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Justo García Soriano y Gabriel Miró

Justo García Soriano y Gabriel Miró.

La célebre enemistad entre Justo García Soriano y Gabriel Miró se ha fundamentado siempre en el conocido artículo “El Obispo Leproso: sandeces, injurias y otros excesos”, publicado en “El Pueblo” de Orihuela el 21 de septiembre de 1927 que os transcribo completo al final. Pero permitidme anticipar un pequeño fragmento:

“Nos asombraría esto en el Sr. Miró que es hijo de madre oriolana, sí no supiéramos que a su misma patria alicantina le ha querido quitar la gloria del origen de uno de sus mejores productos industriales negando, con el invento de una burda patraña, la clásica oriundez y antigüedad de su célebre turrón”.

Sobre este detalle del turrón he descubierto que, meses antes, concretamente el 27 de diciembre de 1926, Justo publicó un artículo titulado “La Antigüedad del Turrón” en “Los Lunes del Imparcial”, suplemento literario madrileño. Desgraciadamente, no he conseguido acceder a dicho trabajo (sólo se conservan los ejemplares hasta el año 1924).

Pero según cuenta el propio Justo en un farragoso borrador de carta destinada a Gabriel Miró, salió de la lectura de un capítulo del “Libro de Sigüenza”, publicado en 1917. Y no gustó nada al célebre escritor alicantino. Si os interesa leer la obra completa, pinchando la siguiente imagen se accede a una versión digital del libro.

Enlace al «Libro de Sigüenza» de Gabriel Miró.

El contenido de esta obra había aparecido anteriormente desmenuzada en numerosas revistas y periódicos, como «La Hormiga de Oro», editada en Barcelona en 1914; cuyo fragmento cuenta precisamente la historia del confitero catalán llamado Pablo Turróns en el siglo XVIII a la que se refiere Justo y que he transcrito también. 

La Hormiga de Oro. 19 de diciembre de 1914.

Se pregunta el conocido escritor Sr. Miró en un artículo literario: ¿Qué leyenda o qué códice nos dirá el origen de la dulce y famosa industria de este lugar levantino? y después de presentamos a un señor Sigüenza jijonófilo hasta las cachas, dice: “…Y un día, cercano de las Pascuas, entra Sigüenza en una confitería de Barcelona.» Describe el movimiento del elegante saloncito despacho de la confitería, y añade: Ve Sigüenza los muros de turrón, ya en cajas, ya en dorada desnudez con sus lunares de canela. Y todo Jijona, sus mujeres, sus almendros, sus manzanos, sus parrales se le ofrece a su alma risueño y delicioso.

—¡Jijona, Jijona!—exclama Sigüenza—Entonces, un señor bien portado, de frondoso bigote, de ojos que denotan cansancio, quizás del estudio de la Jurisprudencia, porque debe de ser de la Magistratura, probablemente un abogado fiscal, amigo de confianza de la casa, advierte a nuestro caballero, lo mismo que si le recordase un un artículo de la ley de Enjuiciamiento Civil:

— Ese turrón que usted señalaba no es de Jijona, sino de Cocentaina. — ¡Sí, sí, de Cocentaina! Oh, Cocentaina, es un pueblo amable, silencioso, huele a maíz tierno, a alcáceres, a feracidad, con su castillo tostado, sus robustas nogueras, su palacio ducal de primorosos artesones, en cuyas salas hay un Circulo Democrático. Tal vez un almacén de calzado. Sí; el turrón de Cocentaina es riquísimo; pero no olvidemos que Jijona es la cuna, el regazo y la maestría de ese manjar que preside las fiestas familiares de más grande ternura!

El abogado fiscal, que no es abogado fiscal, sino dueño de la opulenta confitería barcelonesa, queda algo mohíno escuchándole. Y luego le responde:—Mire; en 1703 hubo una epidemia de peste en Barcelona. Fue una ruina para el gremio de especieros-dulceros. Buscando su remedio se juntan los cónsules, y abren, en 27 de octubre, un concurso de pasteles, ofreciéndose recompensas a los dos de gusto más regalado, que puedan resistir un mes sin malearse, que tengan la semejanza de piedra, uno; del pergamino, el otro; que vendidos al precio de todos los pasteles, dejen el beneficio del 50 por 100. Estos pasteles se llamarán «conmemorativos.» Sigüenza mira recelosamente al docto dulcero. ¿No será este hombre un ironista? Pero, no; no debe serlo; habla con exaltación foral; el precio fijo, es dogma crematístico inexorable de aquella casa; y sin embargo, a Sigüenza se le hace alguna merced en el coste de su humilde compra.

Enlace a Gabriel Miró Ferrer, obras digitalizadas en la BNE. Pinchad la imagen.

No; no es posible el humorismo. Y sigue escuchando que los tres brazos del Concejo se comprometen a la propaganda de los pasteles premiados, desde la Purísima a la Candelaria. Concurren trece gremieros; y triunfan Pablo Turróns y Pedro Xercavins. El pastel de Turróns tiene una cabal semejanza con un pedazo de piedra de granito; está hecho de miel, de avellanas y piñones. El de Pedro Xercavins forma un pergamino de neules, de hostias con un relleno delicioso. El día 2 de diciembre, los pregoneros de la ciudad mandan que en regocijo por la desaparición de la peste, merquen todos el turróns y el neula. Los párrocos aconsejan, en misa mayor, a sus feligreses que celebren la salud y todas las fiestas de tan dulce modo. Pero, ¿y Jijona, entonces? Y Sigüenza pide noticias del turrón a un culto jijonenco.

Y en Jijona sólo saben que hacen diez mil quintales de turrones todos los años… No tiene leyenda ni códice del turrón este pueblo levantino; y el relato que de su origen ofrece el confitero a Sigüenza, hace de este dulce un símbolo y una glosa de muchas dulzuras que prorrumpen del dolor o lo evocan. En estos días de fiesta de hogar, comiendo el pastel del gremiero Pablo Turróns ¿no encontrasteis el sabor de una almendra amarga, y el amargo dejo de una fecha, de una memoria desventurada…? Jijona se apodera, sabiamente, de los secretos del dulce de las Pascuas. Siempre que pasa Sigüenza por este pueblo recoge una emoción de feminidad, y en lo hondo hay un sentimiento inefable de tristeza. GABRIEL MIRÓ.

Al darse cuenta de que había sido demasiado duro con Miró burlándose públicamente de su historia del siglo XVIII cuando los clásicos españoles ya hablaban del tradicional dulce alicantino, Justo trató de disculparse; y en su borrador, transcrito a continuación, parecía sincero.

AMO. LJGS. Borrador de carta a Gabriel Miró.

Sr. D. Gabriel Miró: Mi distinguido amigo: Sin duda le han engañado a V. al hablarle de mi articulejo “Antigüedad del Turrón”. Cuando lo lea V. verá qué, en rigor, no hay en él nada que pueda molestarle y menos pretendo hacer de erudito. Tuve que escribir un artículo de actualidad de Pascuas para “Los Lunes del Imparcial” y un pasaje de su bello libro de Sigüenza me dio pie en cierto modo para componerlo. Si V. carece de disciplina y de hacienda epigráfica y bibliográfica, yo en cambio carezco al parecer de la sensibilidad hermenáutica y lente crítica que V. me atribuye, necesarias para descubrir raíces sentimentales y contornos literarios.

En estas cosas soy un pobrecillo ingenuo. Leí su fantasía catalana del Turróns; y tomándola al pie de la letra me hice cruces ¿Cómo es posible, me dije, que un alicantino tan culto como el Sr. Miró, que ha leído a nuestros clásicos, ignore la rancia antigüedad de la más dulce gloria de su tierra, siendo así que nuestros escritores del siglo de oro mencionan el turrón tan a menudo?

Pero ya, ya. Ahora me lo explico todo y reconozco avergonzado mi ridícula ingenuidad. Perdóneme pues. Rechazo, desde luego, el propósito que V. me supone de darle una lección y castigarle. Jamás en mí tan pedante osadía, por Dios. Se lo juro. Si expresé mi asombro en público y no a V. privadamente, fue porque pensé y sigo pensando que así correspondía tratándose de un escritor tan del público como V. (y por ello es necesario no sólo sacarle a V. del error, sino a cuantos le leen); y porque logro únicamente el honor de dialogar con V. cuando yo le visito; y esto sólo me es posible muy de tarde en tarde.

Haría V. mal en guardarme rencor por una niñería como esta. Aunque no tuve el menor pensamiento de ofenderle, le vuelvo a pedir mil perdones y le envía, con los saludos respetuosos para su familia, un cariñoso saludo su siempre muy devoto.

Supongo que esta disculpa y el intento de acercamiento, fue infructuoso. Ni siquiera sé si el borrador llegó a ser carta y si la leyó Miró. Lo cierto es que, meses después, Justo redactó este agresivo artículo bajo el seudónimo de Juan Oriol. En él, no sólo le vuelve a recriminar la mención al origen catalán del turrón; aprovecha también para hacer una minuciosa y demoledora crítica a su obra «El Obispo Leproso» ambientada en Oleza / Orihuela. Incluso Azorín se lleva su parte. Transcribo también el texto completo.

Orihuela 21 de Septiembre de 1927. ORIHUELA EN LA LITERATURA CONTEMPORANEA «El obispo leproso»: sandeces, injurias y otros excesos.  Desde que nuestro comprovinciano Azorín puso de moda, para la pedantesca «generación del 98», la pintura tétrica de los pueblos españoles,— influencias del Greco,- del Ángel Guerra de Galdós, de Maurice Barres, de Zuloaga y de todos los calumniadores de «la España negra»,— los seguidores del escritor monovero, y en especial los novelistas «ebenes» de la actual generación, nos vienen ofreciendo en sus libros descripciones cada vez más falsas y sombrías de la vida provinciana; ocurriósele a Martínez Ruiz dedicar en su novela Antonio Azorín algunas páginas a nuestra ciudad, retratándola con tintas grises y pálidos colores,— calumnia de esta gaya luz que nos alumbra y de la reciente policromía de nuestra vega,— y no habían de faltarle imitadores que exagerasen sus inexactitudes y recargasen de negro el cuadro de la vida y el paisaje orcelitanos.

