
La iglesia y convento de mercedarios.
Introducción.
Durante centurias de hostilidades con las huestes musulmanas en todas sus variantes —berberiscos, granadinos o turcos—, los viajeros y pobladores de las zonas fronterizas se enfrentaban al grave peligro de ser tomados como cautivos, un negocio que se mantuvo pujante hasta el siglo XVIII.
Esta psicosis se agudizó en nuestra gobernación por su doble frontera con el islam: la piratería berberisca por mar y las incursiones granadinas por tierra.
En el apogeo de la «cruzada ibérica» nacieron dos órdenes religiosas dedicadas a la redención de presos cristianos y ambas fundaron casa en Oriola: la de la Merced y la de la Santísima Trinidad.

La pésima recomposición de la portada instalada en el museo de Semana Santa y un escudo tallado sobre una cochera en la calle Alfonso XIII nos recuerdan que, ocupando toda esa manzana, existió un impresionante convento de mercedarios, el primer cenobio oriolano. (1)


Dicho escudo presenta en la parte superior la cruz de la catedral de Barcelona, y en la inferior las barras de Aragón. Completa la talla una corona real en honor a su benefactor Jaume I, cuatro banderas y las cadenas y grilletes de los cautivos.
Y es que, aunque a algunos les cueste asumir el pasado, la coyuntura territorial de Oriola al abandonar Castilla para erigirse en Gobernación General de la Corona de Aragón hizo aflorar una profunda identidad catalana; un sentimiento incrementado durante los siglos XIV, XV y XVI en contraposición a la cultura e idioma de sus vecinos de Murcia.
A poco que se rasque en la superficie de esta Orihuela castellano-parlante, aparecen símbolos y costumbres que permanecen escondidos evocando el linaje de una ciudad que, obviando la transformación fonética, adoptó como patrona a la mismísima Virgen de Montserrat.

La orden mercedaria y su llegada a Oriola.
La Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced nació en el primer cuarto del siglo XIII de la mano del seglar Pedro Nolasco, un mercader barcelonés obsesionado con la liberación de cautivos.

Con el apoyo de Raimundo de Peñafort —confesor del rey Jaume I—, fundó la orden de Santa María de la Misericordia o de la Merced de los Cautivos, en la catedral de Barcelona.
Ante su obispo, Nolasco hizo los tres votos habituales: castidad, pobreza y obediencia; pero añadió un cuarto juramento: dedicar su vida a liberar esclavos cristianos de manos de los seguidores de Mahoma hasta «quedar rehén, si fuere preciso, en lugar de un cautivo».
Esta práctica se fue extendiendo hasta llegar a considerarse como un específico y distintivo cuarto voto de los mercedarios.

Gregorio IX la confirmó el 17 de enero de 1235 siguiendo la regla de San Agustín con las constituciones propias de una orden laical hasta que, un siglo después, se redactaron nuevas. Desde entonces la Merced es canónicamente una orden clerical.
En poco tiempo sus fundaciones se multiplicaron por Aragón, Cataluña y Valencia, llegando a la villa de Oriola en torno al cambio de centuria. (2)
Se instalaron inicialmente en el Ravalet, concretamente en el solar que ahora ocupa el Monasterio de San Juan de la Penitencia, convento de clarisas que acabó dando nombre al arrabal. (3)

El terreno les fue entregado por el Consell con algo de dinero, fondos que los mercedarios emplearon en la construcción de un convento provisto de capilla y huerto, bajo la advocación de Santa Eulalia, la patrona de Barcelona.

Pero el modesto cenobio quedó fatalmente emplazado; la proximidad del pantanoso Vallet y de las acequias de Almoradí, de Callosa, Escorrata y Escorratel configuraban un paraje insano; a ello se unió su situación extramuros, muy peligrosa durante las guerras del siglo XIV entre Castilla y Aragón. (4)
El largo asedio a Oriola por parte del castellano Pedro I «el Cruel» en 1365, dejó el monasterio y todo el arrabal prácticamente arruinado. (5)
Traslado intramuros.
La llamada «Guerra de los dos Pedros» convenció a los mercedarios de que, fuera de la muralla, estaban a merced de las enfermedades, de los castellanos y de las correrías de los moros granadinos.

