a los primeros días de la Liberación.
Así quise manifestarle mi gratitud por la protección que me había dispensado durante su mando.
El mismo día 28 de marzo, a las tres de la tarde los últimos directivos y responsables abandonaron la ciudad para buscar refugio en el extranjero.
En aquella huida desesperada, Isidoro y algunos compañeros de la política oriolana se dirigieron a Alicante, en cuyo puerto sólo hallaron dos naves.
El Marítima, que partió apresurado con treinta altos cargos republicanos, y el Stanbrook, un viejo y reducido mercante inglés bajo el mando del capitán Archibald Dickson, que permanecía amarrado desde el día de San José.
El día 27 de marzo de 1939 alcanzaron el puerto de Alicante un millar de refugiados en busca de la flota que les iba a sacar de España y las autoridades portuarias pidieron a Dickson que los llevase a Orán.
Lo habían intentado con todos los capitanes de los mercantes que llegaban a puerto.
Algunos se negaron, otros aceptaron pasajeros a cambio de joyas, monedas de plata, azafrán, etc. (el dinero de la República ya no valía nada).
Dickson aceptó, y aquella noche comenzó a admitir pasajeros de manera ordenada, con la preceptiva revisión de sus pasaportes por parte de los funcionarios de aduanas, requisito indispensable para desembarcar en Argelia.
Los frentes estaban rotos y la guerra perdida. Miles de republicanos huían sin saber hacia donde, cuando el rumor de que en Alicante estaba preparada la evacuación canalizó hacia allí las hileras de fugitivos que, con todas sus pertenencias a cuestas, huían del acoso franquista.
El día 27 los accesos a la ciudad registraron un incesante goteo de personas aterrorizadas que aún confiaban en sus dirigentes y en la promesa de ayuda de las naciones democráticas.
El goteo se transformó en reguero y éste en inundación.
Los más privilegiados abarrotaban vehículos que iban quedando abandonados en las cunetas junto a los enseres más pesados arrojados por sus propietarios.
El día 28, cerca de 20.000 derrotados procedentes de todas las provincias ocuparon el puerto.
Pronto los funcionarios de aduanas se unieron a la huida y nadie se ocupó ya del control de la pasarela.
Sin criterio selectivo; políticos, militares españoles, voluntarios de varias nacionalidades, sindicalistas, maestros, mujeres y niños fueron subiendo a bordo, hasta que no quedo el más mínimo espacio libre.
Entre el grupo de privilegiados que consiguieron embarcar estaba Diego Pujazón, pero no su hermano Antonio.
Para su desgracia, el sentido del deber le había empujado a rechazar el plan de huida que le habían ofrecido pocos días antes en Orihuela, regresando a su puesto en Valencia.
Cuando comprendió que todo estaba perdido e intentó llegar a Alicante fue demasiado tarde.
El Stambroock zarpó el 28 de marzo a las 11 de la noche y él, como tantos otros, se quedó en el puerto esperando a las tropas de Franco.
Entre los afortunados que consiguieron subir a bordo del Stanbroock, estaba el grupo de políticos procedentes de Orihuela.
Alicante se había convertido en una ratonera y todos los que no pudieron embarcar se deshicieron de sus armas y fueron detenidos por la División Littorio, tropas italianas que mandaba el general Gambara.
La desesperación llevó a algunos a arrojarse al mar o a pegarse un tiro.
Despojados de todas sus pertenencias, unos fueron trasladados a la Plaza de Toros, otros al Castillo de Santa Barbara, y la mayoría a un siniestro campo de concentración improvisado que recibió el nombre de «Los Almendros».
Manteniendo el equilibrio a duras penas, el abarrotado carguero llegó a Orán veinte horas después.
El Stambroock quedó anclado en la bahía sin posibilidad de atracar.
Al amanecer, Dickson comprobó que otros barcos con refugiados permanecían en el puerto.
Carta del capitán
SS Stanbrook. En Orán, 2-3/4/39.
He sido capitán de barcos que han comerciado con la España Republicana durante los últimos 12 meses y mis dos últimas visitas han sido como Capitán del Stanbrook, un pequeño navío de 1.382 toneladas brutas, con una eslora de 230 pies (70,1 metros) y una manga de 54 pies (16,45 metros).
Su velocidad es de alrededor de 11 nudos. Es esencialmente un navío de carga y sólo dispone de alojamiento para su tripulación, compuesta por 24 personas.
El pasado 17 de marzo recibí instrucciones de mis armadores para proceder en lastre hasta Alicante y, después de dejar Marsella, el viaje transcurrió sin incidentes, exceptuando un pequeño problema para evitar a un destructor de Franco que nos dio instrucciones de no entrar en Alicante.
No obstante, con la ayuda de un aguacero y un poco de mal tiempo, lo eludimos y llegamos sobre las 6 de la tarde del pasado 19 de marzo, amarrándonos al muelle del puerto.