Otro comprovinciano nuestro, el alicantino Gabriel Miró, en sus recientes novelas Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso, se complace también en pintar una Orihuela lúgubre, ridícula y fanática, ofendiendo a la verdad y a nuestro patriotismo. Nos asombraría esto en el Sr. Miró que es hijo de madre oriolana, sí no supiéramos que a su misma patria alicantina le ha querido quitar la gloria del origen de uno de sus mejores productos industriales, negando, con el invento de una burda patraña, la clásica oriundez y antigüedad de su célebre turrón. Modestos periodistas provincianos, no pretendemos hacer un juicio literario de la última novela de Miró, bien juzgada y sentenciada ya por la crítica madrileña y por el fallo adverso de la Real Academia Española.

Cierto que no: le han faltado críticos amigos que la han querido poner en los cuernos de la Luna, osando decir que está escrita con un estilo tan puro, castizo y clásico como el de Santa Teresa de Jesús… ¡Jesús, y qué cosas nos han revelado ciertos críticos! – Es, sin embargo, el estilo de Él obispo leproso una taracea abigarrada y anacrónica de arcaísmos y neologismos modernistas, de voces culteranas y de vocablos vulgares y dialectales. Estas palabras de nuestro dialecto regional, típicas de nuestro pueblo, las emplea el Sr. Miró sin subrayarlas ni ponerlas en boca de los personajes de la novela, sino cuando habla por cuenta propia, lo cual prueba que no las usa como elemento colorista, sino por ignorancia supina de la propiedad y pureza de la lengua castellana. Tenemos marcadas en nuestro ejemplar de El obispo leproso más de cien voces dialectales que el Sr. Miró intercala inconscientemente éntrelas exquisiteces de su prosa preciosista.

El fuerte, y aun el conato de originalidad del estilo barroco del Sr. Miró, es el abuso de las sinestesias o metáforas comprimidas, digámoslo así, cosa tan vieja, no obstante, como el padre Homero. De aquí que nos hable a cada paso de «un helor azul», de «un olor de blancura nueva», de «un ruido fresco», de «un silencio desnudo» y de «un silencio como un paño precioso», de «un fragante ovillo de luz», de que «estrujaron el silencio», de que «se cuajaba la sombra», de «Una sombra aceitada de antigüedad», de que «Pablo sintió el vuelo de los años encima de su corazón», etc. etc..

Todas estas expresiones traslaticias, de sabor bíblico, transferencias dé unos sentidos a otros, como las llamó Bandelaire, y luego caballo de batalla dé los decadentistas y simbolistas franceses, no son más que puro judaísmo literario y estilo de raza hebraica. ¡Alegorismo a todo trapo! Adoptado el sistema y adquirida velocidad, en pleno, vértigo de metáforas en busca de matices de sensación y quintaesencias de emoción, nada más fácil que despeñarse en el abismo de los mayores dislates. Y así en la última novela de Miró se los halla a miles, tan delirantes como los siguientes, que escogemos al azar: «Oleza se le ofreció tierna y olorosa como un huerto de piedra» (Pág. 262). «Tía Elvira alababa la suerte de su cuñada por tener un ‘hijo tan hija» (pág. 277). El padre Bellod «torcióse para mirar con su ojo entero», (pág. 298). «El trueno del Segral se enroscaba por los muros» (pág. 300). «…vaciándose de un temblor encendido que se descalfaba en las aguas dulces del Segral» (pág. 358). Pablo se hallaba tan intranquilo que hubo de apretarse el costado y las sienes «porque sus latidos hacían temblar las vidrieras» (pág. 321,). Y deslizándose ya por el despeñadero de las hipérboles y metáforas, no es de admirar que del pobre joven nos diga el novelista que «su frente se le endureció pensando» (pág.334) y que «su culpa de grande hinchaba hasta desencajarle su recóndita sensibilidad infantil» (pág. 338).

Pero dejemos aparte estas y otras lindezas por el estilo, que repugnan a nuestra lógica, acaso por no estar bien iniciados en tales recovecos o embelecos; estéticos; y vengamos a lo que de la novela nos importa únicamente, es decir, lo que se refiere a Orihuela. Y cuenta que por las descripciones de Miró, ni nosotros ni nadie hubiéramos podido reconocer en su Oleza a nuestra ciudad, si no hubiesen otros indicios y alusiones que las identifican. Ya el título de El obispo leproso, traído por los cabellos a pretexto -de un personaje episódico que nada tiene que ver con el asunto de la novela, alude a una bella tradición oriolana, la de la fundación del Colegio de Santo Domingo por nuestro insigne paisano el Arzobispo don Fernando de Loazes.

Pero no se piense por ello que se trata de una novela histórica local, de la Orihuela del siglo XVI, tan pletórica de bellos recuerdos y relatos y de sugestiones artísticas. Bien se guarda el Sr. Miró de intentar esas reconstrucciones retrospectivas, que requieren una considerable cultura, y le llevarían a un tremendo fracaso. No; la acción no pasa más allá del año 1880; es decir, época contemporánea. Y por lo demás, redúcese simplemente a una de tantas novelas de costumbres sociales, en que se falsea a sabiendas la realidad, no con el plausible propósito de idealizarla y embellecerla, sino, a impulsos de un prejuicio hostil y sectario, con el designio de trazar una sátira injuriosa. La vida y costumbres de nuestros padres y el carácter religioso de nuestro pueblo son caricaturizados de modo grotesco y ofensivo.

No tiene propiamente argumentó la novela. Constitúyela una serie de descripciones y escenas incongruentes que quieren representar encuadras caricaturescos la Orihuela de hace cuarenta o cincuenta años. Muchos personajes de ella llevan los nombres, más o menos desfigurados, de algunos paisanos nuestros que vivían entonces y todos hemos conocido; pero  sus tipos se hallan arbitraria y burdamente deformados. Todo tiende, en resumen, a presentar a nuestra ciudad como un poblacho de vivir ruin y enconado, como un hervidero de bajas pasioncillas, de gazmoñerías ridículas y de chismes de comadres y sacristanes. Ni aun recata a veces la pincelada lúbrica y pornográfica. El fin primordial de la novela es ridiculizar nuestras prácticas devotas y nuestras tradiciones religiosas; por eso uno de los blancos a que con más saña se dirigen los tiros de la sátira es este Colegio de Jesuitas, donde— ¡ingrata apostasía!— el autor se educó e instruyó cristianamente.

Como botones de muestra reproduciremos unos cuantos pasajes de El obispo leproso, en que se patentiza cuanto decimos: Al describir Miró a un joven sacerdote olecense, poeta, dice: « — en sus versos… se sienten requebradas señoritas y señoras de este pueblo… El banquillo de su confesonario amanece como un tocador de novia, todo de flores, y entre las flores, cartas de pena, sin firma; allí se arrodillan las señoritingas y se las oye confesarse sollozando…Su lengua iba descubriendo todas las intimidades de la ciudad, como si soltara los vendajes de un cuerpo llagado…» (pág. 109). Las mujeres, limpias y aseadas de nuestro pueblo, las pinta el novelista así:«… mocitas y viejas del arrabal y de la huerta, vestidas de pendones y mugres, flacas y descalzas…» (pág. 366).

Nuestras bellas y típicas procesiones de Semana Santa, como cuánto hay de más hermoso y venerable en nuestra ciudad, sufren asimismo el ataque irónico e injurioso del desapoderado escritor. Véase un trozo de la descripción que de ellas hace; «En este pueblo las damas que parecen más decentes se complacen en ataviar de pecadoras las imágenes de las arrepentidas, como si amaran en esas santas las deshonestidades que ellas no pueden cometer. ¡En cambio, la cofradía de la Dolorosa tiene cada perdida!… (pág. 170). «Y vino un rumor penoso de correas, de maderos, de yugo que crujía, de pies que se hincaban como el arado, de resollar de cuerpos tirantes… Y se paró el «trono» de la «Cena». Lo llevaban veinte huertanos de ropón bermejo, con la cola torcida a los riñones y la falda cazcarrienta de aplastársela con las esparteñas enfangadas; una mano de pezuña agarrándose al muñón de badana de las andas, que les partía los hombros, y la otra en la horquilla para los descansos», (pág. 171). ¡«Falda cazcarrienta»! ¡«Esparteñas enfangadas»! ¡«Manos de pezuña» ¡Así, con tan amables epítetos describe Miró a nuestros fervorosos huertanos nazarenos!…

Pero ¿para qué seguir copiando? No hay página en la novela que no contenga ofensas y desahogos como los transcritos. ¿Debemos soportarlos pacientemente los buenos oriolanos? ¿No sería mayor ignominia pasar en silencio tan groseros insultos? Por muy excelso que se considere en sus alturas literarias el Sr. Miró no podemos tolerarle sus injurias y desdenes. Y en nombre de nuestra ciudad ofendida, rechazamos indignadamente las calumnias y dicterios con que la denigra en ese esperpento novelesco que titula El obispo leproso. JUAN ORIOL.

Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba). 2021.

Justo García Soriano 2. (1894-1901).

Justo García Soriano. Traseras de Santo Domingo. Montaje Ajomalba.

Nací hace treinta y cinco años en Orihuela de una familia burguesa poco acomodada. Mi buen padre era perito agrónomo y empleado de aquel Ayuntamiento. Me complazco en apuntar mi modesto origen, porque si yo fuera capaz de sentir orgullo, esta humildad nativa sería mi mayor motivo de vanagloria: lo poco que soy y lo nada que valgo lo debo a mi constancia y a mi propio y exclusivo esfuerzo.

Noticia crítica y auto-biográfica. AMO LJGS.

En este país del nepotismo y del tanto tienes, en el que cualquier hidalguete de gotera desciende de don Pelayo y en el que todo se suele esperar de la herencia o de la lotería, del padre alcalde, de la mano y de las aldabas del padrino o de la diosa casualidad, no es poco el poder ufanarse uno, aun siendo insignificante, de ser hijo de sus obras…  

Justo García Soriano. «Noticia crítica y autobiográfica».

Justo García en el Colegio de Santo Domingo.

Colegio Santo Domingo en 1863. Colección Javier Sánchez Portas.

Exclaustrados los dominicos en 1836, su impresionante edificio quedó en manos del Estado hasta que fue cedido al Obispado de Orihuela en marzo de 1864. Cuatro años después, tras varios tira y afloja, la junta provincial autorizó las reformas pertinentes y el prelado Pedro María Cubero y López de Padilla puso en marcha un colegio de jesuitas en el edificio de Santo Domingo bajo la advocación de San Estanislao de Kotska.

