Y se hizo la Luz

Molino de la Ciudad. Colección Javier Sánchez Portas.

Y se hizo la Luz.

A mediados del XIX los mecheros de gas desplazaron a las obsoletas velas de cera y a los quinqués de aceite o queroseno.

Sin tiempo para consolidar su difusión por toda España, en el último cuarto de siglo llegaba una nueva y revolucionaria tecnología: la electricidad.

Farol de queroseno.

Al igual que ocurrió con el gas, la ciudad pionera fue Barcelona, donde se creó la primera central eléctrica en 1875.

Diez años después se publicaba el primer decreto para regular las instalaciones.

La implantación de este tipo de alumbrado público aportaba mucho prestigio a los municipios.

Para la sociedad de la época la llegada de la luz eléctrica significaba formar parte de las ciudades más modernas.

Aun así, el alumbrado eléctrico quedó en manos de la iniciativa privada, compitiendo inicialmente con las empresas de gas.

Por toda España se crearon multitud de sociedades que afrontaron los riesgos derivados de una tecnología incierta y precaria.

La lista de usuarios era muy reducida. Sólo comerciantes y ciertas familias acomodadas podían permitirse pagarla.

Por ello, el interés de las primeras distribuidoras se centró en el alumbrado público, un mercado relativamente seguro, a pesar del lamentable estado financiero de los ayuntamientos.

La intervención municipal quedó limitada a la concesión de los permisos de construcción y las licencias para el tendido de cables y alambres aéreos que alimentaban faroles dotados de un arco voltaico con electrodos de carbón.

Como es lógico, las primeras empresas centraron sus esfuerzos en las grandes ciudades buscando la rentabilidad.

El resto de localidades tuvieron que conformarse con modestas instalaciones creadas generalmente por emprendedores locales.

Estas pequeñas centrales llamadas fábricas de luz funcionaban con máquinas alimentadas por combustible, produciendo un fluido de baja tensión y corto alcance.

Central eléctrica siglo XIX.

La primera eléctrica oriolana.

La primera empresa eléctrica oriolana se creó en la primavera de 1893.

El 23 de marzo ante el notario Pedro Turón Lozano se formalizó la escritura de una nueva sociedad mercantil llamada «la luz» con un capital social de 100.000 pesetas.

Su fundamento era la producción de electricidad para alimentar el alumbrado público y particular de Orihuela.

Su primer objetivo, buscar un emplazamiento apartado y a la vez cercano para instalar la central eléctrica o fábrica de luz; un molesto edificio con voluminosos generadores alimentados por combustible y una gran chimenea para extraer los gases que producían. Y lo encontraron en el Partido de San Antón.

Etiqueta de las botellas del Balneario y manantial de San Antón. Archivo Carmelo Illescas Pérez.

En mayo Atanasio García Cubero, alcalde por aquellas fechas, establecía un contrato verbal con su presidente Diego Roca de Togores para venderle una finca urbana que contaba con dos casas con los números 16 y 19 de policía.

Contaban con algo más de cincuenta metros cuadrados cada una; a lo que había que añadir un trozo de terreno inculto que lindaban a levante con el llamado fuerte de San Fernando, a sur y poniente con el que fue huerto de los dominicos y al norte con el Camino de San Antón.

Archivo Celia Senén.

En mayo de 1894 comenzaron las pruebas en la «fábrica de la luz» utilizando focos de diferentes intensidades con resultados brillantes.

El lunes 21 del mismo mes el obispo Juan Maura otorgó su bendición a las instalaciones y puso los nombres de «María de Monserrate» y «Roca de Togores» a aquellas máquinas que iban a hacer de la noche, día.

Obispo Juan Maura y Gelabert. Retrato autógrafo.

Los inicios fueron costosos y muy complicados, dejando el servicio mucho que desear.

Durante  todo el verano se sucedieron las quejas por incumplimiento del pliego de condiciones: el fluido era escaso; faltaban guías; en las calles estrechas habían sustituido las prometidas lámparas de dieciséis por otras de diez; y para colmo, a la una de la madrugada la ciudad quedaba totalmente a oscuras.

