La Riada de 1788 en Orihuela.

Memorial Literario. Número LXXV. Diciembre de 1788. Biblioteca Nacional.

El «Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid» fue fundado en 1784 por dos aragoneses afincados en Madrid.

En esta publicación, considerada como una de las mejores revistas españolas del siglo dieciocho, aparece la crónica más antigua de una inundación en Orihuela.

Paso a transcribir esta relación detallada que ofrece además multitud de datos interesantes de la Orihuela de aquellos años.

De la ortografía original sólo he modificado las tildes.

Memorial Literario. Número LXXV. Diciembre de 1788. Biblioteca Nacional.

RELACIÓN de la lluvia tempestuosa y subsecuente avenida del Río Segura y de las desgraciadas consecuencias de una y otra, ocurridas en la Ciudad de Orihuela en los días 15, 16 y siguientes del mes de Noviembre de este año (1788).

Después de dos años de sequedad que padecieron los campos de esta Ciudad, y Lugares inmediatos, resultando de ella las deplorables y no ignoradas consequencias que de tan cruel azote resultan, quiso la Magestad del Todo Poderoso, por juicios ocultos a todo entendimiento humano, o por manifestar con el brazo de su Divina Justicia el justo enojo que le causan los vicios y continuada ingratitud de los hombres, afligirla de nuevo, y fue de este modo:

Diseño de la Ciudad de Orihuela mirada por el mediodía. 1760. José Vicente Alagarda.

En el día 15 de dicho mes amaneció muy nublado, prosiguió todo el resto del día el Cielo encapotado, y bastante triste, causando la mayor alegría en sus habitantes, esperando y deseando vivamente de tan feliz disposición la deseada lluvia que suele seguirse.

Quando a las tres de la tarde se levantó de improviso por la parte de Levante un gran nubarrón, que poniéndose perpendicularmente sobre esta Ciudad arrojó repentinamente sobre ella por espacio de una hora tanta piedra y agua, que baxando los barrancos del monte a cuya falda está la Ciudad.

Y no pudiendo tragar la copia de sus aguas los alvellones o alcantarillas, inundaron muchas calles sin que los vecinos sorprendidos de tan acelerado suceso tuviesen tiempo para guarecerse, pues llegó el agua hasta el zaguán de la casa del Ayuntamiento, y hasta la misma Santa iglesia, donde para su desagüe pasada la intemperie, tuvieron que levantar las losas de las sepulturas.

Este inesperado suceso acaeció a la sazón de hallarse en las casas del Ayuntamiento D. Francisco de Paula Soto Cebrián y Fenollet, Caballero Maestrante de la Real de Valencia, regidor en su banco y clase, el que a presencia de los Doctores D. Trinitario y D. Manuel Martínez de Vera, del primero y segundo Escribano de Ayuntamiento, de Victoriano Pomares, Jaime Alonso y Ferrándiz, y Manuel Bergel, oficiales de la Escribanía, de Antonio Lebrés, Joseph Cevallos, Juan Gavila y Antonio Tomás, Maceros; de Joaquín Ginerfiel, Almotacén, y de otras personas, que huyendo la intemperie se acogieron a dicha casa, dio las providencias necesarias.

Y habiendo cesado la lluvia y verificado el desagüe dio parte al Señor Gobernador D. Juan la Corte, Exento de Reales Guardias de Corps, Coronel de los Reales Exércitos, Gobernador Militar y Político de esta Ciudad, de todo, quedando éste muy satisfecho de su zelo.

Juan de la Carte, Coronel de los Reales Ejércitos, Gobernador Militar y Político de Orihuela, dibujo de Joseph Montesinos en su Compendio Histórico.

Libres al parecer de todo peligro los moradores se retiraron a sus casas, quando advirtieron que a las cinco de la tarde se le aumentaban al río Segura las aguas y el ímpetu de sus corrientes.

Esta alteración y el deseo de acreditar su encargo, obligó al mismo Regidor D. Francisco de Soto, a pasar a las casas de habitación y Audiencia del Señor Gobernador, y manifestarle las malas conseqüencias que podría producir la inacción en tan crítica situación.