Terminada la contienda, pasaron varios años reclamando sin éxito una indemnización del Consell por los estragos sufridos.
En 1377 la villa había progresado mucho. Pedro IV «el Ceremonioso» se comprometió a no separar más a los oriolanos de la corona de Aragón, otorgándoles en 1366 su concesión más preciada, la Gobernación General Ultra Sexona o lo que es lo mismo: el control independiente de los territorios del reino por debajo de la línea de Jijona.
En este contexto, una orden tan catalana auspiciada por el mismísimo Jaume I, pronto encontró nuevos apoyos.

El poderoso caballero Pere Roca les cedió unas casas intramuros, junto a la Torre de Navalflor. Pero edificar tan cerca de la muralla les acarreó algunos problemas con las ordenanzas municipales; dificultades que solventaron con el aval de Roca.
De esta forma crecieron y se consolidaron en un espléndido monasterio cuya primera iglesia fue consagrada en el siglo XV. (6)
Pero la Guerra de los dos Pedros no fue la única vez en que los mercedarios sufrieron el acoso de los castellanos.
El 30 de agosto de 1521, durante la Guerra de las Germanías, un poderoso contingente militar, formado por 200 jinetes y 6.000 infantes apoyados por artillería de campaña y gruesos cañones marchó sobre Oriola al mando de Pedro Fajardo, marqués de los Vélez.

En el Rincón de Bonanza se desarrolló una feroz batalla en la que las tropas reales aplastaron a los agermanados falleciendo más de 3.000 rebeldes; bien en la lucha, o ahogados en las aguas del Segura y sus azarbes.
Temiendo las represalias, los insurrectos huyeron dejando la ciudad semidesierta, en manos de las tropas murcianas que se emplearon con saña, no sólo contra los agermanados, sino contra toda una ciudad a la que detestaban, un sentimiento incrementado en los últimos años a consecuencia del pleito del obispado.
Los treinta y cinco revolucionarios capturados fueron ahorcados y desmembrados. La cruel rapiña de los castellanos se mantuvo durante todo el mes de septiembre con plena impunidad.

Autorizados para saquear las casas de los agermanados, de las que se llevaron hasta los clavos, pronto sus miradas se dirigieron a las ricas residencias de caballeros y nobles leales a la causa real; no pudiendo contener éstos a los murcianos que les superaban en número.
Armas, ropas, trigo, bestias y esclavos, todo fue susceptible de ser robado.
Una vez despojadas las viviendas se emplearon con los edificios eclesiásticos y no cesaron hasta que no quedó absolutamente nada de valor.
En el convento de la Merced, que es el que nos interesa, encontraron una inesperada resistencia por parte de los frailes. Está documentado el caso de un mercedario llamado Nicasio Olivares que se enfrentó a un grupo de soldados que habían robado los corporales sagrados de la sacristía para usarlos como pañuelos y que fue pisoteado.

El marqués de los Vélez, según su costumbre, entró en el templo montado en su caballo arropado por mucha gente armada. Mientras paseaba por la iglesia, un soldado trató de arrebatar la ropa a un pobre desgraciado.
Ofuscado por la crueldad de los saqueadores, otro mercedario llamado Pedro Gómez salió en su defensa y el marqués acudió para increpar al fraile quien, en un descuido, se hizo con la ropa y la arrojó a una sepultura abierta fuera del alcance de la soldadesca.
Ante la osadía del religioso el marqués montó en cólera y, echando mano de su lanza, intentó golpear al fraile quien, evitando la lanzada y ciego de rabia, se abalanzó sobre el noble armado con una pica.
El de Fajardo, experimentado soldado, esquivó la acometida del mercedario y se dispuso a dar cuenta de él; pero Gómez desapareció por una portezuela que daba al claustro escapando de la ira de «el de los Vélez».
Toda esta epopeya y el odio visceral entre murcianos y oriolanos están magistralmente detallados en un trabajo del doctor en Historia Moderna Antonio Carrasco. (7)
Anécdotas aparte, la fundación mercedaria se fue haciendo más y más poderosa monopolizando las limosnas dedicadas a los cautivos, circunstancia que les enfrentó a los trinitarios, instalados en 1558 y dedicados a la misma función.
Una curiosidad: Los trinitarios terminaron la portada de su iglesia en 1580, fecha que quedó impresa en la misma.