Aún estaban organizando las primeras clases cuando estalló «la Gloriosa». El colegio quedó disuelto y los jesuitas se marcharon, con gran disgusto de la población. En 1872 regresaron para refundar el colegio diocesano de Santo Domingo, camuflando a la comunidad jesuita bajo el amparo de la mitra. El 15 de noviembre de 1873 volvieron a ser expulsados del edificio. Pero esta vez la expulsión duró apenas diez días y regresaron muy fortalecidos, casi como héroes. Si os interesa conocer más a fondo este tema, pinchad en la siguiente imagen.

Enlace al artículo monográfico sobre el Colegio de Santo Domingo

A partir de 1874 los jesuitas, ya sin tapujos, regentaron un colegio autorizado para impartir la Segunda Enseñanza que fue ganando en prestigio año a año; generando una selección económica y social entre su alumnado interno.

Semanario católico. 25 de julio de 1874: En el colegio de segunda enseñanza de Santo Domingo de Orihuela se hizo solemne distribución de premios el día 21 de Junio, con asistencia del Ilmo. Señor Obispo, Ayuntamiento y un inmenso concurso. En este colegio, dirigido por ilustrados y piadosos Sacerdotes, que solo cuenta dos años de existencia y hasta ahora no ha enseñado sino los tres primeros años de segunda enseñanza, hubo en el último curso 69 colegiales y unos 100 alumnos externos, y sabemos que para el curso próximo está pedido ya el número 97 para colegiales internos. El nuevo curso se abrirá el día 16 de Setiembre, debiendo los alumnos internos estar en el colegio el día 15 antes de las siete de la tarde. Lo recomendamos.

En los primeros cursos los alumnos externos procedentes de la clase media oriolana superaban ampliamente a los internos. El creciente elitismo del colegio quedó patente en el progresivo avance del internado. Pocas familias podían permitirse pagar los 3.000 reales al año en concepto de enseñanza y manutención; más 50 reales para el gasto ordinario de papel, tinta y plumas. Gracias a un prospecto descubierto por Manuel Revuelta González, nos podemos hacer una idea de la exigencia económica comprobando el equipamiento que solicitaban para los internos en 1872.

El equipo de los alumnos consiste en una levita de paño azul turquí, con cuello derecho y al borde galón estrecho de oro fino, abrochada con botones dorados, pantalón negro de paño fino, sombrero negro de castor con galón estrecho de oro fino, y faja de punto de seda azul celeste —una chaqueta o levita, según la estatura del alumno, pantalón y chaleco, todo de paño de color marrón—. Dos pares de pantalones de paño o lana gris, tres blusas, un cinturón de charol, un gorro de terciopelo azul, dos corbatas de seda negra, tres pares de botitos o zapatos—.

Las demás prendas son: diez camisas, ocho pañuelos, ocho pares de medias, ocho cuellos de camisa derechos, el abrigo interior que gusten, tres pares de sábanas, cuatro fundas, cuatro toallas, cuatro servilletas, dos colchones de lana de una arroba cada uno, de un metro y sesenta y cinco centímetros de largo, y ochenta y cinco centímetros de ancho, una almohada, dos sobrecamas blancas, una manta de lana y otra de algodón, dos sacos para la ropa del lavado y peines, cepillos, tijeras, etc. Además, presentarán todos a su entrada una cama de hierro, según el modelo del Colegio, un cubierto de plata, un anillo para la servilleta, y una alfombra para el pie de la cama.

Comedor del Colegio. Colección Javier Sánchez Portas.

La crónica. 13 de octubre de 1887: A los alumnos externos del Colegio de Santo Domingo de esta ciudad, se les ha concedido recientemente el uso de una gorra uniforme que los diferencia de los internos por las divisas y los distingue de los otros estudiantes de los otros centros de instrucción. Dicha prenda es de paño color tina oscuro, con visera de charol, y lleva dos esterillas de plata y un escudete de hilo del mismo metal con las iniciales C. S. D. Nos parece muy bien la disposición adoptada por el señor Rector del referido Colegio, como siempre nos ha parecido perfectamente todo lo que tiende a distinguir y estimular a la juventud estudiosa.

Alumnos del Colegio Santo Domingo. Colección Tejuelo.

El artículo siguiente, fruto de una crítica al comentario que sobre Orihuela publicó «El Liberal» dentro de su campaña «un viaje por España», nos informa de la proporción entre internos y externos, coincidiendo en la fecha con la entrada de Justo a Santo Domingo: doscientos pensionados llegados de varias provincias frente a un centenar de oriolanos que recibían enseñanza gratuita del Bachillerato; bueno, casi gratuita.

El Independiente. 28 de noviembre de 1894: Es indudable que al enumerar las iglesias de la población no hubiera ascendido su número a veinte y dos, sin que contara algunas ermitas de su término municipal, bastante extenso (…) No hubiera pasado tan de ligero por el centro docente de Santo Domingo mirándolo por encima de la cúpula; y hubiera considerado que allí se da la enseñanza gratuita del Bachillerato a otro centenar de muchachos, aparte de unos doscientos internos de las provincias limítrofes, y hasta de la Corte. Y entrando en el edificio de la antigua Universidad, habría podido admirar alguna joya arquitectónica, y la Biblioteca Provincial instalada en dicho edificio…

«El Oriolano»: Colegio de Santo Domingo de Orihuela. Se pone en conocimiento de los alumnos externos que hubieren de continuar sus cursos académicos, en el de 1885 a 1886 o ingresar en este colegio, que desde el día cinco del actual hasta el quince ambos inclusive, estará abierta la Secretaría todos los días no feriados, de nueve y media a once por la mañana y de tres y media a cinco por la tarde, para el pago de los derechos de matrícula; y que en los mismos días y horas se hallará constituido el tribunal para los exámenes de ingreso. Orihuela, 30 de Septiembre 1885.

Recibo matrícula curso 1895/1896. AMO. LJGS.

En realidad, el de Alicante era el único Instituto de Enseñanza Secundaria que existía en la provincia. Pero tenía agregados numerosos centros religiosos privados como el de Santo Domingo. Todos los años a mediados de junio, llegaba a Orihuela una comisión de profesores del instituto provincial que, durante una semana evaluaba a los alumnos. Concluidos los exámenes se daba por terminado el curso académico con una solemne distribución de premios; y la comisión de profesores volvía a Alicante.

Notas de los cursos 1895-1900. AMO. LJGS.

Justo García Soriano fue uno de esos alumnos externos procedente de la clase media que, con poco dinero pero sobrado de méritos, se formó duramente con los jesuitas. Según cuenta su hijo, ya había destacado por sus conocimientos gramaticales en el colegio del maestro Monera, donde recibió su primera enseñanza. El siguiente párrafo proviene de las notas biográficas de Justo García Morales.

Realizó al menos el estudio de las primeras letras con un excelente maestro «normal», según entonces se decía, don Antonio Molera, periodista, literato y pensador, además de músico y aficionado a hacer charadas. Mi padre refería que en las clases de cualquier materia, pero en especial de Gramática, preguntaba primero a los alumnos mayores; y cuando no contestaban, se dirigía a él, que era el benjamín, con esta frase estereotipada: —Canta, pajarico, canta—y casi nunca solía defraudarle...

Si de algo se sintió orgulloso fue de su educación. Nadie le regaló nunca nada; y a pesar de las dificultades, privaciones y carencias, llegó siempre hasta donde se propuso y de manera holgada. Él mismo contó su experiencia como «colero» muchos años después, en una revista de antiguos alumnos del colegio de 1925.

Colección Javier Sánchez Portas.

Cierro los ojos y, como en sueños, me veo niño, de diez años, vestido de marino, con una guerrera de lanilla gris. Estoy en un aula de Santo Domingo, puesto de pie con los brazos cruzados y la cabeza caída sobre el pecho. Sollozo por lo bajo y no oso levantar la vista. Todos mis compañeros me miran desdeñosos y burlones: ¡El “colero”!  

—Es la quinta vez que damos los pretéritos y supinos. Si tuvieran oídos esas paredes los repetirían ya de coro. ¡Y usted aún no sabe de ellos ni jota! Esta tarde, señor García, se quedará usted castigado. Y como su desaplicación no tiene enmienda, el castigo será ejemplar: se pondrá usted de rodillas en el pozo del claustro cuando salgan los alumnos de todas las clases ¡y caigan sobre usted el escarnio y el baldón de todo el colegio!

De nada me sirven mis súplicas, ni mi llanto. El castigo se cumple al pie de la letra. Suena alegre la campana anunciando la hora de terminar las clases; y yo, puesto de hinojos sobre la férrea tapa del brocal que en el centro del claustro hay, tapándome la cara con la Gramática latina abierta por los pretéritos y supinos, turbado y casi desvanecido de pena y de vergüenza, soy el blanco de todas las miradas y risas de todos los alumnos que desfilan por los pórticos…

Colegio Santo Domingo. Colección Javier Sánchez Portas.

Destacó como alumno ejemplar entre los años 1894 y 1901. Y, al contrario que Gabriel Miró, alabó públicamente la severidad, exigencia y calidad de la segunda enseñanza recibida entre esos añejos muros; especialmente en la asignatura de latín. Pero nunca olvidó como los jesuitas le atormentaron en su infancia, marcando para siempre su personalidad; envejeciéndolo prematuramente.

A los PP. Jesuitas del Colegio de Santo Domingo de Orihuela debo una sólida instrucción en la 2ª Enseñanza, sobre todo en los estudios literarios, para los cuales supieron despertar eficazmente mis medianas aptitudes y mi vocación fervorosa. El latín que aprendí en el colegio me bastó para hacer luego con éxito mis estudios facultativos de Letras, y a su fundamental y metódico aprendizaje atribuyo mis modestos éxitos humanísticos…

Colegio de Santo Domingo. Colección Tejuelo.

Creo sinceramente que sin los firmes cimientos literarios adquiridos por mí en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela, no me hubiera sido posible luego hacer con relativa facilidad mis estudios de Humanidades, ni menos ponerme en condiciones de escribir un libro que mereciera una honrosa aunque benévola distinción de la Real Academia Española.

En el colegio de jesuitas de Orihuela estudié el bachillerato. Con mucho latín y mucho escolasticismo, rigorismo y machaconería de rancios dómines, aquellos buenos padres echaron unas bases sólidas a mi cultura literaria; lástima que a la vez entristecieran mi infancia sonriente y jubilosa con muchos ejercicios espirituales, con la lectura del Kempis y del libro de la oración del P. Granada y con diarias meditaciones sobre la vanidad de todas las cosas del mundo, sobre la brevedad de la vida y la inminencia de la muerte.

Alumnos de Santo Domingo en 1901. Colección Tejuelo.