Y le aconsejó encargase a los Alguaciles mayores diesen vuelta a las calles llamadas del Carril, Hospital, de Meca, del Río, del Ángel, Mayor, Molino, San Pasqual, del Riacho, y de la Mancebería, que son por las quales se hallan los alvellones o alcantarillas para abocar al Río las aguas del monte, que se hallaban abiertos por lo recientemente sucedido, y que los mandasen cerrar con sus tablados y dar cuenta de qualquiera novedad.

Agitado el Señor Gobernador de su zelo y amor a la Patria, mandó inmediatamente a D. Francisco Lledó y Rafael Portugués, Alguaciles mayores que, con los Diputados de Barrio, Alguaciles ordinarios, y demás auxilio que necesitasen pasasen a executarlo como lo hicieron.

Siguiendo tomando incremento, aunque con lentitud las aguas del Río, mantuvo en expectativa los ánimos de los Señores Gobernador y Regidor ya dichos; salió éste de las casas de su Secretaría a las ocho de la noche, reconoció lo que a los Alguaciles mayores había mandado, y estando con otras gentes en el Puente llamado Viejo como a las nueve de la noche observando las corrientes del Río, le llevaron la atención ciertas voces desentonadas de la parte de arriba.

Y a poco rato vio venir sobre las aguas un vulto grande que no pudo bien distinguir que fuese, y viendo que aunque con mucho trabajo pasaba por debaxo del ojo del Puente, procuró instruirse de lo que era preguntando a varias gentes que atropelladas cruzaban el arrabal de San Agustín.

Y supo cómo lo que venía por el Río era un carro de bueyes que estando atado en el Puente, distante un quarto de legua de dicho Molino, y aparejado para llevar granos se lo habían traído las corrientes de la Riada, y que las gentes que lo seguían, parte eran mozos del Arrendador y parte mozos suyos, que venían siguiéndolo a ver dónde lo dirigían las aguas.

Oído esto por el mencionado D. Francisco de Soto, y notando se aumentaba por instantes el Río, pasó a dar cuenta de lo sucedido al Gobernador, quien enterado de todo y habiendo dado las providencias necesarias, salió a las diez de la noche de su casa acompañado de los Alguaciles mayores y ordinarios, del Sargento de Marina de la partida de los Reales Batallones, avanderada en esta Ciudad con el fin de evitar el tremendo estrago que amenazaba.

Puesto en la calle dicho Señor Gobernador en la disposición en que se hallaba, y aun sin aumentarse calzado alguno para guarecerse, acompañado de los mencionados sujetos, cuyo exemplo siguieron el Caballero Guardia de Corps D. Juan de Lacarte, su hijo aunque niño, y el Regidor D. Francisco de Paula Soto, abandonando sus casas, mugeres y familias, sin embargo de estar las de dicho Gobernador y Regidor contiguas al Río, discurrieron por las calles por donde amenazaba mayor peligro, mandando ante todo tocar a rebato la campana del relox de la Parroquial, acostumbrado aviso para las gentes.

Sin embargo, de la mucha agua que caía de las nubes, y de la que la avenida inundaba por instantes todas las calles, llegaron al Arrabal Roig, donde ya D. Rafael Portugués, para evitar se introduxesen en ellas aguas como lo habían hecho inundando el barrio que llaman el Salitrico, había mandado tapiar la última boca calle traviesa de los Capuchinos a aquel parage; considerando los estragos a que deberían ser expuestos si se rompía aquella obra, esforzaron a los operarios, mandando a un Diputado que con nueva gente se reforzasen.

Hecha esta diligencia fueron sucesivamente recorriendo las demás calles quales fueron la del Hospital, traviesas de la fabrica Aguardiente y del Parador del Cabildo, y de aquí pasaron a la calle del Río y Mancebería, donde como en las anteriores dieron las más activas providencias para evitar en lo posible la total inundación de la Ciudad que por instantes se esperaba.

Fachada de tramontana de la Casa de la Ciudad (calle del Ángel), adornada con motivo de la Proclamación de Carlos III. Grabado de Alagarda. Siglo XVIII.

Y por último se retiraron a las casas de Ayuntamiento con el fin de esperar novedades para dar providencias y socorros; pero viendo que tomando más incremento las aguas empezaban ya a salir por la alcantarilla que sale a la calle del Ángel, que no se tapió por ser el terreno bastante alto, y haberse resentido en otras avenidas inundando los zaguanes de la misma casa, dispusieron inmediatamente se hiciesen pequeñas motas a uno y otro lado de su boca para que no se extendieran las aguas, haciendo acarrear cargas de barro, piedra y guijo para formarlas.