Por una curiosa coincidencia, en mayo de ese año llegaba a Argel Fray Juan Gil, procurador general de los trinitarios. Tras entregar el correspondiente rescate, Miguel de Cervantes fue puesto en libertad.
Siempre pesó la antigüedad de los mercedarios y su origen catalán. Llegaron al siglo XVIII como una de las órdenes más acaudaladas. Su fortuna sólo era comparable a la de los predicadores.
Los arriendos de sus tierras arrojaban pingües beneficios, caudales que utilizaban para comprar más tierras, que a su vez generaban nuevos arrendamientos.
En una época de auge agrícola, las cúpulas y portadas de los edificios religiosos rivalizaron con las de los palacios de la nobleza.
Era el momento de reformar su convento que, por aquellas fechas, albergaba a cuarenta religiosos.

En 1747 Luis Roca y Moncada edificó una «casa principal en el sitio que estaban las pertenecientes a su mayorazgo», hermoseando el frontis y dando línea recta al edificio.
La construcción del actual hotel Tudemir cambió la fisonomía de la zona de los Hostales al sacar una «casa noble» al arrabal por encima de la muralla que, convertida en un obstáculo, fue desapareciendo para conformar la que ahora es la calle Alfonso XIII.
Quizá siguiendo su ejemplo, los mercedarios emprendieron la restauración de su enorme edificio conventual cambiando la orientación de su portada principal hacia los Hostales, en línea con el extremo del palacio. Las obras finalizaron en 1773. (8)

Desamortización y venta.
Aunque la desamortización de bienes eclesiásticos se inició en 1798, el fin de esta insolente acumulación de propiedades llegó bien entrado el siglo XIX.
En Real Cédula publicada en la primavera de 1807, Pío VIII facultó a la arruinada Monarquía española para que enajenase en pública subasta, parte de las propiedades eclesiásticas de carácter rústico y urbano.

En esta ocasión los mercedarios salieron bien parados con sólo 15 tahullas de huerta expropiada; sobre todo si tenemos en cuenta que al clero oriolano le desamortizaron más de 4.000 tahullas, 2.000 de ellas al cabildo catedralicio; ojo, sólo la mitad de las que poseía. (9)
La puntilla llegó en marzo de 1836. Por Real Decreto, los conventos y monasterios de religiosos varones quedaron suprimidos y todo su patrimonio, convertido en «Bienes Nacionales», pasó a poder del Gobierno.
Los mercedarios fueron exclaustrados y su convento e iglesia acabaron en manos de un próspero capitalista de Barcelona llamado Juan Vilaregut quien los adquirió para utilizarlos como almacén y posada.

Gracias a Jesús Millán supe que Vilaregut era un personaje muy importante, socio de otro destacado empresario, Bonaplata. En 1830 fundaron la primera empresa que aplicó en España la máquina de vapor, símbolo de la revolución industrial. Se llamó «El Vapor Vell», instalado en el Raval de Barcelona, entre la Rambla y Montjuïc.