Aquellas lúgubres reflexiones cotidianas ensombrecieron mi puericia y me dieron una seriedad prematura, haciéndome un adolescente formalito y triste, romántico y desilusionado, y dejando en mi vivir una terrible huella de hastío y melancolía que ya no he podido disipar nunca. Mi obsesión continua ha sido desde entonces la sombra de la Muerte y la tristeza por todo lo efímero, por todo lo que pasa y se esfuma en el tiempo. Mi afición a los estudios históricos nació de este estado psíquico, de un ansia grande de resucitar todo lo desaparecido y todo lo muerto, de arrebatar al pasado todo lo que esconde entre el polvo y las sombras del olvido…  

Mucho antes de terminarse aquel curso, yo, el colero, había logrado escalar, a fuerza de desafíos, uno de los primeros puestos de la clase: ¡llegué a cónsul romano, nada menos! Pero mi especialidad y mi fuerte eran los ejercicios escritos que llamábamos “composiciones”. (…) Si logré hacer progresos en Latín, no los hice menores en la Retórica y poética (…) en dos concertaciones o certámenes del curso de Retórica obtuve el premio de poesía: el primero por una composición en redondillas que titulé La Providencia y el otro por Un diálogo entre la A y la U, apólogo escrito en endechas.

Colegio Santo Domingo. Colección Javier Sánchez Portas.

Con 17 años cumplidos, el joven García Soriano superaba la Reválida del Bachillerato en Alicante y su familia tuvo muy claro que, a pesar de la escasez de recursos económicos, Justo cursaría una carrera. Y escogió la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. 

AMO. LJGS.

1899-1901: Primeras publicaciones.

En su etapa de estudiante se había enamorado de la Literatura; y la palabra se convirtió en su mejor herramienta. Además de bordar el latín, destacó especialmente en retórica y poética; escribiendo sus primeros versos con sólo doce años.

Mi primera vocación literaria se manifestó en la Poesía. Desde los doce años comencé a escribir versos con relativa facilidad. Mi primera composición poética que vio la luz pública apareció en el Diario de Murcia allá por 1897. El ingenuo soneto amoroso de todos los principiantes.

Muy pronto logró hacerse un hueco en una prensa que vivía momentos de gloria durante la Restauración. Comenzó con quince años (él dice que fue antes). Las primeras publicaciones que yo he localizado son de mayo y julio de 1899; una poesía y un cuento publicados en «Miniaturas» y en «La Mariposa».

Las Provincias de Levante. 4 de mayo de 1899: ORIHUELA. Sabemos que el próximo sábado 6 del actual, empezará a publicarse en esta localidad una revista ilustrada que constará de 16 páginas, en las cuales irán alternando con bonitas Ilustraciones en colores, artículos literarios, poesías, pasatiempos, etc. y la tirada se hará en elegante papel satinado, dispuesto de manera que pueda ser encuadernado y del agrado de los lectores; lo cual creemos conseguirán, pues su índole es puramente literaria, y una revista ilustrada no recordamos se haya publicado nunca en Orihuela. Se titulará Miniaturas y les individuos que forman la redacción, no se proponen otra cosa al darlo a luz, que volver por la cultura de su pueblo, a quien demuestran con esto querer en gran manera.

No se nos oculta el sacrificio que hacen, pero creemos lograrán captarse las simpatías del público, pues a todo son acreedores por su desinterés y buena voluntad. La redacción la componen los ilustrados y aventajados jóvenes de esta ciudad D. Gratiniano Baches Romero (Director), D. Nazario Martínez Limorte, D. Enrique Luis Cárceles y D. Justo García Soriano, (estos dos últimos redactores artísticos). Aparecerá los días 6, 13, 21 y 28 de cada mes y el precio de la suscripción será 0’60 ptas. en la localidad cada mes, y fuera 2 ptas. el trimestre. Por anticipado le deseamos larga vida, mucha aceptación y prosperidad.

Miniaturas. Número 1 – 6 de mayo de 1899.

Mi pobre padre conservó hasta su muerte, entre sus papeles predilectos, una de aquellas primeras composiciones mías, al pie de la cual, el P. Carbonell había escrito con lápiz azul, la siguiente censura: “¡Ánimo y adelante, señor García! con un poco más de cuidado hará usted composiciones lindísimas”.    

La Mariposa, revista semanal. Alicante, 23 de julio de 1899. La Pilara (Cuento huertano)

La carta que transcribo a continuación, proviene de un borrador encontrado en una de sus libretas. Utiliza como título la epístola de Horacio a los Pisones, un cásico de la poesía latina. Está dirigida a la redacción de «La Mariposa»; en concreto a Nazario Martínez Limorte, su redactor jefe.

Cuando cita a “Baches” se refiere a Gratiniano Baches Romero, director de la citada revista y de «Miniaturas». Era hijo de un maestro del Pilar de la Horadada que acabó desempeñando la misma profesión que su padre. Era también poeta aficionado que, entre 1898 y 1900, publicó en El Eco del Segura, Miniaturas, La Mariposa y en el Oriol. Es impresionante la erudición y el tono que emplea Justo con sólo quince años.

EPÍSTOLA A LOS PISONES. De Quinto Horacio. Amigo (¿) Nazario: Recibí la esquela que por conducto de mi padre me mandaste. Lo que en ella me decías y lo que mi padre me contó no me hizo la menor extrañeza; al contrario, confirmó mi acertada sospecha de ese Baches, de ese tan íntimo amigo tuyo. Antes de querer probarte que mi composición no era tan mala como ese necio maleducado ha creído (o ha fingido creer), te daré algunos juicios (no solamente míos) sobre algunas de las poesías que habéis insertado en ese periodicucho, tan lleno de necedades, y para que con su comparación veas que si no son peores que mi soneto (no sonsonete) son por lo menos iguales.

Primeramente tropiezo en el primer número (página 4ª si no mal me acuerdo) con un solemne tropezón; y aquel tropezón no era solamente una sencilla errata de escritura, ni una licencia poética, ni una metáfora, ni siquiera comparación, porque Horacio dijo en su Epístola ad Pisones: “Sed non ut placidis coean inpuitia; Serpentes avibus geminentur; tigribus agni”. (Que traducido viene a decir: no mezclar con lo áspero lo suave, con la serpiente el ave, o con tigre feroz manso cordero).

Sino un disparate que redundaba sobre el mismo común sentido, que repugna a su naturaleza, sí, aquello es muy gracioso: y después … con amargura, una y otra se alejaron (las florecillas) silenciosas y ocultaron la fuerza de su dolor. ¡Hombre, no sabía yo que las florecillas tenían también vida locomotiva; es decir, que podían alejarse de un lado a otro!… ¡¡¡viviendo y aprendiendo!!! Ese señor de Elías Miguel tendrá muy leída la Psicología: ¡ya se ve! Pero veamos otros más gordos. Luego, el sapientísimo Baches me pone también en la palma del desierto. ¡Otra cosa que no sabía yo!

¡Yo creía que los desiertos no producían vegetales! Porque yo he estudiado en la escuela que desierto era un terreno arenisco, seco y sin producción vegetal ninguna. Pero, en fin, lo dicen así algunos sabios, forzoso es creerlo y tragarla, aunque sea una rueda de molino. Seguía a esta una composición de mujer; bastaba leer la firma. ¡Cuántas camisas tendrían en su casa sin remendar!…

Amigo mío, ahora me dirijo a ti también, yo creía que al volar no se daban pasos. Eso está en tus bellezas, en la octava real primera. (Número primero) Poco más abajo leo: “Y que alumbréis mi oscura mente con mil rayos de luz inspiradores”. ¡Yo, chico, creía también que todos los rayos que alumbraban, eran de luz! Y veo que ahí lo determinas. ¡Y nunca había pensado que los nombres tuvieran color sonrosado, o del que sea! ¡Unos más sonados que otros… vaya, eso tiene pase! Ya sabemos que tu mente tiene mucho esplendor… ¡ja!… y engalanado. Y todo eso lo has escrito tú. ¡El Director jefe de la “Mariposa”! ¡Muy amigo mío! Es decir…

Luego tu amigo Reynel, en su Presupuestos y colores, en lo que debía haber sido un romance con los versos pares del mismo asonante. Me clava una rima distinta en cada cuatro versos, haciendo unos verdaderos trovos o cantares, que el tío Pavano, el célebre cantaor de esta huerta, los haría mejor. Pero con todo eso, no se podían comparar con mi poesía, porque mi poesía tenía el terrible disparate de poner magullido por magullado (Disparate que el Director-Jefe no se tomó la molestia de corregir a pesar de ser esa su obligación), disparate que, como licencia, lo han puesto mil veces en forma semejante Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Ruiz Alarcón; pero si es que los dignos redactores del “Mari Posa” no los conocen, sepan que son los mejores de nuestra habla, sepan que son los que debía leer mucho sus obras, pues les hace falta; sepan que Espronceda ni Zorrilla no servían ni para mojarles la pluma.

Aunque ¿para qué quiero disculpar mi soneto si tenía una horrible falta? Pero no es la de magullido, es otra mayor, es otra tres veces más atroz, una espantosa, la de no cumplir la regla de Calderón de la Barca: “Puesto que lo paga el vulgo, es justo hablar en necio para darle gusto”.

Nazario, se conoce que a mi innoble crítico (tan conocido por ti como por mí) le picó aquello de ignorante. ¡Claro! Y al que le pica se rasca. Ya te iré comunicando más despacio la recua de disparates que habéis insertado en esos papeluchos; que “han deshonrado mi firma” (como me ha dicho un amigo mío con más barbas que vosotros y sin duda con más experiencia y ciencia). No os ofendáis por esto, solo es una lección, que os enseña a corregir antes vuestras grandes faltas que las del prójimo; porque en verdad, estáis viciando la gramática y la retórica, y sólo dando a conocer al público la mala prosa y poesía con innumerables errores, que si se consideran filosóficamente, van encaminadas contra la misma esencia de las cosas. Por lo demás, siempre amigo tuyo. JUSTO GARCÍA.