Yendo a más la subida del Río, y recibiéndose por instante lastimosas noticias dispuso el Gobernador que los Regidores D. Francisco de Soto, y D. Joaquín Pastor, asistidos del Alguacil mayor Lledó, de otros ordinarios, Diputados del Barrio, Alarifes, y otros vecinos recorriesen el Arrabal de San Agustín y calle del Rio, saliendo también dicho Gobernador en persona a dar vuelta por lo restante de la Ciudad como con efecto lo executaron sin ninguna defensa para la lluvia y a pie.

Sin embargo de haberle presentado al dicho Gobernador un Caballo para su uso el Caballero D. Juan Nepomuceno Roca, y otro para el Caballero Regidor D. Francisco de Soto, Manuel Ronis, Proveedor de paja y pan de munición de la tropa, cuya oferta no admitieron acordándose como verdaderos Ciudadanos del conflicto y situación en que se hallaban los moradores de la Ciudad.

Discurren por sus calles ya inundadas, penetra sus corazones el más vivo dolor al ver las continuadas lastimas que por todas partes observan, gritos, lamentos y aflicciones; a unos consuelan, a otros animan, y a todos en lo posible socorren.

Llega en fin el Gobernador a lo último del Arrabal de Roig, oye clamores, ve que las aguas del Río toman por instantes más incremento queriendo sobrepujar las motas, y viendo no podía su caritativo anhelo y noble corazón remediar tan inminente peligro, se retira a las casas de Ayuntamiento donde ya el Regidor D. Joaquín Pastor había tomado las más oportunas precauciones a fin de que las aguas no se inrodugesen allí.

Oyen dicho Señor Gobernador, Regidor, que sus casas se van por instantes anegando, rebentando los sumideros que en ellas hay para el Río, y responde el primero: «que de padre, marido y amo se acordara dexando el bastón».

Exemplar respuesta digna de su noble corazón, siendo también articular la tranquilidad de ánimo de su esposa, que viendo el inminente riesgo que le amenazaba en su casa, y brindada del Caballero D. Luis Togores para pasar a la suya, se mantubo sola con sus criadas sin admitir la oferta, respondiéndole que acudiese a las órdenes del Gobernador, y socorro del pueblo, que era lo que convenía.

No sosegaba el patricio corazón del Gobernador viendo que por instantes se aumentaban los estragos. Conociendo estaba el Río próximo a romper sin bastar todo estudio a contenerlo, y teniendo noticias que a la baxada del Puente Viejo por la casa de Blas Morante corría el mayor riesgo, se dirigió a ella D. Juan de Lacarte Menor, asistido del segundo Escribano de Ayuntamiento.

Y aunque por su edad niño, dio disposiciones de anciano, mandando deshacer copia de colchones de aristas, cabar tierra en el mismo zaguán de la casa, aplicarlo todo a la puerta postigo donde batían las aguas, y aprontar yeso con que tapasen las rendijas por donde rezumaba el agua.

Vista desde el mediodía de la Casa de la Ciudad de Orihuela adornada con motivo de la Proclamación al trono de Carlos III, grabado de Alagarda. Siglo XVIII.

Viendo por instantes ser mayor la avenida del agua, y consiguiente el peligro, reynando por todas partes la turbación y el desorden, abandonando los vecinos y trabajadores sus puestos, y advirtiendo que faltaba poco para cegarse el ojo del puente, y que ya los remedios necesitaban de pluralidad de apoyos, mandó el Gobernador convocar a todos los Capitulares que faltaban para determinar las precauciones más oportunas para la defensa.

A todos juntos conmovía la voz del Pueblo, todos quisieran a un tiempo remediarlo; se atropellan una a una las funestas noticias; abátense los ánimos; pero acuerdan en tan cruel conflicto la sabia y piadosa determinación de sacar, aunque en hora tan intempestiva como las dos de la mañana, en rogativa, a la Imagen de Nuestra Señora de Monserrate, y al mismo tiempo que se multiplicasen los operarios y esfuerzos en los parages donde urgía la mayor necesidad.