A pesar de todo para la feria de aquel año se alquilaron las casetas con un suplemento de cinco pesetas por suministro e instalación de luz eléctrica; aunque para ello se suprimió el fluido en los sitios «más apartados y menos transitables de la población».

Charles Clifford. Orihuela. Vista general de la ciudad 1862. Colección Javier Sánchez Portas.

Ante la falta de recursos para cumplir con el pliego de condiciones, el 31 de Marzo de 1895 la Junta General de Accionistas acordó ampliar el capital social en 70.000 pesetas, emitiendo 140 nuevas acciones al precio de 500 cada una, lo que permitió que modestos ciudadanos participasen con los mismos derechos y deberes que los socios fundadores.

El 27 de octubre de 1897 Alejandro Roca de Togores y Pérez de Meca, militar retirado, acudió al notario como representante de la sociedad para comprar la finca apalabrada por 7.000 pesetas.

Atanasio García, ya desposeído de la vara municipal, se reservó la propiedad de las aguas y el derecho de entrada al nacimiento, cuyo uso concedió a «La luz».

La «fábrica de la luz» en San Antón.

Finalizando la centuria, la sucesión de inventos provocaron multitud de cambios. Las lámparas de arco fueron sustituidas por novísimas bombillas incandescentes más baratas y fiables.

Otro adelanto decisivo lo aportó Tesla con la corriente alterna, permitiendo transportar la energía a largas distancias.

Poco a poco se fue popularizando el uso de la electricidad en domicilios particulares; aunque seguía siendo un lujo demasiado caro.

Huerto del Colegio de Santo Domingo. Al fondo la «Fabrica de la Luz». J. David photography, París. Fechada el 2 de septiembre de 1.901. Colección Jesús R. Tejuelo.

A principios del siglo XX la mercantil oriolana estaba al borde de la ruina. El gasto en consumo de combustible para sus máquinas superaba el importe de las cuotas abonadas por los clientes.

El director técnico, apellidado Gandía, dictaminó que la causa de este déficit era el «hurto de fluido».

Y es que, en principio, no utilizaban contadores; la empresa concertaba un pago fijo con el consumidor en función del número y potencia de las bombillas contratadas dando lugar a la picaresca:

Es sabido que los abonados de mala fe, en aquellos puntos donde no se emplean los contadores, se valen para intercalar más lámparas, de alfileres, trocitos de alambre o cualquier otro medio que les sugiere la malicia.

Sin más comprobaciones la junta directiva acordó modificar los contratos sustituyendo el recibo de luz fija por el pago condicionado a un contador.

El problema radicaba en como adquirir los contadores en un momento en el que la sociedad carecía de recursos.

Publicidad de Sturges y Foley.

Decidieron vender cien acciones por el 65% de su valor a Sturges y Foley, unos británicos domiciliados en Madrid que distribuían maquinaria industrial y agrícola.

Con el dinero recibido adquirieron los contadores; pero en número insuficiente para cubrir a todos los abonados. Esto generó una complicada situación en la que los recibos por contador llegaban a importar el triple que los que carecían de él.

Además, estos últimos, quedaban en condiciones de seguir defraudando a base de enganches ilegales.

Publicidad de Sturges y Foley.

En diciembre de 1901 las dificultades económicas se acentuaron; la sombra de la quiebra planeaba sobre «la luz».

El principal acreedor era la citada sociedad Sturges y Foley, con un crédito de 60.000 pesetas asegurado por la escritura del edificio y su maquinaria.

En caso de liquidación de la sociedad, los ingleses tenían las espaldas cubiertas; o eso pensaban.

Una de las cláusulas de concesión por parte del Ayuntamiento disponía que en caso de quiebra el material y cuanto comprendiese a la instalación quedaba a disposición municipal en concepto de propiedad.

Tras deducir los perjuicios que ocasionase la interrupción del suministro según los años transcurridos -habían firmado cincuenta-, abonarían el resto.

El asunto quedaba, utilizando las palabras de la prensa local, entre el interés de los ingleses y el de «los hijos de la Armengola»; y por supuesto el Consistorio oriolano debía defender a la población por encima de los de los accionistas, por importantes que fueran.