Si te dignas contestarme, aunque no soy amigo de explicaciones, haz el favor de aclararme la frase esa de: “Te diría Andreu algo de Justo García”; (Baches) te daría los versos ¿verdad? Juzga tú si tengo razón de sobra”. ¡Leal amigo… verdadero amigo! ¡¡¡Falsedad de la vida! ¡ja!…¡ja!…

En cuanto al «Diario de Murcia», donde afirma que debutó, he repasado su sección poética y, hasta finales de 1899, el único García Soriano que figura es Maximiliano. No he encontrado nada de Justo hasta el 30 de diciembre de 1899; fecha en la que le publican «En tu cara». Podría haber utilizado un seudónimo; pero me parece raro que un crío de trece años ocultase su nombre. Es más, recordando sus inicios, escribió estas líneas en la revista que él mismo fundó:

Oróspeda. 15 de febrero de 1917: Mi primera o una de mis primeras poesías infantiles, como las de otros muchos jóvenes que hoy son eminentes literatos de esta tierra, apareció en la Sección Amena de «El Diario de Murcia». Todos los que escriben y han publicado algo, saben la íntima exaltación que en el alma ingenua de un principiante produce el ver por primera vez en letras de molde, estas sugestivas y voraces letras de molde, su nombre y apellidos bajo unos párrafos o unas estrofas que han salido de nuestra cabeza. Desde aquel fausto día de mi oscuro debut literario, yo amé y admiró a Tornel con toda mi efusión de niño. Vosotros, los que habéis pasado por este mismo trance, lo comprenderéis perfectamente. Aquello fue por el año 1898 o 1899….

Como quiera que “hecho un cesto se hacen cientos”, cometido mi primer atentado contra las Musas reincidí a diario y publiqué en los periódicos regionales numerosas poesías. Mis modelos eran principalmente los clásicos y algunos románticos; de los contemporáneos solo influyeron en mí por entonces Campoamor, Núñez de Arce, Salvador Rueda y Vicente Medina. Los Aires Murcianos de este último estaban a la sazón muy en boga; y quise ser también uno de los cultivadores de la poesía regional seria: no me gustaba lo panocho.

El Diario de Murcia 1899-1900

A partir del poema «En tu cara», sus publicaciones adquieren cierta regularidad en el diario murciano. Sólo en 1900 he encontrado 22 con los títulos siguientes separados por meses: En enero «Soneto» (con la errata García Serrano). En febrero “Claveles”y “Fúnebre”. En abril «De Flores silvestres (Yo no soy la mesma)”, «Soneto», «Flores silvestres (To es así en la vida), «A una flor marchita» y «Celos».

En mayo «Carita de cielo» (publicado dos veces). En junio «Sensaciones», “Flores silvestres (Solica)», «Mensajero de amor (Soneto)» y «La Flor y la Abeja (dedicada a la linda y distinguida niña, Conchita Echeverría Carvajal)».

En julio «El Arroyo (Balada)». En agosto «Naufragio», «Epigramas» y “Al Tader». En septiembre «Veneciana». En octubre «Lluvia». En noviembre «A la Virgen de Monserrate» y en diciembre “Soneto”.

Diario de Murcia. Noviembre de 1900

En 1901 continuó su fructífera relación con «El Diario de Murcia». En la sección «Amena», localizada en la contraportada, le publicaron medio centenar de poemas breves. En enero: “Amorosas” (soneto I), “Amorosas” (soneto II) y “Rasgos de Amor” (soneto III). En febrero: “Ausencia” y “Variaciones”.  

Justo sufrió muy pronto la censura; los sonetos que aparecieron titulados como «Amorosas», en realidad querían ser «Eróticas», como explica la siguiente carta del veterano periodista murciano, José Martínez Tornel.

AMO LJGS. 1901

Sr. D. Justo García Soriano. Muy Sr. mío y estimado amigo: No tengo inconveniente en publicarle a vd. los sonetos que me indica en la suya del 3 del corriente; pero quitándoles desde luego el título de «Eróticas» que es de ¿suyo? deshonesto y alarmante, bastando ponerles «Amorosas» y autorizándome desde luego para corregirlos y suprimir el que no pueda ser corregido. Suyo afto. s.s. q. b. s. m. José María Tornel. 5 de enero de 1901.

El Diario de Murcia enero y febrero de 1901.

En marzo se multiplicó la frecuencia llegando a la docena: «La Mañana», «La Tarde», «La Noche», «La Paloma», «La Gloria», «Reflexión», «Sin Ideal», «La Barquilla», «El Despertar de la Rosa», «La Muerte del Soldado», «El Río» y «El Caballo». En abril de quedó en ocho: «El Amor de la Rosa», «La Guirnalda», «La Primavera», «Una Lágrima», «El Rocío», «Las Rosas Amarillas», «El Ruiseñor» y «El Día». En mayo solo he encontrado «El Recuerdo y la Esperanza». En junio le publican «La Guerra» y las dos primeras entregas de «Sensaciones»; completadas a principios de julio con otras dos entregas homónimas.

El Diario de Murcia junio y julio de 1901.

En agosto fueron cinco: “La Vida y la Muerte (Lo que no es sueño)”, “La Última Trova”, “La Azucena”, el soneto “Envidia” y “Tardes Estivales”. En septiembre sólo tres: “Hastío”, “Otoño” y “El Espejo”. Octubre otros cuatro: La extensa balada “Ariadna”, “El Aire”, “A un Vate” y más “Sensaciones”. Cuatro más en noviembre, antes de salir para Madrid: “Tristeza”, “Lluvia”, “Temor” y “Nostalgia”.

Con toda esa experiencia acumulada «Justico» se embarcó en su primera publicación propia; y recibió sus primeros elogios tanto en la prensa local como en la murciana. Era un poema titulado “Esperanza”, editado en la imprenta de Luis Zerón de Orihuela. Y estaba dedicado a su querido tío Filomeno, jefe de Telégrafos de Murcia, quien además de quedarse ciego, había perdido a un niño con una inteligencia muy precoz; un primo de Justo que falleció de meningitis.

Mis trabajos poéticos de más extensión y de más empeño fueron los poemas de La Orcelia del que publique dos o tres cantos en un periódico de Orihuela y dejé sin concluir; y Esperanza (1901), mi primer libro, canto filosófico de resignación y consuelo dedicado a mi tío don Filomeno García Sánchez, “nuevo Hípocles” y “nuevo Job” como yo le llamaba, que había perdido todos sus hijos y había quedado sin vista.

Publicación original de “Esperanza”. Colección Javier Sánchez Portas.

El labrador, 7 de noviembre de 1901: Esperanza tiene por título un hermoso poema debido a la pluma del novel e inspirado poeta don Justo García Soriano. También Orihuela tiene hijos a quien las musas se emplacen en favorecer con las grandezas de inspiración que lo hicieron en la mente de nuestros más insignes vates. Con este, primer ensayo literario se propone el joven poeta consolar de hondos pesares a un ser amado para él a quien recientes pérdidas de familia han sumido en el abatimiento.

El asunto elegido es apropiado, y  seguramente habrá conseguido con el poema su deseo. La versificación es fácil y valiente; propia del rudo marinero que se retrata luchando con las olas del tempestuoso Océano. Por nuestra parte le felicitamos muy cordialmente, deseando no abandone el rumbo emprendido y no olvide nuestras columnas, que en la lectura de sus versos el público tendrá una verdadera complacencia. Deseámosle un  feliz viaje a la corte para donde ha salido y perseverancia en su aplicación.

El Diario de Murcia, 14 de noviembre de 1901: Ayer llegó a esta ciudad procedente de Orihuela, el ilustrado joven poeta don Justo García Soriano, a quien tuvimos el gusto de saludar. Nuestro joven colaborador y amigo ha publicado, muy bien editado en Orihuela, un poema titulado “Esperanzas” en el que su autor demuestra el aprovechamiento y la perseverancia con que viene cultivando sus aficiones literarias. Por lo que hemos visto al hojear la obrita, el Sr. García Soriano ha estado en ella muy afortunado y merece por ello los plácemes de los que vemos con gusto sus progresos y aplicación. El poema está dedicado a D. Filomeno García Sánchez, tío del autor.

Certificado de empadronamiento y buena conducta, solicitado seguramente para empadronarse en Madrid. (AMO. LJGS.)

Certifico que en el padrón de cédulas personales de esta ciudad correspondiente al año 1901, aparece inscrito al nº 3981, Justo García Soriano, domiciliado en la Calle de Colón, de diez y siete años de edad, natural de Orihuela, provincia de Alicante, de estado soltero, estudiante, con cédula personal de clase 11ª (…) Igualmente certifico que el ante dicho Justo García Soriano, ha venido observando continuamente buena conducta. Orihuela a seis de Noviembre de 1901.

Como bien anunciaba «El Labrador», el 15 de noviembre de 1901 Justo marchó a «la Corte» para comenzar con retraso sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. Permitidme pues cortar aquí y comenzar el próximo capítulo con su aventura en la capital. Se accede a él pinchando en la siguiente imagen.

Enlace al siguiente capítulo.

Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba).

Mi agradecimiento a Javier Sánchez Portas, a Jesús García Molina y a José Manuel Dayas.

Justo García Soriano 1. (1884-1893).

«Escríbame pronto dándome noticias de Orihuela, que bien sabe usted lo mucho que me intereso por nuestro pueblo y cuánto he trabajado y sufrido estos aciagos años por conservar sus cosas. No dudo que tengo en usted un decidido defensor que me pondrá a salvo de acechanzas y calumnias».

Prefacio.

El párrafo anterior pertenece a una carta escrita de puño y letra por Justo García Soriano en mayo de 1939 «año de la victoria». Está dirigida a Antonio Penalva; de quien solicitaba ayuda y respaldo intuyendo lo que se le venía encima.

De nada sirvió buscar apoyo entre sus conocidos de Orihuela. Justo se había declarado republicano muchas veces; y eso no se lo iban a perdonar nunca. Incluso se había atrevido a dar el «paseillo» a la Armengola asegurando que era sólo un mito sin fundamento histórico. Desposeído de su condición de funcionario, un hombre bueno y honrado fue procesado, encarcelado y desterrado.

En el año 2013 emprendimos una inútil campaña para conseguir que se hiciese justicia con uno de los más notables personajes de la historia de este pueblo ingrato con sus hijos. Sólo sirvió para que Justo García Soriano, oriolano, bibliotecario de la Real Academia de la Historia, funcionario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, investigador y protector del patrimonio local durante la Guerra Civil como responsable de la Junta Central del Tesoro Artístico, tenga una pequeña sala en la biblioteca municipal de Orihuela, llamada María Moliner en recuerdo de una gran mujer, aragonesa y represaliada como Justo, funcionaria del mismo cuerpo, autora del famoso y meritorio diccionario por el que ha sido homenajeada en múltiples bibliotecas, colegios e institutos de toda España.

María Moliner.