Preséntase el Gobernador, con los Regidores y Sindico en la pared del Río que rezumaba; manda nuevamente multiplicar los obreros, hace traer a sus expensas hachas de viento, y para dar la última prueba de su zelo, arrima el bastón y se pone a llevar espuertas de ruina.

Báxase nuestra Señora en rogativa, clama el pueblo, deshácese en suspiros y lágrimas; y tomando con fervorosa devoción el ramo que llevaba y una estampa de dicha Santa Imagen lo arroja a las corrientes el Dean.

Nuestra Señora de Monserrate. Rogativa y «ceremonia del ramo».

Amenazaba el Río inundar toda la Ciudad como en parte lo había hecho; titubeaban varios edificios; quien tenía en ellos, ya el padre, ya el marido y la muger, el amigo o pariente; veían muchos sus caudales y cosechas perdidas, y todos las vidas amenazadas.

Y solo colocaban su esperanza en Dios y su piadosa Madre, cuya protección y amparo con amargos llantos y sollozos, en medio de la obscura noche invocaba el angustiado Pueblo, que acompañando a la devota imagen fue vuelta a su Iglesia, donde incesantemente le repetían sus súplicas.

Viendo sin embargo que la calle del Ángel se hallaba inundada, y que el peligro iba por instantes creciendo, parte D. Francisco Soto a el Arrabal de Roig, esfuerza los ánimos de los afligidos y congojosos vecinos que ya del todo desmayaban, manda se saquen los colchones de las camas; y que deshechos reforzasen con piedra y lodo las motas, consolando a todos con inexplicable caridad, cuya diligencia practicada dio iguales disposiciones en varias calles y barrios que recorrió, donde no era menos preciso el socorro.

Igualmente fervoroso y activo, el Gobernador y su hijo, despreciando riesgos y venciendo obstáculos, recorrían lo interior de la Ciudad, dando las más sabias y piadosas providencias.

Reunidos otra vez en la casa de Ayuntamiento, sin embargo de estar cercada de agua, conferenciaron sobre el estado de lo ocurrido, y determinaron acudir a un mismo tiempo al socorro y provisión de víveres para el público, como en efecto lo executaron, visitando las carnicerías y tiendas de comestibles, prescribiéndoles el mejor modo para el socorro de las infelices gentes que viendo el gran crecimiento de las aguas desmayaban, y aturdidos los operarios abandonaban sus trabajos.

Atropéllanse una a otra las funestas noticias dícese que las aguas habían quebrantado la pared del Huerto del Carmen Calzado, la qual, según aseguraban prácticos, caería de un instante a otro como sucedió introduciéndose la Riada, e inundando la Ciudad que se habían llevado las paredes de Manuel Ortiz, y de Rubio, por cuya causa iban inundando la calle del Río y Plaza pública; y finalmente que por todas partes hacía los mayores daños la inundación.

Dibujo del Convento del Carmen Calzado. Compendio Histórico Oriolano de Joseph Montesinos. Tomo 5.

Oyó estas noticias el infatigable Gobernador, y olvidándose al parecer del riesgo que le amenazaba en la calle del Río, donde tenía su casa y muger, acudió con gran diligencia a donde urgía la mayor necesidad.

Las activas y piadosas diligencias, que en tan crítica y sensible situación aplicó dicho Señor Gobernador, merecen los mayores elogios; discurre por las calles ya inundadas, oye por todas partes mil clamores, advierte cercanos los mayores estragos, pero su ánimo tranquilo y sosegado solo atendía al socorro y protección de los infelices vecinos.

Sin embargo, de la mucha agua que casi imposibilitaba el tránsito por las calles, atropella por medio con increíble fortaleza, y dirigiéndose entre otras a la de la Feria, de terreno alto, donde había dos hornos de pan, manda se cueza inmediatamente quanto se pueda, para el socorro del Pueblo, pasa a la plaza mayor, y viéndola inundada, da las ordenes necesarias para proveer las tablas de cerdo y baca, y algunas de pan que allí había.

De aquí, teniendo noticias que el Arrabal de Roig se hallaba enteramente inundado, y que los vecinos habían desamparado sus casas y bienes, retirándose a la casa de Ayuntamiento, el Gobernador parte presuroso a su casa donde encuentra a su muger en los balcones dando las más activas providencias para el socorro de los infelices.