En julio de 1835, durante la oleada de insurrecciones en protesta por cómo llevaba el Gobierno la lucha contra los carlistas, en Barcelona se produjo una oleada de incendios en conventos y asesinatos de frailes, sospechosos de ser afines al carlismo. Los disturbios se extendieron a la fábrica de Bonaplata, Vilaregut i Cia., que quedó completamente destrozada.
En 1856 Juan Vilaregut había muerto y su viuda gestionaba los múltiples arriendos de este convento y otros dos más en Orihuela. Si os interesa saber como acabó troceado este convento, pinchad la siguiente imagen.
También grabé de forma casera la historia de los mercedarios. Podéis escucharla en estos dos audios.
O acceder a cuatro vídeos de youtube pinchando estos enlaces.
La Iglesia
La iglesia permaneció cerrada y despojada de sus ornamentos; hasta que tres religiosos encabezaron una piadosa empresa: a base de donativos y limosnas pretendían comprar el edificio y devolverlo al culto. (10)
Desanimados por lo costoso del proyecto, recurrieron al canónigo Juan Alfonso Alburquerque para que apelase ante sus parientes, la ilustre familia Roca de Togores, recordándoles que, antaño, tenían la sepultura en la Merced, en el lado del evangelio, justo debajo de la media naranja.

En 1846 Mariano Roca de Togores y Carrasco -el que dos años después fue primer marqués de Molíns- intercedió ante su suegro Juan Roca de Togores y Alburquerque, marqués de Asprillas y alcalde de Valencia; quien decidió, no sólo comprar el camposanto de sus antepasados, sino también costear su rehabilitación.
El 11 de mayo, ante el notario de Madrid, Manuel María de Paz, formalizó la compra de la iglesia, la sacristía y un pedazo del patio conventual por doce mil reales.
El 7 de julio comenzó la obra de restauración y embellecimiento del templo. Bajo los auspicios del maestro arquitecto Francisco Regidor y la supervisión del canónigo Alburquerque, un ejército de profesionales trabajó durante dos meses. (11)
Para vestirlo intentaron recuperar sus ornamentos e imágenes que estaban repartidos por conventos y casas particulares. El órgano, llevado a Rojales, fue sustituido por otro propiedad de los trinitarios, que permanecía en Santa Lucía.
El crucifijo de la capilla de Letrán, depositado en Santa Justa, fue trasladado en procesión.

La fecha escogida para su reapertura con misa cantada por el canónigo Alburquerque fue -no podía ser otra-, el 24 de septiembre, festividad de la Merced.
La víspera, por la noche, tuvo lugar el traslado más importante: utilizando unas andas llevaron la imagen mariana que el medio racionero de la catedral Pedro Miravete, había custodiado durante ocho años en su casa de la calle Timor.
Para la solemne ceremonia Miravete invitó por escrito al Ayuntamiento al completo, al Cabildo, a los cleros y a todas las autoridades civiles y militares, en una espectacular procesión en la que participaron más de trescientas personas. (12)



Esta actuación demostró ser sólo un lavado de cara. Abierta de nuevo al culto, tardó veinte años en volver a amenazar ruina. Tan deteriorada estaba que, en 1887, previa denuncia, el Ayuntamiento determinó que «el templo de la Merced era un peligro constante para los transeúntes y para las casas próximas».
Así pues ofició al gobernador eclesiástico para que, a la mayor brevedad, procediese a demoler el edificio amenazando con hacerlo de oficio la corporación municipal en el caso de no cumplir lo acordado. (13)
Las obras de restauración, a cargo del obispado, comenzaron ese mismo año, abriéndose de nuevo al culto el 4 de junio de 1893 con una misa cantada por Fernando Boné García, a quien el obispo Maura nombró capellán de la Merced cuatro meses después.

Él mismo se encargó de consolidar la obra con la reparación del campanario, efectuada en 1911.

Durante el siglo XX suplió varias veces a la Catedral, actuando de parroquia cuando fue necesario como iglesia más cercana a la del Salvador.




Abandonada a su suerte, su cúpula se desplomó en 1982.

Demolido el edificio, el desmonte, numeración y recomposición de la fachada fue una enorme chapuza, quedando en estado pésimo.
En el solar se construyó el actual Museo de Semana Santa.