Me dirigí a tierra para recibir instrucciones pero, debido a la situación generalizada de trastorno en los negocios, no pude recibir instrucción alguna sobre la carga o cualquier otra cosa, continuando así hasta el 24 de marzo.
El 25 intenté otra vez, sin éxito, conseguir información sobre mi cargamento.
El 26 viajé a Madrid y los funcionarios me informaron de que la carga estaba en camiones que iban de camino. Regresé a mi nave donde recibí un telegrama de mis armadores informándome que a menos de que hubiese perspectivas de embarcar el cargamento, procediese a zarpar inmediatamente.
Al día siguiente llegó alguna carga de tabaco, naranjas y azafrán que fue depositada en el muelle.
Sobre esa misma hora, alrededor de un millar de refugiados de todas las provincias de la España Republicana llegaron al edificio de Aduanas en diversas formas de transporte.
Las autoridades portuarias me solicitaron subirlos a bordo y llevarlos a Orán en vista de su situación desesperada, asegurándome que sus pasaportes estaban en orden y que podrían desembarcar en Argelia sin ninguna dificultad.
Entre ellos había muchas mujeres y niños de todas las edades; incluso criaturas en brazos.
Debido a su gran número, me encontré en un dilema: mis instrucciones eran no tomar refugiados a menos de que estuviesen realmente necesitados, no obstante, después de ver la condición en que se hallaban decidí, desde un punto de vista humanitario, aceptarlos a bordo ya que pronto desembarcarían en Orán.
Entre ellos había gente de todas clases. Algunos aparentaban ser extremadamente pobres, parecían consumidos por el hambre y estaban mal vestidos con una variedad de atuendos que iban desde monos, desgastados restos de uniformes, incluso mantas y otros peculiares trozos de tela.
Había también algunas personas de buena apariencia y asumí que eran mujeres y parientes de funcionarios.
Algunos parecían llevar consigo todas sus posesiones terrenales cargadas en bolsas de todas las descripciones, algunas atadas en grandes pañuelos, y unos pocos en maletas.
Al poco tiempo comenzaron a subir a bordo de manera ordenada y sus pasaportes eran inspeccionados por los funcionarios de Aduanas. Eran las nueve de la noche y por lo tanto estaba bastante oscuro.
Después de que, entre 800 y 900 refugiados hubiesen subido, por alguna razón, los guardias y funcionarios de Aduanas del muelle perdieron el control de la pasarela, de tal forma que quedó atascada con una masa forcejeante de personas, que incluía a algunos de los guardias y funcionarios que habían decidido unirse al tropel de refugiados, tirando sus armas y equipo para formar parte de la estampida que pretendía subir a bordo.
Viendo esta súbita avalancha de gente estuve a punto de dejar caer la pasarela y alejar mi nave del muelle, pero dándome cuenta de que si hacía esto por lo menos un centenar de personas caerían al agua, por humanidad, decidí dejarlos subir a bordo, ya que sólo sería cuestión de 20 horas, hasta llegar a Orán donde podrían desembarcar.
El número de refugiados embarcados hacía prácticamente imposible que nadie pudiese moverse en la cubierta y, a pesar de mis llamamientos, no pude conseguir que bajasen a las bodegas, cuyas escotillas se habían abierto para introducir el cargamento.
Más tarde unos pocos bajaron dejando sitio, pero su lugar era ocupado inmediatamente por más gente que subía a bordo.
Sobre las diez y media de la noche, los últimos refugiados estaban a bordo y yo abandoné toda esperanza de subir cualquier cargamento.
Estimo que en ese momento había en el barco alrededor de 2.000 personas y posteriormente determiné que eran 1.835 en total.
Cuando todos se hallaron a bordo era prácticamente imposible dar una descripción adecuada de la escena que mi buque presentaba.
De hecho, en toda mi experiencia en la mar, que abarca 33 años, nunca había visto nada parecido y espero no volver a verlo nunca más.
Aparentemente las últimas prisas por subir a bordo fueron causadas por un rumor de que el lugar iba a ser bombardeado en un gran ataque aéreo.
Como pude, conseguí mantener a los refugiados fuera del puente de mando y di órdenes para que soltasen amarras y afirmasen la pasarela al costado del barco, ya que no podía colocarla dentro.
Maniobré mi navío comenzando el viaje a Orán y cuando apenas habíamos salido del puerto el rumor resultó ser verdadero y se inició un terrorífico bombardeo sobre la ciudad y el puerto.
El flash de las explosiones se podía apreciar visiblemente y la conmoción de los proyectiles explotando se podía casi sentir.
De todas formas, proseguimos nuestro viaje y durante la noche algunos de los refugiados bajaron a las bodegas para dormir, pero cientos permanecieron en cubierta y tuvieron que permanecer en pie toda la noche ya que no había sitio para tumbarse.
Otros se acurrucaron alrededor de la base de la chimenea buscando calor. La noche era clara pero fría y pienso que el sufrimiento de estas personas de pie en la cubierta toda la noche debió de ser muy malo.