No amansando su furor las aguas, y sobrepujando éstas veinte palmos más de lo regular, recibiéndose continuamente las más tristes nuevas, y llegando la subida hasta la primera grada de la iglesia Parroquial de Santiago, encargó el Gobernador al Caballero Regidor Soto vigilase sobre lo que fuese ocurriendo, tomase y diese las providencias necesarias; y que el Escribano Juan López le acompañase en su fatiga.

Desempeñaron estos su encargo con la mayor exactitud, pero no cesaba el peligro; de un instante para otro era mayor la crecida de las aguas, causando deplorables estragos; era terrible espectáculo ver tan enfurecidas las corrientes del Río, trayendo consigo motas, hortalizas, árboles, varios animales y barracas enteras de las huertas.

Si se apartaba la vista de este trágico objeto se presentaba otro no menos triste; se veían, las calles con más de cinco palmos de agua sobre su piso, los zaguanes de las casas inundados, las gentes unas a medio cuerpo de agua, otros a caballo, los más refugiados en las vistas y balcones, y todos clamando misericordia, y haciendo mil promesas.

En este estado se hallaba la Ciudad de Orihuela el día 16 de Noviembre a las doce de la mañana, continuando los clamores y gritos de los habitantes, y los más crueles y terribles estragos quando a las quatro de la tarde dicho día quiso el Todopoderoso consolar a esta afligida Ciudad, haciendo detener el ímpetu del agua, que por instantes fue disminuyendo, causando tan alegre novedad en los ánimos de los consternados habitantes mil júbilos.

Inmediatamente con entrañas de verdadero Padre encargó el Caballero Gobernador al Regidor D. Francisco Soto se presentase por las calles inundadas, dando esta noticia a sus vecinos que aún no estaban para advertirla.

Y distribuyéndoles al mismo tiempo comestibles, pan, carne etc., que recibían desde las ventanas, cuya diligencia practicó igualmente fuera de la Ciudad, según lo permitía la agua; después de lo qual, pasando por delante de la casa del Gobernador, y mandado éste subiera a descansar, lo hizo saliendo aquel nuevamente en su caballo, también recorriendo lo restante de la Ciudad, repartiendo con increíble caridad pan, víveres, etc.

Vista meridional de la Ciudad de Orihuela. Año 1784.

Y consolando, y animando a todos, a cuyo fin y piadoso intento ayudaron y contribuyeron con abundancia de víveres y dineros el Dr. D. Marcelo Miravete, Presbítero, Canónigo Lectoral de la Santa Iglesia, y los Señores D. Pedro Albornoz, Dean y D. Josef Mirambel, Canónigo Dignidad Maestre Escuela.

Dadas todas estas saludables providencias y hallándose casi desaguada la Ciudad se retiró a su casa; y mudándose de ropa, se entregó algún tanto al descanso.

Le fatigaba la imaginación de lo que podría haber sucedido en el Pueblo, y las contingencias a que estaría expuesto, quando le dan noticia que amenazaba ruina el palacio del Obispo por haber hecho resentimiento, y haber perdido su nivel las paredes.

Inmediatamente se dirigió a él, de donde habiendo mandado salir los familiares, y proporcionando gentes para extraer papeles y muebles recorrió otros edificios y casas particulares, que se hallaban en le misma situación, y dando las mismas providencias se volvió a su casa a descansar de la fatiga, que le había causado su incesante diligencia.

A la mañana del día siguiente mandó el Señor Gobernador al Clavario y Veedores del Gremio de Alarifes, dar vuelta al pueblo reconociendo casas y otros edificios, y que diesen cuenta de todo lo que ocurriese, como en efecto lo executaron con la mayor actividad, noticiándole los muchos daños causados en los edificios por el agua, no conocidos aun en la mayor parte de todos, por cuyo motivo y para precaverlos, dio nuevamente repetidas órdenes y providencias.

Acerca de todo lo ocurrido, y en precaución de lo que podía suceder, tomó, y sigue tomando el Señor Gobernador las más sabias y acertadas disposiciones lastimándose más de cada día, viendo las resultas de la ocurrida lluvia y avenida del río, que no solo ha causado quebrantas en los bienes de los vecinos, sino también en su salud.

Transcripción y comentarios Antonio José Mazón Albarracín (Ajomalba).