Y la biblioteca de Orihuela perdió la oportunidad de llamarse Justo García Soriano como nuestro eminente bibliotecario merecía. Algunas fotografías de él y de su familia que encontraréis en esta especie de biografía, proceden del legado documental que su hijo, Justo García Morales, donó en 2005 a esa misma biblioteca y archivo municipal.

Valga este trabajo como mi particular homenaje a uno de los oriolanos más insignes y peor tratados de nuestra historia. Un hombre culto, moderno y comprometido que fue represaliado por haber sido leal al Gobierno de una República en la que creía firmemente. Un hombre sabio que buscó la verdad de nuestra historia y luchó por conservar el patrimonio de Orihuela y de Murcia durante la Guerra Civil, sin pensar en su propia subsistencia. Y que por ello murió enfermo, humillado y olvidado, lejos de la tierra que tanto quería y que nunca le quiso lo suficiente.

En principio contamos con tres textos autobiográficos. Dos son manuscritos de puño y letra de Justo, procedentes del legado; el tercero un artículo publicado en la revista de antiguos alumnos del Colegio Santo Domingo recordando su periplo con los jesuitas.

En las «Memorias de Juan Oriol», el trasunto literario de Justo nos cuenta su nacimiento y algunas historias de su más tierna infancia. La «Noticia crítica y autobiográfica», escrita cuando tenía treinta y cinco años, nos habla más de su carrera, de sus logros personales en una vida de continuo esfuerzo. Estos textos en los que habla el propio Justo los he marcado en rojo; los que proceden de prensa o de documentos, aparecen en gris.

Dar una pequeña muestra de nuestra labor artística o intelectual, está al alcance de la mano más corta y perezosa; pero desnudarse coram populo (delante del pueblo) fría y honradamente, confesarse ingenuamente ante los lectores es acto temible y dificilísimo; porque el pudor y la vanidad impiden descorrer del todo, sin rebozo o disimulo, el velo que envuelve nuestra vida íntima y nuestros recatados pensamientos.

Si es arduo, casi imposible el exacto conocimiento y juicio propios, es de mucha mayor dificultad el hablar uno de sí mismo con toda verdad e ingenua franqueza. Se me pide ahora que lo haga, y he de procurarlo con la sinceridad algo ruda de que he hecho gala siempre. Justo García Soriano. 1920.

Justo García Soriano. 1. Infancia. (1884-1893).

Memorias de Juan Oriol. Recuerdos de la Infancia. AMO LJGS.

Justo nació en Orihuela un lunes de Pascua Florida de 1884. Escogió la simbólica fecha del 14 de abril para venir al mundo en la Corredera; muy cerca del arco que daba fin y singularidad a esta calle tradicional. No podía imaginar que un día compartiría cumpleaños con la II República: el compromiso que le marcó de por vida.

Yo nací en Orihuela, en la calle de la Corredera, en una casa de planta baja y dos pisos, que la ocupaban toda mis padres. Estaba situada casi al final de la rúa, larga y recta, cerca del arco que había entonces, por donde se salía a la barrera y a la huerta y donde parte el camino de Almoradí. Sobre el arco había un amplio balcón con un altar, en que se daba culto a la Virgen de la Salud, y se decía misa los domingos.

El arco de la Corredera.
Colección Javier Sánchez Portas.

En los dos ángulos que las casas formaban con la fachada del arco había dos talleres: uno de aperador, el que había a la izquierda, y el otro, a la derecha, de un herrero que se apellidaba Sarra. La herrería de Sarra tenía otra puerta por la barrera, frente a la senia o noria que regaba los huertos próximos  y estaba  siempre frecuentada por los parroquianos, huertanos y campesinos  que le encargaban el arreglo de sus legones y de las rejas de sus arados…

El lunes, 14 de abril de 1884, cerca de las diez de la noche, mi señora madre tuvo a bien darme a luz. La asistió una comadrona y mi tío Pepe, médico cirujano que vivía frontero a la casa de mis padres. Uno de los primeros vecinos que acudieron al saber la novedad fue Sarra, el herrero. Mi padre me lo refirió muchas veces, Sarra, al contemplarme desnudito y lloroso, agitándome sobre las ropas de la cuna, dijo a mi madre: —Ramona, este chico necesita ya zapatos.

Era el quinto del los seis hijos que bautizaron en la Catedral el matrimonio formado en 1870 por Justo García Sánchez y Ramona Soriano Moreno. Y le impusieron los nombres de Justo, Ángel y Tiburcio.

Sobre el borde de la pila de mármol rojo me desnudaron la cabeza y recibí en el occipucio el agua bautismal que me administró el licenciado Lidón. Me acristianó mi tía Antonia, hermana de mi padre. Fue el padrino mi primo Pedro, médico homeópata de Murcia.

La Corredera. Colección Javier Sánchez Portas.

Fue mi bateo rumboso. Acudieron a la puerta de casa todos los chiquillos de la Corredera. El padrino les arrojó varios duros en calderilla; y a los invitados se les sirvió la chocolatada de rigor, dulces, aperitivos, licores y, sobre todo, las monas de pascua propias de aquellos días. Este pormenor de los que asistieron a mi bautizo me lo recordó muchas veces mi madre, porque luego han sido siempre mi manjar predilecto estos bollos tan típicamente levantinos.

Sus hermanos fueron: Abelardo (1871), Mª del Milagro (1875), Abelardo (1879), Beatriz (1880) y Ángel (1887). Aparte de Justo, sólo sobrevivió Milagros; casada en 1905 con un maestro de instrucción pública llamado José Linares Aliaga.

Transcripción Registro Civil. AMO LJGS

Fueron sus abuelos paternos Ángel García García, cirujano, natural de Prádena del Rincón (Madrid) y María del Rosario Sánchez Santacruz, natural de Orihuela y sobrina del famoso político del siglo XIX al que dedicaron la calle que une el Barrio Nuevo con Santa Lucía.

Don Ángel estudió Medicina en Madrid a comienzos del siglo XIX. Al terminar la carrera, con España invadida por los franceses, ingresó en el cuerpo de Sanidad Militar y fue destinado al Regimiento de Caballería Lusitania. Participó en la batalla de Bailén y posteriormente su regimiento se instaló en el Cuartel de Caballería de Orihuela. Allí conoció a la oriolana María del Rosario Sánchez.

El regimiento de Lusitania se quedó de guarnición en Orihuela, y mi abuelo, soltero y en estado de merecer, conoció en esta ciudad a una linda doncella de quince abriles que le echó las redes y el anzuelo. Se enamoró de modo fulminante con la tremenda complicidad del clima del país levantino, tan propicio en estas explosiones pasionales.

Cuartel de Caballería Rehabilitado. Colección Javier Sánchez Portas.

Pero el padre se opuso a la relación con un militar de paso en plena Guerra de Independencia. Era el año 1811 y la fiebre amarilla comenzaba a hacer estragos. Nuestro médico se contagió cumpliendo con su deber y, aunque quedó desahuciado en un hospital, acabó sanando y pidió el retiro y una plaza de médico en Guardamar. Consintió entonces el padre; y Ángel se casó con María del Rosario; domiciliados en la calle de la Puerta Nueva (el actual Paseo). 

Calle de la Puerta Nueva. Colección Javier Sánchez Portas.

Era provervial en Orihuela la fecundidad matrimonial del médico don Ángel. Un hijo cada año hasta el número de veintidós. Ocurrió que un año se detuvo el abono; pero el siguiente se compensó con el nacimiento de dos niñas gemelas. El menor de los hijos, mi padre, fue a la vez amamantado por la que le trajo al mundo, y por su hermana mayor, Pepita, ya casada.

El día en que nació mi progenitor a mi abuelo le tocó el premio grande de la Lotería, dicho en lenguaje directo, no translaticio. Y en unas notas que escribió y conservó, lo comentó así: «limosna que Dios me envía para ayuda de criarle». Don Ángel tuvo la satisfacción de sentar a su dilatada mesa a dieciocho hijos, nueve hembras y nueve varones, ya adultos.

El último de aquella inmensa prole fue su padre; llamado Justo por haber venido al mundo el 17 de Julio de 1841 conmemoración de las santas Justa y Rufina. Justo García Sánchez era perito agrónomo de profesión. Trabajó para la Compañía de Ferrocarriles Andaluces durante el periodo de la construcción de la vía férrea.

En 1890 era «temporero» en el Ayuntamiento de Orihuela gracias a «la credencial que le proporcionó su sobrino carnal, el alcalde de Orihuela don Francisco López García» .  

Justo García Sánchez. AMO Legado JGS. 

Mi padre era perito agrónomo, y por su profesión era muy conocido de los huertanos y de los labradores de todos los pueblos de la comarca (…) por los años que yo nací mi padre trabajaba con destino fijo, en las obras del trazado del ferrocarril de Alicante a Murcia: hacía los peritajes de los terrenos que se expropiaban por la Compañía de Andaluces. Era entonces director de esta el Marqués de Loring, quien estimaba mucho la hombría de bien y la laboriosidad de mi progenitor.

El diario de Orihuela. Número 1058 – 27 de febrero de 1890: Ayer se remitió por esta Administración subalterna a la de propiedades de la provincia, el acta de medición y tasación del terreno que ya conocen nuestros lectores situado en la falda de la sierra titulada «Cruz de la Muela» en su parte Oeste, cuyas operaciones se han llevado a efecto por los peritos agrónomos D. Enrique Tormo y D. Justo García Sánchez, nombrados por el Sr. Delegado de Hacienda y el Síndico de este Ayuntamiento respectivamente.

De los abuelos maternos tenemos menos detalles. José Miguel Soriano Vicente era un carpintero natural de Daya Nueva que se casó con la oriolana Ramona Moreno Sánchez y se instalaron en la Barrera de la Corredera de Orihuela. Transcribo la descripción que hizo de ella su nieto Justo García Morales.

Gran tipo de mujer el de mi abuela Ramona. Enérgica y voluntariosa, realizaba el milagro cotidiano de estirar el dinero, atender la casa, y cortar y coser cuando hacía falta, cualquier género de ropas y vestidos, sin que pueda olvidarse su primor en la cocina y repostería típica oriolana.

Así contribuyó a sacar adelante a su familia formada por su marido y por ella, los hijos Milagro y Justico, por una cuñada sordomuda, la tía Rosa, así como por algún deudo más que solía agregarse. Hijos tuvo muchos más: dos llamados Abelardo, que fueron muriendo sucesivamente; Beatriz, fallecida en 1883; Ángel, estrellado al caerse en la Glorieta la niñera que le llevaba en sus brazos…

Ramona Soriano Moreno. AMO. LJGS.