El salón estaba lleno de refugiados que permanecían tumbados en el suelo y sobre la mesa. Les había dado permiso para aliviar la congestión en cubierta y también había dejado mi camarote a las personas más débiles, como así lo hicieron algunos de mis oficiales.
Alrededor de la medianoche conseguí dormir unas pocas horas y con la primera luz del día, descubrí que muchos refugiados habían vuelto a cubierta.
Seguíamos teniendo gran dificultad para mantener la quilla equilibrada; en cuanto se avistaba un barco, gran número de personas se precipitaba forcejeando ya fuese a babor o a estribor, con el resultado de que nuestro navío se escoraba de un lado o del otro.
El resto del día transcurrió sin incidentes, llegando a Orán alrededor de las diez de la noche, veinte horas después de dejar Alicante.
Fondeamos en la bahía externa y al no tener autorización, tuvimos que quedarnos fuera del puerto y pasar otra noche en malas condiciones.
Al día siguiente aprecié otros barcos españoles en el puerto con refugiados a bordo, pero no atestados como estábamos nosotros.
Conseguí subir a una barca de motor y me dirigí a tierra para telefonear a mis agentes y para conseguir el permiso para desembarcar a los refugiados, ya que consideraba imperativo que abandonasen el navío pues los servicios sanitarios eran totalmente inadecuados y temía que se desatase una enfermedad.
Sólo se me dio permiso para entrar en el puerto, pero no para bajar a los refugiados. Entendí que las autoridades no tenían sitio donde alojarlos y regresé a mi nave, poniéndola al lado del muelle.
Aparentemente parecían pensar que cada barco era de Franco y venía a interceptarlos; y como un gran número de refugiados portaba armas, yo me alarmé pensando lo que podía ocurrir.
Muchos de los refugiados expresaron su voluntad de vender caras sus vidas, pero afortunadamente no avistamos ningún navío hostil.
En cuanto a suministros, yo sólo pude ofrecer a algunos de los refugiados más débiles, un poco de café y algo de comida.
Durante el curso del día me informaron de algunos casos de enfermedad, principalmente desmayos causados por el hacinamiento que era imposible paliar.
De hecho, me asombra que no se produjese alguna. Todos pasaron una noche más de incomodidad extrema.
Un día después regresé a tierra y conseguí un arreglo para que prácticamente todas las mujeres y niños desembarcasen y fuesen alojados en un campamento.
En este momento el barco sigue abarrotado con refugiados que atestan los costados del navío mientras truecan dinero y posesiones con personas en barcas de remos por un poco de comida o cigarrillos.
Muchos no han podido lavarse desde que subieron a bordo, y algunos desde mucho antes.
Sinceramente suyo, A. Dickson. Capitán SS Stanbrook.
Políticos oriolanos embarcados en el Stanbrook.
Según reza en los Archivos Franceses de Ultramar, en aquel viaje transportó a 2.638 personas.
He extraído a los oriolanos conocidos de la «Liste des refugies espagnols embarqués á Alicante sur le S/S anglais STAMBROOK».
N´ordre. Prénoms & Noms. Age. Profesión. (Nº de Orden, nombre, apellidos, edad, empleo).
366. Pascual Hernández Ortiz. 50. Employe.
468. Diego Pujazón Samos. 41. Cheminot.
1911. Pascual Soriano Hellín. 46. Etudiant.
1917. Isidoro Sánchez Mora. 41. Typographe.
1928. Amado Granell Mesado. 28. Employe.
1930. José Alonso Egío. 43. Charpentier.
1946. Cruz Andreu Rubio. 49. Comis de postes.
2032. Alberto Balaguer Tuso. 51. Postier.
2058. José Escudero Bernicola. 55. Gouverneur civil.
2073. Amado Granell Mesado. 40. Commandant.
Amado Granell Mesado, que por aquellas fechas era comandante de la 49 División del Ejército Popular de la República, consiguió embarcar llevando consigo su fusil ametrallador.
Además, quedó registrado por dos veces; como militar y como empleado. No sabemos quién viajó con el «segundo billete».
Archibald Dickson.
Después de realizar esta gesta, Archibald Dickson siguió prestando servicio en la marina mercante británica hasta que fue torpedeado en el Mar del Norte por el submarino alemán U57, al mando del comandante Claus Korth.
El Stanbrook se partió en dos y se hundió llevándose consigo las vidas de sus 20/ 21 tripulantes, incluida la del capitán Dickson.
En marzo de 2009, la Comisión Cívica de Alicante para la recuperación de la Memoria Histórica invitó a los dos hijos del capitán Dickson, Arnold y Dorothea, al homenaje organizado en su memoria con motivo del 70 aniversario de su gesta.
Una jornada muy emotiva en la que más de un millar de personas, entre ellas pasajeros supervivientes y sus descendientes, agradecieron, a sus hijos, la acción humanitaria de Dickson.
En 2018, dicha Comisión inauguró un busto de Archibald en Alicante.
Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba)
Más información en mi libro: «La II República y la Guerra Civil en Orihuela, Vistas desde el Puente de Rusia».