La visita del Señor Sturges prometiendo remitir los contadores necesarios antes del mes de abril tranquilizó a la junta directiva; pero no a los pequeños accionistas.

Sobre todo cuando corrió la noticia de que estaban a punto de comenzar las obras de una nueva central  para establecer un moderno alumbrado eléctrico «de sol a sol».

Molino de la Ciudad antes de las obras que lo convirtieron en central eléctrica. Sabiendo que dichas obras se realizaron entre los años 1902 y 1905, tenemos una imagen del siglo XIX, posiblemente la del primitivo molino edificado en el siglo XVIII. Colección Jesús R. Tejuelo.

El Molino de la Ciudad.

En noviembre de 1901 el acaudalado empresario Pío Wandosell compró un lote de  dieciséis fincas entre Orihuela y Murcia. 

Una de ellas, llamada «Molino de la Ciudad», incluía un viejo molino harinero de cereales y pimentón con seis compuertas, seis ruedas motrices, seis muelas, seis soleras, seis tablas y lo más importante: un hermoso salto de agua.

Pío Wandosell Gil. 1910.

Ya he dicho que Tesla había revolucionado el transporte de fluido con la corriente alterna. Este descubrimiento permitía explotar recursos hidráulicos situados a cierta distancia del núcleo urbano.

Molino de la Ciudad.

Los generadores para alumbrado instalados en molinos se multiplicaron convirtiendo estas instalaciones en «fábricas de luz»; poseer un salto de agua cercano suponía una clara ventaja para competir en el mercado eléctrico aprovechando una energía gratuita.

Molino de la Ciudad. Colección Jesús R. Tejuelo.

Para contrarrestar el efecto entre los inversores, en Orihuela se hicieron correr rumores interesados anunciando que la energía hidráulica no sería suficiente para conseguir la fuerza motriz necesaria.

Wandosell los acalló con la visita de Gustavo Boetticher, cofundador de la sociedad «Boetticher y Navarro» y concesionario de la marca Siemens.

Pío Wandosell junto a Emilio Castelar y otros políticos del Partido Republicano Liberal.

Este prestigioso ingeniero alemán, especialista en maquinaria para aprovechamiento hidroeléctrico, certificó la potencia de la central en quinientos caballos.

Tan pronto tuvo en sus manos la escritura de constitución, don Pío lanzó a sus representantes a la búsqueda de abonados.

Molino de la Ciudad. Colección Javier Sánchez Portas.

Mientras tanto, en la junta general ordinaria convocada el 9 de febrero de 1902 en los salones de la Unión Agrícola, los accionistas de «la luz» pedían la destitución de la directiva a la que exigían responsabilidades.

Sabían que la inmediata puesta en marcha del Molino de la Ciudad acabaría con toda esperanza de recuperación; así que lo mejor era salvar lo posible.

Molino de la Ciudad. Colección Javier Sánchez Portas.

Las obras del molino comenzaron en 1902 y duraron tres años. Aprovechando la situación y para eliminar la competencia, Pío Wandosell hizo una oferta de compra por todas las acciones.

Pero no consiguió llegar a un acuerdo con los ingleses  Sturges y Foley. Y decidió competir hasta aniquilar a los de «la Luz».

Para evitar enemistarse con sus futuros clientes, mantuvo su oferta de compra a precio razonable de todas las acciones de modestos inversores oriolanos.

En 1908, la fábrica eléctrica «Molino de la Ciudad» se anunciaba en las guías arco con todos los aparatos y adelantos modernos.

Fábrica de luz eléctrica, propiedad del acaudalado minero y rico propietario de Cartagena, Pío Wandosell, el cual la ha montado donde se produce el fluido con todos los aparatos y adelantos modernos, en el sitio denominado Molino de la Ciudad, situado en medio de un bellísimo paisaje de la Puerta de Murcia, habiéndolo levantado de planta, y construido en el referido sitio un soberbio edificio. 1908.
Fábrica de luz eléctrica «Molino de la Ciudad». 1908.
Fábrica de luz eléctrica «Molino de la Ciudad». 1908.

