Cuento de Navidad. (A Christmas Carol)

Cuento de Navidad/A Christmas Carol.

Esta triste historia comienza en una inquietante noche de Navidad; cuando un hombre llamado Oriol del Común, paseando junto a las ruinas del palacio de Rubalcava, exclamó:

—¡Vaya porquería¡  Yo, del Ayuntamiento, no metía ni un euro más. Una pala es lo que hace falta. Y solar vendido para construir un edificio en condiciones. Menudo hotel…..

Oriol era un ciudadano al que nunca le importó el patrimonio local; bastante tenía con preocuparse por el suyo propio.

Su único acto aparente de ciudadanía, casi una obligación social, era participar religiosamente en las fiestas de su pueblo; las mejores del mundo y parte del extranjero.

Aunque de boquilla presumía de la gloriosa historia de su patria chica (más que nada por atraer al turismo), aborrecía todo lo relacionado con viejas construcciones. Montones de ruina sin futuro.

Tampoco le importaba el aspecto y habitabilidad de los barrios más añejos. A fin de cuentas ni se acercaba a ellos.

Como la mayoría de sus vecinos, hacía tiempo que «saltó el río» y no quería saber nada de lo que quedó pegado a la peña, barrios vilipendiados donde pronto sólo vivirán inmigrantes y grupos desfavorecidos; los que antaño llamaban «peñeros».

Oriol no se cansaba de repetir que amaba a su pueblo con todo su corazón. Pero cuando le decían que el casco histórico era el corazón de su pueblo, se burlaba y ofrecía su receta de siempre: fuera ruinas, anchura, casas nuevas y gente de bien.

Cuando le mencionaban la «trama urbana» le sonaba a chanchullo urbanístico con concejal de por medio. Sólo pensaba en nuevos centros comerciales, hipermercados, campos de golf y urbanizaciones en las afueras; donde estaba el futuro.

Recintos aislados para concentrar a la gente de bien (o lo que es lo mismo, con dinero para gastar). Eso era lo único importante, los negocios, el crecimiento, la revalorización de los solares, los aparcamientos, la industria…

Esa noche, entre las redes de Rubalcava se asomó un espectro; era el fantasma de las ciudades muertas, localidades uniformes, sucias, grises e inhabitables condenadas a sufrir un tráfico insoportable por el día y a permanecer vacías y solitarias por las noches.

El fantasma le anunció la visita de tres espíritus: el del pasado, el del presente y el del futuro. Y Oriol fue visitado por cada uno de ellos.

El fantasma del pasado le llevó primero a una ciudad gloriosa, la segunda del Reino, capital de Gobernación. Con un imponente castillo, con murallas, con decenas de palacios, conventos e iglesias.

Luego apareció la ciudad de su infancia, allá por los años sesenta, un entorno bello, armónico, lleno de comercios, de hermosas calles con casas nobles y mucha gente paseando por ellas.

Le mostró la Casa del Paso; la Plaza de la Pía flanqueada por edificios señoriales en sus cuatro costados, con Miguel Hernández recitando subido a una escalera frente al espectacular palacio gótico. Le mostró un palmeral comparable al de Elche; calles tradicionales llenas de comercios, de cafeterías, de confiterías, de gente….

El segundo espíritu, el fantasma del presente, le mostró primero el interior del palacio donde se encontraron: destechado y asolado para propiciar su ruina. El solar de la casa del Inquisidor: derribado y desaparecido. El de Pinohermoso: una joya única sustituida por un cajón de ladrillos.

Iglesias, palacios y casas en mal estado o ya en la ruina. Las antaño calles comerciales muertas; otras como la de San Juan o la del Colegio, antesala del Escorial de Levante y del Rincón Hernandiano, bombardeadas, con basura esparcida. Las ruinas del castillo llenas de pintadas. El picudo campando a sus anchas en un palmeral urbanizado y cada vez más exiguo…

Por último, el espíritu del presente le mostró el valioso legado de su universal poeta luciendo en otra ciudad. Y Oriol, que creía conocer su pueblo, lloró.

Finalmente llegó la última visita, la del Fantasma del futuro…

Dejémoslo por escribir; el futuro sólo depende de Oriol.

Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba).

Inspirado en el clásico de Charles Dickens.