Milagros, única hija que no se malogró. Le pusieron ese nombre por la forma en que vino al mundo: cuando se encontraba doña Ramona fuera de cuentas, cayó al Río Segura o a una de sus acequias desde la parte del edificio en que se encontraba, envuelta en cascotes.

Con lo poco que sabía nadar llegó a una de las orillas y se afianzó a un cañaveral, aguardando que, a su petición, le trajeran una larga escalera que ella sabía que se guardaba en una iglesia próxima, subiendo por su pie y dando a luz felizmente a los pocos días. Mujer muy piadosa, de familia carlista, nunca se perdía la primera misa, la del alba en la parroquia; en los pocos ratos libres con que contaba, gustaba de releer el devocionario…  

El 11 de mayo de 1884 se inauguraba la nueva línea de ferrocarril con la asistencia del presidente del Consejo de Ministros y del obispo Victoriano Guisasola Rodríguez, quien bendijo las locomotoras y carruajes que recorrieron la población jaleados por la multitud. Cuatro días después, se acordó denominar al paseo en construcción como del marqués de Casa Loring, en honor a Jorge Enrique Loring Oyarzábal, fundador de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces que había establecido la línea Murcia-Alicante. Justo hace una descripción de su madre y de sí mismo aquel día:

Paseo de la Estación. Colección Javier Sánchez Portas.

Al mes de nacer yo se inauguró el ferrocarril de Murcia a Alicante. El acto se verificó con la mayor solemnidad. Concurrió don Antonio Cánovas del Castillo, oriundo de Orihuela y a la sazón presidente del Consejo de Ministros. Arcos de follaje, guirnaldas, gallardetes y banderas adornaban la estación. Al aparecer y silbar la locomotora del primer tren que circuló por Orihuela, la muchedumbre que llenaba la estación y sus alrededores lanzó vítores y gritos de alborozo, a la vez que una banda de música prorrumpió entonando los acordes de la marcha real.

En sitio preferente se hallaba mi familia, contemplando el acto de la inauguración férrea. Al lado de mi madre, una niñera endomingada llevaba un niño chiquitín, con un trajecito emperifollado lleno de encajes y cintas de seda azul, y tocado con una gorrita de bebé. El pequeño era muy blanquito y tenía los ojos claros. La mamá, en cambio, era morena, un poco chata, y con ojos y pelo muy negros. Como se infiere, aquel niño había de escribir muchos años después estas líneas.

“El Graduador” Alicante, 14 de mayo de 1884: Inauguración del Ferro-Carril de Alicante a Murcia: Eran las 9,18 de la mañana, cuando llegamos a la estación de Callosa de Segura, también engalanada y también recibiéndonos con música y con regocijo. El corto trayecto que nos separaba de la ciudad episcopal lo recorrimos en muy breves instantes; y no sin bastante calor y ambicionando algún momento de reposo. A las 9,35 abandonábamos el monstruo de hierro en la estación de Orihuela.

Ceremonias: ¿Queréis tener una idea de cómo pasaron los primeros instantes para los expedicionarios en la estación de la ciudad diocesana? Pues figuraos un gentío inmenso amontonándose apiñado sobre vosotros; y música, mucha música, y ruido, mucho ruido, y calor, mucho calor, y polvo, mucho polvo, y comisión que viene por aquí, y representantes de este o del otro pueblo que llegan por allá, y el recibimiento al Sr. Obispo que acaba de entrar en el andén, y todos esos mil detalles que enojan, cuando se espera algo que tarda (ese algo era el descanso que todos necesitábamos) y se espera puestos de frac y guante blanco, con el guarda polvo al hombro, de pie y sin atrevernos a separarnos del sitio de la concurrencia.

Y gracias a que los instantes de espera, fueron dulcificados con la vista muy agradable de algunas hermosas orcelitanas. Y no nos referimos solamente a las muchísimas que se agolpaban en las tribunas levantadas al efecto, no; junto a nosotros, en el andén, había una docena de muchachas acicaladas a la usanza del país, dignas representantes del pueblo de Orihuela, con canastillos de frutas y flores en las manos (…). Una de ellas llevaba en un papel escrito, el saludo que, en nombre de todas había de dirigir al Sr. Cánovas.

A las diez y cuarto próximamente llegaban el Presidente del Consejo de Ministros y sus acompañantes (Director de Obras públicas, D.  Emilio Cánovas, hermano del Presidente, D. Luis Silvela, hermano del ministro de Gracia y Justicia, algunos periodistas de Madrid y Murcia, y las autoridades y comisiones de esta ciudad) y después de las presentaciones, ofrecimientos, música y vítores oficiales, se llevó a cabo la ceremonia de bendición de la locomotora con arreglo a lo que prescribe el ritual romano.

Estación de ferrocarril de Orihuela

Pronto empezaron los contratiempos en su vida. En el verano de 1885, cuando contaba poco más de un año, arreció en el Levante una de las peores epidemias de cólera del siglo XIX. La enfermedad se había propagado rápidamente por toda España y los muertos se contaban por miles.

El pánico se desató especialmente en las ciudades. Los que podían trataron de huir hacia zonas despobladas como único remedio. El padre de Justo, asustado por lo que leía en la prensa, se trasladó a La Murada con toda la familia; incluida la niñera de Justo, de nombre Elisa. Os dejo un extracto del contenido del periódico «El Oriolano» entre los meses de junio y julio de 1885:

El Oriolano, junio de 1885.

Tenemos el cólera en puertas; mas lo cierto es que hasta la fecha nos encontramos libres de tan terrible huésped, si bien se ha esparcido alguna alarma por las noticias que se reciben de Murcia. (…) Orihuela sufre, Orihuela padece la más horrible y temida de las calamidades con que la Providencia divina castiga o pone a prueba a la humanidad. (…) Hace ocho días que oficialmente se hospeda en Orihuela el cólera morbo asiático, sembrando luto y horrores entre sus habitantes.

Los más poderosos, los que en día de calma daban vida, animación y trabajo a las clases menesterosas huyeron aterrados a los primeros síntomas de la enfermedad. Entre estos se cuentan desgraciadamente algunos individuos del ayuntamiento y empleados de la misma corporación. Así es que el ayuntamiento no celebra sesiones cuando constantemente debiera hallarse reunido para hacer frente a la calamidad que nos aflige y al hambre que nos amenaza.

PARTE SANITARIO. Día 24. Invasiones, 28; defunciones, 10. Día 25. Invasiones, 29; defunciones, 14. Día 26. Invasiones, 25; defunciones, 10. Desde la declaración oficial del cólera han ocurrido 158 invasiones y 74 defunciones.

Esta situación es desesperante, abrumadora. El cólera que crece, la mortandad que aumenta, el hambre que cada día se ceba con mayor crueldad en las clases más desamparadas; un ayuntamiento que huyó cobardemente abandonándonos a nuestra propia iniciativa.

Mientras el pueblo de Orihuela sufre horriblemente, mientras el cólera y el hambre siembran la desolación y la muerte en esta desventurada ciudad, ellos gozan tranquilamente de las delicias del campo. Así han interpretado sus deberes los individuos del ayuntamiento, esos nuevos concejales que Orihuela eligió para la administración de sus intereses y cuyos nombres debiéramos escribir en gruesos caracteres para su propia vergüenza.

Mi padre era hombre muy aprensivo y temeroso de la muerte. Cuando leía en los periódicos los estragos de la epidemia, palidecía de temor y perdía las ganas de comer, en particular frutas y verduras. Dejó de beber agua y, aunque no era aficionado a las bebidas alcohólicas, tomaba algunas copitas de ron o de coñac.

Cuando oía la campanilla del Viático y el doblar a muerto se metía en la cama con gran congoja cada vez más aterrado por la epidemia que iba rápidamente en crecimiento, resolvió trasladarse con la familia a una casa de campo en La Murada. Apresuradamente preparó el viaje, y un día de mediados de septiembre muy temprano cargó todas las personas de la familia en una galera. Y las camas y algunos muebles se llevaron en un carro.

Justo García Sánchez. AMO LJGS. 

Pasaron el otoño instalados en un cortijo propiedad de su tía «doña María Josefa», a ocho kilómetros de Orihuela. El caso de su tía Pepita, la más rica de la familia, fue muy curioso: hermana mayor de su padre (tanto como para darle de mamar en su infancia) además del cortijo de la Murada tenía un caserón antiguo con fachada «dieciochesca» y un mirador del siglo XIX en la calle del Molino número 11.

Calle del Molino.

En su infancia había sido adoptada por dos ricas señoras sin hijos; pacientes de su padre que acabaron casándola con el único pariente que tenían; un guapo mozo estudiante de derecho; y haciéndola heredera universal de todos sus bienes. Aunque Pepita no se distinguió nunca por la generosidad para con sus hermanos, ella siempre dijo que había sido «el paño de lágrimas de la familia«.

En aquella estancia en La Murada, el pequeño Justo aprendió a andar entre animales domésticos y toda la familia conoció de primera mano la vida rural en aquella granja y casa de labor que «durante la temporada otoñal parecía una colmena. Gañanes, pastores, vendimiadores, cogedores de oliva, trabajadores de la bodega y de la almazara constituían la numerosa colonia«.

Tanto como a Elisa, mi niñera, tomé pronto cariño a Antoñona, una de las hijas de Pepe el labrador. Ella se encargaba de darme las sopas de leche por las noches y de dormirme catando rústicas canciones de cuna. Era una muchachita fuerte; cejijunta y cariancha, de abultados carrillos y amplios senos. Quedó coja al caer de una higuera siendo chiquilla; pero, a pesar de su defecto, trabajaba como un aracán. Trajinaba en la casa y en el campo; y todos los días iba con una burra a traer agua del aljibe que estaba distante.

Una vez se le ocurrió llevarme montado en las aguaderas, entre los cántaros, a disgusto de mi padre. Me agradó el paseo del aljibe y quise que me llevara siempre. Cuando no podía con la borrica, cargaba conmigo y con el cántaro; pero iba por el camino profiriendo una larga letanía de palabrotas y maldiciones que salpicaba  con frases de cariño y con besuqueos. ¡Inolvidable Antoñona! Eras áspera y dulce como las níspolas maduras que solías darme...