Por fin, el 2 de mayo de 1914, Pío Wandosell solicitó el traspaso del alumbrado público de la sociedad «La luz» al Molino de la Ciudad.

Pío Wandosell en 1911, Fundación Cajamurcia.

El Ayuntamiento, encabezado en esos momentos por su hijo Adolfo, exigió garantías de que la sequía estival o las inundaciones no iban a cortar el suministro.

José Ferrer Fuster, mecánico y constructor de maquinaria, certificó que disponían de dos motores de gas, suficientes para solucionar las posibles emergencias. Y el traspaso le fue concedido.

Molino de la Ciudad. Colección Javier Sánchez Portas.
Molino de la Ciudad. Colección Javier Sánchez Portas.
Molino de la Ciudad. Colección Javier Sánchez Portas.
Molino de la ciudad. Antonio Ballester Vidal.

¿Qué pasó con el edificio de «La luz»?

En noviembre de 1927, la sociedad Eléctrica Wandosell cedió gratuitamente al Ayuntamiento el edificio de la antigua fábrica de la Luz.

El Consistorio planteó la posibilidad de que el Estado dejase de contribuir con el pago del alquiler de la casa cuartel en la Casa del Paso, ofreciendo el edificio para ser destinado a la Guardia Civil.

En mayo de 1928, el teniente del puesto preguntó al alcalde si, antes de cinco meses, podían hacer las obras necesarias para ser ocupado.

Como era habitual, el municipio carecía de fondos y el proyecto nunca llegó a materializarse.

Casa del Paso. Colección Javier Sánchez Portas.

El 22 de octubre de 1931 el nuevo Consistorio republicano desarrolló una moción para su venta en las mejores condiciones posibles, «ya que no produce beneficio alguno y por el mal estado en que se encuentra».

Se acordó que fuese tasado por el maestro de obras del Ayuntamiento para sacarlo a subasta. 

El asunto quedó paralizado y en septiembre de 1932 se ofreció de nuevo al Estado; esta vez para construir una nueva cárcel a cambio de convertir la de la Carretera de Beniel en matadero.

Tampoco prosperó la nueva propuesta.

La cárcel en la Carretera de Beniel.

En abril de 1937, tras ser valorado en 5.000 pesetas «debido a su estado ruinoso», se anunció la correspondiente subasta para su enajenación. 

La misma tuvo lugar el 12 de junio y solamente concurrió un postor: Pascual Soriano Hellín, quien se hizo con él por la cantidad de 5.000 pesetas con 50 céntimos.

En el verano de 1939, finalizada la Guerra Civil, el consistorio falangista anuló la subasta del edificio alegando defecto de forma. 

Pascual Soriano, ultimo alcalde republicano, fue declarado en paradero desconocido (había huido en el Stanbrook);  y el edificio volvió a manos del Ayuntamiento.

El Stanbrook en el puerto de Alicante.

En marzo de 1940 el rector del Colegio Santo Domingo reclamaba la demolición de unas «obras realizadas por los rojos» en la antigua «fábrica de La luz». Dichas obras  menoscababan la propiedad del huerto del colegio, colindante.

El Ayuntamiento había arrendado la antigua fábrica a la Sociedad QUISA (química insecticida S.A), fundada por Jesús Botella Brotóns y Eusebio Escolano entre otros.

Convento de Santa Lucía. Colección Javier Sánchez Portas.

Por otra parte, el solar del desaparecido convento de Santa Lucía, se había convertido en un peligro para la higiene y en un atentado al ornato público.

Restos Convento de Santa Lucía. 26 de junio de 1941. Archivo Marieli Zerón.

En el verano de 1941 Jesús Botella Brotóns propuso «La permuta del solar de las monjas de Santa Lucía cuya compra tiene concertada por el antiguo edificio de «La Luz» que tiene arrendado el Ayuntamiento mediante el abono de la diferencia de precio que arroje la peritación».

Cediéndoles el vetusto edificio extramuros de la ciudad darían a las religiosas el albergue que necesitaban y «se haría una justa y pública reparación a la ya nombrada comunidad de religiosas del acto vandálico cometido por los rojos, reduciendo a escombros su único patrimonio».