El Claustro.
El claustro que ahora se muestra adosado a la catedral como«claustro de los caídos» permaneció durante casi cuatro siglos en el convento de la Merced.
Su construcción se inició en la década de 1560 por el maestro picapedrero, Hernando Veliz.
Una vez desamortizado y vendido, tras muchos años de ser utilizado como cuadra-cochera, en 1942 lo compraron para ser reconstruido sobre el antiguo fosal de la catedral.




El artífice de la obra fue el Vicario General Luís Almarcha Hernández. El traslado y las obras de adaptación fueron costeados por la Federación de Sindicatos Católicos Agrarios y finalizaron en noviembre de 1943.
Cumplían así «el deber patriótico de instalar una cruz de los caídos, orlada por el bello y singular claustro».

Antonio José Mazón Albarracín. (Ajomalba).
Publicado en la revista de Moros y Cristianos de 2.012. Modificado y ampliado. El original en PDF pinchando el siguiente enlace.
Notas:
1 BELLOT, Pedro. Anales de Orihuela II: «El más antiguo de los que se conservan, exceptuando dos de templarios: uno de freires donde estaba el granero (calle López Pozas) y otro de monjas en lo que es el Hospital».
2 La fecha concreta depende del cronista, barajándose hasta ocho posibles: 1243, 1249, 1251, 1256, 1257, 1265 y 1286. Yo comparto la opinión de Juan Bautista Vilar, que sitúa la fundación en los albores del siglo XIV, cuando Oriola se incorpora a la Corona de Aragón. Así es fácil comprender la donación que les hace el Consell por recomendación real.
3 BELLOT, Pedro. “Anales de Orihuela II”: Año 474 (1474). Hizo el consejo ordenación que se fundase en Orihuela un convento de monjas, y cometió a los jurados buscasen puesto acomodado, y les pareció el mejor la casa de Santa Eulalia, donde solía estar el convento de la Merced, y allí se fundó con título de San Juan.
4 La que hoy conocemos como calle Ballesteros Villanueva, fue titulada originalmente como del Vallet, nombre de una zona insalubre por la acumulación de aguas muertas que comenzó a ser nivelada y desaguada en 1356.
5 La devastación de este barrio fue tal, que durante muchos años fue conocido como «el arrabal destruido»; aprovechando la fundación del convento de clarisas y, para fomentar su repoblación, el Consell lo apellidó en 1499 como: «Arrabal Moderno de San Juan Bautista».
6 Hacia el año 1600, el cuarto obispo de Orihuela, José Esteve les consagró una nueva iglesia.
7 CARRASCO RODRÍGUEZ, Antonio. «Una aportación al estudio de las Germanías valencianas: El Saco de Orihuela de 1521», en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, núm. 17 (1998-99), pp. 215-230.
Acceso a PDF.
8 Inicialmente, la portada principal del convento debió estar anexa a la de la iglesia, como era costumbre, con salida a la plazuela. La de los Hostales se abrió en el siglo XVIII adaptándose a la nueva fisonomía de la zona.
9 RAMOS VIDAL, Juan A. «Democracia, economía y sociedad en la comarca del Bajo Segura durante el siglo XVIII». Caja de Ahorros de Alicante y Murcia 1980.
10 Los religiosos eran: Monserrate Linares, ex mercedario; Pedro Miravete, medio racionero de la Catedral; Trinitario Ruiz Lozano, Parroquia de Santiago.
11 Los maestros alarifes Antonio García y José Andrés con sus respectivas cuadrillas; José Puerto y Mariano Mateo como herreros cerrajeros; Raimundo Córdova como pintor; José Rufete, latonero; Miguel Xaraco, organero; por último, Rafael Plá se encargó de pintar el escudo de armas de los Roca de Togores.
12 ALBURQUERQUE, Juan Alfonso, «Las memorias de Orihuela».
13 El Diario de Orihuela, núm. 299, 22 de Julio de 1887.