Pero la estancia fue breve: llegaron en septiembre y, a mediados de diciembre con el cólera casi extinguido, volvieron a Orihuela en la galera del tío Pepe, cargados de regalos y provisiones para la Navidad. He transcrito su imaginaria descripción de la Nochebuena de 1885, a través de los ojos de un niño de la Corredera:

Se dispuso el viaje de regreso en la misma forma que el de ida. Regresamos en la galera de mi tío Pepe, que conducía el cochero Pellús. Para el equipaje fue preciso un carro grande, porque traíamos una considerable cantidad de regalos y provisiones para las fiestas: un barril de vino, dos zafras de aceite, varios cofines de higos secos, orzas de manteca y aceitunas, embutidos y jamones. Y casi el arca de Noe: pavos, capones, gallinas, algunos conejos y un recental que me regaló al salir Eusebio el pastor.

La Corredera en el siglo XIX.

En Nochebuena yo me veo subido sobre el asiento de una silla, en un ángulo del balcón de mi casa, de bruces sobre la baranda contemplando la calle. La niñera cuida de mí y me llama la atención sobre el vario espectáculo que el tránsito ofrece. —Mira, mira, Juanito, qué manada de pavos. Mira, qué carro de coles. Mira que tabla de toñas sacan de la tahona. Mira que capazo de cascaruja lleva aquella mujer, y que cajas de moladas.

Mira por dónde viene, por la puerta de la calle la hermandad de la Virgen tocando el aguinaldo. Venían por el centro de la vía pública, recta y amplia, una comparsa de huertanos, ataviados con sus trajes domingueros. Les precedía un jinete sobre una hermosa yegua enjaezada. Portaba un estandarte del que pendían pañuelos de seda, un jamón y algunos chorizos y salchichones.

Eran las ofrendas que iban recogiendo. Dos peatones recibían en sendas bandejas, monedas de plata y cobre. Detrás, en unas andas, llevaban una pequeña imagen de la patrona de Orihuela; y finalmente una orquesta de guitarras, bandurrias y violines que acompañaban a los cantores de villancicos. El tenor cantaba la copla: Mírala por dónde viene/ mírala por dónde va/ la Virgen de Monserrate/patrona de esta ciudad…

La Corredera. Colección Javier Sánchez Portas.

La Iglesia consideraba entonces la Nochebuena vigilia de Pascua, con abstinencia de carnes. Fue la cena frugal; aunque nos acompañaron a la mesa mi abuelita y algunas de mis tías. Sonaban por la calle panderos, zambombas, latas y almireces. Y algunas voces entonaban villancicos. Mi familia se puso a jugar a la lotería y yo me dormí en brazos de mi madre. Me despertó, ya en la cama, el ruido de la puerta de la escalera y los cuchicheos de mis padres, de mi hermanita y de mis tías, que regresaban de oír la misa de gallo en Santo Domingo.

El capítulo XIV de las Memorias de Juan Oriol, se titula “La senda de los molinos”. En él, Justo y su padre pasean desde la puerta de la Corredera hasta el barrio de San Pedro. Os dejo un extracto:

Empieza la senda de los molinos en el ejido del arco de la Corredera, frente al postigo de la herrería de Sarra y junto a la noria, más conocida con el nombre local de senia. Bordéanla dos filas de plantones de morera y bardizas de caña que encierran bancales de hortalizas y huertos de naranjos. Como nidos amorosos, entre el ramaje, se ven barracas de techo de albardín y modestas casitas de labradores.  Había llegado la primavera. Los naranjales en flor aparecían nevados con los copos del azahar que perfumaban el ambiente. Entre la fronda verde oscura pendían los frutos de oro de las naranjas.

Molino y Barrio de San Pedro. Colección Javier Sánchez Portas.

Tuerce y se ensancha la senda al llegar al primer molino, el de la Trinidad, junto a una calle de acequias y de tapias húmedas y musgosas. Las trepadoras saltan por encima de los tapiales y quedan colgando las ramas de campanillas azules, los jazmineros con sus estrellitas blancas bien olientes y las madreselvas. (…) Saluda mi padre a los molineros y proseguimos el paseo en dirección al segundo molino, el de Jofré. En este trayecto se ensancha la senda hasta adquirir la amplitud de camino real. Cercan los huertos setos vivos de espinos y aromos, que ostentan las áureas esferitas de perfumado terciopelo. Sigue el camino por una calle de casitas uniformes, del barrio obrero de San Pedro…

En 1887 nacía su hermano Ángel; al que Justó dedicó un capítulo de sus memorias. Un episodio feliz hasta que se vio truncado por la enfermedad y la muerte; cuando los dos hermanos se contagiaron de sarampión.

Memorias de Juan Oriol. AMO LJGS.

El primer acontecimiento de trascendencia familiar que afectó mi vida fue el nacimiento de un hermanito, cuando yo apenas tenía dos años. Se le puso el nombre de Ángel, por mi abuelo paterno. Su llegada tuvo para mí la emoción de un enigma inquietante. Y además despertó en mi almita los sentimientos propios de la concurrencia vital: los celos y la envidia. Yo había sido hasta entonces el benjamín, el chiquitín de la casa, a quien se dedicaban todos los mimos y atenciones. En lo sucesivo otro venía a suplantarme en este exclusivismo o predilección.

Mis celos fueron terribles. Perdí el apetito y las ganas de jugar. Palidecí y me puse ñoño. Ni un momento quería separarme de mi madre. Tenía esta que acostarse entre los dos, y aun volví a pedir teta y a mamar de sus pechos, con la protesta cariñosa de mi papa que (esto no lo comprendía yo bien) era también el papá del otro. A veces, cuando mi hermano estaba lactando en el regazo de mi madre, iba yo y lo separaba violentamente de la teta y en su puesto me ponía yo a mamar.

Él me miraba bondadosamente y, en vez de llorar, sonreía con cariño. Esta bondad de mi hermanito acabó por vencerme y despertar mi amor. Le quise luego mucho y nos besábamos y abrazábamos efusivamente, con la alegría de nuestros padres, a quienes se les caía la baba de vernos tan cariñosos. Dormíamos en la misma camita y eran comunes para ambos los juguetes que nos regalaban.

Tengo que hacer un gran esfuerzo de memoria para evocarle. Veo, entre nieblas de olvido, su carita linda y graciosa, sus grandes ojos oscuros, su boca con los promeros dientes y los dos hoyitos que se formaban en sus mejillas al reir. Recuerdo algunos pormenores y prendas de su indumentaria: su gorrita con un madroño de seda roja, su vestido escoces y sus zapatitos de charol; sus primeros zapatos que luego conservó mi padre como una sagrada reliquia. Apenas acababa de aprender a andar cuando murió mi hermanito.

Justo superó la enfermedad rápidamente; disfrutando golosamente de la convalecencia a base de jarabe de granada. Pero Angelito fue empeorando hasta degenerar en una pulmonía. Durante una larga semana se fue consumiendo abrasado por la fiebre.

Convento de Capuchinos. Carretera de Murcia. Colección Esteban Sanmartín.

Su padre, que ya había perdido demasiados hijos, hizo una desesperada promesa, un voto de penitencia a Nuestro Padre Jesús: recorrer de rodillas el kilómetro de la carretera de Murcia que separaba la salida de la ciudad y el convento de franciscanos de Santa Ana para postrarse ante la imagen del Nazareno. Justo narró de oídas la impactante escena:

Para cumplir el voto, se puso unos pantalones de paño recio y unas rodilleras de cartón fuerte. Acompañado de su cuñado Trinitario y de su amigo Carlos Sarra, se dirigió poco antes de atardecer a la puerta de Capuchinos, de donde parte la carretera de Murcia, al poniente de Orihuela. Junto al fielato don Juan se hincó de hinojos apoyándose en los brazos de sus acompañantes. De aquella forma emprendió la marcha hacia San Francisco. Mi tío, hombre cenceño de negras barbas fraileras, iba rezando a media voz el rosario.

Explanada de San Francisco y Vía Crucis. Colección Javier Sánchez Portas.

Tuvieron que hacer frecuentes paradas porque, destrozadas las rodilleras de cartón y rotos sus pantalones y calzoncillos, mi padre posaba en el suelo, la carne viva de sus rodillas desolladas y sangrientas. Era un verdadero camino del calvario, en que al pobre de don Juan ayudaban a soportar su martirio dos Cirineos. Con dos brasas de dolor y sangre llegó el devoto al atrio de San Francisco. Mi padre y sus acompañantes se arrodillaron ante el altar, rezaron en voz alta un credo y mi tío entonó algunas antífonas del Miserere.

Don Juan no pudo reprimir los sollozos. Inclinó la cabeza sobre el pecho y le tomó una angustiosa congoja. Apoyado en los hombros de sus cirineos salió de la iglesia. Ante el atrio esperaba mi tío Pepe con su galera. Al observar el estado de mi padre le condujo hasta la fuente que hay frente al convento y tiene su manantial en la próxima sierra y de ella se proveé de agua casi toda la ciudad. Muchos aguadores, con sus carritos, esperaban turno para llenar sus cántaros. Mi tío Pepe hizo a mi padre beber en uno de los cristalinos caños. La frescura del agua le reanimó.

Fuente de San Francisco.

Subieron al carruaje y regresaron a casa. Ya era de noche cuando llegó don Juan al domicilio. La temida noticia le salió al paso. El niño acababa de entrar en agonía. Mi madre, mi hermana y mis tías lloraban en silencio. En el patio gruñía el perro. Sentí sueño y me acostaron enseguida en la cama de mi tía Rosa, que estaba en el piso segundo. La niñera y mi hermana me acompañaban. A media noche me desperté sobresaltado al oír gemidos y lloros. Yo lloré también muy asustado. La niñera me contó algunos cuentos y me volví a dormir.

A la mañana siguiente mi abuelita vino para llevarme a su casa. Al descender la escalera quise ver a mi mamá. En un descuido penetré en el gabinete del primer piso y ante mis ojos se presentó una escena que me aterrorizó mucho: en el suelo, entre un montón de flores, había una cajita blanca y dentro de ella mi hermanito, que me pareció dormido.

Tenía los ojos cerrados, la boquita entreabierta y la cara muy amarilla, cubierta con un tul. Sus manos, cruzadas sobre el pecho, parecían de cera. Sus pies, cubiertos por unos calcetines azules, asomaban muy rígidos por los extremos de su mortaja. Salí corriendo y llorando a gritos, presa de terrible emoción. Tuvieron que darme una taza de tila con azahar y llevarme a casa de mi abuela.

Enlace al siguiente capítulo.

Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba).

Mi agradecimiento a Javier Sánchez Portas, a Jesús García Molina y a José Manuel Dayas.