Para ello solicitaron la oportuna autorización al Ministerio de la Gobernación y el 25 de Septiembre de 1941 el gobernador civil les anunció la imposibilidad de efectuar la permuta sin antes realizar un peritaje con la valoración de ambos inmuebles.

Un mes después, el maestro de obras del Ayuntamiento tasaba el edificio «Fabrica de la Luz» en 26.000 pesetas y el solar del convento de Santa Lucía en 24.385, quedando legalizada la permuta.

El 15 de enero de 1942 Eusebio Escolano reunió al consejo de la empresa Insecticida Química S.A. para comunicarles que, a Jesús Botella, gerente de dicha sociedad a cuyo nombre estaba el arrendamiento del local que ocupaba la fábrica, le habían ofrecido adquirirlo con las siguientes condiciones:

El ayuntamiento permutaba el edificio con las dominicas de Santa Lucía por el solar del convento destruido por los rojos. Y a su vez, las monjas, les venderían el edificio contando ya con la autorización de la Santa Sede.

Las condiciones que marcaba el Ayuntamiento eran las siguientes. Pagarían a las dominicas 60.000 pesetas. Para el desescombro y ornato de la plaza resultante del solar del convento 20.000 más.

Y otras 20.000 que el consistorio debía a los PP Jesuitas por el fallo a su favor del juicio por las obras y apertura de ventanas en la pared medianera que hicieron durante el «periodo rojo».

Restos Convento de Santa Lucía. 26 de junio de 1941. Archivo Marieli Zerón.

Eusebio Escolano dejó claro que solo tendrían justificante en escritura pública de lo pagado a las monjas y justificante del maestro de obras que realizaría el desescombro y ornato de la plaza.

Pero en lo referente a los jesuitas, sería una entrega por cuenta del Ayuntamiento, sin justificante.

En cuanto a la forma de pago, Escolano aconsejó pedir un crédito. Carlos Bofill sugirió hacer una ampliación de capital, aportando el dinero los consejeros y ahorrándose el interés bancario.

Primitiva Plaza de Santa Lucía a mediados del siglo XX. Archivo Marieli Zerón.

Escolano, Botella y Bofill se mostraron dispuestos a poner su parte. Pero los otros dos consejeros afirmaron no disponer de dicha cantidad en ese momento.

Tras la correspondiente deliberación, se acordó facultar a Eusebio Escolano para comprar y escriturar el edificio situado en el Barrio de San Antón, con el número 1 de policía; cuyos lindes eran: al norte y oeste, el Camino de San Antón; al Sur, el huerto de los PP Jesuitas; y al este, la carretera de Alicante.

El precio cien mil pesetas. Dicha cantidad la pondrían a partes iguales Escolano, Botella y Bofill.

Y les sería devuelta en cuanto a ellos les conviniese haciendo la petición diez días antes. O dejándolas como pago a cuenta de las acciones en la futura ampliación de capital.

Primitiva Plaza de Santa Lucía a mediados del siglo XX

Culminada la operación, las dominicas se hicieron con el Seminario Menor; es decir, el antiguo convento de la Trinidad donde hoy permanecen.

Claustro Seminario San José. Antiguo convento de Trinitarios.
Claustro de la Trinidad en la actualidad. Ajomalba.
Hermanas Dominicas. Fotografía José M. Pérez Basanta.
Convento de la Trinidad en la actualidad. Fotografía José M. Pérez Basanta.
Exterior fábrica de insecticidas QUISA.
Interior fábrica de insecticidas QUISA.

Muchos años después, tras una profunda reforma pasó a ser discoteca «Momentos».

A final, el edificio acabó demolido en los años noventa; y el terreno absorbido por el vecino colegio.

En cuanto al Molino de la Ciudad, tras una interesada restauración pagada a precio de oro por la Unión Europea, se pudre en el abandono.

Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba).

Adaptación y ampliación de un viejo artículo publicado en 2003.

Molino de la Ciudad en ruinas. Fotografía Vicente Muñoz Navarro.
Programa de Radio.
Vídeo.